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XXVI: Espinas dorsales


Hubo días que volaron de prisa, perseguidos por nada en concreto, otros más pasaron lentamente, degustando de su caminar y del paisaje. Clamaron lluvias, fuertes vientos y antes de que me acostumbrara a estar de nuevo en casa, la primera ventisca invernal descendió de las alturas, llenando el verde paisaje con un blanco que no añoraba en lo absoluto.

Visité la tumba de mis padres a los pocos días de llegar, y al final del otoño, volví en el comienzo del invierno, caminando con una cubeta enorme, llena de herramientas para quitar la nieve, muchas prendas abrigadoras y una sortija de plata en el dedo. Sabía que el grito que pegaría mi madre al enterarse del compromiso de su hija, si aún estuviera con nosotros, llegaría a ser tan fuerte, y tan potente, que los vidrios y la bajilla de casa estallarían, regando pedazos aquí y allá, obviamente se encargaría de abrazarnos y soltar felicitación y media antes de preocuparse por el desastre, tomar una escoba y ordenarle a su hija que le ayudase con la tediosa tarea de limpiar las esquirlas sueltas, juntándolas en una sola montaña de cristal y porcelana.

Extrañaba a mamá.

Extrañaba a papá.

Terminé de acomodar las piedras redondas que obtuve junto a Dakyo cuando fuimos a pescar en una zona artificial creada dentro del área verde, el contorno de los cajones de tierra, y el círculo que marcaba un área pequeña alrededor del rosal, estuvieron separados, más visibles gracias a la limpieza y el acomodo del pequeño detalle que llevé conmigo. 

Satisfecha de que mi arduo trabajo tuviera sus frutos despejé el área de las herramientas y la basura que llevaría conmigo de regreso a casa, dispuesta a alejarla de aquel lugar que comenzaba a considerar sagrado.

— Mamá, papá, me retiro a casa. — dije, juntando mis manos delante, frotándolas para conseguir algo de calor, luego de exponerlas bruscamente al gélido frío. — Prometo regresar antes que termine la semana, o eso espero, la universidad no le da tregua a esta pobre estudiante, y conforme el año avanza el contenido académico igual. Pero no se preocupen, gracias a Zhu llevo un promedio aceptable. ¡Ah! Y también debo agradecer a Dakyo y Conann. A Conann ya lo conocen, hace poco tuvo que viajar de New York a Viena por motivos de trabajo, cumplió su sueño e ingresó a la compañía Slovich, tiene un puesto importante, sirviendo de mano derecha a Shinoby. En cuanto a Dakyo, fue una agente rusa de alto calibre, vive con nosotros en casa, espero que no les moleste porque ocupó el cuarto de la abuela, y la silla de mamá. Es bueno tenerla con nosotros, es animada, y descubrió que le gusta el campo, aunque el cultivo no se le da nada bien, montar, en cambio, lo hace fantástico, dejando en mal incluso a una amazona experimentada como yo. Sabe tanto de armas que puede pasar horas charlando sin cansarse, y adora enseñarme su lengua madre, hay días que amanece de humor y nos habla en ruso, ya he aprendido un poco, y prometió que iríamos a visitar su país natal apenas pase el invierno. 

Me detuve, las lágrimas me detuvieron, el frío las congeló, impidiéndoles escurrir, causando que fuese un momento doloroso. Las comisuras de los ojos me ardían, y el agua salada que se almacenaba se volvía un peso muerto que tiraba del párpado inferior con mayor fuerza.

— Yo... Hay cosas que quisiera saber. ¿Por qué nunca me dijeron la verdad? No tendría problema con saberla, incluso si me decían que no eran mis padres no iba a odiarlos. No iba a hacerlo. Tengo una hermana, no sé si lo sepan, su nombre es Varlerine, y, actualmente, se potenció en una heroína internacional, ocupando un lugar privilegiado en la lista de los grandes. De hecho, hace poco sacaron dólares con su rostro. — extraje un billete y lo alcé delante de la tumba, enseñándoles la evidencia aunque ellos no pudieran verla. — Dakyo asegura que está viva, sin embargo no hemos recibido visitas de ella, o de Imoan, o de Valentine. Las únicas que vinieron fueron Prada y Shinoby. Me dicen que debo confiar, y yo no sé, estoy preocupada, no sé qué hacer, no sé como esperar. —suspiré, regresé el dinero a mi bolsillo y le sonreí por última vez a los montículos de tierra, nieve y piedras. — Lo haré de todos modos. Soy una Miller después de todo. Hasta entonces, esperen noticias. ¿Si?

Agité mi mano en dirección a ellos, recogí los instrumentos y abrí una sombrilla, protegiéndome de los copos poco amables que llovían desesperados. El camino de regreso a casa se me hizo un tramo corto, agradable, lo único que lamenté fue la falta de una bufanda en el momento que un estornudo escapó volátil. 

Caminé con prisa luego de eso, llegando a casa en un parpadeo, lo último que necesitaba era pescar un refriado y terminar en cama, inmóvil y con un permiso de nuevo. Sacudí mi cuerpo en la entrada, librándome de toda presencia blanquecina, únicamente para hallar otra de mayor tamaño sentada en la sala de mi hogar, con una taza de té caliente en las manos y un semblante cansado, que opacaba su vitalidad natural.

Me retuve en Vis, dejé el abrigo en el perchero y pasé a los otros dos, que jugaban con ella una partida de ver quién parpadeaba antes. Aclaré mi garganta y su burbuja terminó, disolviéndose en silenciosas porciones nevadas que se fundieron con la calidez naciente de la calefacción.

— Hola. ¿Alguien me explica qué pasa aquí?

Vis bajó la taza, forzando un intento de sonrisa que terminó en una mueca triste y desolada. 

— Los Ivern nos vamos de Estados Unidos, la gente nos culpó de sobre manera por los incidentes, y no puedo decir que les falta razón, a diferencia de los Slovich no hicimos nada cuando exigieron respuestas. Partimos a Viena mañana, la señorita Shinoby nos ofreció asilo, estaremos en Europa hasta que las cosas se calmen, yo venía a despedirme, y a hablar contigo, Nessa.

— ¿Conmigo? —dije, encaminándome al asiento vacío junto a Zhu. Sacudió la cabeza.— ¿Y, de qué se trata?

— Hay algo Nessa, mi deseo era comunicártelo apenas me enteré, más, me resultó imposible, estabas en coma y empezó el problema de filtración, estuve en exceso ocupada estos meses, y, cuando por fin parecía que iba a tener un respiro, pasa esto. — bajó las manos, golpeando sus muslos. — Siento tanta frustración de saber que no tengo más tiempo, que no puedo quedarme. ¡Me desespera! 

— Vis, estás asustándome. Dime que pasa, dándome evasivas no logro atar el hilo que las una, consiguiendo una respuesta por mí misma, así que, por favor, ilumíname.

— En tu columna hay una cosa. — Vis desabrochó los botones dorados de su abrigo, dejando que cayera a un lado, siguió con su camisa, desatando el cordón rosado que formaba un moño en su cuello, la tela blanca y suave también se deslizó, descubriendo una piel pálida, salpicada con varias motas de tinta oscura.

— Wow, wow, espera chica, más despacio. —Dakyo subió ambas piernas al sillón, apartando la mirada al mismo tiempo que Zhu. — No intentes seducirla estando su prometido aquí. ¡Bárbara!

Pero Vis la ignoró, doblando las prendas con decoro, sin darme la espalda al hacerlo. Zhu se puso de pie y murmuró algo acerca de ir por más té, abandonando la estancia a prisa, Dakyo lo siguió, exclamando a viva voz su determinación de ir a por galletas, o cualquier cosa que no fuera una jovencita de alta familia casi desnuda.

Así nos quedamos solas, ella y yo. 

Finalmente Vis terminó con la ropa y se fijó en mí. 

— Hay una cicatriz. Esta cicatriz. Mira y dime si no son las mismas. — a la par que hablaba giraba, quedando la prueba contundente de cara a mí.

Una línea recta, subía a través de su columna vertebral desde su nacimiento más abajo de la cintura, marcándose en un tono más claro de piel, con diferentes intersecciones a los lados, imitando perfectamente las espinas dorsales que poseían los peces. 

Se me olvidó como respirar.

Se me olvidó como pensar.

Se me olvidó todo, menos la certeza de que, al igual que ella, yo tenía una marca así, que me acompañaba desde mi infancia, tal vez, desde antes de eso.

***

— Nessa. — papá me llamó a lo lejos, acudí de prisa a su llamado, llevando conmigo un balde, en dónde cabrían exactos los pescados que mamá pidió atrapar para guisar esa noche. — Mira Nessa. — alzó su mano, y en ella, un pescado del tamaño de mi brazo, me contraje al ver al pobre animal moverse, agonizando por la falta de oxígeno. — ¿Te gusta?

— No. ¡Regrésalo! ¡Regrésalo!— solté el balde, abalanzándome directo contra la criatura y el brazo fuerte de mi padre.

No esperaba mi ataque, soltó al pez y este cayó en la tierra, saltando de aquí para allá, lo atrapé y se resbaló de mis manos, volví a hacer el intento y conseguí pescarlo por la cola, se agitó molesto, asustada, lo lancé de vuelta al agua, en donde hubo un chapoteo por un rato, hasta que todo volvió a ser calma.

— ¿Porqué hiciste eso? — preguntó papá, todavía sin reprocharme nada, tan solo curioso por mi precipitado actuar. — Tu madre va a molestarse si no llevamos su encargo. Lo sabes. ¿No?

— No quiero pescar. —admití, rendida luego de la lucha y rescate de aquel pescado, algo mal agradecido al darme coletazos cuando lo único que yo buscaba era su libertad. —No me gusta papá, vámonos.

— Nos iremos entonces. —dijo, y así lo hizo. Recogió su tendero, la caña y la cubeta, me enseñó donde limpiarme las manos, borrando así el maloliente aroma que se impregno en nuestras pieles. 

Ese día fue la primera vez que Nessa Miller fue de pesca, y por un largo tiempo, también fue la única.

Más tarde, mientras comíamos peces comprados en una tienda cercana a casa, papá limpió completo el esqueleto blanquecino de su manjar, alzándolo para que yo lo viese.

— ¿A qué te recuerda esta forma Nessa? — cuestionó, señalando con un tenedor la parte espinuda del pez. 

No lo pensé demasiado, conocía la respuesta por lo bien que me conocía a mí misma. Salté de inmediato de la silla, alzando la cuchara y apuntando en su dirección, motivo por el qué recibí una mirada de reproche por parte de mamá.

Señalar directamente a las personas estaba mal aprobado por mamá, sin embargo, en aquel momento se me olvidó completamente.

— ¡Es mi cicatriz! ¡Yo la tengo en la espalda! No sabía que era familia de los peces papá. 

Primero se rió con ganas, regresando los restos de comida a su plato, un poco más tranquilo bajó los cubiertos y se limpió los dedos con una servilleta, respondiendo con calma, aunque con un deje encubierto de gracia en sus palabras.

— No eres familia de los peces Nessa, al menos no directamente, aún así es extraño, es bonita. Cuida tus rarezas hija, eso te hará ser única entre tanta gente. 

— ¡Lo haré papá! — dije, y él sonrió satisfecho.

***

Exacto.

Única. Se suponía que la cicatriz que yo tenía en la espalda era única. ¿Entonces porqué...? ¿Entonces cómo?

Vis se reacomodó la ropa, haciendo creer que nada sucedió, con tanta pulcritud y fineza, incluso las arrugas obtenidas desaparecieron, de esa forma hasta yo podría caer en su juego de pasar por alto lo acontecido, si tan solo no hubiera visto lo que vi.

Una cicatriz.

Una espina dorsal.

Maquinando a toda rapidez, mi mente dio con una conclusión, nada fatídica, pero sí algo increíble. 

Lancé el dardo con destino al centro de la diana, si no aterrizaba allí no tendría problema, los humanos podían concederse el derecho a fallar, y si acertaba, entonces... Entonces ya vería luego.

— Es hereditario. ¿Es eso? — dije, sintiéndome tonta al recibir sus ojos alejados de alguna emoción.

En la pared, la manecilla de segundos dio dos vueltas, e iba a comenzar una tercera cuando ella terminó de abotonar su saco, suspiró y recuperó su asiento.

— Sí. Desconocemos la condición que lo causa, pero no hay una generación en nuestra familia en la que la cicatriz no se presente, nacemos con ella, vivimos con ella, y morimos con ella. Solo Ivern, Nessa. Creo que captas lo que eso significa.

— Varlerine lo sabía. — murmuré en su lugar.

Esta vez los ojos de Vis resplandecieron por la sorpresa, por el impacto del meteoro en la vida que allí habitaba.

— ¿Varlerine? No me digas que ella...

— Somos gemelas.

— Lo suponía. — terminó, sobándose la cien con círculos lentos y apretados. — Mi madre es lady Khatnya, estaba prometida con un miembro de la familia Windsor, el compromiso se rompió debido a un incidente que se encubrió al mundo, como muchas otras cosas.

Alcé una ceja y también regresé a mi lugar, dejándome caer.

— ¿Porqué no me sorprende?

— No me fue dicho el porqué de tal ruptura, y tan repentina además, investigué por cuenta propia apenas tuve oportunidad. Me causaba interés el saber cómo fue que de un príncipe, mi madre pasó a casarse con el hijo del presidente Braham. De esa unión nací yo, y tuve otro hermano, Pringmen, falleció a los dos años por intoxicación. Ates del evento ocurrido con los Ibris, descubrí que mi madre tuvo un amorío que terminó mal, con él engañándola y ella embarazada, en ese momento la familia estaba desesperada, y, aunque le rogaron porque se hiciera un aborto, ella se negó, no le agradaba la idea de ser asesina de sus hijos, decidió tenerlos y una vez nacidos venderlos a las pruebas experimentales que daban comienzo a los Ibris. La fecha de nacimiento y el año coinciden, por no hablar del estudio de sangre. — Vis sacó un folder blanco de su bolso, dejándolo sobre la mesa, en un punto que quedaba justo a mi alcance.

No lo tomé.

Todavía no.

— Quise dar con el nombre, pero ella ni siquiera se molestó en verlas y ponerles uno, la única información existente era su género: femenino, y datos poco útiles de su nacimiento, peso, estado de salud, etcétera. Las entregaron a un médico, esto lo sé por la investigación que implementé al ver tu cicatriz durante las operaciones a las que te sometimos para reacomodar tus huesos de la columna. No puedo darte más que esto, perdón Nessa, soy una... Pésima hermana menor. Lo siento.

— No hay problema, lo leeré ahora si no te molesta.

— Para nada, adelante.

Me estiré para tomar el sobre, una vez en mi posesión lo abrí, lentamente, permitiéndome ser caprichosa en el sentido de disponer de tiempo.

No solo era Varlerine, Vis igual.

Y no era tener una hermana Ibris nada más, ahora debía de asimilar pertenecer a un linaje que odiaba por sus actos, por sus secretos, como aquel. 

Los dedos me temblaban al manipular el papel, la respiración se volvía pesada e irregular, o tras veces se cortaba, me sentía mareada, un poco, y el calor de repente se opacó por culpa de un frío que no llegaba de ningún lado, más que de mi imaginación.

Metí la mano al interior de sobre, sacando varias hojas, escritas con una tinta de oro y una caligrafía de ensueño. Ajusté las gafas a mis ojos y leí con cuidado, con detenimiento, sin saltarme nada, sin asimilar nada.

Era inminente. El 100% aparecía en tinta roja sin falta, y el resto de información que Vis recopiló, transcrito a mano por su puño y letra me dejaban más en claro la verdad que Varlerine y ella me contaron como partes separadas de un mismo cuento, de una misma vida, que enlazaba tres destinos en un sendero unido casualmente por la sangre y los monstruos.

— Es cierto entonces.

Vis asintió.

— Sí. Se lo hice saber a mi familia y ellos... Bueno, no reaccionaron de una buena manera, de hecho, tengo prohibido venir aquí, pero consideré prudente que lo supieras, eres una de nosotros al final de cuentas, ambas lo son. Pero, ahora que este barco se hunde, no quiero arrastrarte al fondo Nessa, puedes venir conmigo e integrarte a la familia si es lo que quieres, yo estaría feliz de tenerte, o...

— ¿Puedo quedarme aquí?

— Claro, también es tu hogar Nessa. Que yo te diga que tienes familia horrible allá afuera, no es para que te sientas presionada a formar parte de ella, solo, creo que tienes derecho a saberlo.

— Sí, ahora suenas como Varlerine. Sin duda son parientes.

— ¿Gracias?

— Vis. — regresé los papeles al sobre, dejándolo de nuevo sobre la mesa, más cerca de ella que de mí. — Aprecio tu intención, y todo esto, que me cuentes de mis orígenes, y de que puedo tener un lugar en la segunda mayor familia del mundo.

— Sin embargo no es lo que quieres.

— Sin embargo no es lo que quiero. No me mal entiendas, estoy confundida, y feliz por saber que tengo otra hermana, pero no creo que la vida que tú llevas sea una que quiera para mí. No tengo energías suficientes para actuar en la alta sociedad, tu eres una Ivern en formación, yo soy Miller. Tú no debes sentirlo Vis, yo soy la que te debo una disculpa, no puedo formar parte de esa familia, aunque, si tú lo aceptas, puedes formar parte de la mía. 

— Nessa, tampoco te disculpes, lo entiendo, y lo agradezco. Si el problema termina me gustaría invitarte a tomar una taza de té, a ambos, tú y el agen... El señor Wen, se me olvida que desertó  hace meses. 

— Claro. Te invitaré también a la boda. ¡Ah si! ¿Podrás venir?

Vis sonrió, recogió sus cosas y me dio un asentimiento.

— Si me llega la invitación, así sea escrita en una servilleta, encontraré la manera de escaparme. 

— ¿De verdad?

— De verdad. Dicho todo lo que tenía que decirse, me tengo que ir Nessa, afuera me espera gente, y en el puerto también, debo llegar a tiempo o mamá va a darme un sermón digno de ser profesado en la parroquia los domingos.

La abracé, ella pegó un saltito al tener contacto directo conmigo, reaccionó tarde, pero sus brazos se aferraron cálidos y fuertes a mi alrededor, exprimiendo con tanta potencia que incluso perdí el aire por unos segundos. 

Al separarnos no pude hacer más que soltar un jadeo aliviada.

¿Fue muestra de amor o intento de asesinato?

— Nos vemos Nessa, cuídate mucho. 

La acompañé a la salida, pasando por la cocina, dónde dos figuras dormitaban, con los codos apoyados en la mesa, y unas tazas de té más frías que los hielos en el congelador, negué y seguí adelante, deteniéndome en el pórtico, evitando la caída de la nieve a propósito. Vis recogió su paraguas, dejado en el espacio que papá construyó años atrás, dio un último repaso a su vestimenta y bajó los escalones, abriendo la sombrilla al alcanzar el suelo.

— Tú también cuídate. — respondí entonces. — ¡Y no te metas en problemas!

Agitó la mano conforme se alejaba, y gritó algo que terminó arrastrado por el viento antes de llegar a mis oídos, la vi desaparecer, mezclada con el paisaje, como si formara parte viva de él. Permanecí de pie un rato más, hasta que el frío se volvió insoportable y mi resistencia cedió al embuste osco del clima, cerré la puerta con brusquedad y caminé de regreso a la sala, haciendo una rápida parada en la cocina, incapaz de abandonar el deseo de besar una mejilla seductoramente expuesta a la intemperie. Zhu sonrió, y su actuación se barrió con eso, me aparté enseguida, sin arrepentirme de absolutamente nada.

— ¿Sabes que es de mala educación no despedir a tu cuñada?

— ¿Cuñada? — sus ojos se entrecerraron, mientras su mente trabajaba, buscando pistas de mentira en mi rostro, de las cuales, no halló ninguna. — ¿Qué fue exactamente lo que te dijo?

— Un beso y te digo.

—Miller.

— No entonces. —me alejé, evadiendo con maestría su ataque precipitado con intenciones de retenerme.

— ¡Miller! —lo escuché clamar tras de mí, y eso sirvió para que caminara más rápido.

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