Capítulo 09. Primero de marzo
Observaba la escena que transcurría cuatro pisos debajo de mi habitación, impactada. No, debía estar soñando, era algo de mi imaginación, era imposible que el atacante sea el mismo joven que había conocido día atrás con aquel uniforme oficial. Acaso... No, no encontraba excusa, no me venía nada a la mente de lo que pudiera ser eso a mitad de la noche, además de lo que era ya obvio.
El individuo se agachó sobre la víctima y puso su mano encima, moviéndolo varias veces, al parecer para ver si reaccionaba. Tras no ver ninguna renuencia de quien estaba acostado, solo vi como lo tomó con fuerza y lo cargó sobre su hombro como si de un saco se tratara. Ahora que lo pensaba, ¿acaso no estábamos de toque de queda? ¿«El Haro»? ¿Qué hacían ellos dos fuera de sus hogares a esas horas de las noches e irrespetando las reglas como si nada?
Me asomé un poco más cuando caminó con dirección al espacio que había entre mi recinto y otro a la izquierda, me coloqué de rodillas cuando solo extender el cuello no bastaba y saqué un poco mi cabeza siguiéndole con la mirada sin dejar de sostenerme de la ventana.
Grave error.
Pareció que notó algo antes de sumergirse en la oscuridad que otorgaba la sombra entre los edificios y se giró aún con el cuerpo inerte en su hombro. Su cara se direccionó al instante a mi ventana y el corazón pareció detenerse en mi pecho, una angustia se instaló en mi estómago y me hizo temer a su mirada a pesar de no ser muy clara.
Como si se tratara de un muñeco, lanzó el cuerpo hacia unos arbustos sin mucho esfuerzo y volvió el rumbo hacia donde antes estaba. Llegó hasta una lámpara y sacó su celular del bolsillo para luego al instante llevarlo a su oreja, se tomó un tiempo conversando tranquilamente y usó su zurda para mover el martillo en mano como fuente de entretenimiento entre la llamada. Terminó de hablar y parecía pensar el irse, pero antes de cualquier otro movimiento, su mirada nuevamente llegó a mi ventana.
Sí, era el oficial, era Maxwell Sayler.
Su cara parecía imperturbable a pesar de que la lámpara le daba prácticamente de lleno en su rostro. Pasó algo de tiempo antes de que cambiara un poco su gesto y dejara notar una sonrisa ladina en sus labios que se fue transformando en una donde sus dientes se dejaban ver hasta la más lejana distancia. Era una sonrisa casi idéntica a la de su hermana, Mara. ¿Qué era lo que tenía en mente para que luego de martillar a una persona como si nada me diera ese tipo de sonrisa tan torcida?
Entonces, algo más que él llamó mi atención, miré hacia los arbustos en donde estaba él antes, en donde se suponía que estaba el cuerpo que lanzó hace poco, y estos parecían hacer un leve movimiento. Cuando le presté atención de nuevo, Maxwell se encontraba mirando al mismo lugar y abalanzó su herramienta de adelante hacia atrás, dando unos pasos a las sombras hasta que estuvo bastante cerca. Ahí me di cuenta de que el sujeto salía de los matorrales, arrastrándose como si escapara por su vida. No, en realidad escapa de él.
Pero como si se tratara de un juego, Maxwell se acercó hasta que estuvo a su lado, y allí lo empujó con el pie, lo llevó justo hasta la oscuridad, en donde ya mi ángulo no me daba más para ver.
«Lo va a matar» Pensé. No había tiempo, no más del que ya había perdido al creer que la persona ya estaba muerta. Giré mi vista hacia dentro de la habitación, pero la tenue oscuridad no me ayudaba a distinguir gran parte de lo que había. Debía hacer algo, debía moverme, debía... debía llamar a la policía.
Y me iba a levantar de la cama. Hasta que escuché un grito más desgarrador que todos los que había oído antes para solo concluir en un golpe seco que hizo la voz callar. Permanecí estática mirando hacia la habitación, no podía ser cierto que había sucedido... no. Era imposible.
Quería voltearme, pero a la vez mi mente me detenía, todo por la misma razón: Verificar que lo había matado.
Lentamente, me giré hacia la ventana, con una cautela que no parecía propia de mí. Los latidos de mi corazón zumbaban en mis oídos y respiré profundo al cerrar los ojos, los abrí para mirar justo a la misma oscuridad por la que había desaparecido, encontrándome con el hecho de que ya él había salido de allí y parecía alejarse cada vez más de la escena a un paso lento. En su andar, lanzaba un poco el martillo al aire y luego lo atrapaba por el mango para balancearlo, así fue por varias ocasiones. Pasó de largo por la lámpara y pude volver a respirar con tranquilidad al pensar que no se voltearía.
No creía que soportaría verle darse la vuelta y saber que ese rostro imperturbable de esa noche era la misma que nos había ayudado a llegar a la universidad días antes, y al mismo tiempo, la que había matado a alguien sin remordimiento alguno.
Pero me equivoqué.
Su cuerpo se giró de manera repentina y quedó fuera del halo de luz blanca, que era lo único que iluminaba el espacio libre, justo donde había sucedido todo.
Mi piel se erizó y la garganta se hizo un nudo para no dejar pasar la saliva. Su cara estaba empapada de algo espeso y oscuro que, a pesar de la oscuridad, pude interpretar después de todo lo presenciado.
Sangre.
Su rostro aun relajado pasó a ser una sonrisa aún más torcida que la anterior, una que me hizo dudar de su cordura. Lanzó el martillo al aire con algo de fuerza para darle una vuelta y atraparlo en el mango. A pesar de estar tan lejos, a pesar de que no podía ver uno que otros detalles de él desde mi ventana, pude sentirlo. Su mirada. Algo me atemorizaba y me hacía querer alejarme, dormirme y forzarme a creer que todo era una pesadilla.
Él levantó lentamente el mazo hasta que el metal, manchado del mismo líquido oscuro, quedara frente a su boca. Y lo último que hizo me perturbó.
Lamió gran parte del objeto como si se tratara del más dulce caramelo jamás probado, lo saboreó sin dejar de mirarme para terminar bajándolo hasta que quedó colgado en su diestra. Su mano izquierda llegó a sus labios lazando un beso al aire y luego se inclinó como si hubiese terminado de una obra de teatro, como si hubiese dado el mejor espectáculo de todos y que yo era su única espectadora.
Se alejó sin más solo dando su espalda hasta que se perdió por alguna parte de las sombras.
No supe en qué momento la mano llegó a mi boca y cuando mi pecho se revoloteaba en el asco de la náusea ante tan insano gesto hecho por el que se suponía era hijo del director de la universidad al que incursionaría al siguiente día. Me alejé de la ventana analizando todo lo que había visto, era una película de terror, lo que se proyectaba cada segundo de lo que recordaba, las arcadas se me estaban casi volviendo incontrolables y el pensamiento me martirizaba ante la vida de ese desconocido.
Respiré profundo tratando de calmarme. Me recosté en la cama con dirección hacia donde mi hermano estaba durmiendo profundamente, ignorante de todo lo de esa noche, al igual que todos los demás del recinto. ¿Fui yo la única que presencié esa masacre?
La pregunta me pesó, me pesó por el miedo. Un miedo que poco a poco se volvía patológico, de solo imaginarme que ese supuesto oficial, ese joven que me pareció tan simpático a primera vista a pesar del vacío que se escondía dentro de sus pupilas, podría subir a la habitación y hacerme lo mismo para callarme, para lastimarme, para desaparecerme como lo hizo con aquel otro.
Era la madrugada del primero de marzo, al siguiente día de ese empezaría mis clases. No había pegado ni un ojo, cada vez que lo intentaba su imagen llegaba a mí en amenaza de mi vida.
Ese primero de marzo, vi a Maxwell Sayler ... Asesinar.
...
Creo que todos quedamos igual de impactados con esta parte.
¿Te imaginaste que Maxwell sería capaz de algo así? Mediante yo lo escribía creía que no, y ahora veo que sí jajajajajajajaja XD
Bueno, vuelvo a invitarte que, si te gusta la historia, no olvides dejar tu estrella toda preciosa junto con tu comentario y una pequeña compartidita con tus amigxs, que no está de más ni mata a nadie.
¡Besitos suspensivos!
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