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Capítulo 33. Hermandad en fosa común


Entré furiosa abriendo la puerta y cerrándola detrás de mí, sin importarme que mi hermano se pegará con esta al ir detrás de mí con el mismo enojo desde que habíamos salido de la comisaría.

—Es que no puede ser, no puede ser, ¡maldita sea! ¡No puede ser!

Estrellé mis pertenencias en mi cama para darme la vuelta con los dientes apretados y enfrentarme a mi mellizo con toda la irritación que mi cuerpo podía contener, él me miraba de la misma manera y cerró la puerta con fuerza sin dejar de observarme.

—Eres un maldito imbécil, ¿cómo mierda se te ocurre hablar de mis pastillas? ¿Ves por qué no debía decírtelo?

—¿Y qué quieres que haga? Sabrá Dios cuando tiempo a escondidas de mí, además, aquí el afectado soy yo.

—¿El afectado? No me hagas reír Karter, ¿qué te afecta? ¿Qué Mara desapareció antes de que se hicieran noviecitos? ¡Por favor! ¡Crece de una buena vez!

—Kylee, cállate la boca, tus gritos en la comisaría me tienen con migraña.

—Métete tu migraña por el... el ... ¡Agh! ¿Sabes todo el tiempo que tenía escondiendo para que tú...? ¡AGH!

La frustración me calentaba hasta la piel, me tenía con la sangre hirviendo.

—Ya cálmate de una buena vez, solo son unas estúpidas pastillas.

—Sí, son unas estúpidas pastillas. Unas estúpidas pastillas que me tendrán siendo sospechosa solo por tus malditos amoríos enfermizos. Vez corazones donde hay cuervos, ¿cómo diablos te lo entro en la cabeza? ¿Cómo señalas a tu hermana culpable solo por no contarte algo que se supone que es de ella?

—¡Por hipócrita! —gritó él, terminando de quitarse la camiseta y arrojándola a un lado—. ¿Dónde está esa mierda de no guardarse secretos? ¡¿Dónde?!

—Tú no lo entiendes, mamá dijo que nadie lo entendería si lo sabían y menos tú, y ahora es evidente que tiene razón.

—Esa no es excusa para esconderme... Kylee, por favor. —Pasó sus manos por su cara con frustración.

—¿Por favor qué? ¿Qué quieres? Ya sabes lo de las malditas pastillas, ¿qué más quieres?

Él intentó acercarse y me tomó de los brazos. Sin embargo, yo en un arrebato solo me aparté.

—¡No me toques! Si fuera por esa deshidratada de Mara me cortarías el cuello Karter, eres un maldito enfermo por esa... esa...

—Kylee.

—Ni siquiera te acerques pequeño pedazo de inútil. Me vendiste a la policía sin razón, solo por tu maldito egoísmo de querer saber lo mío.

—¿Perdón? —Él frunció el ceño volviendo a encender la llama de su molestia—. Solo quería ayudar.

—Sí, y para ayudar lo primero que se te ocurre es decir que tu hermana se medica. ¡El maldito héroe de Efren! —Sonreí forzadamente y apreté los dientes mientras aplaudían—. ¡Aplaudan! ¡Aplaudan! Es el maldito que tira a su familia a un lado por buscar a un polvo.

Una bofetada llegó a mi cara.

El ardor se hizo sentir al instante, me quedé estética por la impresión y solo pude mirarlo lentamente mientras me llevaba la mano a mi mejilla. Él también tenía la boca abierta, parecía igual de sorprendido por lo que hizo. Mis ojos se humedecieron poco a poco sin dejar de verlo, me alejé de él, pero él se acercaba.

No. No le daría el gusto. No lloraría ante él solo por un golpe que ardía como el infierno. Algo me había partido, algo en el interior de mi mejilla sabía a sangre y se regaba por mi boca. Al igual que la ira.

—Cooke, mierda... Yo no quise... Es que dijiste. No, olvida lo que dije, no debí pegarte.

Yo me mantuve mirándolo en silencio, mi respiración pesada me obligaba a que usara mi boca para no llorar.

—Debemos ponerte algo en la mejilla.

—Te dije que no me toques —espeté apartándome de él de nuevo cuando se intentó acercar—. Aléjate y no me toques Karter.

—Esto es un malentendido, reaccioné mal.

Negué con la cabeza sin dejar de atenderlo fijamente, sin pestañear, mis ojos se sentían arder.

—Aún no entiendes el peso de las palabras de nuestros padres, ¿verdad? ¿No entendiste lo que significó cuando nos dijeron que la familia era primero? ¿Acaso fue Mara que estuvo contigo cuando te rompieron la cara aquella vez en el callejón de Trujillo? ¿Mara te escuchó llorar cuando sacabas notas bajas? ¡¿Qué hizo Mara más que utilizarte?! ¡Dime Karter! ¡Dímelo!

Él me miró con los labios abiertos, sus ojos también se humedecieron, pero aun así no dijo nada. Cerró su boca y agachó la mirada suspirando.

—Sí. Eso pensé.

Pasé por su lado para dirigirme al baño y encerrarme en él, intentado que la puerta no sonara tan fuerte al cerrarla. No, no iba a llorar. Nunca había llorado, no lo iba a hacer ahora. No iba a dejar que el ardor en mi mejilla y mi pecho me vencieran, no iba a ceder a la debilidad.

Las palabras de mi madre en el aeropuerto llegaron a mi mente como un castigo.

«Y Cooke. No siempre tienes que ser fuerte, a veces tenemos que ser débiles para entender nuestra naturaleza y recordar que no somos perfectos».

No podía hacerlo mamá, no podía darme el lujo de solo llorar cuando allá afuera había todo un descontrol que corrompía a mi hermano por antojo propio. No mamá, no podía ser débil solo porque un hombre, mi mellizo, mi hermano y mejor amigo, me rompiera solo por no aceptar lo que estaba mal. Y no, no mamá, no iba a ceder al dolor que me empujaba en ahogarme en el llanto porque, al parecer, estaba sola. Acusada por algo que no hice, siendo protagonista de un delito del que no tuve que ver. Solo quería a mi hermano lejos de sus garras, ¿por qué era mala de la historia?

La habitación permanecía oscura y solo daba abertura a una leve línea de luz por la ranura inferior de la puerta. No sabía cuánto tiempo pasó, pero debían ser horas. Estaba sentada en el piso, con mis piernas recogidas al sostenerlas con mis brazos a la vez de que estaba apoyada en la entrada. La cabeza me dolía, pero era evidente que no era por mi condición, sino por la discusión junto con la mejilla bastante hinchada que palpitaba en mi rostro.

Unos toquidos me sacaron de mi somnolencia.

—Kylee. —Las palabras de Karter se escucharon a través de la madera y solo me hicieron encogerme más en mi lugar—. Lo siento.

Seguía sin responder, no me sentía preparada para enfrentarlo, no después de ese golpe tanto interno como en carne propia. Su suspiro se vivió hasta de mi lado de la puerta.

—Cooke, feliz cumpleaños.

Veinticinco de junio. Ya debía ser más de las doce de la noche. Por primera vez en toda nuestra vez pasaríamos el cumpleaños que compartíamos aparentemente molestos con el otro por un tercero. Me levanté del suelo y le di el frente a la barrera que nos dividía, podía imaginarlo ahí, apoyado con sus manos en espera de alguna respuesta de mi parte. Más, no se la di. Después de un largo rato, sus pasos me hicieron saber que se estaba alejando de donde estaba, dejándome sola por completo.

Apagó la luz y un remeneo me hizo entender que se fue a dormir. Algo en mi pecho dolió y solo me hizo apretar los labios al sentirlos a punto de temblar.

«Feliz cumpleaños, hermano»


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