Capítulo 02. La mínima probabilidad
Karter era bastante insistente cuando se lo proponía, y no solo insistente, sino también intenso. Cuando se le metía algo en la cabeza de allí no salía hasta que no sucediera y solo nos quedaba tanto a mis padres como a mí el ignorarlo en espera de que se le pasara.
Pero esto era diferente.
Llevaba casi un mes esperando noticias de Efren. Revisaba en la mañana, en la tarde y en la noche. Al desayunar con huevos fritos, al comer frijoles, al cenar chuleta, al ir al baño, al estar sentando en reuniones familiares. Todo era alrededor de esa universidad. Y eso solo me hacía preocuparme cada vez más.
Como dije antes, mi hermano podía ser intenso hasta que sucediera las cosas como él quería y las provocaba de todas las maneras que estuvieran a su mano. Pero, cuando esto no era así, cuando la situación quedaba a margen de una fuerza externa y él no podía hacer nada para cambiar el resultado como le beneficiara, solo le daba una sola cosa: depresión. Sin embargo, no una depresión cualquiera, sino una depresión infantil y ridícula, como un niño en un berrinche casi eterno.
La última vez que sucedió algo parecido, se rehusó a comer por casi dos días y solo por las peleas de mi padre fue que volvió a entrar en sentido.
Eran finales del mes de febrero y hacía bastante frío hasta dentro de casa. No importaba que pusiéramos la calefacción a su máximo potencial, la helada sensación se intensificaba hasta en las habitaciones y nada parecía detenerle a pesar de que la nieve había dejado de caer hace pocos días.
Esa tarde estaba ayudando a mi madre con los aseos del hogar, yo despolvaba el salón principal mientras que ella lavaba los platos sucios de la comida antes compartida por todos los miembros del hogar. Fue cuestión de terminar para que Karter subiera a su habitación a revisar de manera constante su celular, refrescando una y otra vez la página de Efren para tener alguna noticia. Mientras que mi padre volvió a su pequeña tienda a dos cuadras de nuestra casa. Era un local propio, una zapatería con más años que la fundación de la ciudad a mi parecer.
Y aunque no le pareciese, lo cierto era que en esas temporadas nos era difícil el obtener dinero. A mi hermano y a mí no nos contrataban en ningún lugar por más que hiciéramos para quedarnos, y esa zapatería tampoco es que era un sustento bastante estable más allá de los deseos de mi padre. Amaba esa zapatería y por más que mi madre insistiera en que dejara aquello para buscar algo con más frutos, su respuesta era siempre la misma: «Esto es lo que amo, es por lo que nací y es lo que moriré haciendo».
Sonreí al recordar sus palabras firmes. Algo que nos había enseñado nuestros padres desde muy niños era seguir lo que queríamos, ir detrás de nuestros deseos y de lo que nos hacía feliz, por más difícil o costoso que fuese. Y esa era la razón por la que mi mellizo se encontraba de tal manera por llegar a Efren, eso se había vuelto su sueño y era lo que quería alcanzar de una manera u otra.
Terminé de la limpieza justo cuando mi madre colocaba los últimos utensilios de comida en su sitio. Ella se limpió las manos y se encaminó hacia las habitaciones, yo le seguí.
Acomodamos, limpiamos y reorganizamos todo lo necesario en la casa hasta que esta quedó a nuestro gusto, y a ese punto unas sonrisas cansadas nos acompañaban mientras nos acomodábamos en el comedor para coser algunas prendas rotas de invierno. Tanto mi padre como mi hermano eran algo descuidados con ellos mismos, sin contar con lo torpes que podían llegar a ser.
—¡AGH!
Un grito desde la habitación que compartía con mi hermano llegó hasta nosotras y esto nos hizo mirarnos por unos segundos para reírnos.
—Karter parece muy concentrado por entrar a esa universidad.
—Eso parece —hice una leve mueca mientras anudaba el punto final de la costura de uno de los pantalones—. Espero que su decepción no sea como la de aquella vez, cuando papá le dijo que no le regalaría nada en cumpleaños por falta de dinero.
Mi madre bajó sus manos con cierta cara de reproche, yo me percaté ya un poco tarde y solo giré los ojos.
—Lo siento mamá.
—Creo que, en vez de estar aquí recordando los berrinches de tu hermano, deberías estar ayudándolo con lo de la universidad, que tal vez te beneficies de ello.
—Mamá, ¿en realidad piensas que los dos entraremos a ese lugar?
—Rezo por ello todos los días cariño. —Desvió su mirada a una camiseta de tela algo gruesa y comenzó a coser—. Y Dios escucha los rezos de las madres cuando sus hijos son buenos.
Rodeé por segunda vez los ojos con algo de cansancio, casi a escondidas de ella. Sí, me había doctrinado en la religión más popular de todas, pero eso no me hacía partidaria de ella por completo luego de crecer y descubrir bastantes cosas que me hicieron cambiar mi perspectiva. Tomé otra ropa y seguí ayudando a la mayor mientras el frío se mantenía presente en el ambiente.
Así comenzó a caer la tarde y la cena era preparada por mi madre. Mi padre observaba un programa en televisión que parecía haberle interesado hace poco y le hacía reír de vez en cuando. Yo estaba a su lado, leyendo un libro de anatomía que conocía del derecho y al revés, solo me gustaba por lo detallado que era y lo practico que me fue en el instituto.
Además de la televisión, el ruido del reloj y las frituras que se freían en la cocina, todo estaba dentro de su marco. El cielo se había nublado desde temprano, dando un ambiente algo triste y oculto, el sol parecía haberse escondido para darle oportunidad a un manto oscuro por la ventana. La humedad cubría las ventanas, calles y exteriores de las casas.
Todo era bastante pacífico.
Era.
Hasta que unos pasos corriendo se asomaron a toda velocidad desde dentro de casa y nos alertó a todos, aunque nos imaginábamos quién era, pero no el motivo. Entonces todo pareció andar en cámara lenta cuando se detuvo en la salida que conectaba con los pasillos de las habitaciones para vernos a cada uno.
Papá bajó el volumen de la televisión y yo cerré el libro, mamá bajó el fuego de la estufa para atender a la cara del joven que se veía tenso.
—Publicaron la beca.
La sorpresa asaltó mi corazón y ante su semblante, solo pude imaginarme una sola cosa: No lo habían aceptado.
Nunca me consideré para postular y por eso no me desilusionaba del todo. Respiré profundo para encontrar las palabras que decirle e intentar que la depresión infantil de la que antes había pensado le fuera dar.
—Karter —él me observó con el entrecejo hundido—, a veces, las cosas no son como suponemos, ¿sabes? Y... todo es como dice papá, y debemos-
—Nos aceptaron.
—Debemos- ... Debemos-... ¿Qué?
Tanto los labios como la saliva en mi boca se secaron en un instante al ver como mi mellizo asentía lentamente mientras una sonrisa se le dibujaba al pasar los segundos en sus labios y todo pareció algo irreal.
¿Había escuchado bien?
—Nos aceptaron.
—Mientes —fue lo primero que reflexioné y ahora negó.
—Ven, te mostraré. —Me di cuenta de sus nervios al ver como el celular temblaba en sus manos, como si de un terremoto se tratara en su sistema nervioso.
Acercó su celular a mi cara, pero lo movía tanto que prácticamente tuve que arrebatárselo para leer el contenido de la pantalla.
—Estimados... Cortésmente... Efren se complace... —Me detuve en seco.
—¿Qué? ¿Qué dice? —Mi padre se orilló en la silla, mirando expectante, al igual que mi madre, que había salido de la cocina al notar los bríos, era evidente que ellos también lo estaban.
Por un momento no lo creía. La voz no me salía. Todo era inverosímil.
—Nos aceptaron... A los dos.
Hubo un minuto de silencio que pareció eterno.
Entonces, mi hermano rompió aquello con la voz rota en llanto. Pero no con cualquier llanto, era un llanto de satisfacción que al instante me contagió.
—Nos aceptaron Cooke. Nos aceptaron, a los dos. ¡A los dos! —Fue hasta mí y me tomó de los brazos para sacudirme con fuerza, haciendo que se me cayera el celular—. ¡Iremos a Efren! ¡Iremos a Efren, maldita sea! ¡Iremos Efren!
Las lágrimas me amenazaban con salir. Mi mamá ya era un mar de llanto que se unió al abrazo repentino que había hecho Karter alrededor de mí. Por otro lado, como si fuera un trance, mi papá se levantó de su asiento y caminó hacia la calle, solo dándonos cuentas al escuchar la puerta, abrirse conjunto a la entrada del fuerte frío que se dio paso al salón.
Todos lo seguimos apurados por lo repentino del acto y ni siquiera pensamos en cubrirnos para enfrentarnos en aquella temperatura. Sin embargo, eso era lo de menos al ver a nuestro padre arrodillado en la mitad de la calle, casi oscura en su totalidad y tendió los brazos hacia los lados mirando al cielo.
Era indudable que no sabíamos lo que hacía, ¿acaso había perdido la cabeza de adentrar sus rodillas en esa tierra tan helada de la nevada? Debíamos entrarlo lo antes posible, y me iba a cercar para traerlo de vuelta.
Y antes de que hiciera algo, él gritó de una manera tan fuerte que lo sentí dentro de mí, lo sentí arder en mi corazón.
—¡PAPÁ! ¡PADRE! QUE ALEGRÍA ME EMBARGA. ¡MIS HIJOS IRÁN LA UNIVERSIDAD!
Los vecinos salieron al instante por las ventanas y puertas al notar el escándalo, pero la vergüenza no era nada para el orgullo que sentía de escucharlo. Detrás de mí el llanto de mi madre y hermano seguía, yo solo podía observar cómo mi progenitor le gritaba al cielo, sabía a quién le había gritado esas palabras y no era necesariamente a Dios.
—¡Vecinos! ¡Escúchenme! ¡Mis hijos fueron aceptados en Efren! ¡En Efren! ¡La mejor universidad del mundo! —Los gritos no se detuvieron.
Esamadrugada, nadie pudo dormir por los gritos de alegría de nuestro padre y lafelicitación de los vecinos. Como si de una celebración se tratara, buscaronalcohol e improvisaron una fiesta que se encaminó a un bar cercano.
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