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II: Nessa odia la escuela


Conann y yo corrimos juntos los mismos caminos desde que éramos unos retoños tiernos de trigo, incluso antes; por años fuimos los únicos niños viviendo en las áreas verdes que rodeaban New York.

Tuvimos al vecindario mimándonos, los dulces del pequeño negocio de Tina nos pertenecían, y el señor Pommeroy tejía a mano suéteres de montañas que nos regalaba en navidad.

 El cambio llegó atado al nuevo bloque de cultivadores, llegó a casa arrastrando una manada de retoños regordetes, mejillas rosadas y sonrisas, que no tardaron en robarse el corazón de aquellos que antes nos veían solo a nosotros.

Odié su llegada, porque junto a ellos  vino una nueva modalidad de tortura a nuestras tierras fértiles. 

La llamaban escuela.

Y yo la aborrecía. 

Horas sentada en un taburete duro de madera, escuchando palabras complicadas de la boca de una señorita bien arreglada, vistiendo trajes blancos con insignias doradas. 

Prefería correr con los animales de la granja, o sembrar zanahorias, prefería el sol y el pasto, los trinos dulces de las aves y la compañía nada escandalosa de los corderos.

Mamá no pensaba igual, y cada día se negaba secamente a dejarme en casa para ayudar con el huerto, me mandaba a ducharme y después me arropaba con el traje blanco.

Comencé a odiar el blanco.

Conann en cambio, se expresaba complacido de la escuela, hablando  de los temas vistos mientras caminábamos de regreso a casa.

—No entiendo por qué te gusta. —Nos detuvimos delante de su hogar, una construcción de madera, idéntica a las otras, con ventanas redondas y un patio pequeño, en donde descansaba un tractor, cuya pintura iba borrándose a paso de tortuga. —Es aburrida.

—Quiero entrar a la corporación de mecatrónica e ingeniería que maneja la familia Slovich. —Conann abrió su mochila y sacó una revista, me la entregó.

 La portada era oscura, y tenía un sello rojo circular, apresando a un gorrión que despegaba. 

—La prueba es difícil, mi hermana dijo que tengo que estudiar mucho. —jugó con sus manos. 

—¿Ah sí? —hojeé despacio la revista. El contenido se basaba en fotos de extraños personajes ataviados de negro, corbatas rojas, melenas oscuras, nombres extraños. —¿Por qué todos lucen listos para un funeral?

—Su... Su signo es el negro, los Ivern tienen el blanco, Slovich es negro.  

—¿Son tan importantes? Llevas la última semana diciendo Slovich esto, Slovich lo otro. ¡Ni siquiera son del país! Ellos pertenecen a... A...

—Viena, en Austria. 

—Eso, sí, lo que sea, Austria. —Le regresé la revista. —No veo más que un montón de ricos con caras bonitas.

—Nos salvaron Nessa. Ellos y los Ivern se encargaron de emplear la estrategia que frenó la extinción humana por el calentamiento.

—Entendí la mitad de lo que dijiste. 

—¿No has puesto atención a la clase?

—Me dormí. ¿Entendido? Ya, lo siento, era aburrido, prefiero montar a Gyo y correr con algodón y nube. 

—Sin ellos no habría ningún Gyo o algodón.

—Crees que son héroes, y tú vas a unirte a su brigada, es genial Conann. Pero no es lo mío, prefiero cultivar patatas. 

—Una de ellos habló de la nueva ley. 

—¿De verdad?

—Sí Nessa. —Tocó su espalda y sentí como si hubiera tocado la mía. —Búscalo en la red si tienes tiempo. —Subió los escalones y se detuvo antes de entrar. —No todos los ricos dependen nada más de una cara bonita.

Pasé los siguientes diez minutos perdida en la puerta cerrada que se tragó a Conann, corrí nada más para escapar de la fuerte lluvia que llegó de la nada.

Cambié la ropa mojada y blanca por una nueva y colorida, olvidé la mochila al pie del perchero y subí los escalones, saltando uno de cada tres. 

La habitación que ocupaba era la mitad del piso superior, un antiguo desván que acondicionaron al tenerme. Cuatro paredes tapizadas de fotografías, un techo lleno de estrellas pintadas, la cama a medio hacer, el tapete viejo que fue de la abuela, y montones de paja me dieron la bienvenida.

Ignoré la tentadora idea de ir a envolverme entre las sábanas y dormir unas horas, en su lugar, busqué la pantalla que mamá compró el año anterior, la encendí y teclee con cuidado lo que yo creí, era correcto.

Tardé en encontrar lo que buscaba. Pronunciar el apellido de la familia resultaba fácil, escribirlo ya no tanto.

La pestaña seleccionada se abrió, un video corto que tardó demasiado en cargar. 

—¿... qué es la gente bella?

Me congelé, no entendí para nada la pregunta de la reportera, el vídeo comenzaba mal, pero lo que me sorprendió más, fue que, la entrevistada era una niña no más grande que yo.

Slovich sin duda.

Ojos oscuros, cabello igual. 

¿La vi en la revista de Conann? 

Negué, no podía ser posible. A diferencia de sus parientes, ella lucía diferente. Lucía amable.

—Todas las personas son bellas. Únicas, diferentes, pero bellas. 

—¿Qué opina de la nueva política internacional? Muchos dicen que es racismo. ¿Por qué obligar a las personas de cabellos oscuros a teñirlos? ¿No es una ley absurda?

—Absurda, sí, lo es. Y no quiero abogar en nombre de los gobiernos, pero quizá haya un motivo. Siempre hay un motivo.

Pausé el video y me levanté, acercándome al espejo. 

Mamá y yo teníamos el cabello café oscuro, me gustaba el color, y de repente, puf. Tintes morados y azules profundos cubrían la belleza natural que combinaba con la tierra. 

Enredé mis dedos entre el cabello 

—Siempre hay un motivo. —Las palabras dichas por ella, sonaron extrañas saliendo de mi boca. 

¿Cuál era el sentido de que el mundo entero cambiara su color de cabello? 

No estaba segura, pero si esa chica dijo que había un motivo, por alguna extraña razón estaba dispuesta a creerle.

***

Seguí durmiendo en clase. 

Conann me ayudó a hacer una búsqueda de la niña del video.

Se llamaba Imoan, Imoan Slovich, tenía mí edad, y al parecer, también poseía todo el humanismo existente en esa familia.

***

La maestra habló de la alianza Ivern Slovich en clase por una temporada.

Ni siquiera ella podía digerir que llegaba temprano a las lecciones y escuchaba atenta sin dormirme. 

***

Gala le regaló a Conann una revista nueva de los Slovich por su cumpleaños. Después de rogarle mucho, accedió a regalarme la parte de Imoan.

***

En la zona sur de la ciudad se reportaron asesinatos de bestias. Mamá dijo que tal vez algún santuario de animales descuidó la seguridad de sus animales y estos escaparon. 

Connan y yo estuvimos pendientes de las actualizaciones del caso, en ningún momento la policía mencionó la huida de animales o los culparon de las muertes. 

Vimos las imágenes de los cuerpos, Conann vomitó y tuvo pesadillas, yo pensé en monstruos.

Pensé en la abuela.

***

Un periodista desveló al mundo la conexión que descubrió entre los asesinatos de Estados Unidos con otros alrededor del mundo. 

Lo encontraron muerto al anochecer.

***

Llegó el invierno.

Le pregunté a la maestra su opinión de los asesinatos. Juro que la vi temblar, bajó la voz y me susurró que no volviera a mencionarlo.

Noté que se pone rara al verme desde entonces.

***

Cambiaron a la maestra, vino un profesor que vestía igual que ella. 

No me agradó, era más frío y estricto. 

Conann pensó lo mismo.

***

Volvió a ser primavera y de nuevo el invierno regresó, por varios años lo mismo.

Al parecer el mundo enero ya olvidó los asesinatos de las bestias.

El tiempo pasa rápido.

***

Llegó Julio, y eso significó una cosa...

¡Mi cumpleaños!

Connan me obsequió un poster de Imoan. Ya tengo demasiados, pero uno más no vino mal.

Mamá compró para mí, un par de botas que hacen juego con las suyas.

Y papá, papá me entregó un colgante de diente de tiburón. Dijo que los peces y yo estamos conectados por la espina dorsal. Nos reímos, solo nosotros entendemos.

***

Los días siguientes a mi cumpleaños pasaron igual que el agua de un río, siguiendo su cause a un ritmo pacífico.

Dentro de las áreas verdes que rodeaban la ciudad casi nunca pasaba nada, la calma y tranquilidad florecían del mismo modo que los vegetales en la tierra, abundantes.

Pero en el río siempre hay piedras que enturbian el caudal, y de igual manera, en la paz se pueden hallar astillas que la corroan.

—¡Nessa! ¡Nessa!

Dejé de lado el trapo húmedo con el que limpiaba las mesas en el café de Tina, Conann se apoyaba en el marco de la puerta, jadeando. Su complexión robusta no era impedimento para que corriera como un atleta profesional si la situación lo requería, y rara vez la situación lo ponía a prueba de forma física.

—Siéntate. —Lo ayudé a llegar a una mesa. —Iré a traerte un vaso de agua.

—Espera... —Sacó a toda prisa la pantalla táctil del bolsillo de su sudadera, esforzándose en actuar veloz. —Mira esto, rápido, mira.

El alma abandonó mi cuerpo con la noticia, escrita en letras rojas y grandes.

—¿Esto es real? —pregunté, aferrándome al aparato que se apagó después de un rato de inactividad.

Conann asintió.

No por nada corrió un kilómetro de su casa a mi trabajo. 

No por nada abandonó su taller.

—Ellos no dijeron nada esta vez, y cuando hay rumores no tardan en desmentirlos. El silencio otorga Nessa, así que debe de ser verdad, Imoan Slovich ha desaparecido.

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