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Capítulo 38. La culpa. Parte 01


Primer sábado de julio. Primer sábado en el que no se haría una fiesta de Efren como se tenía acostumbrado.

La desaparición de Mara lo único que había causado era apagar todo el brillo de la ciudad y sumergirla en un agridulce deseo de respuestas por el paradero de la rubia de ojos color cielo. Se pegaron afiches en toda la zona, se tocaron todas las puertas de la ciudad y se rebuscó en cada esquina tocada por la luz del día, pero solo obtenían nada.

La policía seguía persistente en la búsqueda junto con Maxwell, pero los padres de este no volvieron a aparecer en ninguna parte. Todos entendieron esto como un recogimiento debido al duelo de la desaparición de la más pequeña de los Sayler. Ya se cumplían tres semanas exactas desde el anuncio de búsqueda, era increíble como pasaba el tiempo, a pesar de parecer detenido por el humor de la gente.

Muchos de los estudiantes de Efren siguieron su rumbo como si nada, mientras que otros parecían muy afectados, no existía día en el que los maestros recalcaran el hecho de que, si encontrábamos algo que ayudara a la investigación del paradero de Mara, lo informáramos al instante.

Era temprano de la mañana cuando desperté, el sol aún parecía no asomarse por el horizonte que se veía por mi ventana, era extraño, nunca me había estado consciente a una hora tan temprana como esa, al menos que existiera un motivo evidente. Me levanté de la cama para desperezarme, vi hacia el lugar de mi hermano y noté que seguía aún durmiendo ahí. Eso me verificaba que aún era bastante temprano y que, según las reglas, seguía siendo El Haro.

No supe por qué, pero sentí esa gran inspiración por abrir las ventanas como en las películas y sentir la brisa del alba que empezaba a asomarse. Así hice. Caminé por el lado de mi cama y la empujé un poco a un lado para tener el espacio de colocarme frente al vidrio de pie. Tomé un suave impulso para abrir y tomar una bocanada de aire puro a la vez que observaba los primeros rayos del sol.

Sí. Nada podía salir mal esa mañana.

Así es. Nada podía.

Sin embargo, en esa bocanada de aire pude obtener todo lo contrario a una respiración pura. Lo tomado me hizo tapar mis labios y nariz con la mano, ¿qué era ese olor tan nauseabundo? Eché un vistazo hacia abajo.

No debí hacerlo.

Un grito bastante fuerte salió de mí sin importar a quien despertara, no podía creer lo que veía. Seguía vociferando a pesar de cubrir mis labios con ambas manos y que mi hermano se removiera en la cama por el susto. No podía dejar de ver ese... ¿Cómo podía llamarlo?

Era algo... No. Mejor dicho, alguien. Estaba tirado en el medio del campus, justamente en el lugar donde aquella noche Maxwell había matado del martillazo al joven. No podía ser.

Mi hermano se colocó a mi lado luego de un rato, y pude sentir su sorpresa a pesar de que no lo había visto, pude sentir su pánico y ganas de gritar al igual que yo. No sabía cómo reaccionar, quería vomitar, pero me contenía en las arcadas.

Tenía la ropa en gran parte intacta en un color tenue, como si no se pudo descomponer junto con la piel y el cabello. Podía notar los huecos de carne en algunas zonas de su cuerpo, como si de una hoja quemada desgastándose se tratara su membrana. Sus manos tendidas a los lados mientras la cabeza giraba en la dirección de nuestro edificio me daba la oportunidad de ver que las cuencas de sus ojos parecían no estar, a pesar de que los palpados estaba algo abiertos, sumidos hacia dentro. Su calzado seguía ahí, pero solo atado por uno de los cordones.

Karter corrió hacia dentro de nuevo y escuché como empezó a llamar a alguien casi a los gritos por teléfono, la voz estaba bastante quebradiza y sus pasos indicaban que se movía de un lado a otro con los nervios de punta.

Bajé mis manos de mi cara cuando sentí aquella vista irreal solo era un sueño, ¿cómo podía ser posible ver aquel cadáver tendido en el césped a mitad de una universidad mientras el sol comenzaba a tomar fuerza? Debía estar soñando, esa era mi única repuesta para aquello imposible. Era... Ese cadáver era...

—Es Mara. —Mi hermano suspiró detrás de mí, siendo seguido de un sollozo. Oírlo de esa manera me trajo a la realidad, me di la vuelta y noté su espalda zarandearse de arriba hacia abajo mientras las quejas del llanto le salían casi como suspiros de súplica.

De mi parte, no pude llorar, con el susto y la sorpresa fueron suficientes sentimientos para aturdirme. Me acerqué hasta él cuando cayó al piso de rodillas con la cabeza cabizbaja, pasé mi mano por su cabello mirando hacia otro lado, hacia un punto muerto que me alejara de las sensaciones que apuñalaban tanto mi pecho como mi estómago. Mi mellizo se dio la vuelta, aun hincado en el piso, y me abrazo por las caderas mientras apoyaba su cabeza en mi vientre. Sentí la calidez de sus lágrimas correr sobre la tela de mi pijama hasta secarse en algún punto.

Mis caricias no se detuvieron a pesar de los temblores e hipidos que salían de él. Era cierto, ese cuerpo lanzado en la amplitud de donde se suponía era un lugar de estudios. Esos restos de tonos grisáceos no parecían pertenecer a aquella chica tan llena de fuerza y sonrisa tan amplia que caminaba por los pasillos con toda una actitud impecable, no era la misma rubia de ojos azules que tanto usaba el tono rosa como el púrpura para destacar en el edificio de diseño. Nunca me imaginaría que, después de tres semanas de búsqueda intensiva por toda la ciudad de Efren, la historia de Mara terminaría de esta manera.

Sostuve la cabeza de Karter cuando el llanto se le hizo casi incontrolable, descendiendo poco a poco, ahora observando la ventana que daba vista a aquel crimen tan oscuro que de un momento a otro se convirtió en la posible pesadilla de aquella noche. Besé la sien de mi hermano y puse su cara en mi hombro mientras él me arropó en sus brazos.

No pasó ni una hora para que la gente se acumulara y la policía llegara para acordonar el lugar. Todo parecía ir lento al notar como existían estudiantes y vecinos que querían cruzar la zona acordonada para quitar aquella sábana con las intenciones de comprobar si era cierto los rumores de que la habían encontrado en ese estado tan deplorable a la joven rubia.

Bajamos tiempo después de alistarnos para quedarnos al pie cerca del recinto sin poder creer aunque todo eso fuera cierto. El viento movía mi cabello mal sostenido, aun admirando el gran flujo de personas que se asomaron tras la noticia.

Karter continuaba con unos que otros sorbos de su nariz a mi derecha, aun mirando hacia aquel lugar que antes habíamos visto desde arriba. Todos parecían estar igual que él, algunos se alejaban con sus paños en cara, mientras que demás murmuraban sin dejar de ver el área.

Hasta que de un repente vi una figura correr hacia el lugar de los hechos, seguido de otro detrás. Lohan fue la primera que se hacía paso entre las personas de manera apurada con los ojos bastante rojos. Estaba a punto de llegar al núcleo del círculo de personas cuando fue detenido en un fuerte agarre por quien le seguía, Maxwell.

—¡Suéltame, Max! ¡Maldita sea, déjame!

—No verás nada en esa condición, no hay nada que hacer.

A pesar de que la situación se veía bastante apurada en presencia de todos, el único que se veía afectado era Lohan, Maxwell no parecía tener más que las ojeras de siempre desde que se había declarado desaparecida su hermana. El mayor de los dos lo abrazó desde atrás para atrapar sus brazos y levantarlo un poco del piso, pero este se removía de manera casi errática.

Me pareció curioso ese escenario, no pude evitar el mirar mientras mis pensamientos volaba. Ese era el mismo lugar en el que Max, la primera noche, había matado a aquel chico de presumible inocencia durante el Haro en los primeros días que llegué. Decían que un asesino no volvía a cometer el delito en el mismo lugar dos veces, pero entonces... ¿Por qué no dejaba de presentir el hecho de que podía ser él?

Si lo hizo una vez, si lo hizo varias veces cuando me rescató del Haro, ¿qué quitaba el hecho que de nuevo fuera él?

«Dios mío, pobrecita. Sabrá Dios cuanto sufrió».

«Estaría destrozada si fuera los Sayler».

«¿Quién sería el monstruo causante de esto?».

«Tenía tanto futuro, era tan perfecta, ¿qué psicópata podría hacer eso sin razón aparente?»

«El pobre Lohan está sufriendo, me duele tanto verle así».

Los murmullos volvieron a alzarse en un caos moderado, la policía que protegía el lugar acordonado de los curiosos y, en un leve espacio de las personas, pude ver de nuevo aquella putrefacta mano. Ahora que estaba más cerca que la última vez, noté que la tenía apretada en un puño, como si en su acto de muerte nunca pudo soltar los músculos de esta.

Me despabilé de mis pensamientos cuando percibí que la policía le dio pase al hermano de la fallecida y a Lohan. Caminaron despacio bajando su cabeza por la línea amarilla que sostenía uno de los uniformados, luego de eso no pude ver más nada por el insistente cúmulo de personas.

De reojo me detuve un segundo para mirar a mi hermano, y este parecía estar más tranquilo, una calma nada característica de él. Era como si la imagen se reprodujera en sus ojos de manera repetitiva y lo tuviera en un trance lejano de donde estábamos.

Amaya llegó justo en el momento que la policía empezaba a empujar a las personas un poco más fuera del perímetro, ella se colocó al lado de Karter con lágrimas en sus ojos.

—Esto es terrible. No sé cómo las cosas llegaron tan lejos.

—Yo tampoco Amaya —susurré colocando la mano en la espalda de mi hermano para acariciarla—. Todos estábamos bien día tras día, solo viviendo nuestras vidas. Y de repente, todo se detuvo.

—No sé quién pudo tener el corazón de hacerle esto a alguien tan bueno y puro como lo era Mara. Ella era la única persona que nos dio abertura a todos los extranjeros en esta universidad. —Amaya parecía sentir una impotencia bastante marcada, su ceño fruncido y su mano hecha puño me daban a entender esto.

Yo estaba tan concentrada pensando en las palabras de la morena de ojos azules, que no me reparé de que alguien se acercaba a mí a paso lento sin importarle que otros miraran. Un trueno se escuchó en el cielo avisando la posible lluvia repentina que se había formado en nuestras cabezas mientras presenciábamos la escena. Pero, mientras la mayoría de los ojos contemplaban el cielo nublado, yo solo podía ver a un alto chico castaño de ojos azules que se enrojecieron ante el llanto de impotencia y dolor por perder a alguien.

—Cooke... —Su voz se escuchó quebrada cuando estuvo a pocos metros de mí. Me partió el alma verlo así. Toda esa incesante búsqueda, toda esa preocupación constante, esa incertidumbre había acabado. Sin embargo, de qué manera.

No me importó cuando él se abalanzó sobre mí y me rodeó con sus brazos justo como lo había hecho Karter en un momento de la mañana. Debía jurar que el escucharlo, que el sentirle tan partido por saber que no tendría a la rubia de nuevo con él, a pesar de lo que sucedió aquella noche, me hizo cristalizar los ojos, aunque retuve las ganas de llorar.

—La perdí Cooke. La perdí y es mi culpa.

Lo abracé de igual manera y acaricié su espalda, aunque sabía que ni esto funcionaría para calmarle.

—No lo es.

—Lo es —insistió luego en que otro trueno se escuchara en los cielos—. Lo es, y lo sabes.

—No es tu culpa que ella desapareciera. —No pude detener una lágrima que se escapó de mí e hizo que mi labio temblara ante el nudo en mi garganta—. Tampoco esto es tu culpa.

—Es mi culpa, Cooke. —Pareció respirar profundo ytosió un poco para aclarar su garganta, luego de eso solo susurró—. Es mi culpahaberla dejado en esa casa aquella noche.


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