Capítulo 67. Llegar a la verdad. Parte 02
Tras el reciente descubrimiento sobre la causa de muerte de Mara Sayler, estudiante universitaria de Efren. Se encuentra bajo investigación la madre de la occisa, Allyson Vogel De Sayler, en la prisión estatal de Wisconsin, mientras el caso sigue en la palestra. Aún están bajo la búsqueda y captura el esposo e hijo de la familia, Tyler y Maxwell Sayler, presuntamente implicados en el caso y acusados de la creación de la Ley de «El Haro», conocido toque de queda que solo se efectuaba en dicha ciudad como trato delictivo con el fin de tener una supuesta armonía.
En estos momentos y a puertas cerradas, tras el discurso del Estado de Wisconsin, se trabaja con la eliminación de esta Ley para la liberación de la ciudad y regulación de esta.
Esa calmada noche del tres de julio, mientras la playa, continuaba su desdén lento por la estrellada noche que se reflejaba. La caja de pizza estaba vacía y solo nos habíamos quedado en un cómodo silencio, mirando a la nada y disfrutando la compañía del otro. Amaba por mucho al mi abuelo Max. Era como estar con mi padre, pero con más sabiduría y diversión bajo esa piel arrugada que tan poco me importaba. Sus consejos eran sabios y sus cuentos los más entretenidos.
—Abuelo —él emitió un sonido para indicar que me escuchaba—, nunca me has dicho como tú y mi abuela se conocieron.
—Oh. Creo que es cierto. —Llevó la mano a su mentón para mirar a la luna unos segundos—. Fue en un verano como este. Ella tenía tu edad, mientras que yo tenía algunos veinte, en esta misma playa, algunos casi cuarenta años atrás. Desde que la vi supe que me gustaba, pero ella nunca quiso hacerme caso.
Una risa salió de él y yo le imité. De repente tomó la lámpara eléctrica de luz amarillenta que nos acompañaba en la pequeña mesa, al lado de la caja vacía de pizza.
—Vuelvo en un momento. Buscaré algo de vino, ¿querrás una copa?
Asentí. Nunca había bebido, pero estando en su presencia nunca me pareció algo malo. El mayor asintió antes de llevarse la luz con él hacia el interior de la casa y yo quedarme en la oscuridad casi absoluta para contemplar el sonido del agua salada a nuestro frente, acariciando con dulzura la arena que nunca se agotaba por más que la arrastrara.
Cuando mi abuelo estuvo de nuevo a mi lado, dejó una botella ya destapada y dos copas de cristal que me parecieron muy elegantes para solo estar recordando sentados.
—Como decía —vertió el líquido en una copa y cuando sintió que era suficiente, tomó la otra para hacer lo mismo—, ella no me hacía caso por más que intentaba estar a su lado. Un día caminé desde aquí hasta las montañas que ves más allá del mar, solo. Todo por ella.
—Vaya —solté tomando uno de los cristales, bebiendo un poco y sintiendo la mezcla entre lo amargo y lo dulce, ese toque de alcohol que nunca había sentido me hizo un efecto incómodo.
—Bebe despacio, pega fuerte esta reserva —dijo tomándose la copa para dejarla media vacía en la mesa—. Tu abuela era tosca, errática y diferente. Sentía que la quería para mí como fuese.
—¿Y qué hiciste para que así fuera?
—Con el tiempo fui conociendo muchas cosas de ella, hábitos pequeños que solo yo me percataba desde la lejanía, el mínimo detalle lo tenía gravado en mi memoria como algo más importante que mi vida. Y eso me hizo poder hacer mis movimientos.
Sorbí otro poco de vino escuchándolo atentamente.
—Un día, cuando ella salía de su casa, no dudé en la idea de entrar en su habitación y buscar sus cosas personales.
Casi escupí lo que estaba en mi boca. Pero tuve el tiempo de retenerlo y tomarlo para observarlo de reojo, ¿qué fue lo último que dijo? Él continuó como si nada. Con esa sonrisa orgullosa en sus labios mientras vertía más vino a la copa.
—Pude tener muchas cosas de ella esa vez, y todas las noches que entraba mientras ella dormía.
—Abuelo...
—Hasta que ella me descubrió. —Otra vez, ese trago entero del vino, pero esta vez lo hizo por completo para llenar de nuevo. Tenía un mal presentimiento—. A tu abuela no le sentó esto muy bien —una risa algo melancólica vino a él—, así que la tomé.
—¿La...? ¿La qué?
La copa se me resbaló de la mano al analizar sus palabras e impactó con el piso, rompiéndose en su paso. Podía ser joven, pero no estúpida. Cubrí mis labios con algo de temblor y esperaba a que dijera que era una broma como lo hacía cada vez que contaba un chiste entre algo cierto. Sin embargo, esto nunca pasó. Fingí una risa que hizo al mayor observarme al terminar su tercera o cuarta copa de alcohol.
—Abuelo, no veo lo gracioso en esto.
—¿Lo gracioso? —Frunció el ceño—. Se supone que tiene que ser romántico, no gracioso.
—¿Romántico? —expiré incrédula la pregunta.
—Cooke, cariño. Nuestros tiempos no son iguales.
—¿Me dices que una violación era algo romántico en esos tiempos?
—Nunca dije que la violé, solo la tomé.
—¿A qué te refieres a tomarla luego de invadir su habitación de noche mientras ella dormía?
Su mirada no me pareció a ninguna igual de las que me había dado antes. Seguía sin creerme lo que escuchaba y solo me dieron deseos de... de...
—Qué asco. —Fue lo único que pude soltar. No sabía si la poca cantidad de alcohol me hizo soltar lo que pensaba, pero solo pude darme cuenta de mis palabras cuando todo lo de la mesa cayó al piso de repente.
—¿Qué quieres decir con «asco»? ¿Dices que lo de Landa y yo es un asco? No toleraré tu falta de respeto Cooke.
El señor mayor estaba de pie, se agachó para tomar la botella que, para mí, fue una sorpresa no verla rota. Bebió de ella desde la boca del vidrio cuando estuvo de pie otra vez, tomándolo todo casi de un trago. Mi abuelo, padre de mi padre, mi familiar favorito de toda la vida, parecía haber perdido el sentido de un momento a otro, como si frente a él estuviera cualquiera menos su nieta.
Al terminar todo el contenido, lanzó el envase y este se reventó al chocar con el piso, levantándome del susto por tal actitud repentinamente violenta.
—¿Quién eres tú para decir que es un asco mi esposa?
—Nunca dije que mi-
Una bofetada vino a mí con agresividad y me hizo caer al piso, la sorpresa me dejó inmóvil.
—Tú no eres nadie. ¡No eres nadie para decir eso!
—¡Violaste a una adolescente abuelo! —grité por el pánico y a él le pareció molestar más.
—¡Cállate! ¡Cállate! No es cierto. Ella me amaba, ¡solo que no lo sabía hasta que se lo hice ver!
¿Quién era él? Él no podía ser mi abuelo Maximiliano, no podía ser el hombre quien había ido a ver para hacer compañía por la soledad que había dejado la muerte de mi abuela.
Golpe tras golpe, choques contra la pared, jalones de cabello violentos. Perdí el sentido del tiempo cuando la luz volvió luego de aquel apagón que pocas horas había durado. Todo estaba destrozado en mi alrededor, como si un tornado había arremetido contra tan dulce casa de playa, todo lo frágil estaba roto. Algunos lugares de mi cara sangraban y otras solamente dolían de manera aguda.
Cuando lo volví a ver, estaba con otra botella en su boca, bebía y bebía sin piedad, perdía el sentido tras golpearme y luego me amenazaba a los gritos llamándome como mi abuela. Cosas como: «Tú me amas Landa», «Lo hice porque te amo», «No me vuelvas a dejar», «Te mataré si lo vuelves a hacer», me hicieron temer por mi seguridad por el resto de los días.
Dos semanas habían pasado. Por más quise comunicarme con mis padres, él lo evitaba y terminaba por golpearme varias veces hasta que me desmayaba. Pero, de repente, esto ya no era suficiente.
Era mitad de julio en la noche. Mi puerta estaba asegurada desde dentro, temiendo lo que pudiese hacerme si lograba encontrar la entrada abierta. Esa noche pareció querer encontrar esta oportunidad y siendo tronchada al instante. Me desperté por las quejas masculinas de no poder acceder a su gusto, duró mucho tiempo de esa manera hasta que pareció hartarse. Respiré, lo hice hondo para sentirme tranquila de que, por lo menos esa noche, no me lastimaría.
Qué equivocada estuve.
Impactos de balas rompieron la madera de manera muy seguida, los gritos de mi parte se mezclaban con los disparos y me cubrí las orejas para intentar no escucharlos. El miedo me arrancó toda seguridad anterior. La puerta se pateó, más balas hacia mí en la cama para intentar callarme e, increíblemente, ninguna impactándome. Esa noche me golpeó como ninguno de los días anteriores, me amenazó de tal manera con el cañón caliente en mi clavícula, si gritaba podría volar mis sesos. Luego apuntaba a mi mandíbula mientras me insultaba por las supuestas veces que le fui infiel, apuntó mi abdomen con bastante fuerza que sentí el arma casi traspasarme y luego, vino lo peor.
El cañón viajó de manera lenta por mi vientre hasta llegar a mi entrepierna y mis lágrimas, pasmadas por el miedo, se deslizaron.
No me disparó. Sin embargo, preferiría un millón de veces que lo hiciera para no sufrir como lo hice tantas veces por sus incesantes actos de barbarie y salvajismo, con la ilusión y espejismo de ver a mi abuela en mí.
Y aunque lo pareciera, eso no fue lo peor.
¡Hey! ¡Que estoy que me madreo al viejo! ¡No me agarren! ¡NO ME AGARREN!
Ok, ya me calmo. Todo por un propósito señores, solo por eso.
En la cuenta se ve que falta dos capitulitos mis vidas. ¡Estoy que no aguanto la emoción! ¿Qué creen que pasará al final? :3
¡Besitos Suspensivos!
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