IV: Adiós escuela
Pasó una semana, la rutina normal se volvió monótona y aburrida de repente, los días me parecían todos iguales.
Tan similares.
Tan aburridos.
Hasta la noche del octavo día.
No hacía más que mirar las estrellas en el techo, buscando la forma de dormir o pensar en alguna otra cosa que no fuera Imoan. La nota que apareció, atada de la pata de una paloma mensajera, no ayudó en nada a mis planes.
¿Quedarme en casa y dormir?
No.
Pasó a ser salir de casa y buscarlas a ellas.
Con un tenis sin agujetas y una bota estilo militar, salí despacio de casa, sin hacer ruido para no despertar a mis padres, que dormían en la habitación de enfrente. Bajar las escaleras fue lo más difícil, la madera crujía por cada paso que daba, y tuve que contener la respiración, asegurándome de que los ruidos que escuchaba eran imaginarios y no reales.
Alcancé la entrada, y después llegué a los límites del área verde, que colindaban con los parques, ahora principales, de New York.
Dos figuras me esperaban de pie, una negro anochecer, y la otra blanco corrupto.
—Nessa. —Imoan dejó los brazos de Valentine, y se aproximó a mí. La luz de la ciudad nos alcanzaba a través de los árboles, permitiéndome distinguir los pequeños bultos debajo de los párpados de Imoan. Si había dormido, no llegó a ser suficiente, si lloró, fue demasiado.
—¿Se van de nuevo? —pregunté, ahogándome con las palabras y los jadeos por la falta de aire.
Imoan asintió, despacio, con calma, como si estuviera dispuesta a darme tiempo para asimilar la noticia.
—Escuchamos que ella está en Asia —Valentine alcanzó a Imoan, la cubrió con una chaqueta varias tallas más grande. —, no podemos perder la oportunidad Nessa. ¿Lo entiendes?
No le respondí eso, no podía hacerlo.
—¿Volverán? —dije en su lugar.
—Nada es seguro. —Imoan cerró el abrigo sobre ella, impregnándose del olor a montañas y ríos, impregnándose de Valentine. —La encontraremos primero.
—¿Tan importante es para ti? Tu amiga, ella... Es afortunada de tenerte.
Imoan sonrió, no denotaba felicidad, sino todo lo contrario, una mezcla salada de tristeza y desesperanza.
La llama viva en sus ojos titiló. El viento que soplaba jugó a apagarla, no lo consiguió, el fulgor disminuyó pero no llegó a extinguirse.
No.
Todavía no.
Aún guardaba esperanza.
—Entiendo. —La abracé, temiendo estar loca por mi osadía de atreverme a rodearla con mis brazos, estando Valentine a un lado. —Cuídense en el camino.
—Lo mismo digo. —Imoan se alejó, y extendió una de sus manos en mi dirección. —Nessa Miller, resultó una sorpresa y un placer conocerte, encontrarte. Nos despedimos ahora, volveremos a encontrarnos más tarde, hasta entonces, mantente con vida.
—Y Nessa, —Valentine sostuvo la mano contraria de Imoan. —Quédate lejos de las sombras, la oscuridad nada más es el hogar de los monstruos, gente buena como tú pertenece a otros sitios.
—¿Qué quieres decir?
Se encogió de hombros.
—Hay cosas que si no entiendes a la primera, no vale la pena explicar.
—Valentine...
Era tarde, ellas se habían ido.
Y una vez que avanzaban, no volvían la cabeza para perderse en lo que dejaron atrás.
***
—Luces decaída.
Froté mis ojos una vez más, intenté erguirme y acomodar la parte delantera del uniforme, el broche estaba colgando, flojo y mal colocado, y los listones dorados volaban libres, queriendo huir con el viento.
—Luzco normal Conann. Además es día de escuela. ¿Qué esperabas?
—Así que se fueron. —Conann se quedó expectante, pendiente de mi reacción que no tardó en parecer.
Una mueca y un quejido bajo se lo confirmaron.
—Sabías que pasaría Nessa. —dijo, regalándome palmaditas de ánimo.
—Puedo adaptarme, pero, Valentine dijo algo que, me recordó a la abuela. —Conann se detuvo y yo frené a su lado. —Mencionó que los monstruos habitan en las sombras, y... ¿Conann? ¿Me estás escuchando? ¿Conann? ¿Hola?
Su mano atrapó la mía, giró mi cuerpo y pude ver el motivo de su parada.
Delante de nosotros, merodeando delante de la escuela, un grupo de hombres vestidos de blanco intercambiaban palabras que no llegaban a ser audibles. Entre ellos, parado junto a una persona de negro, estaba el profesor más delgado, esquelético y odioso que conocí.
Federick Rumbergh.
Engendro del demonio para los amigos.
O enemigos.
Lo que fuera primero y más numeroso.
Parloteaba sin detenerse, farfullando órdenes y quejas al aire. Suspiré aliviada, sabiendo que no se dio cuenta de nuestra presencia, pero todo terminó rápido. La niña que lo acompañaba olfateó el aire y giró la cabeza, apenas lo necesario para conseguir ver a sus espaldas, sin fallar, encontrándonos a la primera.
Retrocedí varios pasos.
Conann se quedó helado en su lugar, obligándome a tirar de él para que se moviera.
La viva imagen de Imoan se reflejó en Volka, cambiando únicamente en los ojos, profundos charcos de agua marina con matices verdes, más parecidos a los de Shinoby, la hermana mayor de ambas.
—Vamos. —caminé deprisa, sin soltar a Conann. Sin dejar de escuchar los latidos de mi corazón, y la canción desenfrenada del miedo.
Imoan inspiraba calma.
Volka no, Volka reencarnaba en ciclones.
Corrimos, dos almas blancas pasando senderos verdes, ignorando los rasguños de las ramas, haciendo oídos sordos a la melodía que tomaba fuerza.
No alcanzamos a salir de la zona escolar, una fuerte explosión hizo que frenáramos.
Miré a Conann y él me miró a mí.
—La escuela... —murmuró temblando y cambiando de blanco a verde.
—Ya no hay escuela Conann. —dije.
Y aunque debí de estar feliz por eso, lo único que podía digerir era la sensación de ser la presa expuesta de un lobo preparado y entrenado para las cazas al aire libre.
***
Luego de la explosión llegó el silencio, la quietud, la calma.
Mi instinto rogaba que avanzara, un pie delante del otro hasta salir, mi cerebro gritaba algo similar, pero la fuerza de mis piernas impedía que alguno de los dos tuviera el control.
No avancé.
Conann tampoco.
Al poco rato de volvernos estatuas, las hojas regadas en el suelo crujieron. Pasos regulares, suaves, delicados.
Imoan caminaba igual, pero ella ya no causaba ni siquiera un pequeño ruido al andar sobre tierra, ramas secas y hojas caídas.
Volka por otro lado...
No me atreví a terminar el pensamiento, el filo de una daga bailó en mi garganta sin que hubiera un arma real amenazando mi vida. La serpiente que antes se arrastraba, reptó por mi pierna, subiendo a mi brazo, mordió, y el veneno se sintió helado al unirse con la sangre cálida.
Irreal.
Fantástico
Cerré los ojos y la daga cortó.
Los pasos se detuvieron.
Esperaba que eso también fuera parte de la fantasía, esperaba que...
—Las clases se suspenden, su escuela sufrió un incendio por un corto de luz. —Volka habló sin desprender emociones, dejando fluir palabras que se transformaban en órdenes al venir de sus labios. —Será restaurada en el otro extremo del área verde, los Ivern se harán cargo, esta zona queda prohibida. Vuelvan a casa ahora.
La cortina que me mantenía en la oscuridad, se levantó, y lo primero que vi fue a una adolescente estoica de traje negro y ojos perdidos.
—¿No me escucharon? —El azul finalmente se encontró con nosotros, pero aunque nos miraba, no nos veía. —Váyanse. Ya.
Obedecimos.
***
Al día siguiente estábamos de vuelta.
Conann cargaba una mochila con un montón de equipo diseñado y programado por él. Yo lo acompañaba llevando armas e instrumental pesado, que sería de ayuda para abrirnos el camino.
—Llegamos hasta aquí. —saqué las tijeras de acero y comencé con la maya que bordeaba un perímetro espacioso, el cual separaba al mundo de la antigua escuela. —Ya no hay vuelta atrás.
—Hablas demasiado, córtalo ya, Nessa.
Tardó doce horas cercar el lugar, a nosotros nos tomó cinco minutos romper la barrera e ingresar.
El espacio no era grande, los alfiles blancos no buscaban llamar la atención, les bastaba con poner un corral al rededor, llenando a los curiosos con mentiras y carteles que gritaban "precaución" en rojo y amarillo.
Dentro del tablero que conocía más que la palma de mi mano, los peones y alfiles blancos se retiraron, tampoco quedaban señales que indicaran la presencia de una torre negra.
Sonreí, era un buen día para meterse en problemas.
La construcción de dos pisos, que fue una escuela en servicio hasta el día de ayer, ya no existía. Madera y concreto volaron por todas partes por culpa de la explosión, y no fueron reagrupados. Lo único que permanecía intacto era el piso, antes de madera, ahora de metal.
—Conann, te toca, haz tu magia. —dije, tocando con cuidado la superficie fría.
Conann bajó la mochila y sacó una pantalla, al iluminarse, desplegó una serie de códigos, dígitos y números que no llegué a entender.
Sip, Nessa Miller jamás entendía nada.
De computación al menos.
—Hay interferencias.
—En mi idioma por favor.
—No puedo ver con claridad los planos del sistema. —Conann golpeó el aparato. —No está protegido, pero algo impide que se desglose la información como debería.
—¿Puedes solucionarlo?
—Estoy en ello.
—Bien. —Me levanté de un salto, subí a la placa y cada pocos pasos me detenía para golpear con el talón, prestando atención a los sonidos.
—Oye Nessa. —Conann detuvo mi secuencia de saltos. —No deberías de hacer eso. Justo estás parada sobre una trampilla, si saltas con demasiada fuerza vas a caer, y no estoy seguro si lo que te esperaba debajo es un pasillo o una pileta de agua.
Me retiré medio paso, Conann se aproximó, sosteniendo la pantalla con ambas manos.
—La abrí. Se supone que debería de...
El cuadrado de metal soltó una corriente de gas, se cortó a la mitad y fue desapareciendo paulatinamente a través de una ranura a cada lado. Un fuerte aroma a químicos y llegó desde el interior, propagándose en la pureza natural.
—¿Bajamos? —pregunté, intentando vislumbrar algo del interior que no fuera la escalera metálica y el final de esta.
—Bajamos. —Conann avanzó primero. —No toques nada, no tengo idea de que es este lugar.
Alcanzamos el final, Conann volvió a teclear cosas raras y las luces parpadearon, iluminando una enorme oficina con equipos de química.
No resultaba extraño.
Fue mi primer pensamiento.
¡¿Pero qué rayos?!
Fue el segundo.
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