XII: Promesa
— Tengo una única cosa que decirte. — Valentine no disminuyó la seriedad de su tono, ni siquiera porque Imoan intentó tranquilizarla, dándole pequeñas caricias en el hombro. — Insensata. Por tu pequeño espectáculo de querer huir a mitad de la madrugada, ahora estás medita en un problema.
Uno grande debía de admitir.
Me reñía, y yo no tenía la autoridad para escapar, Valentine contaba con todo el derecho.
— No son moscas lo que vas a matar Nessa. ¡Son Ibris, por las almas! ¡Ibris! ¿Tienes idea de la diferencia de poder que hay entre esas cosas y tú? Ni me respondas. — Valentine aparcó delante de la casa. — Es obvio que lo desconoces.
—Yo...
— Ni se te ocurra decir algo, ve y trae cualquier objeto raro que necesites, vas a estar fuera de tu bello hogar por mucho, mucho tiempo, incluso cabe la posibilidad que no vuelvas. — me estremecí, y ni por lo irreal y catastrófico que sonaron sus palabras, sino por los reales que eran.
Prácticamente una confirmación.
Prada lo explicó en el edificio, y Valentine llevaba gran parte del camino repitiéndome las cosas, como si escucharlas centenares de veces consiguieran hacerme cambiar de opinión.
Cerré los ojos.
¿Morir?
No me aterraba morir. Al pensar en la idea del final de mi vida, no encontraba la misma sensación asfixiante que tenía al ver hacía abajo de una altura pretenciosa.
Esa era la diferencia, al estar arriba no temía caer, sino a la altura.
Hablando de la muerte, tal vez los humanos no le temíamos a ese hecho, sino a lo que acontecía después.
Al final, todo lo desconocido es motivo de temor.
— Nessa. — Valentine me trajo de vuelta. — Serás quien le diga a Zhu, nosotras no volveremos a poner un pie dentro, ve y apaña las consecuencias de tu elección por ti misma.
Bajé del deslizador y fue justamente lo que hice.
***
— No.
Bajé la maleta, dejándola en el mismo lugar en el que, días atrás, el cuerpo de mi abuelo estuvo tendido.
Zhu se mantenía firme, bloqueando la puerta con su cuerpo, y por si fuera poco, usó el bastón del cual se apoyaba para andar, atrancando la puerta principal, y, algo me decía, que no solo esa.
Su tono fue serio, directo. No estaba abierto a negociaciones.
La única ventaja era que yo tampoco.
— No fue pregunta. Dije que voy a ir.
— ¿Y crees que lo mío es opcional? — se cruzó de brazos, recargándose con sarna contra la madera. — No Miller, ya lo dije. Mientras yo viva, respire y piense, jamás atravesarás esta maldita puerta. Sobre mi cadáver.
— Puede solucionarse.
— Inténtalo si te crees capaz. Incluso con una pierna inservible tengo más conocimiento de ataque que tú.
— No quieres retarme.
— Ni tú a mí.
Y lo sabía.
Él ganaría de todas formas.
— Zhu. — dije, sin recurrir a una actuación miserable, que nunca resultó útil con un cara de piedra como él. — Es mi decisión.
— Y esta es la mía Miller. Prefiero que me odies, a que mueras.
— Nada te garantiza que no regrese con vida. — espeté.
— Y tampoco tengo la garantía de que lo hagas. ¿Crees que es lo que tus padres querrían? Ellos no te permitirían meterte a la boca del lobo, Ibris en este caso, y morir. No Miller. Vive, sino es por ti entonces por ellos.
— Ellos ya no está Zhu. Además. ¿Qué sentido tiene vivir sino me siento viva? Debo hacerlo, porque de otra forma jamás obtendré las respuestas que deseo. — lo reté con eso. — O dime, ¿tú me dirás quién es Varlerine? ¿Vas a explicarme la relación que tiene ella conmigo? No Zhu, me has demostrado que tu boca no suelta lo que me importa. Ahora hazte a un lado, no quiero lastimarte.
No se movió.
Ni un centímetro, ni siquiera hizo un gesto.
— En ese caso, perdóname. — dije antes de prepararme y atacar.
En sus ojos hubo tristeza, pero sus movimientos no vacilaron.
Derecha.
Lo pensé antes de que lo hiciera, giró, y yo ya lo esperaba, ubiqué el punto débil de su pierna herida y lo aproveché, empujando con mi pie, consiguiendo que perdiera el equilibrio. El resto se volvió pan comido, una llave y un derribe limpios. Su rostro cambió, abriendo paso a la sorpresa, al verse sometido contra el suelo, con la mejilla aplastada entre la fuerza y la madera.
— Cuida la casa, sé que pido mucho, pero déjame ser caprichosa por una vez. ¿Vale?— no me respondió. Mechones rubios se regaban por su rostro, impidiéndome verlo a los ojos. Sonreí con pesar, me dolía, pero era más fácil así. Para él, para ambos. —Tienes razón, no sé si volveré, pero, si lo hago, me gustaría tener un lugar al que seguir llamando hogar.
— Nessa...
Sentí mi sangre volverse nieve, y mis ojos romperse en fragmentos húmedos.
¿Por qué?
Meneé la cabeza, esparciendo la tormenta en forma de rocío.
¿Por qué siempre que la situación era mala él tenía que llamarme así?
¿Por qué de ese modo?
¿Por qué tú?
— Nessa. — repitió. Y por un instante, solo fuimos eso, mi nombre y dos cuerpos que se juntaban en el calor demandante del vacío que cada vez creía más. Lo saboreó, las letras, las sílabas, uniéndolas con el deleite y la satisfacción gris que manaba de una despedida con final indefinido.
— No me llames así. — pedí, no, rogué. Mi nombre en sus labios, y sus ojos, apenas visibles a través de la cortina dorada de mechones lacios, servían de ancla. Bastaba eso para tener un motivo que me hiciera quedarme. Y yo no podía permitirme vacilar, no cuando mi decisión ya había sido tomada, y mi palabra dada.
— Es tu nombre. Nessa.
— Basta.
— Te permití ser caprichosa dos veces hoy. ¿No puedes darme lo mismo? ¿Aunque sea una vez? ¿Esta vez?
Lo entendí.
— Tú... Te dejaste ganar.
— Ibas a irte de todos modos. — su cabello se deslizó por completo, y la barrera volvió a ser impenetrable. — Nessa, ¿recuerdas cuándo llegué?
— ¿Cómo podría olvidarlo? — dije con un tono que buscaba aligerar el ambiente, disipando las nubes en mis ojos y la marea suelta en los suyos. — Me aplicaste la ley del hielo más tortuosa de mi vida entera.
— Preguntaste si me casaría contigo. — y por algún motivo, su voz rota, mezclada con la sensación helada de lo que pasaba, llegó a mi pecho, atravesando el órgano vital con una esquirla filosa de hielo.
— Y tú respondiste que eras muy mayor.
— Consideraré tu propuesta. — el mundo perdió los colores, para luego recuperarlos con mayor intensidad. — Así que, tienes que volver. ¿Entendiste Miller?
Asentí, y, consciente de que no podía verme también derramé parte del caos en mi interior.
— Haré mi mejor esfuerzo.
— Lo sé.— giró la cabeza, dejando de ver en dirección a la entrada.—Vete, creo que te esperan.
Los grilletes atados a mis tobillos se rompieron, pero mi voluntad fue la que me retuvo, consiguiendo que las fuerzas en mis piernas fallaran, llegando al límite de temblar.
— Miller. — recordó Zhu, perdiendo la calma, dejándose llevar por la marea imparable que lo introducía al mar.
Cerré los ojos, bajé lentamente, atrapando el tiempo en fragmentos diminutos de instantáneas en blanco y negro. Los mechones sueltos me hicieron caricias en el puente de la nariz, bajando a rozar mis labios. Suspiré. Sentí su aroma, su calor.
Agarrando de la nada el valor que me faltaba, conseguí dejar un pequeño beso en su mejilla, llevándome un bálsamo de lágrimas y corrientes saladas al separarme. Me levanté tropezando, llegué a la puerta y quité el bastón, dejándolo cerca de él, miré la perilla entre mis manos, girarla nunca llegó a costarme tanto.
— Me voy. — no soné convencida, no soné como yo. —Volveré pronto.
Corté su posible respuesta, saliendo de la casa con prisa. En el pequeño tramo que me quedaba al deslizador intenté enjuagar mis sentimientos, no lo logré, entré con ojos rojos y nariz constipada.
— Toma. — Imoan me entregó un pañuelo bordado con una luna y estrellas. — Está bien si lloras, no te obligues a ser fuerte, las despedidas duelen más de lo que admitimos.
Tenía razón.
Sacudí ni nariz y limpié los restos amargos.
Imoan siempre tenía razón.
***
— Para aquí.
Valentine frenó el deslizador delante de la casa de Conann, alzó una ceja interrogativa al darse cuenta del lugar en el que se había detenido.
— Cinco minutos Nessa.
— Valentine. — la riñó Imoan.
— Un cuarto de hora. — dejó los controles y se recostó en su asiento, cerrando los ojos con fuerza. — No más.
— Gracias. —dije. Abrí la puerta y salté a la acera, perdí diez segundos observando la estructura de su hogar, igual al mío, igual al de todos.
— ¡Conann! ¡Te tocan los platos!
Sonreí.
La voz de Gala llegó de la cocina, tan agradable, tan alegre.
— Nessa. —Valentine se asomó de la ventana del conductor. — Si vas a quedarte mirando mejor vámonos, no pierdas tiempo a...
Imoan la jaló de vuelta, asegurándose de cerrar el vidrio y dedicarme una mirada de disculpa por la actitud impaciente de su compañera.
Avancé, subiendo los escalones de entrada con nostalgia.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que volviera a hacer ese mismo reconocido?
Es más, ¿volvería a ocurrir?
Toqué el timbre. Dentro de la vivienda se escucharon los pasos apresurados de Gala, y en menos de un suspiro, su rostro se asomaba lleno de brillo.
— Nessa, bienvenida. — sus mechones en arcoíris se soltaron del chongo mal hecho que se hacía cada que terminaba de ducharse. Hizo una seña, invitándome a pasar, la seguí. —¡Conann! ¡Baja ahora! ¡Nessa está aquí!
— No hace falta. Subiré a verlo, será rápido.
— ¿Segura? — Reajustó su cabello, haciendo uso de una aguja de madera para sostener sus caireles rebeldes. — Puedo seguir gritando hasta que sus tímpanos le duelan tanto que no tenga más remedio que mover su trasero de esa silla giratoria y venir aquí. ¡Cosa que debería de haber hecho desde hace cinco minutos!
— De verdad. — subí, aterrada por lo que pudiera pasarle a Conann si dejaba a su hermana encargarse. — También le diré que baje a ayudarte.
Gala me giñó un ojo.
— Esa es mi chica. Si no te hace caso hazlo rodar por las escaleras. Le gusta jugar con mi paciencia y poner a prueba mis límites.
La despedí con un asentimiento y una media sonrisa.
El cuarto de Conann era un desván adaptado como tercer piso, apenas un pequeño espacio donde se atoraba la mayor parte del día, de su vida.
No toqué para entrar, no tenía que hacerlo; si Conann deseaba tener privacidad sus sistemas se encargaban, mientras estos no se activaran con instintos asesinos, su recibimiento a huéspedes era amable.
A menos que se tratara de Gala y sus trastes.
— Conann. — él giró, sostenía una sudadera de panda en la mano derecha, y una consola mejorada en la izquierda. Cerré la puerta detrás de mí. — ¿Qué estás haciendo?
— ¿Qué te parece que hago?
Metió ambos objetos en una mochila a los pies de su cama.
— ¿Te vas de viaje?
— Nos vamos de viaje, Nessa.
— ¿Qué? No. —corrí a él, apresurándome a sacar el contenido de su maleta. —No, no, no, no, no. No un nosotros, es un yo. Conann.
— Exacto. — regresó el contenido a su lugar, cerrando la cremallera. — Yo me voy de viaje, y es coincidencia que estemos en la misma ruta turística.
— Conann.
— Nessa.
— ¡Esto no es un juego!
— ¿Yo dije que sí? Escucha Nessa, voy a ir, quieras o no.
— ¡Podemos morir! ¿Lo sabes?
— Los humanos estamos destinados a morir, Nessa, la diferencia radica en la forma en la qué lo hacemos. ¿Qué importa si muero? Estaré haciendo una contribución por el bien común. Si no matamos a esos monstruos Nessa, puede que todos los que amamos corran peligro, y, prefiero ser yo a que sea mi hermana, o mi padre, o la abuela. Voy a ir Nessa. Y si no querías que me involucrara no debiste permitir que tus padres instalaran cámaras de seguridad en su sala.
— Esa noche, — tragué incredulidad y alivio. —los viste.
Negó. Sombras oscuras de su cabello, se deslizaron a las profundidades oscuras de sus ojos.
— No. Hubo un fallo, no vi nada, pero, logré recuperar el audio cuando tu llamada se cortó, entonces até cabos y deduje una gran parte.
— Tu hermana va a extrañarte.
— Y yo a ella. — Conann se puso la capucha de gatito, cargó la mochila y jugueteó impaciente con los cordones sueltos. — Le escribí al profesor Zhu, él se encargará de hablar con mi familia. Está arreglado Nessa, bajemos, Gala acaba de entrar a su habitación a buscar la correa de la señora Bliz, si no alertamos a la gata podremos esca...
— ¡Conann Priest Goldman!
La gata maulló, pasando entre los pies de su ama. Gala arrasó con la puerta, empujándola con tanta fuerza que, por un instante temí porque se viniera abajo.
No ocurrió.
Conann se vio apresado bajo los ojos de su hermana y se apresuró a negar.
— Gala, yo, yo, esto... Hay un explicación.
— Ni una palabra señorito. —Cortó la distancia arrojándose a los brazos de su hermano, quien se quedó más blanco que antes. — No sé que carajos pasa, o quieres. ¿Vas a jugar a ser el héroe? No sé, pero, si es tu sueño ve e inténtalo.
Tuve ganas de decirle la verdad.
Estuve a punto de cometer traición.
"Por tu bien"
Me hubiera excusado con Conann, sin embargo no lo hice. Las palabras se quedaron en la punta de mi lengua, mi voz murió ahí.
Zhu me dejó cometer mis propios errores, y tomar mis propias elecciones. Yo debía de aprender a hacer lo mismo con Conann.
— Voy a protegerlo. —una promesa que me aseguraría de cumplir. — Mientras viva nada va a pasarle.—aseguré.
Gala se aferró más a su hermano, y Conann finalmente le devolvió el gesto, consciente de su realidad.
— Confío en ustedes.— Gala lloró en el hombro de su menor. —No tarden demasiado, la abuela se molestará con ambos si lo hacen.
La abracé por encima de su hermano, y dejé que mis ojos diluviaran de nuevo.
***
Valentine golpeó su cabeza contra la pantalla principal, consiguiendo activar comandos que alteraron el aire acondicionado.
— De mal en peor. Ser niñera de una está bien. ¿Pero porqué tenemos que hacernos cargo de dos?
— No daremos problemas.— dije, sosteniendo la mano de Conann, desconociendo si yo le daba fuerzas a él, o a la inversa.
Valentine gruñó con mi respuesta.
— Eso indica que es porque ustedes serán los problemas.
— Valentine.
La chica miró a Imoan.
— ¿Y qué dirá tu hermana? Con su carácter de embarazada estreñida seguro no va a aceptar a Conann.
— No te preocupes por eso. — Valentine pasó sus dedos por el cabello atado de Valentine, desenredando la caída lacia y descuidada de su coleta. Una vez calmada la bestia, la domadora se volvió hacía el público. — Conann. ¿Sabes matar cucarachas?
Los dos intercambiamos miradas y parpadeos.
— ¿Eh? Sí, no es difícil.
— Bien. — Imoan compuso los comandos alterados. — Si Shinoby te intenta correr, dile eso y vas a callarle la boca, quizá incluso te vuelvas algún ídolo o dios secreto para ella. ¿Entendido?
— Sí.
— Asunto resuelto. — Imoan palmeó la mano de Valentine. — Ya puedes respirar tranquila.
En su lugar, Valentine arrancó el deslizador.
— Abróchense los cinturones, quiero matar, no tener muertos.
Tarde.
Conann y yo chocamos contra los respaldos de los asientos delanteros.
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