Capítulo 20: ICELAND
—¿Cuándo nos dejarás probar a Pamela? Desde que llegó la has tenido solo para ti, ¿no te parece injusto? —Patrick palmeó mi espalda, sin embargo, mi mirada fue respuesta suficiente. Su llegada reciente no le permitía hablarme con tanta informalidad —Bien, bien, solo digo que algún día te cansarás de ella. Hay otras bellezas por probar —acarició la mejilla de su acompañante con todo menos delicadeza.
Observé como Pamela meneaba sus caderas para llamar mi atención y me pregunté qué era lo que me había cautivado de ella. Tal vez había sido lo sencillo que era llevarla a la cama y lo obediente de su personalidad nula.
—¡Patrick, mira lo que te tengo! —volvió Robert, evidentemente afectado por las líneas de hace minutos.
—¿Esta es la belleza que me prometiste? Me parece que le falta madurar un poco, ya sabes cómo me gustan Robert —respondió él.
Yo encendí un cigarro. Fumar no me causaba placer, pero era mi único escape en este tipo de eventos.
—Lo que me falta en cuerpo lo compenso con la boca, se lo puedo asegurar —soltó la chica, decidida.
Alcé la mirada y me encontré con una más de ellas. Su rostro no aparentaba la misma valentía con la que había soltado aquellas palabras, pero de igual manera, los hombres a mi lado se agitaron y soltaron una carcajada. Apenas la cubría un bikini, sin embargo, lo que más llamaba la atención era su melena Tiziana. No recordaba haber permitido el ingreso de una chica con aquellas características.
—¡Bueno hombre!, si no la quieres tú me la quedo yo, decídete —comentó Nils, fuera de sus cabales.
—No se la queda ninguno, guárdala Robert —dije, llevando el cigarro a mi boca.
—Pero señor... —empezó él.
—Ya me escuchaste —espeté.
—Yo pagué por ella Kyle —se quejó Patrick.
—¿Quién te autorizó para ingresar a esta chica? —pregunté. Su garganta seca lo llevó a tomar un sorbo de su trago.
—Pues, coordiné todo con mi gente. Robert la recibió una vez que...
—¿Te crees el dueño de este lugar? —pregunté. Él rio nervioso.
—Kyle, es una chica que debe dinero. Estará aquí un par de semanas y se irá en cuanto lo recupere —intentó servirme un trago más.
—Señor Moren —corregí —Y quiero un informe de esta chica para la mañana.
No sabía qué me irritaba más, si el exceso de confianza que tenía Patrick o la monotonía de mi vida diaria. Asistir a estos eventos, una y otra vez, solo para cerrar tratos con estos hombres. Volver a esa casa, vacía y llena de recuerdos que tensaban la entrada de mi estómago. Huir a la otra casa, incluso más vacía que la anterior.
Si de algo estaba seguro, era que Bianca había llegado a mi vida para cambiarla por completo. Ella había logrado sacarme de ahí, ella había sido la luz, y aunque ambos tuvimos que pasar por un infierno, miraba hacia atrás y me daba cuenta de que no era capaz de cambiar ni un solo momento.
Escuché la voz de Bianca cerca de mí, pero no podía alcanzarla con mi mano. Percibí el olor a quemado, a metal, y escuché su llanto a mi alrededor, lo escuchaba en todas partes.
—Quédate conmigo —susurró.
—¿Por qué insistes en que me quede? —pregunté.
—Quiero despertar así por la mañana —se acercó a mis labios, sabiendo que aquello era mi perdición.
Acaricié su pierna y la posé sobre mi cadera. Su piel era suave, como ninguna otra. Podía acariciarla toda la noche si fuera posible.
—Es solo una noche —susurró, moviendo sus caderas al ritmo de las mías, pero yo sabía que no sería solo esta noche. Sabía que, si hacía esto, no había vuelta atrás. Ya no había vuelta atrás.
—No volveré a quedarme —aseguré, acallando sus gemidos con mis labios. Debí haberme quedado, tantas veces como fuera posible.
Yo sabía lo que había ocurrido, lo sabía muy bien, pues había sido mi decisión.
A lo largo de los años, había tenido que tomar algunas decisiones de vida o muerte en menos de un segundo, e incluso esas, me las había replanteado una y otra vez hasta saber que había tomado la decisión correcta. Esta vez, tomar una decisión fue lo más fácil que he hecho; ellas.
Bianca no descansaría hasta que me dejaran en libertad, ni tampoco se rendiría tan fácil como para dejarme en aquella habitación, eso lo sabía a la perfección. Si no disparaba, no les daba razones para dejarme con vida, y mientras yo viviera, Bianca nunca iba a tener paz. Aquello no me lo perdonaría jamás.
Joanie merecía tener una vida tranquila, sin huir de país en país, sin recibir amenazas de nadie ni lidiar con la mentira que era su padre. Mi hija merecía crecer sabiendo que su padre lo había dado todo por ellas.
Me movieron y mi cuerpo se estremeció del dolor, despertándome del limbo en el que me encontraba. Entonces la escuché de nuevo, pero aquello era aún más doloroso que mis heridas.
—¡Kyle! —gritó, pero alguien la retenía.
Vas a estar bien Bianca.
—Kyle, por favor —la escuché llorar aún más cerca. Su voz sonaba desesperada, pero no podía abrir los ojos, no podía decirle que todo iba a estar bien ahora.
—No, no. No me dejes, por favor —lloró desconsolada.
No me voy Bianca, nunca me iré.
Estaré aquí para ustedes, nada malo les pasará.
Yo las voy a proteger, siempre.
Fin.
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