Capítulo 18: Estamos bien
El auto rodó más de cuatro horas. La nieve era cada vez más blanda a medida que nos alejábamos, pero, aun así, el frío era mortal.
Un nuevo sujeto conducía el auto y Kyle estaba profundamente dormido a mi lado. Lo había visto tomarse más de tres medicamentos, entre ellos un calmante que lo hacía dormir la mayor parte del día. Estiré mi mano y acaricié sus nudillos, pero eso no lo despertó.
—No quiero molestarlo, ¿cree que podamos esperar un poco más? —pregunté en un susurró.
—No creo que al señor Moren le guste esa decisión —respondió en un tono lo suficientemente alto como para despertarlo de un salto.
Le dediqué una mirada agria al sujeto antes de concentrarme en Kyle.
—¿Llegamos? —preguntó, olvidando por un segundo en dónde se encontraba.
—Si —sonreí, ansiosa por bajar del auto.
Kyle sonrió también y volteó hacia la ventana.
—Bienvenida a casa —abrió la puerta para dejarme bajar.
Frente a nosotros había una acogedora casa de madera, acompañada de algunos árboles y arbustos alrededor. El suelo no estaba cubierto de nieve aun, y en comparación a las temperaturas de nuestra parada anterior, esta era mucho más agradable.
Yo volteé para mirar a Kyle y descubrí la felicidad en sus ojos.
—¿Te gusta? —preguntó.
—Me encanta —sonreí, adelantando mi paso hasta la entrada.
Me saqué las botas cubiertas de barro y Kyle giró la llave para abrir la puerta. La lámpara de luces amarillas iluminaba el comedor con elegancia, mientras que parte de la cocina a mi izquierda se dejaba ver con un arco de madera.
Pasé mis dedos por la mesa, redonda y pequeña, y pensé en lo mucho que le costaría a Kyle vivir en una casa de apenas dos pisos.
—¿Tú la escogiste? —sonreí.
—Dijiste que te gustaba el frío y las casas pequeñas, aquí la tienes —alzó su brazo, sin poder evitar la sonrisa de su rostro.
—¿Podrás soportar una mesa tan pequeña como esta? —pregunté.
Él rio y acercó sus caderas a las mías, acorralándome contra ella.
—Mientras pueda subirte aquí y hacerte el amor, me basta —dijo antes de besarme.
Las casas del vecindario estaban lo suficientemente alejadas una de la otra, todas con un amplio terreno verde alrededor. Nos rodeaba un lago, que, por las temperaturas, amenazaba con congelarse y descongelarse según la hora del día.
El segundo piso tenía tres habitaciones, pero una de ellas estaba vacía.
—De invitados, por si quieres invitar a amigas —bromeó Kyle a mis espaldas —Podremos decorarla después.
Nuestra habitación era amplia y cálida. Predominaban los colores pasteles y recordé el elegante gusto para decorar que poseía Kyle. La calefacción mantenía la temperatura de la casa más que agradable, considerando el gélido ambiente puertas afueras.
—Podría usar esta habitación como estudio, para mis esculturas y pinturas —sugerí, detallándola, pero en vez de obtener una respuesta, Kyle sonrió y tomó mi mano.
—Ven conmigo.
Volvimos al primer piso y abrió la puerta que daba hacia el garaje. A simple vista me encontré con un escritorio amplio y algunos atriles de distintos tamaños, sin embargo, cuando me acerqué, comprobé mis sospechas; ahí estaban todos mis materiales.
Abrí los cajones del escritorio y encontré mis lápices de dibujo, mis pinceles favoritos, mis libros de bosquejo que nunca me había atrevido a eliminar. Estaban todas las cosas de mi antiguo departamento.
—¿Cómo...? —intenté decir.
—Quería que te sintieras en casa —dijo desde la puerta.
Entonces corrí hasta él y me refugié en su pecho. No quería seguir llorando, pero esto significaba demasiado para mí.
—No es todo, abre eso —señaló un paquete envuelto en tela.
Yo me acerqué, debatiendo el contenido del paquete en mi cabeza, pero cuando rasgué la tela, no pude evitar dejar caer las lágrimas.
Ahí estaban mis pinturas. Toda la colección que había sido expuesta en la galería estaba frente a mí. Enseguida recordé el sentimiento que me había llevado a pintarlos, tan distinto a lo que estaba sintiendo ahora.
—No quería parecer psicópata, pero fui yo quien los compró todos —confesó a mis espaldas. Yo seguía embelesada con el regalo, sin poder creerlo —Tal vez no te traigan buenos recuerdos, pero son tuyos y puedes hacer con ellos lo que desees —continuó.
Yo lo miré, preguntándome qué hubiese ocurrido si nunca hubiera entrado al terreno en busca de Jo, si nunca hubiese conocido a Kyle. En algún otro momento, deseé no haberlo hecho.
Miré mi vida hacia atrás y me pregunté si valía la pena todo lo que había sufrido. Nunca iba a entender del todo cómo aquello que rodeaba a Kyle me había llevado a algunos de los momentos más felices, así como también los más horribles, pero al menos entendía que todo aquello nos había llevado a esto; a disfrutarnos, a vernos sonreír, a ser vulnerables frente al otro.
Entonces me levanté para abrazarlo. Kyle sonrió y acarició mi pelo, pero justo cuando estuve a punto de besarlo, lo escuché.
—Te amo Bianca —susurró contra mi oreja. Yo me paralicé en sus brazos, confirmando que aquello no había venido desde mi cabeza.
A pesar de haberlo demostrado una y otra vez, era la primera vez que lo escuchaba decir aquellas palabras en voz alta.
Alejé mi cabeza de su hombro y lo miré, con una sonrisa tonta en mis labios. Kyle lucía nervioso e incluso parecía estar sudando como un niño de quince años.
—Te amo —respondí, antes de acercar mis labios a los suyos.
Un par de semanas después, recibimos una visita del doctor y Kyle fue liberado de su cabestrillo. Entonces inició una rutina semanal que lo llevaba al bosque por las tardes en busca de leña para la chimenea, aunque hubiese empezado a nevar y el frío te congelara los huesos.
Yo me asomaba por la ventana solo para verlo disfrutar de su nueva actividad. Quería verlo así de feliz por siempre, pero había algo que no me dejaba dormir por las noches.
Miré hacia el escritorio y pensé en cuales serían mis primeras palabras. ¿Cómo me despedía de él?
Ian,
Escribo esta carta porque no puedo vivir en paz sabiendo que has estado buscándome por cielo, mar y tierra.
Quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí. Me ayudaste cuando más lo necesitaba y es algo que realmente aprecio. Me hubiese gustado que las cosas resultaran distintas, que nos hubiésemos conocido bajo otras circunstancias. Tal vez así, hubiésemos podido ser grandes amigos.
Lamento mucho la muerte de tu padre, debes saber que además de él, hay muchas personas que te quieren incondicionalmente. Sé que al menos Leila y la señora T, lo hacen.
Te deseo toda la felicidad del mundo, pero debes dejar de buscarme. Debes continuar con tu vida. Yo estoy bien, y soy feliz, eso es todo lo que debes saber.
Espero de todo corazón que logres recibir esta carta. Es muy importante para mí saber que la has leído.
Te quiere, Bianca.
Cuando la nieve comenzó a derretirse, nuestros vecinos se acercaron para darnos la bienvenida. La pareja, con su adorable niña, se quedó a cenar, sin embargo, Kyle permaneció en silencio la mayor parte de la noche y ellos no demoraron en notarlo. La única que logró ganarse su confianza había sido la pequeña Made, aunque hubiese sido por insistencia hasta el cansancio.
—Vendré a visitarlos más seguido, sobre todo a usted señor. Puedo enseñarle a sonreír, si desea —dijo ella, sacudiendo su mano mientras se alejaba.
Su madre se había ido con las mejillas encendidas de la vergüenza, pero debía estar acostumbrada a los comentarios elocuentes de su hija.
Cuando oscureció, salí de la ducha y observé a mi compañero. Su torso desnudo sobresalía de las sábanas y parecía estar sumamente concentrado en observar la esquina de la pared.
—Kyle, son buenas personas —dije, sacándolo de sus pensamientos.
—Lo sé, no parecen ser una amenaza —respondió.
—Pues..., yo creo que la pequeña es definitivamente una amenaza. Pretende llamar tu atención todo el día —bromeé, logrando una carcajada en él.
—No estoy acostumbrado a tener niños a mi alrededor —confesó.
—¿Te molesta? —pregunté, recostándome a su lado. Él lo pensó un segundo.
—No. Me agrada —dijo, casi sorprendido de aquello.
Entonces envolví mis brazos en él y respiré su aroma.
—Algún día harás un excelente trabajo como padre —afirmé.
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