Capítulo 28. Debajo del halo
El motor arrancó y me hizo tragar en seco. No era posible que intentase...
No.
De nuevo el motor rugió, el sonido solo dejándome inmóvil en mi lugar. Las llantas hicieron un chillido casi infernal cuando avanzaron a toda velocidad hacia mí.
Me iban a atropellar.
Todo estaba en cámara lenta cuando las luces se vieron bastante cerca. Sin embargo, el eco de un detonante salir de otro lado y el vehículo desviarse hacia otro lado me hicieron retomar la respiración detenida por el pánico a pesar de no entender lo que había sucedido hace pocos segundos. El auto se subió en la acera e impactó contra un árbol de frente.
Al ver hacia los lados pude distinguir a alguien parado con una escopeta en posición de atacar, esta humeaba por el aparente impacto y en un rápido movimiento dejó caer un material al piso que sonó como el metal. La persona giró su mirada a mí y me tensé. Giró sus pasos hacia mí al recargar y luego subió la escopeta otra vez para apuntarme, yo retrocedía cada vez más con la mirada fija en los orificios con dirección a mí.
Mi espalda chocó con el póster de luz que alumbraba todo a su alrededor. La persona siguió avanzando mientras se bañaba de la claridad.
Esa sonrisa.
—Maxwell.
Él bajó la escopeta cuando dije su nombre y yo me aliviané al saber que era él.
—¿Te asustaste?
—¿Tú que crees? —Rodeé los ojos con sarcasmo—. ¿Qué haces aquí?
—Vine a buscarte, tu hermano me llamó porque te escapaste de la casa por una discusión, ¿acaso no te acordaste del Haro?
—De hacerlo no habría salido de la casa.
—Veo que temes a un auto a punto de atropellarte, pero no a un asesino que tiene una escopeta en su mano.
Sonreí un poco y caminé lentamente hasta ponerme frente a él.
—¿Crees poder hacerme algo?
—¿Por qué no debería?
—¿Por qué querrías hacerlo?
—¿Quién eres y qué hiciste con la Cooke del lago aquella vez? —Su sonrisa se amplió y un brillo destacó en sus ojos en un instante.
—¿La ahogué? —Él empezó a reírse cuando bromeé.
—Mejor vámonos, no podemos estar mucho tiempo aquí.
Se escuchó como movió la escopeta desencadenando un sonido algo particular antes de avanzar para que lo siguiera, Maxwell miraba a los lados, pendiente a lo que pudiese suceder. Un sonido de una rama romperse salió del auto que se accidentó con anterioridad y él apuntó al instante hacia aquel lugar.
—No estamos tan lejos de la universidad, mantente atenta y no dejes que nada ni nadie se te acerque.
—Vale.
Él siguió caminando a paso rápido y yo fui detrás de él algo más rápido para poder alcanzarle. Otra vez la luna se cubrió por una nube y la oscuridad retomó su fuerza, pero esto no lo hizo detenerse, él continuaba firme en su camino sin una gota de miedo, como si estuviera acostumbrado a ello.
—Tú...—Susurré detrás de él—. Aquella noche en el campus, ¿lo mataste?
—¿Hablas de la vez en tu ventana? —Emití un sonido de afirmación—. ¿Tú qué crees?
—Eso no tiene sentido, ¿por qué matarías a una persona porque sí?
—Ese es el problema Kylee, calculas mucho —miró por sobre su hombro hacia atrás—, y en Efren nada tiene sentido.
—Significa que asesinas, ¿por gusto?
Se mantuvo en silencio.
—¿Qué es lo que específicamente se hace en el Haro? ¿Por qué la gente desaparece?
Otra vez no me respondió, yo lo tomé del brazo y él se detuvo.
—¿Puedes responderme?
—Rema. —Fruncí el ceño mientras su sonrisa volvía a su cara.
—¿Qué?
—Es la respuesta que me dabas cuando estábamos en el lago, ¿no?
—Eres insoportable cuando quieres, ¿verdad?
—Es lo mismo que me dijiste en el lago, al parecer no ahogaste por completo a esa Cooke.
Él levantó la cabeza de repente con el ángulo en otro lado, tomándome del brazo, me lanzó al piso de repente y levantar la escopeta, apuntando justamente hacia donde miraba. Un disparo salió, seguido de otro y otro más. Me cubrí los oídos, asustada, ¿acaso alguien le disparaba también?
Aunque lo intenté evitar, de nuevo los recuerdos volvían a mí al tener esos impactos de caños por encima de mi cuerpo, se reproducían imagen tras imagen y solo me hicieron tambalearme en el miedo. Mi respiración se agitó aún después de que la situación se calmó.
Alguien tomó mi brazo y yo grité al creer que era él, pero no podía ser, estaba muerto, estaba enterrado a más de dos metros de tierra y en otro país. Otra vez intentaron tomarme, pero yo me agitaba con horror. Cada vez que intentaba abrir los ojos retornaba a aquel lugar en el que todo sucedió, no podía ser cierto. Gritaba cuando era removida varias veces seguida, hasta que escuché otra voz.
—¡Kylee! —Reaccioné al instante y giré mi mirada a quién me llamaba, ¿quién era él? ¿Maxwell? ¿Dónde estaba?
Observémi alrededor notando que no estaba en mi habitación, ¿cómo había llegado ahí?¿Cuándo llegué ahí? Me sostuve del brazo de él cuando me intentó levantar y meescondí en su sombra, debía salir de donde sea que estuviera, debía tomarme lapastilla lo antes posible, no quería volver a tener que recordar eso, temía elque él volviera a lastimarme.
Eran las siete y treinta dos de la noche, había llegado algo tarde a la cita con Conley. En serio, las cosas que hacía por mi hermana no tenían límites. Mara había insistido durante varias semanas el que saliera con su amiga, la hija del alcalde de la ciudad y la más impertinente mujer que había conocido en toda mi vida. Al parecer Conley le rogó el salir conmigo a Mara y ella prometió el pedirme el favor de por lo menos una cita. Pero se suponía que era un favor, no una obligación.
La rubia salió de su casa luego de que tocara su puerta, usaba un vestido bastante similar a todos lo que había llevado antes, de aquel color pastel que tanto me desagradaba para el colmo. Ella mostró una gran sonrisa de emoción y yo sonreí como si viera la mejor cosa del mundo, en momentos como este agradecía que nuestros padres nos enseñaran... No, mejor dicho: nos forzarán, a aprender a siempre estar sonrientes. Porque en ese momento lo único que quería era romper la cara de la chica e irme de ahí para ver alguna película. Era injusto, era el único día libre en la semana que tenía y debía desperdiciarlo en salir con Conley solo porque la niña soñó con que teníamos una familia, se ilusionó sola y ahora yo debía pagar los platos rotos.
—Hola Conley, te ves muy bonita. —«Maldita sea Conley, ese color se te ve del asco», es lo que en verdad consideraba. Pero no podía decírselo. La rubia pareció casi flotar de la emoción.
—¿Te parece? Eres muy dulce Max. —Su voz chillona me hizo querer arrancarme la cabeza. Quisiera que fuera el Haro y alguien me disparara en la cabeza.
—¿Nos vamos? —Mi sonrisa intacta mientras le ofrecía mi brazo le hizo enternecerse, ella lo tomó con todo el amor del mundo y juro que sentí como su toque me quemaba. Era que la totalidad de mí la rechazaba.
Nos montamos en mi auto y le di el maldito paseo que quería la nena, la llevé a los lugares que ella ambicionaba y gasté en todo lo que exigió comprar, solo para que se callara la boca. A cada minuto me repetía en mi cabeza: «Lo haces por Mara, lo haces por Mara, maldita sea, lo haces por Mara». Seguimos con un paseo por toda la ciudad a pie, al parecer quería que todos vieran que andaba de salida con un miembro de la familia más importante y que ella podía tener todo lo que quisiera. Conley se airaba cuando alguien nos saludaba con bastante respeto, como la mejor pareja del pueblo.
Llegué a la casa casi siendo las nueve de las noches, luego de dejar a la reina malcriada de nuevo en su casa. Juraba que tenía arcadas de vómito al montarme al auto de todas las veces que me lo aguanté durante el paseo.
Entré a mi habitación y me encerré para tomar el control de las bocinas, encendí el radio conjunto a estas, subiendo la canción sugerida al máximo. Era una de las tantas ventajas de ser una de las familias más queridas del lugar, nadie se quejaba porque hasta lo malo lo veían como perfecto. Teníamos en la palma de la mano a Efren desde que habíamos llegado hace casi tres años y lo único que hacían era de resaltar lo perfectos que éramos en todo. Mi padre consiguió el empleo de director de la universidad e hizo de ella un lugar modelo del que todos envidiaban, mi hermana era alguien que tenía a las masas a sus pies y yo manejaba la seguridad a mi antojo al ser policía jefe. Nadie cuestionaba un mandato mío, ¿por qué? Porque era perfecto. Todo lo que era concerniente a la familia Sayler era ley para Efren. Éramos reyes del mundo, nuestro mundo.
Recordé de manera divertida un recuerdo que llegó a mi mente mientras descansaba en mi cama con la canción de Maneskin: I wanna be your slave. Una estrofa me recordó aquella vez que vi a Kylee en la ventana mientras terminaba de asesinar a aquel insoportable estudiante de ingeniería. Justo cuando lamí el martillo con la sangre ajena, su cara se transformó en la perturbación que me encantaba ver en mis víctimas al ser acorraladas por la persona que menos creía que le haría daño.
Su querido policía favorito.
Because... I'm the devil ¿Who's searching for redemption?
And I'm a lawyer ¿Who's searching for redemption?
And I'm a killer ¿Who's searching for redemption?
I'm a motherfucking monster ¿Who's searching for redemption?
La tarareé con diversión al levantarme con intención de darme una ducha, quizás me dormiría temprano esa noche si no encontraba nada en que entretenerme. Me quité la camiseta por encima de la cabeza y la dejé en mi hombro, busqué todo lo que utilizaría en mi baño, pero fui detenido cuando noté que mi celular vibraba dentro de mi pantalón, la música ni dejaba que se escuchara.
Lo saqué para notar que era el número de Karter, hice una mueca de disgusto pensando si tomarla o no. Este imbécil creía que por cogerse a mi hermana podía llamarme cuando quisiera, si supiera que él no era el único de todos esos patéticos que se sentían especiales, solo porque Mara le mostraba los pechos dos o tres veces.
Tomé el control y bajé el radio, entonces descolgué cuando noté la insistencia de la llamada.
—¿Sí?
—Maxwell, necesito tu ayuda, es urgente.
Me encontré extraño la desesperación en su voz, alcé una ceja.
—¿Qué sucede?
—Es Cooke, ella se salió de la casa corriendo por una pelea que tuvimos y dejó el celular.
—¿Con el Haro?
—Con el Haro —confirmó él y tensé la mandíbula.
Maldita sea, me iban a arruinar los planes ese par de imbéciles.
—Tranquilo, yo me encargo —dije sin más para colgar antes de que él hablara más.
Me duché tranquilamente y luego de sentirme listo bajé las escaleras para tomar las llaves de mi auto de la mesa, mi madre se encontraba picando algo en la cocina y al sentir el movimiento del llavero detuvo el corte.
—¿Vas a ayudar a tu padre?
Me mantuve en silencio.
—¿Maxwell?
—Sí, mamá.
—Entonces lleva la escopeta, la acabo de limpiar. La recarga está debajo de la mesa. —Volvió a lo que estaba solo oyéndose como el cuchillo rebanaba los pedazos de lo que sea que cortaba—. Y ve a pie, no quiero que las vecinas me pregunten otra vez el por qué está roto el vidrio en tu auto.
—Ok.
Alparecer alguien hizo enojar a mamá. Por suerte no era yo. Pobre del idiotaculpable que lo hizo y paz a su alma, porque lo va a necesitar. Retorné a subirpor las escaleras hasta llegar al ático y allí busqué la escopeta junto con lareposición como había dicho mi madre. Ya listo salí a buscar a esa inútilinfantil que había arruinado mi noche libre.
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