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Capítulo 58. Cinta en retroceso


Desconocido

Catorce de junio. Horas antes de la desaparición de Mara.

La casa de los Sayler era un lugar agradable de ver, incluso daba deseos de entrar y quedarse una temporada allí mientras el calor del verano se disipaba. Pero no estaba ahí para eso. Crucé la acera y me acerqué a la puerta para tocarla con suavidad, al tardar un poco en responder volví a tocar con algo más de fuerza y solo así se abrió, dejando ver a una hermosa mujer rubia de despampanante figura y llamativa mirada azul. Al igual que su hija.

Usaba ese estilo que ella tanto había adorado desde siempre, esos tonos rosas por todos los lados para insistir en lo que perfecta que era.

Ella al verme frunció el ceño sin dejar de sonreír, como admiraba esa destreza de ella, el poder seguir con los labios curvados hacia arriba, como si estuviera fuera de sus extremidades externas, como si la boca tuviera mente por sí misma y su único objetivo era mantenerse así.

—Disculpa, ¿te conozco?

—¿No me recuerda, querida maestra?

—¿Maestra? —Ella entrecerró los ojos como si intentará recordar dónde había escuchado esas palabras y al obtenerlo, sus pupilas brillaron al abrirse con sorpresa—. ¡Oh, Dios mío! Cuantos años cariño. Vamos, pasa. Esta es tu casa.

Ella se abrió paso en la puerta para dejarme pasar y de solo poner un pie ahí supe que la velada sería divertida. Toda esa decoración tenía una sensación renacentista, por doquier, desde los muebles hasta los pisos, el techo dorado con las paredes blancas. Todo era una maldita casa de muñecas, solo que en color oro y blanco con detalles en rojo.

—¿Y qué te trae por aquí?

—Cosas de la vida, ya sabes. —Me di la vuelta para ver como ella cerraba la puerta detrás de su persona con seguro—. Supe que vivías aquí y no me aguanté las ganas de visitarte.

—Eres tan dulce cariño.

—No más que usted maestra —sonreí.

Ella caminó hasta uno de los muebles y se dejó caer, yo le seguí para sentarme frente a ella y quitarme unos lentes oscuros que llevaba, tenía mucho tiempo que no los usaba.

—Has crecido tanto, dulzura. La última vez tenías algunos catorce, quince...

—Quince, tenía quince. —Barrí con la mirada todo lo que estaba en la casa, era tan deliciosamente hueco, solo apariencias para mostrar lo que no eran. Tan típico de...—Allyson.

—¿Sí? —Ella atendió a su llamado.

—¿Consideras que solo pasaría por aquí por una visita?

—¿Conociéndote? —Negó con la cabeza tras la pregunta retórica y yo sonreí al saber que aún me recordaba.

—¿Por qué crees que estoy aquí?

—Algo afectó tus planes, ¿no? —Asentí. Allyson era tan inteligente, por eso había sido mi maestra, siempre supo qué decir, en qué momento y cuando. No pude tener mejor institutriz en mi adolescencia.

—Específicamente tu sangre.

—¿Uno de mis hijos?

—Ambos.

—¿En qué puedo ayudarte? —Cerró sus ojos por un momento, considerando que lo que diría sería rápido y sencillo.

—Elimínalos.

—¿Qué? —Sus ojos se abrieron de repente atónitos para ver el piso y luego levantarse a mí—. Acaso tú...

—Tus hijos me están desviando los planes Allyson, no consideré que, siendo engendros de tan maravillosa maestra, serían tan desastrosos.

—No puedo eliminarlos, ¡son mis hijos!

—¿Y eso qué? —Me alcé de hombros con diversión—. Eres joven, puedes tener más.

—No me entiendes, ellos...

—No —le corté con firmeza y ella apretó los labios, borrando esa sonrisa—. La que creo que no entiendes, eres tú. Sabes bien por qué no se pueden interponer en mi camino, Allyson. Tú lo viste, ¿cuántas veces?

—Por favor —ella se asomó de repente para ponerse de rodillas frente a mí—, te pido que lo medites. —Forzó una sonrisa para luego levantarse e ir por uno de los retratos en las mesas a los laterales de los muebles y lo acercó a mi cara—. Mira qué bellos son. Son tan listos, tan buenos, tan... Ellos no-...

Abofeteé su mano con asco haciendo que el cuadro cayera al instante al piso, me daban rabia las familias felices.

—Eso a mí no me importa. —Tomé uno de los tirantes de sus vestidos con fuerza y la acerqué para tener su cara frente a la mía—. Si me muestras a tus asquerosos hijos otra vez, la sonrisa que desaparecerá será la tuya.

—No puedes, no... Yo... —Las lágrimas comenzaron a brotar y dejar sus ojos al estar tan cerca, viendo fijamente, sentí su temblor, ¿por miedo? ¿Por ira? No lo sabía, solo percibía un sentimiento en ella que amaba distinguir.

—¿No puedo qué, querida maestra? ¿Estás dudando de lo que puedo hacer y lo que no?

—Tyler...

—¿Qué hará Tyler? —Ahora la sonrisa que tanto ella portaba me había contagiado, y se la mostraba con diversión— ¿Mandará a uno de sus niños a asesinarme? Puedo darte la dirección si gustas. Sabes que no le temo a la muerte.

—Por favor... —Rogó con los ojos enrojecidos.

—Querida maestra, ¿cómo nos conocimos?

—No. —Ella supo lo que esas palabras significaban—. ¡No!

—Hacías lo mismo que tus hijos, ¿no? Mentir. Mentiste tanto que te rompiste por dentro. Nunca supiste quién eras, qué eras. ¿Crees que les pasará lo mismo?

—Detente, por favor.

—¿Piensas que tendrás el mismo destino de tu madre cuando ellos sepan la verdad? El daño que les has hecho todo este tiempo.

—¡Ellos nunca harían eso!

—Si tú lo hiciste, ¿por qué ellos no? —Una leve risa nasal salió de mí al notar su pánico y la solté, ya había plantado la semilla del caos en su cerebro—. ¿Conoces la mitología griega Allyson?

Ella respiraba de manera honda y tragaba en seco sin quitar sus orbes de mí, aquellos bellos azules vibraban con mi reflejo.

—El síndrome de Cronos. —Me puse de pie tras soltar un suspiro y di un paso tras otro para acercarme a ella, pero Allyson hacía lo contrario, se alejaba—. Ese miedo de que te pase lo mismo. De que tus hijos repitan lo que están destinados a hacer. —Ella llegó a la pared y se apoyó de ella al no poder escapar más. Mi mano fue a su mejilla y la acarició con dulzura sin dejarla de verla—. Pobre Allyson, como Cronos, no está lista para ver lo que le depara su futuro. —Aparté una lágrima nueva de su mejilla con el pulgar—. ¿Estás lista para ver tu fin?

Sus temblores iniciaron otra vez. Se sostuvo la cabeza para apartar su mirada de la mía. Y solo así me di cuenta de que estaba lista. Me alejé de ella notando mi creación, estaba completa para el próximo paso, ahora solo quedaba esperar.

—Nos volveremos a ver, Allyson. —Llegué a la puerta para colocarme los lentes oscuros y acomodarlos sobre mi tabique. Tomé la perilla para abrir la salida y detenerme justo a la mitad—. Y cuando eso suceda...—Miré por encima de los espejuelos—. No sabrás quién soy.

Así salí de la casa de los Sayler. Cerrando la puerta con una victoria en las manos y una gran sonrisa que solo me hizo soltar una carcajada de satisfacción, no podía ser que me divirtiera tanto con algo tan simple. Mis planes tendrían un momento de pausa, solo para disfrutar del caos que estaba por suceder.

Pobres Sayler, nunca sabrán cuando será su última sonrisa.


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