Capítulo 36. Hasta que se demuestre lo contrario
Maxwell Sayler
Veinticuatro de junio, oficina estatal de Efren, Efren, Wisconsin, EUA.
Siete con treinta y nueve minutos de la tarde.
Lo más chistoso de todo esto era que yo era el que estaba del otro lado en la mesa. Pero, luego de que Cooke abriera su maldita boca para hablar del Haro, el investigador no pasó esto por alto y se me vio implicado en menos de dos segundos de corrupción, falso testimonio, inmoralidad y una de las tantas sospechas de la desaparición de mi hermana Mara. Cuando viera a esa pequeña española, haría todas sus pesadillas realidad.
El investigador se sentó frente a mí como solía hacerlo yo cuando interrogaba a un bandido hace... ¡Uff! Tenía más de dos años que no lo hacía. Sonreí al recordar la primera semana sin ningún acto delictivo, todo gracias a lo que me tenía allí sentado frente a ese oficial de otro estado.
—Bien, Maxwell, ¿puedes hablarme de este tal «Haro»?
—El Haro no es un «eso». —Hice las comillas con mis dedos—. El Haro es tiempo.
—¿Tiempo?
—Luego de las diez de la noche, el Haro se manifiesta en un toque de queda en toda la ciudad. A partir de esa hora, la policía no se hace responsable de los actos delincuenciales que se cometan hasta que salga el sol.
—¿Qué me estás diciendo?
—Déjeme terminar —le callé con la mano y así hizo—, cuando llegamos a la ciudad, notamos que estaba sumergida en todo tipo de atrocidades, la ciudad se encontraba estaba en el fango. Mi padre encontró a un alcalde corrupto que tenía un toque de queda completamente a sus pies solo por puro antojo, nosotros vimos una gran oportunidad en esto. La idea fue realmente mía, pero el ejecutor fue mi padre. Hicimos un trato con la mayor parte de delincuentes desatados hasta ese momento, no harían ningún acto delictivo y la ciudad sería de ellos dentro de ciertos rangos a partir de las diez, algunas siete horas y tantos minutos para hacer lo que quisieran.
El hombre estaba boquiabierto. Luego de unos segundos de análisis, él volvió a hablar.
—¿Me dices que llegaron a un trato con los delincuentes y estos aceptaron? —Yo sonreí y asentí a su considerable afirmación, parecía no creerlo.
—¿Cuáles son los delitos permitidos a esas horas?
—Todos a excepción de allanamiento a casas.
—¿Y qué les confirma que los delincuentes cumplirán con este cometido?
Me alcé de hombros algo divertido y él alzó una ceja mientras afinaba su mirada.
—¿Me estás diciendo que dejas morir inocentes luego de las diez y eso no te importa?
—Nuestra ley de «El Haro» está afianzada por el senado de Estados Unidos, aprobada exactamente hace más veintidós años, siendo anulada por una temporada y luego retomada, si es lo que le preocupa. No considero que estemos haciendo nada malo.
El investigador Paul Will apretó la mandíbula y yo mostré mis dientes en la perfecta sonrisa que estaba acostumbrado a usar en estas situaciones. Bueno, en situaciones similares, en las demás ciudades nunca me había enfrentado a un experimentado hombre como lo era Paul, sabía que había una posibilidad de que me metiera a presión con todas las leyes que conocía. Pero eso no me preocupaba en lo absoluto, no era como si no lo estuve antes.
—Usted, ¿ha participado de este supuesto Haro?
Yo ladeé mi cabeza ladeando más una comisura que otra, como si intentara entender su pregunta, aunque sabía a la perfección a lo que quería llegar.
—¿Usted qué cree?
Esa molestia en sus ojos, esa irritación evidente emanar de él, la furia con la que apretaba su puño, aunque intentaba ocultarlo. Estaba buscando la manera de envolverme en su juego. Me daba algo de pena el ver como buscaba la forma de hundirme.
—¿Sabe que es lo divertido de esto?
—Dígame Sayler.
—Que mientras usted está haciendo este tipo de preguntas, mi hermana puede estar alejándose cada vez más. A cada segundo hay menos posibilidades de encontrarla.
—¿Y quién me dice a mí que usted no es el más propicio para hacer este tipo de cosas?
Reí por unos segundos hasta suspiré.
—¿Yo? ¿Secuestrador? Por favor, supongo que me confundió. ¿Cómo podría ser el jefe de la policía eso?
—De la misma manera que existe un horario suicida, ¿Qué crees?
Nos miramos de manera bastante fija.
—Creo que nos volveremos a ver Sayler.
—Supongo que antes de lo que usted piensa, Will.
Me levanté sin despedirme del hombre que se quedó allí mirándome salir. Seguía siendo chistoso para mí, porque a pesar de lo dicho... él no podía hacerme nada mientras no se demostrará mi culpabilidad.
Me gustaría decir que el señor Will estuvo muy feliz esa noche, pero era obvio que no sería el caso. Los humanos son seres demasiado curiosos y, salir a la calle a las once de la noche con su arma de reglamento para confirmar lo que le había dicho, fue algo estúpido de su parte.
Esa sorpresa en su rostro al no solamente verme a mí con mi gran sonrisa apuntándole con la escopeta de mamá. Si no también, a mi padre detrás de mí con su revolver favorito, mostrándole que... Con los Sayler no se juega.
O juegas para ellos o mueres para ellos.
Tú decides.
Veintiséis de junio, oficina estatal de Efren, Efren, Wisconsin, EUA.
Ocho con veintiséis minutos de la mañana.
Me encontraba leyendo unos documentos en mi oficina mientras escuchaba la radio de la ciudad, el ambiente era tranquilo. Ese día era miércoles, me tocaba clases, pero no iría. Debía buscar a Mara donde sea que estuviera, ya casi eran doce semanas de su desaparición y no había ningún rastro de ella. Fue como si la tierra se la tragara y la escupiera en otro lugar.
La puerta fue abierta y llamó mi atención, era la recepcionista del lugar. Tras saludar amablemente dio la información de que había varias personas paradas al frente de la oficina policial, listos para ayudar en la búsqueda intensiva de Mara en la zona oeste de Efren. Comenzaba a pensar que si eran más personas podría aprovechar para desplegarlo a un rango más amplio.
Dejé de leer y le agradecí a la joven que solo asintió para retirarse tras cerrar la puerta. Yo alisté mi uniforme respirando profundo, desde la desaparición de la rubia de ojos azules había dormido muy poco pensando en situaciones en las que podría estar ella y no me dejaba de visitar la idea de que ella podía estar... No. Ella estaba bien. Debía estar en alguna parte, solo había que tener más fuerza y mover todo lo movible de ser posible.
Salí de la plaza policial para ver un buen grupo de personas, vecinos de Efren que se querían sumar a la búsqueda de la joven de resplandeciente sonrisa que tanto había conquistado a sus cercanos. Entre la multitud también pude ver a Cooke, Karter, Lohan y Amaya, por otro lado, estaba Conley junto a un guardaespaldas; los cinco me daban mala espina, no me sentía cómodo sabiendo que ellos estaban libres, si de alguna manera presentía que tenían que ver con el caso, pero no sabía cómo o por qué de aquella corazonada.
No importaba. Si eran ellos los atraparía, tarde o temprano, caerían en mis manos. Porque todos estaban moviéndose bajo los hilos de los Sayler, y si tenían que volar cabezas o quemar sobre las cenizas, lo haríamos.
Porque entre jugar y morir, la decisión no era delpeón, sino de la perfección.
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