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Capítulo 55. Esa es la cara de un asesino


Karter Sorní

Eran las cuatro de la mañana, no podía dormir. Seguía insistiendo en la llamada al celular de mi hermana, pero siempre era la misma contestadora, siempre era la respuesta grabada de su voz diciendo que lo intentara más tardes.

Hice café para tomarlo, tenía la esperanza de que llegara en pleno Haro, de que tocaría la puerta y diría que estaba ahí conmigo, que no me preocupara, que todo estaba bien. Pasaban los minutos y nada, la misma duda del inicio volvía a mí. ¿Y si pasaba lo mismo que con Mara? ¿Y si la volvía a ver ya pálida y sin vida como pasó con la otra rubia? Dios mío, mi corazón se estrujaba dentro de mí de solo imaginar.

Amaya se encontraba en mi computadora, tecleaba de vez en cuando y buscaba cosas. Ella estudiaba Criminología y se encontraba adelantada en la carrera, por lo tanto, decidió aprovecharse de algunos conocimientos informáticos para rastrear su teléfono, tenía un largo tiempo sentada allí. Sorbí algo de café para acercarme a su lado desde atrás e inclinarme para ver la pantalla.

—¿Aun nada?

—No. —Movió la cabeza—. Es como si su celular desapareció de la faz de la tierra.

—Es imposible, ¿qué haces para buscarlo?

—Solo intento rastrear su número de teléfono. Pero es como si dejara de existir.

—Agh. —Me alejé desesperado de sus palabras, ella se volteó de lado aun sentada.

—Lo siento, pero, aunque insista, tendría que esperar para tener una señal.

—No entiendo, ¿cómo Kylee se pudo desaparecer de esa manera?

La morena se levantó para caminar hasta el café y echar una gran porción en una taza, se apoyó de la isla de la cocina para mirar hacia la computadora mientras sorbía del líquido.

—¿Dónde crees que podría estar Kylee?

—Es que no tengo idea Amaya, Lohan está en prisión y es su único amigo aquí. Si estuviéramos en España es posible muchos lugares, pero aquí es difícil, más con el Haro.

—¿A dónde iría si estuviera en España?

Me alcé de hombro luego de beber otro trago de café.

—Quizá en casa de una amiga estudiando, donde mis tíos o ayudando a mi padre en la zapatería, estaría en muchos sitios.

—¿Tu padre tiene una zapatería?

—Sí. —Sonreí mirándola al recordar la tienda—. Es una tienda pequeña, se encuentra en una de las esquinas, a una calle de nuestra casa. Mi padre adora ese lugar.

—¿Por qué una zapatería?

—Mi abuelo también era zapatero, hizo que mi papá amara lo mismo y el resto es historia. Incluso tenía la esperanza de que lo volviéramos tradición.

—Pero tú estudiaste derecho. —Yo asentí ante la afirmación.

—Nunca me vi como zapatero y mi hermana, a pesar de que lo ayudaba, le atraía más las ciencias y las matemáticas. Incluso está en el club de matemáticas.

—¿Club de matemáticas? —Amaya frunció el ceño con una mirada escéptica—. Juraba haberla visto salir del salón de artes.

—¿De artes? —resoplé entre una risa—. Jamás Kylee tocaría un pincel, es una chica de ciencias y puedo creer que odia el arte. Seguro te confundiste.

—No, juraría verla salir del salón del señor Karchez varias veces, nunca la vi con los chicos de matemáticas. ¿No notaste en el día de ayer que había una competencia de ese club? ¿Por qué ella no iría si está en el club de matemáticas?

Iba a responder, pero al recordar pude notar que era cierto. El club de matemáticas estaba muy lejos del recinto, pero cercano a los edificios de medicina y ciencias, pasábamos por ahí cuando queríamos llegar a la biblioteca o a campos de atletismo y futbol. Cuando iba para mi salón de clases la tarde del día anterior, pude ver que el club de matemáticas tenía una actividad.

—¿Dices que estaba en el salón de artes?

—Te lo aseguro. Allí está otra chica de la beca, es estudiante de término y la conozco porque me ayudó a acostumbrarme a universidad en mis inicios.

—¿Entonces Cooke me mintió? ¿Otra vez?

—¿Otra vez? —repitió ella con más duda que antes para sorber de la taza.

—Ella me escondió algunas cosas de su vida, como que tomaba medicamentos para su periodo y que se teñía el cabello para ocultar su color blanco.

—¿De qué me hablas Karter? ¿Cabello blanco?

—Sí, dice que lo heredó de nuestro padre.

—¿Y tú no? —Negué con la cabeza a su pregunta—. A ver, la genética es algo muy drástico. Pero me parece extraño que nacieran prácticamente juntos y solo ella tenga el «pelo blanco». —Hizo las comillas con su mano libre.

—¿Acaso no sucede?

—Sí, hay genéticas que lo permiten según lo he oído.

—Creía que sería también mentira, últimamente pareciera que me esconde muchas cosas.

—¿Y dices que toma medicamentos para el periodo? —Puso su mano libre en su bolsillo con una leve sonrisa—. ¿Qué medicamentos toma?

—Ácido fólico.

Amaya quedó en silencio unos segundos y miró a otro lado para tomar lo que quedaba del café. Parecía estar meditando algo en su mente con seriedad tras dejar la taza en la mesa, dándome la espalda, puso sus dedos en la madera para tamborearlos por unos segundos y luego se dio la vuelta para sonreírme.

—¿Viste la caja o por lo menos un indicio?

—Ella me lo dijo, pero no lo pudo leer, solo me mostró el car-

—¿Sabe dónde lo tiene? —Me interrumpió sin dejar de mover sus dedos sobre el material y seguir con su sonrisa, pero al parecer seguía pensando en alguna cosa en específico.

—Sí, creo que la última vez que lo hablamos lo colocó en su bolso. Déjame buscarlo.

—Está bien.

Solo dijo eso, antes de darme la espalda otra vez, yo coloqué mi taza al lado de la de ella y fui hasta el armario para buscar el bolso de mi melliza. Al encontrarlo lo llevé hasta la mesa y busqué en su interior con la mano, pude sacar de allí las mismas que me mostró la vez de la discusión y se las mostré a Amaya. Ella las tomó y miró en el lado del papel, le dio unas que otras vueltas.

—¿Dices que esto es ácido fólico?

—Es lo que ella me dijo.

Apretó los labios con fuerza para volver a ver las pastillas en mano.

—Esto no es ácido fólico, Karter —suspiró tras decírmelo y movió el blíster un poco.

—¿Cómo?

—Esto es... Es otra cosa. Pero no es ácido fólico —hizo una mueca—. Y algo me dice que tiene que ver con su supuesto pelo blanco.



Llegó la mañana, el sol se asomó con nosotros aún despierto, intentando encontrar a mi melliza de cualquier manera. Cuando dieron las siete de la mañana y aún no aparecía, entonces decidimos prepararnos para seguir buscando en la universidad, para ver si alguien la había visto la noche anterior. Amaya bajó a su pieza para alistarse y yo lo hice lo más pronto posible. Nos reunimos en la salida del recinto y comenzamos a preguntar a los que estaban alrededor.

Nadie la había visto, nadie sabía el por qué la mayoría ya estaban en sus casas o en sus habitaciones, y los que decían estar fuera a esa hora solo decían no haber visto nada. Eran las ocho de la mañana, no asistimos a la práctica de natación por movernos en toda la universidad con el fin de tener un indicio.

De repente por nuestro campo visual se vio a Maxwell, él nos sonrió para acercarse al notar nuestra presencia.

—Buenos días —saludó al estar frente a nosotros y le respondimos de igual manera—. ¿Aun nada de Kylee?

—Nada —respondió a Amaya—. Estamos preguntando a todos, pero parece que nadie la vio.

—Los ayudaré a buscar, al fin y al cabo, me siento culpable por esto. —Una mueca se dibujó en su rostro y no supe por qué no me pareció muy convincente.

Estuvimos hablando de dónde continuaríamos las preguntas hasta que unos murmullos se alzaron a un lado de donde estábamos, algunas personas estaban mirando algún punto, pero no podíamos ver por la acumulación de individuos. Hasta que un grito nos asustó y dejó ver el origen de esto.

Era Kylee. Y se veía... Fatal.

Caminaba apresurada en dirección a nosotros, estaba llena de heridas y su ropa estaba rota en algunas zonas, su cabello parecía haberse secado de manera natural después de lavarse y rastros de sangre salpicaron todo de ella. Todos estaban asombrados con la imagen de ella caminar furiosa por el campus, cuando estuvo lo suficiente cerca pude intentar acercarme para abrazarla, pero ella levantó su dedo con dirección a Maxwell y apretó los dientes.

—Cooke, ¡Por amor a Dios! ¿Dónde-...?

—¡Él! —me interrumpió con un gritó de rabia, apuntando al de apellido Sayler. Sus ojos parecían estar brotando en fuego al clavarse en esa persona—. ¡Mírenlo bien! ¡Todos mírenlo! ¡ESA ES LA CARA DE UN ASESINO!


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