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Tutoría.

El día de su primera tutoría había llegado, y aunque Sofía intentaba no darle demasiada importancia, pasó más tiempo del habitual frente al espejo. Escogió un suéter sencillo pero favorecedor, y se tomó unos minutos para asegurarse de que su flequillo recién cortado luciera perfecto.

—Es solo una tutoría —se dijo a sí misma mientras salía de su casa. Pero, aun así, no podía evitar querer verse bien.

Con el papel que indicaba la dirección en mano, Sofía siguió las instrucciones que Cillian le había dado. Esperaba terminar en alguna biblioteca pública o tal vez en un aula vacía, pero a medida que se acercaba al destino, se dio cuenta de que estaba entrando a una zona residencial.

Frunció el ceño, revisando nuevamente el papel. Sí, esa era la dirección correcta. Frente a ella había una casa de dos pisos, con un jardín cuidado pero discreto.

—¿Es aquí? —murmuró para sí misma, sintiendo cómo un ligero nerviosismo se instalaba en su pecho.

Se quedó unos segundos mirando la puerta, indecisa. Esto no era lo que esperaba. Una tutoría en la casa de su profesor... Era extraño, ¿no? Pero ya estaba ahí, y no quería quedar como una cobarde.

Se armó de valor y tocó el timbre. La puerta se abrió unos instantes después, revelando a Cillian, quien vestía de manera más informal de lo que ella estaba acostumbrada. Una camisa blanca con las mangas remangadas y un pantalón oscuro que le daban un aire relajado, aunque igual de intimidante.

—Sofía —la saludó, haciéndose a un lado para dejarla pasar—. Puntual, eso ya es un buen comienzo.

Ella asintió, intentando no parecer demasiado nerviosa mientras entraba. El interior de la casa era elegante pero sobrio, con estanterías llenas de libros y una mesa grande en lo que parecía ser su estudio.

Cillian la observó detenidamente mientras cerraba la puerta, y sus ojos se posaron por un momento en su flequillo. Una leve sonrisa apareció en sus labios.

—Un cambio de look, ¿eh? Te queda bien.

Sofía sintió un calor repentino en las mejillas. No esperaba un comentario así, y mucho menos de él. Sin embargo, rápidamente se obligó a deshacerse de esa sensación.

—Gracias —respondió, intentando sonar indiferente—. Pero supongo que usted diría eso de todos modos.

Cillian alzó una ceja, como si encontrara divertida su respuesta, pero no dijo nada más al respecto.

—Toma asiento —indicó, señalando la mesa del estudio.

Sofía obedeció, intentando calmar los nervios mientras él se sentaba frente a ella. Sin embargo, la mirada que le había dedicado, aunque breve, había dejado una pequeña grieta en la muralla que ella había construido contra él.

Pero no podía permitirse caer en eso. No, seguro solo estaba siendo el mismo engreído de siempre.

Cillian abrió un cuaderno y comenzó a repasar lo que sería la sesión, mientras Sofía trataba de centrarse en lo que realmente importaba: mejorar en la materia.

La menor intentaba concentrarse en lo que Cillian explicaba, pero su mente divagaba. Mientras él hablaba sobre conceptos éticos y su aplicación en casos prácticos, ella notó detalles que antes habían pasado desapercibidos.

El tono grave y pausado de su voz tenía algo hipnótico, como si cada palabra estuviera cuidadosamente calculada. Sus gestos al explicar eran seguros, y había algo fascinante en cómo sus ojos se iluminaban levemente al tocar un tema que le apasionaba.

"¿Qué estoy haciendo?" se reprendió mentalmente, apartando la mirada cuando él hizo una pausa para que ella pudiera tomar notas.

Pero pronto sus ojos regresaron a él, casi como si tuvieran voluntad propia. La luz del atardecer se filtraba por la ventana, bañándolo en un resplandor cálido que acentuaba la estructura de su rostro. La camisa blanca que llevaba remarcaba sus hombros y brazos de una manera sutil pero evidente, y Sofía no pudo evitar pensar que, en otras circunstancias, quizás podría considerarlo atractivo.

Sacudió ligeramente la cabeza, sintiéndose tonta por siquiera pensarlo.

—¿Todo bien? —preguntó Cillian, rompiendo su ensimismamiento.

—Sí, claro —respondió rápidamente, bajando la vista a sus notas para ocultar el rubor que subía a sus mejillas.

Él inclinó ligeramente la cabeza, como si pudiera leer su mente, pero no dijo nada al respecto. En cambio, señaló un párrafo en su cuaderno.

—Esto es importante, Sofía. Si no comprendes este principio, te será difícil conectar los demás conceptos.

Ella asintió, esforzándose por mantenerse enfocada en lo que decía, aunque su mente seguía jugando en su contra. Era frustrante. Hasta ahora, lo único que había sentido hacia él era resentimiento, pero ahora... ahora notaba cosas que nunca antes había considerado.

Como la forma en que arqueaba una ceja cada vez que hacía una pregunta retórica, o la manera en que sus labios se curvaban ligeramente al encontrar una respuesta acertada en su razonamiento.

Sofía se mordió el labio, incómoda consigo misma.

"Esto no tiene sentido", pensó. "Es solo un profesor. El profesor que no soporto, además. Nada más."

Sin embargo, su mirada volvía a él de vez en cuando, como atraída por una fuerza que no lograba comprender.

Cillian, por su parte, parecía completamente ajeno a sus pensamientos. Continuaba explicando con paciencia, deteniéndose cada tanto para hacerle preguntas o asegurarse de que estaba entendiendo. Pero había algo en la forma en que sus ojos se posaban en ella, atentos, que hacía que Sofía sintiera un leve escalofrío.

¿Era posible que él también notara su nerviosismo?

—¿Tienes alguna duda? —preguntó de pronto, sacándola de sus pensamientos.

—No, ninguna —respondió rápidamente, aunque su voz sonó un poco más aguda de lo habitual.

Él la miró por un momento más antes de asentir y continuar.

Sofía apretó el lápiz en su mano, prometiéndose a sí misma que, pase lo que pase, debía mantener la compostura. Porque lo último que quería era que Cillian Murphy, con su actitud siempre segura y ligeramente arrogante, se diera cuenta de que su presencia comenzaba a afectarla de una manera que ella no podía ella no podía explicar. 

La sesión había avanzado durante casi una hora, y Sofía ya había comenzado a relajarse un poco. Cillian explicaba un tema particularmente complejo sobre teorías éticas, y aunque parecía que todo encajaba, su mente seguía en guerra consigo misma.

Ella trataba de concentrarse, pero el ambiente a su alrededor parecía haberse vuelto más denso. Cillian, ahora a unos pasos de distancia, escribió en la pizarra con una claridad que Sofía envidiaba. Cada movimiento suyo, cada gesto, parecía ir dirigido a algo más allá de la simple enseñanza.

Sofía levantó la vista, sin darse cuenta de lo que hacía. Sus ojos se encontraron con los de él. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. La mirada de Cillian era intensa, casi penetrante, como si estuviera leyendo cada uno de los pensamientos que pasaban por su cabeza.

Ella rápidamente apartó la vista, pero notó cómo su corazón comenzaba a latir con más fuerza. La tensión estaba palpable. En el aire flotaba una sensación extraña, como si algo no dicho estuviera a punto de romperse.

—¿Te sientes bien, Sofía? —preguntó Cillian de manera tranquila, pero la pregunta tenía un tono más personal de lo que ella esperaba.

Sofía lo miró, un poco sorprendida, tratando de encontrar una respuesta coherente. El nerviosismo se apoderó de ella, y algo en su estómago se retorció, haciéndola sentir incómoda.

—Sí... todo bien —respondió, su voz más baja de lo que pretendía.

Cillian no parecía convencido. Se acercó un paso más hacia ella, y Sofía sintió un leve estremecimiento recorrer su espalda.

—Pareces distante, Sofía. Es difícil que alguien tan inteligente como tú no entienda lo que estamos viendo aquí. —Su tono fue suave, pero había algo en sus palabras que la hizo sentirse vulnerable, como si hubiera tocado un punto que no quería admitir.

Sofía apretó los puños bajo la mesa, luchando por mantener la compostura. Algo en la forma en que Cillian la miraba ahora hacía que todo su ser quisiera huir, pero al mismo tiempo, algo la mantenía anclada a su silla.

—Solo... solo estoy concentrada —respondió, más dura de lo que hubiera querido.

Cillian la observó un momento más, sus ojos fijos en ella con una mezcla de curiosidad y, tal vez, algo más que Sofía no alcanzaba a descifrar. De repente, el espacio entre ellos se sintió aún más pequeño.

Entonces, sin previo aviso, Cillian dio un paso hacia atrás y sonrió ligeramente.

—Muy bien, sigamos con el tema. Si tienes alguna pregunta, sabes que puedes preguntarme sin problema.

Pero a pesar de su tono relajado, algo en su mirada seguía diciendo lo contrario: él sabía que había algo más, y Sofía también lo sabía. El aire a su alrededor se había vuelto denso, cargado de algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir, al menos no aún.

Sofía no pudo evitar sentirse más nerviosa que antes. Su mente estaba llena de confusión. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué su corazón seguía latiendo con tanta fuerza?

La sesión de tutoría continuó, y Sofía trató de concentrarse en las palabras de Cillian, aunque algo en el aire parecía haber cambiado. Ella se había sentado, más por obligación que por deseo, y había decidido no dejar que la situación la afectara demasiado. A fin de cuentas, era solo una tutoría, y no necesitaba que se volviera algo más de lo que ya era: un profesor y su alumna.

Cillian seguía explicando con calma, ahora profundizando en la ética kantiana, su voz profunda llenando el espacio.

—Lo que Kant nos enseña es que nuestras acciones tienen un impacto mucho mayor que lo que podemos percibir. Es nuestra responsabilidad cuestionarnos siempre, reflexionar sobre lo que hacemos y cómo nuestras decisiones afectan a los demás. —Su mirada pasó brevemente por Sofía, como si estuviera evaluando su comprensión.

Sofía asentó lentamente, sin dejar de tomar notas, pero algo en la forma en que Cillian la observaba la desconcertaba. No sabía por qué, pero sentía que cada palabra que él decía tenía más peso del que debería. Sin embargo, ella no quería ceder ante ese sentimiento. No me voy a dejar influenciar por él, pensó.

—Lo entiendo —respondió, procurando sonar lo más segura posible.

Cillian pareció dudar un momento, su mirada fija en ella, como si estuviera analizando algo. Sofía sintió una extraña presión, pero rápidamente lo desechó. Es solo un profesor, está solo haciendo su trabajo, se repitió mentalmente.

—Entonces, Sofía, ¿qué opinas de la crítica de Kant a las acciones basadas en el interés propio? ¿Crees que nuestras decisiones pueden ser totalmente desinteresadas?

La pregunta la tomó por sorpresa. Sofía no era precisamente una experta en filosofía, pero sabía que este tipo de dilemas eran fundamentales en la ética. Sin embargo, ella no iba a dejar que la situación la pusiera nerviosa.

—Bueno, no sé... —dijo, pensativa. Miró al frente, sin querer que su rostro mostrara lo incómoda que se sentía. — Creo que las personas son egoístas, al final, aunque intentemos actuar por el bien común. Quizás nunca podamos hacer algo sin que nos beneficie de alguna manera.

Cillian la observó fijamente, sus ojos casi como si estuvieran buscando algo más detrás de su respuesta. Sofía lo ignoró, dándose cuenta de que la situación no tenía nada que ver con sus sentimientos, solo con la clase. Y eso era todo lo que debía importarle.

—Interesante perspectiva —dijo él, con una ligera sonrisa.

Sofía sintió un ligero cosquilleo en su estómago, pero lo atribuyó a la incomodidad de la conversación más que a cualquier otra cosa. No me voy a dejar llevar por su forma de hablar o su manera de mirarme, pensó, forzando una sonrisa cortante.

—No me voy a dejar manipular por él —murmuró para sí misma, con la intención de reafirmarse en su postura.

Cillian no pareció notar su incomodidad, o tal vez lo hizo y decidió no comentarlo.

—Lo bueno de la ética es que nos obliga a enfrentar la verdad, Sofía —continuó, ahora más reflexivo—. A veces las respuestas no son lo que esperamos, pero es esencial cuestionarnos a nosotros mismos.

Sofía, aunque aún un poco distraída por la forma en que él hablaba, asintió. No era la primera vez que un profesor la desafiaba, y no iba a permitir que un simple profesor de ética cambiara eso.

—Lo entiendo, profesor. Pero no necesito tus respuestas, yo puedo cuestionarme a mí misma sin que nadie me lo diga —respondió, manteniendo su tono firme.

Cillian la miró un momento en silencio, sin parecer molesto ni impresionado.

—Eso está bien, Sofía. El cuestionamiento siempre debe ser algo personal. —Y añadió, con un tono que podría haber sido amigable, si no fuera por la frialdad en su voz—: Pero recuerda que nunca dejamos de aprender, incluso cuando creemos que ya tenemos todas las respuestas.

Sofía se sintió un poco incómoda con la última parte de la frase. ¿Estaba insinuando algo? ¿Por qué sentía que él estaba probándola de alguna manera? Pero no iba a ceder. Estaba decidida a no dejarse envolver en ese enigma que Cillian parecía tener.

—Gracias, profesor —dijo rápidamente, levantándose de su silla—. Creo que ya entendí lo que quería decir. Nos vemos en la próxima tutoría.

Se dirigió hacia la puerta sin mirar atrás, tratando de no pensar en lo que acababa de suceder. Esto no significa nada. Es solo una tutoría, solo eso.

Afuera, Sofía respiró profundamente. No te dejes engañar por su manera de hablar. Es solo un profesor. Y eso es todo lo que es.

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