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Capítulo 61. Cadenas a la pared


Maxwell Sayler

¡Maldita sea! ¿Cuándo fue la última vez que desperté tan bien descansado y cogido como lo estaba ahora?

Me estaba terminando de subir el bóxer cuando recordaba la tarde y noche anterior, mi hermana había tenido razón, los españoles podían ser persistentes y dominar muy bien a los que tenían bajo su poder. Seguí con los pantalones, entré un pie tras otro para también alzarlos, los abroché y terminé por ajustar el cierre. No sabía ni qué hora era, pero poco me importaba con lo tan relajado que estaba.

Caminé hasta el pasillo y bajé los escalones hasta la cocina, tomé un vaso y vertí algo de agua cuando abrí el refrigerador, estaba sediento y no tenía duda de quién era la razón. ¿Kylee podría tener sed cuando despierte? Era muy posible.

Tomé otro cristal para llenarlo de agua y subirlo a mi habitación, al entrar lo dejé en la mesa de noche al lado de la joven desnuda que descansaba con tranquilidad sobre mi cama. ¿Cómo podía joderme de tan manera y estar así de tranquila al siguiente día? No quería admitirlo, pero desde que la había visto sabía que me tendría a sus pies si ella quisiera, era posible que yo también lo decidí así, quería que ella me tomara y me destrozara hasta el límite de su imaginación.

Me senté en la orilla de la cama para tenerla a ella atrás de mí, giré mi dorso para poder verla y llevar mi mano hasta su mejilla. A pesar de las leves líneas de arañazos y ojeras, seguía siendo igual de linda que siempre, las yemas de mis dedos continuaron por su cuello y hombro, cruzaron por la piel de su brazo para abandonarla justo antes de llegar a su mano. Coloqué mi palma en su definida cintura por encima de la sabana y continué mi recorrido por sus caderas, donde recordé cómo estas se movían sobre mí. Así pude terminar en sus piernas y morderme el labio al tener el deseo de aprisionarlos en mis dedos, pero no lo haría, no quería despertarla.

¿Qué haría ella cuando abriera los ojos? Quizás se molestaría y se arrepentiría, o tal vez solo dejaría estar y aceptaría lo sucedido. Eso era lo divertido de ella, nunca se sabía qué haría o cómo reaccionaría al ver los sucesos.

Duré unos largos minutos observándola, otras caricias eran cedidas en su mejilla y labios de vez en cuando con el endorso de mis dedos, memorizando el cómo se sentía su tacto. A veces sentía como su respiración era tan pausada, como descansaba a pesar de que yo estaba a su lado y ella me había jurado de manera ferviente el destruirme.

Otra vez esa sed incómoda volvió a mí, como si antes no había tomado agua. Bueno, si se despertaba era posible que buscara otro vaso, mientras tanto me tomé la que había traído para ella de un solo trago.

Me levanté para buscar mi celular aun con el cristal en mano, no encontraba este en el bolsillo de mi pantalón y deduje que estaría en algún punto de la habitación que quizás cayó ante la presura de los deseos de fundirme con la que estaba en mi cama ahora. Rebusqué por el lado de mi cama, quizás bajara de nuevo y me quedara en la sala para matar los minutos en los que ella se despertaba.

O tal vez volviera a dormir. No sabía por qué de repente los ojos se me estaban cerrando lentamente, con un cansancio que no recordaba tener.

El cristal sonó al romperse en pedazos cuando impactó el piso, me tambaleé por unos segundos sin querer ceder de manera tan sencilla, ¿qué me pasaba? Hace un momento estaba bien, ¿qué cambió tan de repente?

Choqué con el suelo entre los mareos, todo se volvía borroso al pasar de los segundos, y justo antes de cerrar los ojos se escucharon unos zapatos resonar para detenerse frente a mi cara.


Allyson De Sayler

¿Qué tan débil se debía ser para caer rendidos por una chica solo con un revolcón? Nunca creí que mi hijo fuera tan sencillo de vencer, consideraba de alguna manera que Maxwell era mucho más fuerte que mi querida fallecida hija. Mi desilusión fue el notar que no era así, que me había equivocado. Y odiaba equivocarme.

El sonido de algo destrozándose me dio un indicio de que había funcionado.

Caminé de manera lenta con mis tacones de punta fina en un tono rosado chillón que tomé «prestados» de mi hija luego de su muerte. Al llegar al umbral de su habitación noté el cuerpo tendido en el piso intentando moverse, pero sin poder ceder a sus deseos. Continué los pasos hasta estar frente a él y ahí sus ojos se cerraron para caer en un sueño profundo, al igual que la chica que estaba en su cama. ¿En serio no se dio de cuenta que el agua estaba parcialmente saborizada? Sus sentidos se atontaron solo por ella, y eso me hizo meditar.

Me coloqué de cuclillas frente a mi hijo y acaricié su cabello, el verlo así tan indefenso me daba ganas de vomitar. Todo ese tiempo que tardé en educarlos en defensa constante y fuerza de voluntad parecieron ser en vano, solo para que cayeran rendidos en un par de inútiles visitantes con los que no supieron jugar.

—Ay, mi amor —susurré dando un último toque en su cabello—. Qué lástima que puedas pasar lo mismo que tu hermana.

Porque sí, así sería.

Yo maté a mi hija y era posible que también lo matara a él. No era algo de lo que me sentía orgullosa, pero... No sería alguien perfecto si mis hijos no eran tan perfectos como deberían. No necesitaba hijos que solo mataran por gusto, que tuvieran secretos, que jugaran de manera patética.

Mis hijos deberían ser fuertes, deberían pelear hasta el final y no ceder como lo hizo Mara cuando la ahorqué en su habitación. Sé que lo hice fuerte y al final tenía que ceder al cansancio y falta de aire. Pero mis hijos no podían ser débiles ni en ese tipo de situaciones.

Mis hijos debían ser perfectos. Así, como su papá y yo.

Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro antes de levantarme y dar unos pasos hasta quedar frente a los pies de Maxwell. Me incliné para tomar sus tobillos y así poder impulsarme para jalarlo conmigo, sacándolo de la habitación. Lo arrastré por el fondo del pasillo para llevarlo hasta mi lugar favorito de la casa. Sí, «El Ático».

Era evidente que saqué las armas de Tyler antes llevarlo allí aprovechando que este estaba de viaje, tenía planeado el utilizar aquel espacio para lo que quería y por eso había colocado por mí misma dos cadenas incrustadas a la pared. Cuando estuvo bastante cerca del hierro, lo rodeé a su tobillo izquierdo y busqué en la mesa una de las cerraduras para sellar la unión de los eslabones.

Maxwell tendría algo de suerte a diferencia de su hermana. Lo dejaría morir de manera lenta y por otras manos, que no solo eran las mías, lo dejaría morir de hambre. Si llegaba a la semana, podría considerar su redención. Pero mientras tanto, buscaría a la chica en la cama para que acompañara a mi hijo.

Me coloqué unos segundos frente a la cama para observarla, cuando la destapé me di cuenta de que estaba desnuda. No me importó mucho, tomé la camiseta de Maxwell y se la lancé encima sin mucha delicadeza. La tomé de los brazos para jalarla fuera del colchón y esta fue cediendo, al estar lo suficientemente lejos sus pies cayeron al piso, parecieron despertarla.

No lo pensé mucho para dejar caer su cabeza en el piso y esperar que esto fuera suficiente para desmayarla. Al verla noté que parecía ser mi día de fortuna, porque continuó dormida, o tal vez sí logró desvanecerse.

Hice lo mismo que con el chico y la até a las cadenas, siendo aseguradas por el candado en su tobillo. Uno frente al otro, cada uno unido a una pared, estando a metros del otro.

Era muy romántico, ¿no?

Uno de los dos podría ver morir a su compañero. Ser lo último que vean en su vida.



¡Hola! ¡Hola! ¡Y Hola linduras! ¿Todo bien? ¿Todo correcto? Y como dice el Auronplay: Yo que me alegro.

Recordándoles el conteo regresivo: Faltan ocho capitulitos para el final, ¿ya sabes qué pasará al final? Comenta tus conclusiones y veamos si aciertas. *Guiño guiño* (?)

¡Besitos suspensivos!

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