Capítulo 52. Sospechoso encerrado
Quince de agosto. Se conmemoraban noventa años de la fundación de Efren, y vaya que se notaba. Todo estaba decorado como si de un carnaval se tratara, había banderas de distintos colores en todas partes colgando y el dinamismo entre las personas alrededor daba un ambiente festivo. Al parecer era una fecha que no solo no pasaba por alto para la ciudad, sino que muchas personas se dejaban llevar de feriado para hacer distintas dinámicas. Un ejemplo de eso era algunos equipos deportivos, que había decidido hacer algunos campeonatos o competencias para el entretenimiento de las personas.
Desde mi ventana podía ver al equipo de tenis a la distancia jugar sin descanso, una de las personas que descifré era a Conley. Ella parecía tener mucha energía y fuerza en el campo, porque cada vez que tocaba la pequeña bola de tono verde lumínico, esta se movía con potencia.
Estaba tan distraída que no me di cuenta en qué momento se me pasó la hora, ya eran las tres y se suponía que tenía que estudiar antes de alistarme para la estúpida cena de Maxwell. Mi hermano estaba con la laptop en su cama, viendo una película de misterio, tenía los audífonos puestos y de vez en cuando daba leves respingos ante las escenas.
Antes de comenzar a estudiar lo que me quedaba de tiempo, me acerqué con cautela a él y llevé mis dedos a su brazo despacio hasta que este se dio cuenta, gritando con fuerza para lanzar todo a un lado de la cama y levantarse apurado.
—¡Mierda Kylee! ¡Eres una infantil! —Me carcajeaba cuando él me gritaba molesto por el susto, pasó sus manos por su cara para disipar el suceso—. Odio cuando haces este tipo de cosas.
—Qué extraño, si yo las amo. —Mi risa continuaba, aunque su mirada indicara que quería cortarme la cabeza en ese momento.
—Como sea, me alistaré para las clases.
—Cuidado, no vayas a asustarte con el jabón. —Sentí como mi estómago se comprimió por intensificar mi risa al notar como suspiró molesto.
El irritar a mi hermano sería uno de mis deportes favoritos. Cuando me relajé de las carcajadas, me encaminé hasta mis libros de Química I y los dejé sobre la mesa. Caminé hasta el armario para tomar mi bolso, de allí saqué los cartones de pastillas y exprimí una para que saliera. Siendo sincera, me impresionó el hecho de que Karter se creyera lo de los comprimidos, creí que dudaría al decirle ácido fólico para mi periodo, pero si me había funcionado lo dejaría pasar.
Me bebí la pastilla con agua del grifo y me senté para empezar con mis apuntes, Karter se fue al poco rato de estar listo, solo empujando un poco mi cabeza para molestarme y salir de la habitación riendo. Otra vez ese silencio y soledad que hicieron que las horas pasaran. Cuando ya tenía un buen rato tomé mi celular para ver la pantalla rota y entre las grietas se distinguía las cuatro con cincuenta. Ya debía dejar todo si quería estar lista a tiempo.
¡Y vaya récord! En apenas en cuarenta y cinco minutos estaba lista, hasta me sobró tiempo para leer algo en el silencio de la espera. Pero justo cuando me iba a sentar en mi cama para abrir el libro de «El viejo y el mar», tocaron la puerta.
No tenía que ser adivina para saber quién era. ¡Faltaban más de quince minutos! ¿Qué hacía ahí? Los toques siguieron de manera insistente hasta que me pude abrir la puerta y notar a... Oh.
¿Quién era él y que hizo con el pesado de Maxwell? Era todo un joven caballero con una camiseta negra ajustada en los lugares justos y arremangada hasta sus codos. Sus pantalones se ceñían a la perfección a sus piernas que parecían estar bastante trabajadas, unos zapatos con cierta apariencia de botas altas. En su muñeca se dejaba ver el mismo reloj que había usado en la última fiesta de Efren, antes de que apareciera Mara. Su perfume me envolvió, era adictivo y masculino. ¿Y qué podría decir de su rostro? Esos ojos, esos labios, esa nariz, su cabello, su cuello, esa maldita sonrisa. Mierda.
—¿Piensas ir así?
Y... Ahí se fue la repentina magia.
—¿Qué tiene de malo?
—Tiene todo de malo, ¿qué son esas manchas en el pantalón? Se supone que debes utilizar vestido.
—No uso vestidos.
—Tendrás que usarlo para esta cena —llevo dos de sus dedos hasta la separación de sus cejas y apretó un poco allí—, la suerte es que se me ocurrió llegar antes.
—No usaré vestidos porque tú digas.
—No irás con ese pantalón.
—Tú no me dirás que hacer.
—Irás a esa cena, te pondrás ese vestido y te callarás la boca.
—No iré a esa cena, no me pondré un maldito vestido y vete al diablo. —Cerré de un portazo su cara y me alejé de allí para irme a la mesa, me senté cruzándome de piernas y brazos.
Los toques empezaron a sonar una y otra vez, cada vez más insistentes y fuertes.
—¡No te abriré!
—No me obligues a hacer algo de lo que te vas a arrepentir —habló con tranquilidad detrás de la puerta.
—Te dije que no iré, así que no me importa lo que hagas.
No respondió. Se hizo un silencio sospechoso afuera de la habitación y que me hizo mirar la puerta. Seguramente sí se había ido y me dejaría en paz, tendría bastante tiempo para seguir con mi libro-
La puerta se abrió y al observar a la entrada pude reparar que entraba de lo más tranquilo el castaño de vestimenta impecable.
—Te lo dije —sonrió acercándose a mí y tomándome de la muñeca para llevarme con él a la fuerza.
—¡No! ¡Joder! —Me moví lo más posible, pero él cerraba la puerta con otra llave como si no fuera nada, luego siguió su andar—. Déjame, ¡no quiero ir! ¡No usaré vestido y no quiero estar contigo!
—¡Deja de gritar! —Me haló con fuerza para llevarme delante de él—. Maldita sea, que no te he hecho nada.
—¡¿Qué no me has hecho nada?! Me sacaste de mi habitación a la fuerza.
—Sí, ¿qué más? —Seguía con la apariencia alegre como si nada mientras bajábamos las escaleras.
—¿Cómo mierda abriste la puerta?
—No es tu problema.
—Claro que es mi problema. Abriste la puerta de mi habitación como si nada, ¿quién no dice que entres una noche a mi casa y me mates?
—Si lo hubiera querido lo habría hecho hace tiempo.
—¿Disculpa? ¿Me matarías si lo quisieras?
—Siempre lo has dicho, ¿no? Asesino, asesino, asesino. Eso es lo que piensas cada vez que me ves.
—¿Y por qué no lo has hecho?
—Porque primero necesito que pagues.
—¿Qué debo pagar según tú?
Cuando menos pensé vi el auto de Max a la distancia, él sacó de su bolsillo las llaves para darle a un aparato y este pitó, quitándole el seguro. Caminábamos con demasiada velocidad y al llegar me detuve para abrir la puerta del lado de copiloto mientras que él subía de frente al guía.
Pero me detuve.
Había algo en el asiento que me hizo fruncir el ceño y observarlo al agacharme. Él miraba al frente como si me ignorara.
—¿Puedes quitar eso?
—Es tuyo.
—¿Mío? ¿A qué te refieres con que es mío?
Tomé la caja blanca antes de sentarme y cerrar la puerta del auto. No había ningún sello ni logo, no había nada alrededor más que la envoltura. Maxwell, por su lado, encendía el auto para al instante conducir y salir del parqueo hasta la calle.
—¿Qué es esto?
—Si no lo abres, no lo sabrás —comentó conduciendo.
—Sabes que si es una bomba morirás conmigo, ¿no?
—¿Qué te hace pensar que soy suicida?
—No lo abriré hasta que me digas que es.
—¿Por qué siempre tienes desconfiar? —Giró en una de las curvas para continuar la ruta.
—Porque se trata de ti. Solo eso me basta para desconfiar.
—Auch.
—¿Qué es?
—Es algo que te gustará mucho.
—¿No entiendes que si viene de ti no me gustará?
—Solo abre la maldita caja.
—¿Qué hay dentro?
—Si no lo abres, no lo sabrás.
—No lo abriré si no lo dices.
—¡Agh! —gritó frustrado, sin apartar la mirada de la calle—. ¡Es un maldito celular Kylee! ¡¿Contenta?!
¿Un celular? ¿Por qué él me regalaría un celular? ¿Acaso se sintió culpable por romper el mío?
—¿Qué quieres a cambio?
Su risa me hizo entender que lo había descubierto.
—Nada más que me respondas cada vez que te escribo.
—Entonces no lo quiero. —Otra risa más salió de él ante mis palabras, aún mantenía la caja en manos.
—Es broma. —Me observó de reojo—. Solo quiero que me respondas una pregunta.
—No me pondré un vestido.
—No se trata de eso, Kylee, ya cállate. Solo quiero que me respondas, ¿qué buscaba Lohan en mi casa?
—¿Lohan estaba en tu casa? Creía que estaba detenido.
—No te hagas la estúpida conmigo.
—No sé de lo que hablas, es evidente.
—Algo tuviste que ver con esto lindura, Lohan no haría una tontería así sin un detonante. Él piensa con bastante claridad antes de todo. Me cuesta creer que él tomó ese tipo de decisiones.
—¿Y qué crees que hice? Nunca he ido a tu casa y no tengo por qué hacerlo. Si él robó o hizo algo, lo más seguro es que quería demostrar su inocencia, ¿no? No veo lo que pinto en tu ecuación.
—Kylee —susurró algo suave con su sonrisa más amplia.
—¿Sí, Max? —imité el gesto mirando hacia el frente con tranquilidad.
—Nunca te dije que Lohan robó algo. Solo dije que entró a mi casa.
Mierda.
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