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XXVII: El mundo y la verdad


"—En los últimos meses, el número de secretos desvelados por medio de las pruebas obtenidas a través de una sonda rastreadora en la ciudad mexiquense, han ayudado al mundo a darse cuenta del tipo de gente que lo gobierna. 

» Con las nuevas elecciones y la llegada de un gobierno renovado en casi todos los países, se ha hecho pública la información y los planos de los centros de contención, lugar en el que se almacenaban especímenes de baja, media y alta gama, para su estudio o su respaldo en futuros eventos bélicos. 

» El pasado martes, un equipo especial de la familia Slovich, hizo una parada en México, con una orden extendida de dar limpieza a la bóveda de contención, en la cual, la señorita Varlerine se mantuvo cautiva por cuatro años. Los cuerpos extraídos del lugar fueron incinerados, y actualmente se desconoce el paradero de las cenizas. A continuación les proyectaremos las imágenes que se lograron captar durante el encuentro."


— Apágalo.

Obedecí la orden de Dakyo, presionando el comando rojo en el control para oscurecer los colores que pintaban imágenes nada gratas a decir verdad.

Terminé con la mesa, llevé los platos al lavadero y me senté a su lado, viendo su perfil oscurecerse bajo una sombra de resentimiento y odio.

— ¿Qué pasa? —pregunté, segura de que algo tenía. Parte de la mañana, por no decir toda la mañana, estuvo refunfuñando, mascullando amenazas o insultos en su idioma, siendo más osca que un gato cuando lo pescas con intenciones de bañarlo. 

Dakyo chasqueó la lengua y se recargó mejor en la mecedora, teniendo especial cuidado de no atascar su prótesis con los hilos sueltos de la almohada debajo de ella. 

—Es la gente, eso me pasa. Porque saben de la existencia de los Ibris ya lo creen que lo conocen todo. Hay niños jugando a ser Varlerine allá afuera, criaturas inocentes clamando alto que son yo, o tú, usando rocas para recrear el incidente radioactivo. Es un asco. Y no porque nos idolatren, sino porque ni siquiera son conscientes de a quién idolatran, de su escencia. Comprenden que los salvaron, y nada más, no admiten que lo de Varlerine fue egoísmo, y lo mío obligación. A los humanos les gustan las mentiras Nessi, y odio abiertamente que vivan únicamente de ellas.

—Están en etapa de crecimiento Dakyo, no esperes que lo sepan todo ya. 

—No espero que lo sepan, sino que comiencen a entenderlo. La infancia es una etapa base en el desarrollo físico y mental de un ser humano, me gusta considerarla también un punto clave que más adelante entrará en juego para definirlos como monstruos o simples humanos grises. 

Con esas palabras pude entenderlo. Subí ambas manos a la mesa y me puse a juguetear con los bordados de flores y plantas que resaltaban en tonos vivos sobre el mantel.

—Tienes miedo Dakyo. —dije.

—Lo tengo Nessi. 

—Que se repita lo que sucedió ahora, que se duplique la cantidad de monstruos.

—Sí. Justo a eso le temo. Porque la humanidad y los corazones, además de la razón, son volátiles, flexibles, engañosos, pueden torcerse con facilidad y hundirse en pantanos lodosos. Temo, ya que, siempre habrán monstruos, pero yo no estaré eternamente aquí para detenerlos. 

» Aunque se movían por odio, Rada y Ran estaban muy cerca de lo correcto. A veces, no encuentro otra forma para salvar a la humanidad y al mundo, que exterminarla. Los humanos somos una plaga Nessa, y ya nos llegará el turno de ser exterminados. Moriremos, todos morimos. 

—¿No te apena que la gente buena también peresca? —pregunté. Insegura de querer ser conocedora de su respuesta, sincera, real. 

—Nadie es bueno Nessa, —dijo. Con la mirada perdida en un punto de la nada, y la respiración tan silenciosa, que la creí perdida cuando dejé de percibirla. —no del todo. Y un poco de luz metida en corazones malditos de oscuridad, no lo valen. 

— Siempre valen, Dakyo. —dije. Levantándome de mi asiento para caminar al recibidor, los pasos conocidos de Zhu regresando a casa tras la entrega de vegetales consiguieron aligerar mi ánimo, dispersando algo de los nubarrones almacenados en el comedor.

Antes de que la puerta entre ella y el corredor se cerrara por completo, alcancé a atrapar su última oración, susurrada por completo al vacío.

—No para mí. 

Y esa visión compartida, que tenía acerca del mundo y los seres humanos que en el habitaban, fue suficiente para helarme la sangre, dejándome perpleja y congelada, de pie a la mitad del corredor.

Zhu abrió la puerta, sacudiendo los restos vagos de nieve, que ya iban finalizando con la entrada floral de la primavera. Sacudió con una mano los mechones rubios, creando una nevada propia, esparciendo copos aquí y allá, donde después se formaría un charquito húmedo. 

Se quitó la bufanda y la colgó en el perchero, después de alizarla por tanto tiempo que parecía recién planchada. También se quedó de piedra en el recibidor, con los ojos clavados en el suelo, donde un sobre sencillo, sin mandatario, esperaba ser descubierto por alguien más que no fuera el señor invierno.

La tomó con cuidado, girando el sobre y tendiéndomelo apenas se acercó lo suficiente.

—¿Para mí?— cuestioné, parpadeando, rompiendo el ensueño en el que Dakyo me dejó cautiva. Deslicé los dedos sobre la carta, trazando la forma del sello de cera.

Nunca recibí una carta antes de aquel día, en la era actual era casi imposible tener ese sistema de correo, con la crisis del cambio climático se dejó de usar, casi por completo, exceptuando a la alta sociedad, cuyas gentes empleaban un papel sintético para seguir transmitiendo mensajes físicos por escrito.

Qué yo recibiera una noticia con tal presentación, significaba que era importante, o la persona que la mandaba lo era.

—Es lo que dice aquí. — Zhu señaló el punto inferior de uno de los lados, remarcando lo obvio, escrito con una amable caligrafía en tinta roja. —Nessa Miller. 

— Ya. ¿Crees que deba...?

—Tú decide, es tu correspondencia Miller. Iré adentro a calentar la comida. — levantó los mechones que cubrían mi frente, dejando un casto beso en la superficie cálida de mi piel. —Grita como si te dijeran que vas a estudiar matemáticas en caso de que necesites algo. —finalizó, entrando a la cocina con reproches dirigidos a Dakyo por su pésima compostura.

La perilla se cerró por completo, dándome privacidad que me hacía anhelar más la compañía. Inhalé profundo, exhalé y decidí entrar, regresando como un alma en pena al asiento que minutos atrás dejé vacío y cálido, y que me daba la bienvenida helado.

Dakyo pasó sobre la carta que sostenía, alzó una ceja y la ignoró, volviendo más importante mecerse y encontrar la calma en su silla.

Zhu salió de la cocina, llevando una bandeja con un plato de guiso y tres tazas de té con flores. Arregló la mesa y se centró en comer, sin dejar de mirarme de reojo.

— Voy a abrirla. —anuncié, buscando valor en ellos, que siguieron igual de serenos, y en el caso de Dakyo, un tanto indiferente, traicionada por el brillo curioso que iluminaba sus ojos. 

Sentía la extremidades frías, congeladas, reacias a seguir comandos y obedecer como les ordenaba. La carta resbaló de mis manos a la superficie plana de la mesa un par de veces, a la tarcera sujeté con fuerza el papel y rompí el sello. 

Dentro, venía una hoja doblada cuidadosamente en cuatro, junto a una tarjeta negra con letras plateadas y escarlatas. Indecisa, agarré primero la tarjeta, tres boletos cayeron a un lado, firmados con tinta oscura y una I trazada en cursiva. 

Las miradas de mis compañeros dejaron de ser repentinas, quedándose fijas.

Recogí los boletos, todos con destino al continente africano. Los regresé al sobre temiendo extraviarlos y continúe con la tarjeta, el contenido me arrancó una sonrisa, que no tardó en deformarse a un llanto.

—Miller...

—Estoy bien, Zhu. Es solo que... Están vivas. Varlerine, Valentine e Imoan. 

—Te lo dije Nessi, esas tres no morirán por saltar unos cuantos metros de un deslizador. —dijo Dakyo, sonriendo también a lo grande. —¿Y? ¿Qué dicen? —preguntó enérgica, ignorando el reproche silencioso de Zhu.

Alcé la invitación, porque sí, eso era lo que nos mandaron en aquel sobre, y pasé a leerla.

— Estimada Nessa, profesor Wen, y señorita Smirnova. Nos complace hacerles llegar la grata noticia de nuestra boda el mes entrante, esperando que puedan acompañarnos y pasar una temporada con nosotras en nuestra humilde nueva morada. Con cariño y afecto, deseosas de volver a reencontrarnos, Varlerine, Valentine e Imoan. 

Zhu terminó de beber su té, bajó la tasa con cuidado no hacer sonar la porcelana y sonrió, despacio, con sutileza

—La señorita Shinoby estallará al enterarse. 

— Ojalá esté Prada de su lado, o el infierno negro va a pasar a ser un matadero negro. —se mofó Dakyo.

Asentí, cambiando a la carta escrita por Imoan, diciéndome las coordenadas y el punto de encuentro, así como los costos ya saldados y un mensaje final de Varlerine, que se disculpaba por extraerme, (por segunda vez), el ojo, mientras me encontraba inconsciente en el deslizador, también explicaba que fue necesario, ya que, de haberlo conservado, el dolor sería imposible de contener y terminaría deseando la muerte o cayendo en la locura. 

Inconscientemente llevé lo mano a la nueva prótesis instalada gracias a Vis, una copia sin sistemas integrados o armas escondidas, una prótesis que me ayudaba a ver y nada más. 

— Miller. 

— No es nada.— Limpié las lágrimas de mi ojo natural con la manga de mi sudadera, regresé los papeles al sobre, suplantando su espacio en la mesa por la taza de té. —Estoy feliz, por su boda y porque estén vivas. 

—Yo también. Pero... Hay algo muy extraño aquí. —Dakyo jugó con el ejército de pulseras en sus muñecas. —Si todo este tiempo estaban vivas. ¿Por qué hasta ahora?

Repasé de memoria la carta, me encogí de hombros al terminar.

—No lo dice. 

— No esperaba que lo pusieran. Las cosas importantes y los secretos deben ser dichos a la cara Nessa, no te olvides de preguntarles una vez que estemos en medio del desierto festejando sus nupcias. —Se levantó, y salió arrastrando su prótesis y una almohada. —Ya pueden ponerse cursis, hombre, hoy no tengo ni ganas para fotografiar sus momentos, así que me largo. 

No esperó una respuesta, azotó la puerta con sequedad y huyó a su habitación, mascullando en alto cada vez que se le atoraba la almohada en un escalón.

— ¿Qué le pasa? —Zhu limpió las comisuras de sus labios con un pañuelo. —Está más tosca de lo normal, y eso que habitualmente ya es bastante tosca. ¿Comió nabos? 

—No. La humanidad la tiene así. —respondí con calma, recordando sus palabras.

Pasar tanto tiempo junto a Dakyo, hizo que Zhu la conociera bastante bien, por ello no le costó demasiado dar con el clavo del problema.

—Entiendo, noticias.

—Exacto, noticias. 

Sonrió, y le sonreí de vuelta. 

— ¿Y a ti Miller? Te encontré cabizbaja en el recibidor. ¿Qué sucede?

—Que Dakyo tiene razón, eso sucede. —respondí suspirando, liberando en parte las preocupaciones y las dudas que tenían rato atormentándome.

Zhu dejó de cortar su trozo de carne, bajando en silencio los cubiertos, todo sin quitar la mirada de mí.

— ¿Y no quieres que la tenga?

—No quiero que la única manera que tengamos de salvar a la humanidad sea el exterminio de esta. 

— Tal vez no debamos salvarla entonces, déjemos que se hunda sola, así, en lugar de que el exterminio sea su salvación, será su consecuencia. —agregó sin más, todavía con las manos lejos de los cubiertos y la comida, que si no se aprovechaba pronto terminaría enfriándose.

—Es casi lo mismo, Zhu. —reproché, enterrando la cara entre los brazos, indispuesta a afrontar la verdad inminente de un colapso mundial.

—Los matices cambian Miller. Pero dime. ¿Por qué te esforzarías en evitar lo inevitable? El colapso es total cuando hay un desorden, interno o externo, y una diferencia marcada de ideas, razones y pensamientos. El mundo se cree tolerante, y a la primera anormalidad arman un escándalo, algo así no tiene cabida Nessa. 

— ¿Tú también piensas que los humanos somos una plaga?

Se quedó quieto, sacudió la cabeza luego de un rato.

—No, Miller, yo ya te lo había dicho antes, y te lo digo ahora. Los humanos no son una plaga, para mí son unos monstruos. 

—Y ese es otro problema. Ya no sé qué es peor. —admití, jugando con la cuchara y los pétalos flotantes en la superficie o el fondo de la taza.

—Depende de a quién le preguntes, la señorita Shinoby sin dudas diría que las plagas, en especial las cucarachas. A ella los monstruos no le parecen algo malo, solo algo diferente, y eso me gusta de los Slovich, ellos no le temen a lo que desconocen, por el contrario, no saber a qué se enfrentan, solo los hacer amarlo más.

— ¿Y a ti? ¿Qué se te hace peor?

—Todos somos monstruos en el fondo, a veces lo único que nos hace falta es admitirlo. 

— ¿Eso quiere decir que me enamoré de un monstruo en cubierta? —dije, alejando el tema pesado por miedo a aplastarle si seguía hablando de él. Zhu notó mis intenciones pero no desistió de seguirme el juego, cambiando, a mi lado, el camino pedregoso por un sendero menos labrado por la maleza y el tiempo.

—Puede ser. Para ti, ¿Soy un monstruo?

—No. —dije, y él sabía que hablaba enserio. —No, no lo eres. 

Así hallé mi respuesta, entre ser un monstruo y una plaga, tal parecía que la plaga era muchísimo más horrible. 

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