Capítulo 04. Ir a lo más alto
Las despedidas nunca fueron lo mío, y menos para Karter. Esa mañana fría del veintiocho de febrero en el aeropuerto de Madrid nos despedíamos de nuestros padres para ir hacia una promesa, para lograr parte de sus sueños que ahora eran también nuestros. Las lágrimas de nuestros progenitores y mi hermano se asomaban, a excepción de mí. Aguantaba las ganas de romperme en llanto delante de mis familiares y desconocidos que rondaban por nuestro alrededor. Pero Karter estaba hecho una Magdalena en los brazos de mamá.
El equipaje permanecía a nuestro lado mientras nos colocábamos cerca de la puerta de albergaje, faltaban unos minutos antes de que llamaran el vuelo con destino directo a New York y de ahí al central de Wisconsin. Serían nueve horas de viaje en total.
Hablaba con papá sobre lo que debíamos hacer desde que llegáramos, cosas como llamar y mantenernos en contacto a diario para así ellos sentirse más seguros de que estábamos bien. Era cierto que les era difícil despedirse de nosotros de manera casi brusca, alejarnos a más de catorce mil millas para estudiar y así tener un mejor futuro según nuestros sueños.
—Karter, que has empapado toda la ropa de mamá. Dejadla —me acerqué a la escena para tomarlo de la percha de su ropa y halarlo, pero él se aferraba más al agarre, haciendo reír un poco a mi madre.
—No quiero, no es tan fácil como creí que sería. —Hice una mueca al oír sus hipidos.
—Pero yo también quiero despedirme de ella, no seas egoísta.
Esto pareció hacerlo reflexionar un poco mejor y así se separó para dirigirse a hacer lo mismo con papá. Yo me acerqué a mi madre y nos dimos un fuerte abrazo que me hizo entender a Karter, ahora no quería irme de allí por más grande e idílico fuese el sueño que estábamos viviendo. Ella me separó con suavidad y se quedó a centímetros de mí, sonriendo de manera triste mientras veía a distintos puntos de mi cara con algo de nostalgia. Llevó su mano hasta mi mejilla para acariciarla y yo la tomé con fuerza para seguir con el contacto, devolviéndole la sonrisa.
—Cuida mucho a tu hermano, que no se meta en problemas.
—De acuerdo.
—Coman bien y no se gasten todo el dinero.
—Lo tendré pendiente.
—Llamen todos los días o por lo menos dejen un mensaje para saber que están bien.
—Ya lo sé mamá.
—Y Cooke —alejó un poco su mano para ponerla en mi hombro—, no siempre tienes que ser fuerte, a veces tenemos que ser débiles para entender nuestra naturaleza y recordar que no somos perfectos.
—Sí, pero si nos ponemos a llorar Karter y yo, es posible que no nos podremos ir mamá. — Eso le sacó una risa divertida que compartí.
—Cuídate muchísimo mi niña, quiero volverte a ver como toda una profesional.
—Así haré mamá.
—¿Tomaste tu medicación?
—Mamá —susurré con algo de reproche y ella giró sus ojos como suelo hacerlo yo.
—Solo pregunto, respóndeme para hacerme sentir más tranquila por lo menos.
—Sí, lo hice mamá.
—Te quiero Cooke. —Me volvió a abrazar con algo más de fuerza y yo le devolví el gesto con la misma intensidad.
—Yo también te quiero mamá.
Un corto sonido se hizo eco en todo el lugar, llamando la atención y de la mayoría que estaban ahí para tomar un vuelo.
«Estimados pasajeros del vuelo EUNCAR32C con destino a Nueva York, favor abordar el avión».
La voz femenina repitió la información mientras sentí la presión en mi respiración al notar la tensión que se hizo en los cuatro. Decidí romper el silencio.
—Ese es nuestro vuelo. —Los tres asintieron. Yo tomé mi equipaje y Karter el de él.
—Creo que ya es hora de despedirnos. —Continuó mi madre y mi padre resopló una risa.
—Como lo llevamos haciendo desde hace cuarenta minutos. —El comentario de mi padre nos hizo reír a todos a pesar de tener las lágrimas al borde de salir.
—Entonces será hasta una próxima —terminé por decir dándole un beso con un abrazo a mis padres y mi mellizo continuó con el mismo gesto.
—Los llamaremos desde que lleguemos a New York. — Karter se giró despidiéndose con la mano y yo le seguí —. Los queremos.
Pasamos nuestros tiques a la joven empleada delante de la puerta de abordaje y ella nos sonrió tomando lo que le pertenecía y devolviendo parte del boleto. Entramos al túnel arrastrando nuestras pertenencias en camino al avión, dejando atrás la voz quebrada de mi madre respondiendo a Karter.
—¡También los queremos chicos!
Mi corazón se estrujó por el dolor de sus palabras a pesar del cariño, Karter seguía secándose las lágrimas por el pasillo y solo me quedó el respirar profundo para seguir adelante con este nuevo destino.
El avión era muy amplio por dentro y se veía cómodo. Caminábamos por el centro para buscar nuestros asientos, Karter iba detrás de mí también observando los números. Tras unos minutos lo encontramos casi en la parte delantera de las filas, por suerte el mío tocaba justo al lado de la ventana y a mi hermano el del centro de la línea. Había pocas personas dentro, pero poco a poco se iba llenando.
Mi mellizo metió cada maleta en su lugar correspondiente sobre nuestra cabeza y volvió a acomodarse en su lugar. Colocó sus manos sobre su regazo y pude notar el leve temblor, sabía el miedo que tenía a pesar de la emoción, el separarnos de nuestros padres y, sobre todo, el reto que representaba ese lugar. Tendríamos que demostrar que éramos lo que habíamos prometido y eso sería más que un simple desafío. Tomé su mano de manera desprevenida y sus ojos castaños me observaron de golpe.
—Tranquilo, todo estará bien.
—Cooke, te mentiría si no dijera que estoy aterrado.
—Entiendo ese sentimiento.
—¿También estás aterrada?
«No siempre tienes que ser fuerte, a veces tenemos que ser débiles para entender nuestra naturaleza y recordar que no somos perfectos». La voz de mi madre invadió mi mente al instante y me hizo suspirar.
—Solo un poco. Pero es lo normal —le compartí una sonrisa.
—A veces quisiera ser como tú y tener esas agallas Cooke.
Me reí un poco. Era obvio que él no entendería lo que sucede.
—Creo que estás bien así, siendo simplemente Karter —acaricié con el pulgar el endorso de su dedo.
—Solo mírame, Cooke, dejo que mi hermana sea como mi mamá cuando estoy a punto de actuar como un joven de veinte años que fingirá no recordar que lloró como bebé antes de abordar el avión.
—Te equivocas hermanito. —Él alzó su ceja—. Lloraste desde antes de salir de casa.
—Boba —empezó a reír junto conmigo. Coloqué mi cabeza en su hombro y él besó la corona de mi cabeza con ternura—. No sabría qué hacer si no hubieras nacido conmigo. Has sido mi complemento para todo.
—Espero que el día que te cases no uses esas mismas palabras, hermano, o me sentiré muy celosa.
—Sabes a lo que me refiero.
—Lo sé. Tú también eres el mío.
Cerré mis ojos un momento sintiendo lo confortable de su hombro y descansé un poco. Nos habíamos despertado muy temprano en la madrugada para llegar a tiempo, tuvimos que viajar desde Andalucía hasta Madrid para tomar el vuelo y eso nos llevó varias horas en la que no descansamos del todo.
No me di cuenta de cuando se llenó el avión, pero Karter me despertó justo cuando la azafata caminaba hacia el frente. Me enderecé en mi lugar acomodando mi cabello que se había removido de lugar. La mujer de hermosa apariencia y de aplacada vestimenta tomó un aparato para llevarlo a su boca.
Explicó todo lo referido al avión y actos de emergencia, siguió hablando de un protocolo y cosas referentes al vuelo que solo me adormecían cada vez más. Lo único que me quedó fue observar por la ventanilla hasta que terminó su explicación.
Nuevehoras de viaje, nueve horas que nos separa del antes y el después, nueve horasen los que volaríamos hacia lo desconocido de Efren.
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