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Capítulo 22. Salpicaduras de Cooke


Los días volvieron a pasar y mayo comenzaba a alejarse del calendario. Se adentraba la idea de un cansancio generalizado y constante de las tareas diarias, cada vez tenía más asignaciones con las materias y en poco tiempo estos los fines de semana solo se volvieron trampolín para completar lo necesario. Las salidas amistosas se redujeron más para mí, pero Karter continuaba normalmente como si no le afectara demasiado.

Era jueves en la mañana, en los últimos días de mayo, me encontraba en el salón de pintura recreando algo del paisaje que recordaba de España en el lienzo, algo muy urbano, con toques bastante oscuros. Concentrada en los detalles no me había percatado de que alguien había entrado al estar frente a la tela y esta cubrirme la vista hacia la entrada. No supe si esa persona se acercó por curiosidad o porque necesitaba algo, pero al verla de repente a un lado me hizo sorprenderme y que se me cayera las cosas de la mano.

—Lohan —la impresión en mi voz no salía en su totalidad al notarlo ahí parado con la misma cara que yo tenía—. ¿Qué haces aquí?

—Vine a buscar algo del profesor de artes —me veía con la misma curiosidad y frunció el ceño—, solo me pidió el favor. Creía que estabas en el club de matemáticas.

Mi corazón palpitó con fuerza por su comentario.

—Sí. Yo lo estoy, solo...—«Vamos Cooke, piensa algo rápido. Está notando que buscas una excusa» —, solo estoy ayudando a una amiga a limpiar su lienzo. Ya sabes.

Fingí una sonrisa mientras me moría por dentro al escucharme decir la peor excusa jamás inventada. Él alzó la ceja inquiriendo en que si consideraba que se iba a creer eso. Dio un paso adelante para girarse un poco y mirar la pintura, se quedó detenido contemplando lo que había en lo que antes era un espacio en blanco. Lo observé atentamente por unos segundos mientras él no decía nada. El suelo se veía más interesante que esa situación y noté todo lo que se me había caído, desde el pincel hasta la pintura que debía retirar en un instante antes de que se pegara al suelo e hiciera un verdadero problema.

—Debo limpiar esto.

Me alejé quitándome el delantal para colocarlo en su lugar, busqué unos paños con productos de limpieza y algo de agua que recolecté de los lavamanos del salón. Él se apartó para darme el espacio necesario. Yo me agaché y comencé a recoger los instrumentos, algunos los eché en agua y otros solo los aparté para poder ordenar ese desastre.

—Tu amiga pinta bastante bien, creo.

Me detuve.

¿Qué dijo?

Tras un momento de confusión, solo volví a tallar el piso con el paño húmedo para disolver los colores.

—Sí, eso creo —contesté en tono bajo, con la cabeza agachada, en concentración con lo que hacía.

—¿Por qué no dices que fuiste tú?

—No fui yo, fue una amiga.

—¿Entonces por qué esa amiga no deja de mentirse y dice que fue ella?

Me quedé en silencio tirando al paño a un cubo vacío para humedecer el otro y seguir con lo que estaba.

—No lo entenderías.

—Si me dices pueda que lo-

—¡No! ¡No lo entiendes! —Alcé la mirada de golpe para interrumpirle. En algo me había molestado su constante insistencia en la pintura—. Ni siquiera Karter sabe que estoy aquí, no quiero que nadie lo sepa. —Arrojé el paño en el piso para sentarme al otro lado de las pocas pinturas que estaban regadas. — Solo quiero estar tranquila haciendo esto.

—¿Quieres que me vaya?

Otra vez no contesté mirando a la nada. Lo más favorable sería que se fuera y me dejara sola para lidiar con mi problema, pero un mal presentimiento tenía de que si él lo sabía más personas se enterarían del tema. Seguro se lo contaría a Mara y Mara a otros, luego eso sería incontrolable de manejar. No quería eso.

Él se agachó hasta mi altura a mi lado y colocó sus brazos sobre sus rodillas.

—¿Te preocupa que alguien lo sepa? —Lohan susurró como si alguien más estuviera ahí y quería que solo yo escuchara, solo asentí lentamente—. Si es lo que te molesta, entonces no lo diré.

—¿Qué me confía a mí de que no lo dirás a nadie?

—Sabes lo de mis tatuajes, ¿crees que tendría razón para decirlo?

Fruncí el ceño.

—¿Tienes más de uno?

Él hizo una mueca de haber jodido la cosa y luego soltó una risa divertida para sí mismo.

—Creo que ahora con menos razón diré tu secreto.

Una risa salió de mí al notar su semblante entre preocupado y risueño de saber que había empeorado su condición al hablar de más, él me acompañó entre risas hasta que se dio un silencio cómodo que me dio el empujón para continuar con la limpieza.

—¿Quieres que te ayude?

—No es necesario, ya estoy terminando. —Otro paño fue lanzando con el anterior y volví con el proceso de humedecer la tela—. ¿Qué es lo que venías a buscar?

—Oh, cierto. —Se levantó de un resorte mirando a los lados y yo sonreí cuando noté que se había olvidado—. Quería que le llevara unos libros de arte y un cuadernillo.

—Él los coloca en el estante detrás de su escritorio, los cuadernillos están debajo —le expliqué terminando de dejar limpio el lugar. Suspiré satisfecha y me levanté para recoger todo.

—Gracias Yas.

—No tienes que decirme así, mejor dime Cooke. Lo que menos necesito son más apodos del que tengo.

—¿Cooke es tu apodo? —cuestionó Lohan abriendo el librero detrás del escritorio del maestro para tomar el libro.

—Así me dice mi familia y cercanos.

Tomé todo y lo dejé en su lugar, los pinceles en agua los llevé al lavamanos para terminar el proceso de limpieza y de paso también limpiarme yo de las salpicaduras viéndome al espejo. El castaño de ojos azules, al tener lo que quería, cerró todo y se acercó hasta quedar casi en el centro del salón.

—Bien. Gracias, Cooke.

Yo lo observé dándole una sonrisa de boca cerrada, algo corta para de nuevo a mirarme al espejo y echarme agua en la cara.

—Oye, espera, tienes pintura en el cabello —dijo de repente acercándose para quedar a unos metros de mí.

—¿En serio? ¿Dónde?

—Está... —Él miró desde la distancia como removí la cabeza y la ladeé varias veces sin notar nada—. No, no, espera.

Dejó los libros a un lado y se acercó más para tomar un mechón al lado derecho de mi cara y mostrármelo frente al espejo con una sonrisa.

—¡Ay, Dios! Qué vergüenza, nunca había llegado a estos extremos. —Tomé el mechón para acercarme al espejo y notar una mancha de pintura azul algo destacable, con algo de agua de la llave remojé el pelo haciendo lo posible por retirarla—. Gracias, si no te das de cuenta tendría que dar muchas explicaciones.

—No es nada. —Me observó a través del espejo con atención mientras terminaba de enjuagar. Solo asintió al ver que había terminado y así fue como se alejó para tomar los libros.

Llegó hasta la puerta y se despidió con la mano antes de desaparecer por el pasillo. De mi parte, terminé por arropar mi cuadro con otro paño bastante grande y esconderlo donde había dejado los otros.

«Quizás queme este cuadro. No me agradó bastante». Pensé al dejarlo en el armario trasero, delante de los otros también cubiertos por mí y que pasaban desapercibido.

Acomodé todo como lo había encontrado y salí con cuidado del salón de pinturas para volver a mi habitación. 

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