XX: Lazos
Dos golpes silenciosos emiten un eco pacífico cuando, al otro lado de la puerta, alguien toca con timidez, o sutileza más bien, no queriendo llamar la atención a...
Observo el reloj clavado en la pared opuesta a la cama en la que me recosté gustosa, después de pasar dos noches sin otra cosa más que frío suelo y hojas húmedas, las manecillas curvas marcan las once menos quince, parpadeo.
No es tan tarde al final de cuentas.
De mala gana llego a la pantalla táctil de la mesita de noche e introduzco el código que desbloquea al instante la cerradura y la cortina de agua. Alguien gruñe al otro lado y de inmediato me entero de la identidad de la inesperada huésped. Varlerine espera a que el agua desaparezca toda antes de ingresar, cargando un botiquín de primeros auxilios y una bolsa sobrecargada de vendas.
Me entrega ambas.
— ¿No lo hará Imoan?
Ella se deja caer en el suelo, gruñendo el doble por el dolor que le causó la brusca acción y su falta de tacto y cuidado.
— Varle...
— No necesito que tenga preocupaciones innecesarias. Ni ella ni Valentine, si ven el desastre de quemaduras que tengo van a dudar de mi plan por completo, sobre todo de mi capacidad para ejecutarlo.
Comienzo a sacar el instrumental, colocando con el mayor cuidado posible los bálsamos y pomadas cerca, para alcanzarlos con facilidad. Freno al escuchar sus palabras, evade mi mirada. encontrando un punto fijo en la nada.
— ¿Qué tan mal está?
— Velo por ti misma. —dice, dejando caer el encanto humano, exponiendo a una Ibris despellejada en áreas delicadas, sin carne en otras.
Cierro los ojos y asiento.
Ja, nada grave.
Nada, nada.
— ¿Por qué piensas que yo no voy a decir lo que te pasa?
Sonríe sin cambiar, y es esa sonrisa la que consigue borrar el terror que experimenté con la de la abuela, suplantándola en el primer puesto por mucho.
Tal vez demasiado.
Me concentro en las vendas y las heridas.
Varlerine, si te queda algo de decencia humana, por favor, te lo imploro, agradecería que dejaras de sonreír.
— Porque tendrás algo más en lo qué pensar.
Continúo con mis movimientos a lo largo de sus quemaduras, untando pomadas y vendando, odiando cada maldito segundo en el que mis dedos rozan la sustancia babosa, llena de sangre y líquidos desagradables.
— ¿Vas a distraerme?
— Voy a contarte una historia. ¿Te gustan Nessa? ¿Los cuentos para dormir? Yo los adoraba, mis padres siempre tenían uno distinto. Escuché muchos en mi infancia.
La miré de reojo, sin descuidar mi trabajo central.
Que un humano le contara un cuento a otro humano estaba bien, pero, por alguna razón se sentía extraño, y parcialmente incómodo, que un Ibris estuviera tan sereno en mi presencia, disfrutando de la noche, lista para ser narradora de una historia.
Tal vez si fuera Varlerine en su versión humana la incomodidad disminuiría, sin embargo, viéndola así no podía quitarme la rareza del cuerpo.
Ignorando eso, ella siguió hablando, concentrada en pulir sus uñas de hueso, librándolas en el proceso de los restos sangrientos de carne y residuos corporales, suyos y ajenos.
Tragué saliva.
Por algo jamás me agradó la idea de llevar medicina.
— ¿Me contarás uno de esos cuentos? ¿Una de esas historias?
Sacudió la cabeza.
— No, lo que yo voy a contarte es un hecho real Nessa. Tómalo como mi biografía o algo así.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué qué?
— ¿Por qué está cercanía? ¿Por qué ahora?
Esta vez ya no sonrió, y no comprendí si internamente me alegraba o me preocupaba aquello.
Era verdad que la sonrisa de Varlerine resultaba aterradora en su forma más real, pero, si no la ponía, todo se escuchaba más serio, más oscuro, más definitivo.
— Porque mañana moriré, sino mañana en unos meses, o tal vez en un año, o dos.
— Tendrás tiempo...
— Sí, pero no contigo. — interrumpió. — No lo digo para que me tengas estima, o compasión, o lo que sea que los humanos sientan al descubrir verdades relevantes de su historia. Mi único motivo para decir esto ahora es porque creo que tienes derecho a saberlo, yo lo digo, tú escuchas, tú sabes que harás con la información. ¿Entendido?
Asentí sin comprender del todo.
¿Iba a narrarme su biografía o la mía?
¿Por qué debería de interesarme su vida? A menos qué...
Mis manos temblaron.
A menos que ella tuviera algo que ver conmigo. Algo más allá de Irwing, del abuelo.
— Una última cosa. No te encariñes, de verdad, si lo haces solo vas a conseguir lastimarte, ódiame, detéstame, o no me tomes en cuenta, pero no me aprecies, ni un poco, será tu perdición hermana.
Me detuve, y el mundo hizo lo mismo.
— ¿Cómo me...?
— Calla y escucha. No pienso repetir nada de esta mierda dos veces, así que más te vale estar en silencio Nessa.
No dijo más por un largo rato, yo avancé, vendando sus heridas y aplicando bálsamo sobre ellas, estaba por finalizar cuando retomó la palabra, cansada, con un tono lejano y suave, demasiado delicado para venir de ella.
Por un momento, al verla, incluso en su forma más monstruosa, juro que la vi siendo una humana muy distinta a su yo actual, muy distinta a Valentine.
— Sufro de una extraña condición que le impide a mi cerebro borrar los recuerdos de mi infancia, no tengo la amnesia infantil habitual en la mayoría de la población. Mis memorias empiezan cuando todavía estaba en el vientre de la mujer que me dio a luz, era un espacio oscuro, y apretado. Continúan el día que vine a este horrible mundo. A veces, no, no a veces, muy a menudo pienso que hubiese sido mejor el aborto.
—Tú... — intenté intervenir, me fulminó cerré la boca y dediqué el resto de mi atención a escuchar y guardar el instrumental.
Prosiguió bajando la intensidad hostil con la que hablaba, intentando recuperar su habitual tono descarado y arrogante.
No lo logró.
Por vez primera su voz reflejaba lo mismo que sus emociones.
— Fuimos gemelas, no nací sola, pero no puedo presentarte por un nombre original, ella no se molestó siquiera en mirarnos. Las órdenes era que se deshicieran de nosotras, el médico que ayudó en el parto resultó de corazón blando y no pudo ceder a la petición de sus amos, pero tampoco pudo convencer a su esposa de tomarnos a ambas, se quedó conmigo y decidió encontrarte un hogar alejado para evitar sospechas, es así como terminaste en la zona verde de New York.
— Alto, yo nací en New York, mis padres...
— Naciste en Oregon idiota, el quince de Julio del dos mil cincuenta, a las tres en punto de la tarde, con un sol ardiente de verano y un graznido peor al de los patos en épocas de apareamiento. Tus padres, ese par de granjeros que te criaron no comparten sangre contigo, su verdadera hija murió por causas naturales a los pocos días de nacer, y tenerte a ti resultó un consuelo para su dolido corazón.
— No.
— Sí. Y alégrate por eso Nessa, tu vida fue rosas y flores gracias a ellos, en cambio yo viví por un tiempo bajo el techo de un hogar con golpes y maltratos. Mi primer nombre no fue Varlerine, es asqueroso siquiera recordarlo. La mujer que se decía mi madre me llamaba a gritos Clemencia, me alegré de verla arder en las llamas.
Y yo me estremecí al escuchar su sinceridad sin precedentes.
— Buscaron al médico por desertor, Irwing fue el encargado de cazarlo. El hombre y yo veníamos de hacer las compras cuando vio la casa en llamas, me dejó en la acera y corrió al interior, explotó, mi padre lo hizo explotar.
— Con padre te refieres a...
— Irwing. Puede ser que a tus ojos sea un monstruo asesino y sínico, pero a los míos es una de las únicas personas que me dio algo más que golpes y abusos, me dio un nombre. Dijo que Varlerine era un mal derivado de valentía, lo dijo después de apuntarme con un arma a la cabeza y ver que no corría a ningún lado, ojos fijos en el gatillo, esperando con ansias que lo presionara. Me llevó con él, y más tarde me arrastró al infierno con él. Cuando el caos de los Ibris se desató, dejó su puesto, desertó también, huimos a Europa, y fue su más grande error, los Slovich nos capturaron y el resto es historia. — su capa humana regresa, y me permito suspirar de alivio. — Él supo de ti, me dijo que tenía una hermana, aunque yo también ya era consciente, me hizo saber que estabas bien, y me dio una oportunidad de conocerte, pero, ¿qué haría yo apareciendo en una vida que no me necesitaba?
— Entonces, nosotras...
— Sí, eres la mayor, por diez segundos, se ve que estabas urgida por venir al mundo.
— Varlerine.
— ¿Mnn?
— ¿Quiénes son nuestros padres?
— ¿Quién sabe? Viven si es lo que te preguntas, pero aunque me pagues no pienso decirte sus nombres.
— ¿No crees que merezco saberlo?
—Creo que sabes suficiente Nessa Miller. — se levantó recogiendo el botiquín y los retazos húmedos de vendas con olor a medicina y sangre. — Gracias por esto, me retiro ahora para que descanses.
— Varlerine.
— No Nessa, de verdad, no quier...
La sujeté, evitando que escapara y que su desesperación aumentara.
— Tu ojo, Valentine dijo que esos monstruos te lo sacaron. ¿Es verdad?
Se tensó, poniéndose tan rígida, que, fácilmente podría ser confundida con una estatua tallada en mármol, por la solidez y el frío de su piel.
Blanca y pálida, un fantasma que respiraba y mantenía un corazón latiente al nivel del pecho.
— No. — tiró de su brazo y no insistí en retenerla. ¿Para qué?
Ella no era el ave risueña que se conformaba con jaulas, Varlerine equivalía a un cuervo, si no tenía alas, usaría las garras, o el pico, cualquier cosa disponible que le sirviera para estar libre.
No nació para ser un ave de decoración con plumas bellas, las suyas se tiñeron de brea y sangre, se volvieron pesadas, y aún así, las desplegaba con orgullo, llegando más alto que cualquiera.
No la envidiaba, no podría envidiar su posición que conllevaba sufrimiento, pero la admiraba.
Hermanas.
Gemelas.
Dos mitades de la misma moneda.
Tan distintas.
Sombra y carmesí.
La misma edad, en el pasado los mismos rasgos, y se sentía tan distinto, yo era una niña, y ella la adulta que sabía de qué hablaba.
Yo jugaba a las traes en los campos, mientras que ella cazaba a las bestias que acechaban.
No.
Podíamos ser similares, pero, por mucho que se intentara, no iguales.
— Yo me arranqué el ojo.— musitó con desprecio, no hacía mí, sino hacía ella, hacía lo que era. —Ellos lo arañaron, fue mi decisión extraerlo.
— ¿Es doloroso?
— Estás quitándote un órgano. Por supuesto que es doloroso, sin embargo, una vez que te acostumbras al dolor en tu vida, llega un punto en el que ya no sabes diferenciarlo. —me lanzó una esfera, la atrapé con torpeza. — Ten cuidado cuando lo hagas, llámame si necesitas ayuda.
— Varlerine.
— ¿Qué?
— ¿Puedo llamarte hermana?
— Haz lo que se te de la gana. Te dije que no te encariñaras, y de igual manera me tiraste a loca.
Sonreí con torpeza, ella se quedó quieta, bufó, retrocedió un par de pasos y antes de que me permitiera prepararme, el botiquín cayó al suelo mientras sus brazos, frías y delgadas extensiones, me apresaban, mostrando una fuerza que no iba acorde.
Tropecé, me sostuvo y pude percibir un brillo distinto en el interior de los iris.
También la abracé, y por un instante se volvió más pequeña, y yo pude sentirme mayor.
Mi hermana.
Mía.
Mi familia.
— Creo que sí voy a necesitar ayuda.
Gruñó, pero no se separó.
Miré el objeto atrapado en mi mano. La prótesis hermana del ojo que ella ocupaba brilló debajo de la luz artificial, los cables que se conectarían directamente al cerebro se agitaron cuando nos separamos.
Tragué saliva y alcé el mentón.
— ¿Lista?— preguntó, recuperando el objeto, sin tocarlo directamente.
— No.
Varlerine sonrió.
— Menos mal.
Minutos después mis labios estaban rotos por la agresividad de mis dientes, y en las sábanas blancas de la cama, resaltaban brotes rojizos que comenzaban a extender sus pétalos.
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