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Capítulo 59. El beso del diablo


Kylee «Cooke» Sorní

Ahora entendía como se sentía los cerdos cuando iban al matadero. Veía por la ventana desde el asiento de atrás del auto policial que conducía Maxwell. Era evidente que me querría llevar al destacamento o a algún lugar desconocido para terminar con lo que había comenzado.

El castaño manejaba con tranquilidad por las calles. Incluso me dio un poco de nostalgia, había llegado a Efren en ese auto junto a mi hermano y ahora, posiblemente, me iría de allí sin mi hermano y en el mismo auto. Seguro no solo me marcharía de Efren, sino del mundo.

—Estás silenciosa. Deberías estar llenándote la boca con lo que dijiste en la universidad, ¿no?

No respondí. Estaba muy distraída mirando las nubes del cielo, pasaban con lentitud a pesar de la velocidad del vehículo, era como si mi cabeza se relajara de tal manera como para desconectarse con el mundo real.

—¿Kylee?

—Por favor, cállate —suspiré con algo de cansancio, no estaba para juegos.

—¿Y eso? ¿Dónde está la desafiante Cooke que tanto me agrada?

Lo observé por el retrovisor y cuando la mirada ajena chocó con la mía en el reflejo, aparté la mirada.

—¿Me huyes?

—No.

Conocí un poco el camino, por la ruta me imaginé que no iríamos a la policía porque estábamos de camino más al norte.

—¿Entonces?

—Solo no quiero hablar contigo.

—¿Dónde se está esa fuerza de voluntad que me juró por su vida que me haría pagar?

Dudé unos segundos en contestar. No quería responder, pero luego de un rato solo suspiré y le devolví la vista por el retrovisor, a pesar de que ahora estaba atento a la calle.

—No vale la pena jurar por algo que está a punto de terminar.

—Mh —emitió un sonido algo quejoso—. Eso sonó triste.

Parqueó frente a dónde me imaginé que llegaría, la casa de los Sayler. ¿Acaso me torturaría antes de acabar conmigo? Él se bajó del auto, pero yo me quedé dentro. A pesar de imaginar lo que sucedería, mi mente y cerebro se negaban a ceder a los deseos de Maxwell, querían huir de ahí, aunque sea para morir en el intento. Aun así, mi voluntad decía que no huyera y que no prolongara lo de la noche anterior. Había huido por tantas horas a la muerte, solo debía ceder para poder descansar en sus manos.

Bajé cuando su mirada observó hacia dentro, abrí la puerta de metal y me puse de pie para cerrarla detrás de mí. Esa casa era tan distinta de día, la recordaba bastante oscura y con las luces apagadas, solo viendo el reflejo de los colores vivos que decoraban su exterior.

El jefe de policía me empujó hacia la casa y yo caminé tras tropezar un poco, cuando estuve frente a la entrada, él se colocó un poco delante para entrar la llave en la cerradura y empujar la madera de caoba.

—Entra. Siéntete cómoda —su voz suave me desconcertó. Lo miré por sobre mi hombro, levantando un poco la vista para alcanzar la de él.

—¿Qué?

—Solo quiero hablar contigo.

—Solo mátame de una buena vez.

—Hacer eso contigo no sería divertido, primero debo asegurarme de que no estés tan loca como yo. Si lograste escapar del auto, me da un indicio de tu nivel. —Se acercó a mí y yo me alejé, él siguió con esto mientras yo retrocedía y él cerró la puerta con seguro.

—¿Cuál es tu definición de locura? Porque la mía ya la cumples por completo.

Él soltó una risa nasal divertida para mostrar sus perfectos dientes sin dejar de avanzar, no sabía a dónde me quería llevar, pero dónde fuera no era muy conveniente. Estaba en su hábitat y él se aprovecharía de ello. Entonces supe cuál era mi destino.

Mis rodillas tropezaron con algo firme y me hicieron caer hacia atrás, justo en una mesa de madera que estaba entre los muebles de la casa, y cuando me intenté levantar, él se colocó frente a mí y se agachó para ubicar sus manos a cada lado de mí, haciendo que sus brazos sirvieran de jaula para que no escapara.

—Esto será sencillo, Kylee —comenzó él con su mismo semblante alegre de siempre—, solo necesito tu colaboración. Yo te haré una pregunta y tú solo responderás, pan comido.

—Si viene de ti, no creo que lo sea.

—Me alegra que estés de acuerdo conmigo —fingió divertido que mis palabras eran afirmativas—. Entonces, ¿cómo sobreviviste a El Haro sola?

—Encontré un arma en la calle, la tenía alguien muerto, me escondí y la tuve para defensa.

—¿Supones que me creeré eso? En todo el tiempo que tengo nunca he encontrado un arma en el piso durante El Haro ni en sueños.

—Es la verdad.

—¿Cuántas veces tendré que decirte que no puedes mentirle a un mentiroso?

—Las veces que sean necesarias para convencerme de que eres un buen mentiroso.

Él alzó su ceja por unos segundos y luego agudizó su mirada.

—Esa es la Kylee que esperaba, la que me enfrentaba y que quería imponerse sobre mí.

—Vete al diablo, Maxwell.

—Estoy con él ahora, Kylee.

Estaba comenzando a dudar el hecho de que me quisiera hacer daño, solo era su infantil deseo de molestarme e insistir su presencia en mí para sacarme de quicio. Me apoyé de mis codos para alzarme un poco frente a su cara.

—Si no te quitas de encima en los próximos tres segundos te patearé las bolas.

—¿No prefieres hacer otras cosas con ellas?

—Tres.

—Adoro cuando te pones así de incómoda.

—Dos. —Apreté la mandíbula.

—Y ver cómo sales de quicio con solo mirarme.

—Uno.

—Cero —concluyó él con los ojos fijos en los míos—. Espero ver lo que-

Lo besé.

Él pareció sorprenderse por el movimiento repentino. Seguro estaba listo para contraatacar cualquier golpe físico que podría lanzar, pero lo atrapé con la guardia baja en lo que menos se esperaba.

Me separé de él y sentí en mis labios un suspiro cálido mientras sus ojos se mantenían cerrados, ladeó la cabeza por unos segundos para mirar a uno de los muebles que estaban alrededor y tras un momento volvió la oscuridad de sus ojos hacia mí.

—Ya puedo ver que estás tan loca como para poder besar a un asesino.

—¿Te consideras un asesino? —Alcé mis cejas, simulando una leve sorpresa y él levantó una de sus comisuras de lado, sin embargo, su sonrisa no era falsa como las otras. Esta tenía un mensaje claro.

—¿Tú qué crees?

—Que eres el diablo. —Ladeé mi cabeza para acercarme en rozar mi nariz con la suya y él pareció meditar mi acción, sentí como se removió encima de mí.

En un instante él tomó mis caderas y me atrajo a él hasta que su miembro debajo del pantalón rozó con mi entrepierna. Maldita sea, tanto tiempo sin algo como eso me estaba pasando factura.

—Lo bueno es que eres tan loca como para besarlo —susurró—. Entonces no te molestará sumergirte en el infierno conmigo.

No tuve que decir más nada. Sus labios invadieron los míos con la agresividad que ya tenía acostumbrada, uno de sus brazos me rodeó desde atrás de la cintura para apegarme a él, pero poco a poco fuimos dejándonos caer en la superficie de madera de manera lenta a pesar de querer someter la boca del otro.

Justo cuando tomó una de mis manos para seguir su paso por mi cuello, me quejé de dolor al sentir como mi diestra ardió. Él se detuvo, para apartarse unos centímetros y mirarme al creer por un momento que el sonido había sido de placer, pero frunció el ceño de manera seria y luego dirigió sus ojos castaños a mi mano, sentía un líquido de ella brotar y él la acercó a su cara para observarla más a detalle.

—¿Cuándo te hiciste esto?

—¿Ahora me preguntas por el daño cuando fuiste tú el causante? El vidrio de tu auto submarino me-

No me dio tiempo a seguir, porque sentí su lengua lamer el líquido en zurda como si se tratara de la más dulce miel que había tratado.

—¡¿Qué haces?! ¿Estás loco? Eso es...

—Es posible. —Sostuvo mi muñeca con firmeza dejando de lamer para prestarmeatención—. Es posible que esté loco por ti en este preciso momento.


¡Hola linduras!

Paso por aquí solo para informarles de una sola cosita pequeñita, pequeñita, pero muy pequeñita.

Faltan diez capítulos para el final.

Comienza el conteo regresivo pequeños psicologuitos. 

¡Besitos suspensivos!

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