Resentimiento.
Sofía estaba en su habitación, pensativa. Últimamente sentía la necesidad de un cambio, algo que rompiera con la monotonía. Después de mucho meditarlo, tomó un par de tijeras y decidió hacer lo que toda mujer, en algún momento de su vida, hace: cortarse el flequillo.
Sus manos temblaban ligeramente y el nerviosismo amenazaba con hacerla desistir, pero no quería dudar más. Cerró los ojos y, con un movimiento rápido, hizo el corte. Cuando los abrió, se miró en el espejo y sonrió, satisfecha.
—Nada mal, ¿eh? —dijo en voz alta, orgullosa de sí misma.
Una vez que se arregló y quedó completamente satisfecha con su nuevo look, se dispuso a encaminarse a la universidad. Vivía a una hora de distancia, así que siempre tenía que salir con tiempo para llegar puntualmente a sus clases.
Ese día, sin embargo, algo parecía estar mal. El tráfico era caótico, probablemente algún accidente había bloqueado las calles. Sofía miraba la hora en su celular y apretaba el dispositivo con frustración. El reloj avanzaba implacable, y la posibilidad de llegar tarde a la clase de su profesor más odiado era casi una certeza.
La imagen de Cillian se formó en su mente, lo que hizo que sus cejas se fruncieran con molestia.
—Ese idiota debe estar contento de no verme —murmuró para sí misma con un amargo resentimiento.
Fue entonces cuando una idea se le cruzó por la cabeza: faltar a clases. Si no llegaba, se ahorraría tener que ver la cara de aquel hombre insufrible.
Feliz con su decisión, Sofía se dirigió a un rincón tranquilo del campus, cerca de una máquina expendedora. Compró una botella de agua para calmar la sed y, mientras bebía, se sentó a deslizar en Instagram para matar el tiempo mientras la clase avanzaba sin ella.
De repente, su celular comenzó a vibrar con insistencia. Al revisar los mensajes, vio que su grupo de amigas de la universidad estaba lleno de notificaciones. Entró al chat y comenzó a leer los textos quejumbrosos:
—¿Dónde estás? ¿Por qué no viniste? —escribió una de ellas.
—Venía tarde y no quería ver al profesor, así que falté —respondió Sofía con desdén.
La respuesta no tardó en llegar.
—Irresponsable. Esta clase es realmente difícil, y si faltas, te irá mal en el próximo examen —escribió una amiga con tono de reproche.
Sofía suspiró. Sabía que tenía razón. El último examen había sido un desastre y no podía permitirse el lujo de acumular más problemas en esa asignatura. Su pecho se llenó de una mezcla de culpa y frustración.
Tal vez, pensó, estaba cometiendo un error al faltar.
La pelinegra revisó la hora en su celular y soltó un suspiro de alivio al darse cuenta de que la clase ya estaba por terminar. Decidió que, en lugar de apresurarse a llegar para los últimos minutos, mejor aprovecharía ese rato para reunirse con sus amigas y charlar. No le serviría de nada entrar al salón con el profesor lanzándole una mirada de desdén por llegar tarde.
Escribió rápidamente en el grupo:
—¿Nos juntamos? Estoy cerca del patio central.
Unos minutos después, sus amigas llegaron al lugar. Todas cargaban con libros y libretas, y Sofía notó de inmediato las expresiones cansadas en sus rostros.
—No sé cómo lo haces —dijo Laura, dejándose caer en el asiento junto a Sofía—. Yo no podría faltar a esa clase ni aunque quisiera. Ese hombre me intimida demasiado.
—Pues yo sí sé cómo lo hago —respondió Sofía con una sonrisa ladeada, al tiempo que bebía un sorbo de agua—. Simplemente decido no torturarme.
—No es solo por tortura —replicó Valeria, arqueando una ceja—. La materia es complicada, Sofi. Si no entiendes lo que explica, no vas a pasar el siguiente examen.
Sofía dejó su botella en el suelo y miró a sus amigas con un gesto que intentaba ser despreocupado, aunque la verdad era que ya lo había pensado.
—Por eso estaba pensando en inscribirme en las tutorías del profesor Murphy.
Las palabras cayeron como una bomba. Laura y Valeria se miraron entre sí con incredulidad antes de volver a centrar la atención en Sofía.
—¿Qué? —exclamó Valeria, dejando caer su libreta al suelo—. ¿Tú? ¿Con Murphy?
—¿En serio? —Laura frunció el ceño—. Pero si lo odias. No paras de hablar de lo insoportable que es.
Sofía alzó los hombros en un gesto de resignación.
—Sí, lo odio, pero no puedo seguir así. Si repruebo otro examen, estoy perdida.
Sus amigas la miraron por un momento, tratando de asimilar la idea. Finalmente, Valeria dejó escapar una risita.
—Bueno, al menos hay algo positivo —dijo, acomodándose el cabello detrás de la oreja—. Vas a estar a solas con él. Y seamos honestas, Sofi, Murphy podrá ser un idiota, pero está buenísimo.
Laura asintió, soltando una carcajada.
—Definitivamente. Es el tipo de hombre que no quieres soportar, pero tampoco puedes dejar de mirar.
Sofía rodó los ojos, aunque no pudo evitar reírse también.
—¡Por favor! No estoy interesada en él. Es solo por la clase.
—Claro, claro —dijo Valeria con una sonrisa maliciosa—. Pero si necesitas apoyo emocional, ya sabes que estamos aquí para escuchar cada detalle jugoso.
—No va a pasar nada —insistió Sofía, aunque sus mejillas se sonrojaron levemente.
Mientras sus amigas continuaban bromeando, Sofía trató de ignorar la incomodidad que la idea de las tutorías comenzaba a causarle. No era por lo que ellas decían. Claro que no. Era solo que, por primera vez, pasaría tiempo a solas con él.
Y eso, aunque no quería admitirlo, la ponía algo nerviosa.
El sol comenzaba a esconderse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Sofía caminaba por el pasillo principal del edificio de la facultad. Las aulas ya estaban vacías, y el eco de sus pasos resonaba con fuerza en el silencio del lugar.
Había estado dando vueltas al asunto toda la tarde, tratando de convencerse de que era la decisión correcta. Al final, su orgullo tuvo que ceder ante la realidad: necesitaba ayuda, y Cillian Murphy era la única opción.
Al llegar frente a la oficina del profesor, se detuvo. Una pequeña placa junto a la puerta indicaba su nombre, y aunque ya lo había visto incontables veces, leerlo ahora le producía un ligero nudo en el estómago. Respiró hondo, tratando de calmar sus nervios, y golpeó suavemente la puerta.
—Adelante.
La voz grave del profesor atravesó la madera, haciéndola estremecer levemente. Sofía giró el pomo y empujó la puerta con cuidado.
Cillian estaba sentado detrás de su escritorio, revisando un montón de papeles bajo la luz cálida de una lámpara de escritorio. Al verla entrar, alzó la vista, y sus ojos azules la analizaron con calma.
—Señorita Sofía —dijo, apoyando el bolígrafo sobre la mesa—. ¿A qué se debe su visita a esta hora?
Sofía tragó saliva, cerrando la puerta tras de sí antes de dar un par de pasos hacia el escritorio.
—Profesor, quería hablar con usted sobre las tutorías.
Cillian arqueó una ceja, y la sombra de una sonrisa apareció en sus labios.
—¿Las tutorías? No esperaba que usted estuviera interesada en algo así.
El comentario, aunque dicho en un tono neutral, tenía un ligero matiz que la hizo apretar los puños. Sofía respiró hondo, decidida a no dejarse provocar.
—Sé que lo he hecho mal en su clase —admitió con firmeza—. Y aunque no me guste decirlo, creo que necesito ayuda para mejorar.
Cillian apoyó un codo en el escritorio y entrelazó los dedos, inclinándose ligeramente hacia adelante mientras la observaba.
—¿Y qué la hace pensar que las tutorías son lo que necesita?
—Porque no quiero seguir fallando —respondió Sofía, sintiendo cómo su rostro se calentaba bajo su mirada escrutadora—. Quiero entender mejor la materia y hacerlo bien.
El profesor no respondió de inmediato. En cambio, mantuvo los ojos fijos en ella, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto. Finalmente, asintió lentamente.
—Está bien. Mis tutorías son los martes y jueves después de clases. Espero puntualidad y compromiso.
Sofía asintió rápidamente, sintiendo un ligero alivio al ver que no ponía demasiados obstáculos.
—Gracias, profesor.
Cillian esbozó una leve sonrisa, casi imperceptible, antes de volver su atención a los papeles sobre su escritorio.
—No me decepcione, señorita Sofía.
El tono de sus palabras era tranquilo, pero había algo en ellas que la hizo sentir que aquello no sería tan fácil como esperaba.
Sofía salió de la oficina con una mezcla de alivio y ansiedad. Había dado el primer paso, pero algo en la actitud de Cillian le decía que aquellas tutorías estarían lejos de ser una experiencia sencilla.
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