Capítulo 41. Y entonces, ¿quién fue?
Kylee «Cooke» Sorní
Viernes once de julio, a casi una semana de encontrar a Mara.
Me encontraba justo en un lado de la pradera, cerca del lago. Luego de la muerte de Mara, Karter se había convertido en alguien más brusco de tratar. Persistía en la idea en que entre yo y mis pastillas teníamos que ver con eso, no importó cuantas veces le juré que esto no era cierto, solo me rechazaba y creía lo que quería.
Desde el día después que Mara apareció, tuve que buscar un escape de la realidad, aún más lejos que el salón de pinturas. Luego de conversarlo con el maestro de este club y él me facilitó la posibilidad de tomar unos que otros cuadros con algo de pintura para hacerlo cuando quería y donde sea. Entonces, esa semana, me pasé la mañana yendo al salón y tomando las cosas para salir con la mayor discreción posible.
Y ahí estaba yo, con un caballete a mitad de césped mientras pintaba aquel mural de tamaño estándar el paisaje frente a mí. Sabía que me encontraba en un lugar que podía ser visible, pero lo mágico de ese pequeño sitio libre era lo escondido que podría llegar a ser, además de no perderse en buscarlo en el bosque tras desviarse de la calle.
Tomé un pincel fino para comenzar a darle algo de textura a uno de los árboles.
—Hay una rama chueca.
La línea se salió del marco con radical fuerza ante la sorpresiva voz. Miré con rabia detrás de mí, conocía a la perfección ese maldito timbre de voz. Él estaba tomando una foto con una cámara profesional, apuntaba su lente a mí y un sonido salió de ella cuando oprimió el botón.
—Creía que voltearías más molesta.
—Vete de aquí y déjame en paz, no estoy de humor para tus estupideces.
—La niña parece ya no temerle al asesino, qué triste.
—¿Puedes irte y dejarme en paz Maxwell? ¿No te necesitan en tu casa?
Él apuntaba su cámara a una parte de la rama y tomó una fotografía para verla con moderada distancia, darle a unos cuantos botones y después mirarme.
—¿Qué tanto te molesta de mi presencia?
—Lo imbécil que puedes llegar a ser, por ejemplo.
Tomé un paño para intentar quitar el excedente de pintura rayado por el susto, y cuando creí que era suficiente continué con mis pinceles. Pero él tenía otros planes más allá de dejarme tranquila. Resulta que se colocó detrás de mí, muy cerca, y puso su mentó en mi hombro.
—¿Tienes que fruncir el ceño hasta para esto? En serio debes sonreír más.
Me mantuve callada.
—Me agrada ese tono —él acercó su mano a la que tenía el pincel y la tomó—, ¿lo hiciste tú?
—Todos los colores existen, no puedo crear uno.
—¿Qué color eres tú?
—¿El color de «me fastidias, vete de aquí»?
—Ese sería un color muy opaco, ¿no? —bromeó, pero yo no me reí—, ¿qué debo hacer para que sonrías para mí?
—Sencillo. —Pisé su pie con fuerza y él se apartó en queja, luego le pegué con el codo y lo alejé—. Solo vete y sonreiré por ti. —Miré sobre mi hombro y levanté mi comisura.
—Cooke, no le haces honor a tu tierno apodo —se quejó otra vez desde atrás, yo seguí pintando lo que veía al frente.
Estuve en silencio un largo rato y creí que se había ido, pero no, ahí se colocó a un lado de donde estaba, apuntó su cámara hacia mí y apretó varias veces el botón. El sonido del «clic» me estaba incomodando.
—¡¿Puedes dejar de tomar fotos por un maldito minuto?!
—No puedo, es imposible.
Rodeé los ojos antes de plantar mis ojos en él con cansancio.
—¿Por qué diablos es imposible no tomarme fotos Max?
—Porque eres jodidamente arte Kylee.
No quedamos callados.
—Te doy cinco segundos para que desaparezcas de aquí si no quieres bañarte en «El trazo».
—No gracias, yo me duché.
—Uno. —Seguí con mi pintura.
—Si quieres puedo ayudarte con algo.
—Dos.
—No seas tan pesada, Cooke.
—Tres. —Dejé a un lado los instrumentos de arte.
—¿Te he dicho que esa mancha amarilla te queda muy bien?
—Cuatro. —Me acerqué a él con rapidez y molestia.
—No, espera, la cámara es bastante costosa.
—Cin-
Justo cuando iba a empujar, él sostuvo mi mano y la levantó por encima de mi cabeza con fuerza. Esa maldita sonrisa que me daba asco apareció en su cara, iba a borrársela de un arañazo, pero él tuvo más reflejos de también sostener mi otra mano. Luego puso ambas frente a él sin dejar de tomarlas por la muñeca.
—¿No te bastó con incriminarme injustamente de la muerte de tu hermana? Déjame en paz, maldita sea.
—¿Quién dijo que te incriminé? Sabes bien que fue tu hermano el que dijo sobre los medicamentos.
—¿Y tú decides creerle a él?
—A fin y al cabo, son mellizos, uno debe conocer al otro a la perfección.
Me solté de un tirón y lo miré de mala manera. Él seguía con su apariencia arrogante, sosteniéndome la mirada.
—Si no te vas, yo me iré entonces.
—Espera. —Me dio la vuelta cuando intenté volver al caballete de pintura, tomándome otra vez de la muñeca—. Sé perfectamente que tienes que ver con eso Kylee, no me puedes mentir.
—¿Tú también? —refufuñé de mala gana—. A ver, ¿por qué mataría a tu hermana?
—La odiabas, ¿no? Se te notaba en la mirada.
—¡Por Dios! —Giré los ojos por segunda vez—. ¿Ser egocéntricos es parte de la perfección para los Sayler? El mundo no gira alrededor de ustedes.
—¿Y de ti sí?
—Nunca dije eso. Déjame en paz, no te he hecho nada.
—Me pisaste.
—Porque te lo buscaste. —Le apunté con el dedo y él lo miró por un segundo para soltar una risa nasal, levantó su mirada a la mía.
—¿Sabes que señalar es de mala educación?
—¿Sabes que me importa un maldito silbato tu opinión?
De repente me sostuvo del cuello y afianzó su agarre sin lastimarme, todo para que sostuviera la mirada en la de él.
—¿Qué? ¿Me matarás por decirte la verdad?
Esta vez, él quedó en silencio, sus ojos estaban clavados en los míos. Sentí su pulgar pasar por la línea de la mandíbula con lentitud.
—Me haces romper todas las malditas reglas Kylee —respiró con pesadez—. Pero tú. A ti parece no importante mi presencia.
—Es porque en realidad no me importa.
—Te veo a los ojos y siento que tienes la habilidad de quitarme todo con solo quererlo, el poder de hacer lo que quieras con solo desearlo, y eso... es algo que me intriga.
—Lo que estás viendo es tu reflejo, Sayler.
Tomé su mano y otra vez me zafé de su agarre sin ninguna delicadeza, sin importar lo que me hiciera. Me alejé de él tras sostener por un instante su vista y me volteé para recoger todo lo más rápido posible.
A pesar de eso, me tomó por sorpresa el hecho de que sentí su mano en mi brazo y me giró de nueva cuenta para tenerme frente a él.
—¿Cuál es tu debilidad?
Me quedé en silencio, solo observándole con las pinturas en las manos. Pero de repente...
Me besó.
Solté todo cuando me retuvo con sus manos en mi cintura y afirmó el agarre para que no me alejara. Pero el problema no fue ese, el problema fue cuando me alejé y lo vi.
—Entonces, ¿esta es?
Le volví a besar. Ahora entendí por qué Karter se había obsesionado de tal manera con Mara. ¡Maldita sea! ¡Qué rico besaba! Me dejé llevar de su ritmo, de su aroma, de sus sensaciones, de su manera brusca, de sus intenciones, de todo.
Y tras todo un abismo de emociones, me detuve. Sentí de golpe el peso del mundo caerme al estar...
Me alejé.
Su atenta mirada al apartarme con rudeza fue una de sorpresa. Una sonrisa en sus labios para luego pasar su pulgar por los restos de saliva en su labio fue un detonante en mí. Levanté la mano con intenciones de pegarle, pero me detuve. Lancé una queja sonora y bajé con rabia.
Maldito seas Maxwell. Tú y toda tu arrogancia.
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