Pecado
La tarde de un martes de la siguiente semana a la ultima interacción que los dos habían tenido , Cillian se encontraba en su oficina, intentando concentrarse en revisar los ensayos de sus alumnos. Había logrado mantener las distancias con Sofía desde que la sacó de las tutorías, convenciéndose a sí mismo de que era lo mejor. Pero el eco de sus miradas y sus palabras seguía persiguiéndolo.
El golpeteo de nudillos en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Adelante —dijo, sin levantar la vista.
Cuando oyó el sonido de la puerta cerrándose, levantó la cabeza. Ahí estaba Sofía, con su cabello suelto cayendo sobre los hombros y un aire de determinación en su expresión. Algo en su presencia lo desarmaba cada vez que la veía.
—¿Sofía? ¿Qué haces aquí? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y cautela.
Ella se acercó al escritorio con calma, sosteniendo su mochila sobre un hombro.
—Necesitaba hablar contigo, profesor.
—¿Es sobre tus clases? —Intentó mantener su tono profesional, pero el simple hecho de tenerla frente a él hacía que su fachada temblara.
—Algo así. —Sofía dejó la mochila sobre una silla y lo miró directamente—. Quería saber si podrías recomendarme otro profesor para tutorías.
Cillian frunció el ceño, dejando el bolígrafo que tenía en la mano.
—¿Otro profesor?
—Sí. Entiendo por qué me sacaste de las tutorías, pero sigo necesitando ayuda. Pensé que podrías darme el contacto de alguien que pueda... ocuparse.
Había algo en su tono, casual pero cargado de intención, que hizo que el aire en la habitación se volviera más denso.
—¿Por qué necesitarías a alguien más? —preguntó Cillian, sintiendo cómo algo en su interior comenzaba a torcerse.
—Bueno, tú dejaste claro que no podías hacerlo. —Sofía encogió los hombros con aparente indiferencia—. No quiero incomodarte más de lo necesario.
Su respuesta lo golpeó más fuerte de lo que esperaba. Se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, dándole la espalda mientras trataba de calmar la creciente sensación de celos que lo invadía.
—No creo que sea necesario que busques a otra persona —dijo finalmente, con un tono más bajo—. Estoy seguro de que puedes manejarlo por tu cuenta.
—¿Por qué no? —Sofía inclinó la cabeza, un atisbo de sonrisa apareciendo en sus labios—. ¿Te molesta la idea?
Cillian se giró hacia ella, notando la chispa de desafío en su mirada.
—No es cuestión de que me moleste. Es cuestión de que no lo necesitas.
Ella avanzó un paso más, quedando peligrosamente cerca.
—¿De verdad crees eso? Porque me parece que a ti te importa más de lo que admites.
El silencio se extendió entre ellos, cargado de tensión. Cillian sabía que debía decir algo, cualquier cosa, pero no podía apartar la mirada de ella.
—Sofía... —empezó, pero su voz se quebró.
—¿Qué pasa, profesor? —preguntó ella, su voz suave pero cargada de provocación—. ¿Tengo razón?
Había cruzado una línea, y ambos lo sabían. Cillian cerró los ojos un momento, intentando contener la marea de emociones que lo invadía. Pero cuando volvió a abrirlos, ahí estaba ella, mirándolo con esa mezcla de desafío y vulnerabilidad que lo desarmaba por completo.
El silencio fue interrumpido por el timbre de un teléfono en la mochila de Sofía, rompiendo la intensidad del momento. Ella lo miró una última vez antes de recoger sus cosas y dirigirse hacia la puerta.
—Gracias de todos modos, profesor.
Cillian la observó salir, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sabía que este encuentro no sería el último, y que, en el fondo, no quería que lo fuera.
Después de que Sofía salió de la oficina de Cillian, la puerta cerrándose tras ella, un pesado silencio se instaló en la habitación. Cillian permaneció allí, de pie, con los ojos fijos en el lugar donde ella había estado segundos antes. La presencia de Sofía seguía ocupando el espacio, como una marca indeleble que se negaba a desvanecerse.
Él estaba acostumbrado a mantener el control, a no dejar que nada lo desviara de sus principios. Pero con Sofía, todo parecía distinto. Su actitud desafiante, sus palabras llenas de doble sentido, lo hacían sentir como si estuviera perdiendo su integridad.
Se sentó nuevamente en su escritorio, sus dedos tocando los papeles de forma distraída, pero su mente seguía atrapada en lo que acababa de suceder. La forma en que ella había sugerido buscar otro tutor... y la manera en que se había acercado, casi desafiándolo a que la detuviera. Todo esto lo estaba volviendo loco.
La realidad de lo que había sucedido lo golpeó con fuerza. Cillian se pasó una mano por el rostro, tratando de ordenar sus pensamientos. La idea de que Sofía no necesitara su ayuda, que buscara otro profesor, lo había afectado más de lo que habría imaginado. ¿Era por orgullo? ¿Celos? ¿O era algo más?
Una vez que se recuperó, decidió distraerse con el trabajo, pero su mente no lo dejaba en paz. La imagen de Sofía, esa mezcla de inocencia y desafío, lo perseguía. Podía ver sus ojos, cómo brillaban cuando lo miraba directamente, cómo cada palabra que decía estaba cargada de una intención oculta que él, al parecer, no podía evitar descifrar.
Al llegar el termino de su jornada laboral, dentro de su cálido hogar, la sensación de inquietud no lo dejaba tranquilo. Decidió salir a caminar, buscando despejarse. Se perdió por las calles vacías de la ciudad, pero incluso el aire frío no lograba calmar el ardor que sentía dentro.
—¿Qué estás haciendo? —se preguntó a sí mismo en voz baja, caminando sin rumbo fijo.
De vuelta a su casa, Cillian se sentó en su sillón, sumido en pensamientos. Las palabras de Sofía seguían resonando en su cabeza, y por un momento, se permitió pensar en lo que significaba realmente para él. ¿Era solo una tentación pasajera? ¿O había algo más profundo que no quería reconocer?
Al día siguiente, en el campus, Cillian se encontró con Sofía en el pasillo. Ella pasó junto a él con una sonrisa casual, como si nada hubiera sucedido el día anterior.
Pero él no pudo evitar notar la forma en que se detenía por un segundo, justo frente a él, antes de seguir caminando. Un gesto pequeño, pero intencional. Cillian sintió cómo la tensión se acumulaba nuevamente. La había visto muchas veces en ese pasillo, pero ahora cada encuentro con ella parecía cargar de electricidad el aire entre ellos.
Sofía se dio vuelta un instante y, con una sonrisa, dijo:
—¿Estás bien, profesor? Pareces distraído.
Cillian la miró, sintiendo cómo el calor le subía al rostro.
—Solo... no esperaba verte tan temprano.
Sofía se acercó un paso más, hasta quedar a un par de centímetros de él.
—¿De verdad, profesor? Creo que todo el mundo esperaría verte. —Dijo con una sonrisa envenenada—. Al menos, yo... me preocupo.
Las palabras, aunque sencillas, eran como un desafío envenenado, y la cercanía entre ellos lo desarmaba. Cillian tragó saliva, sin saber cómo responder.
—Yo...
Pero Sofía ya se estaba alejando, dejando atrás la sensación de incertidumbre que siempre lo acompañaba cuando ella estaba cerca.
En ese momento, Cillian se dio cuenta de algo: Sofía sabía exactamente lo que hacía. Estaba jugando con él, y él se estaba dejando atrapar en su juego. Pero, por alguna razón, no podía apartarse.
La situación no hacía más que complicarse para Cillian. Cada vez que veía a Sofía, se sentía más confundido, más atrapado. Sabía que había cruzado una línea al besarla, y que aquello solo había aumentado el peligro. Pero no podía negar lo que sentía: esa atracción por ella lo estaba consumiendo, y estaba empezando a cuestionar su propia moralidad.
Por otro lado, Sofía parecía disfrutar de este poder sobre él, de la forma en que lo desestabilizaba con una sonrisa o una mirada fugaz. Aunque él intentaba mantenerse firme y evitar cualquier acercamiento, algo dentro de él lo empujaba a seguir adelante.
En su mente, comenzaba a surgir una pregunta que no quería responder: ¿Realmente podía seguir negando lo que estaba sintiendo por Sofía? ¿Y si esto no se trataba solo de una atracción física, sino de algo más complejo que lo estaba cambiando de adentro hacia afuera?
Luego de largas horas, cuando ya todos los estudiantes comenzaban a abandonar las instalaciones. Cillian se había quedado en la oficina revisando trabajos, pero sentía el peso de los minutos. Algo en su pecho no lo dejaba estar tranquilo, y el vacío que sentía cada vez que Sofía salía de su vista le comenzaba a molestar.
La última vez que la vio, por la mañana, ella lo había saludado con esa mirada traviesa que lo desarmaba cada vez más. Pero esta vez no solo había algo en su mirada. Su actitud estaba diferente, como si el juego que jugaban ya hubiera tomado un giro más profundo. Algo en su comportamiento lo mantenía alerta, sin saber si eso lo excitaba o lo aterraba.
El sol comenzaba a esconderse detrás de los edificios, y cuando Cillian salió de su oficina, se sorprendió al verla allí, en el pasillo, aparentemente esperando.
Sofía estaba recargada contra una de las paredes, con una de sus piernas ligeramente flexionada, un detalle tan sencillo pero tan provocador que Cillian no pudo evitar notar.
—¿Profesor? —preguntó Sofía, su tono juguetón flotando en el aire.
Cillian, aunque intentó mantenerse firme, sintió un nudo en su estómago. Había algo en su presencia que lo hacía perder la compostura.
—Sofía... —su voz era baja, y aunque intentaba sonar neutral, algo en su tono traicionó la urgencia que sentía por alejarse de ella.
Sofía se acercó un paso más, manteniendo su mirada fija en él, como si le estuviera desafiando a decir algo que no quería. El espacio entre ellos se redujo, y Cillian sintió cómo su respiración se volvía más irregular.
—¿Ya terminaste con tu trabajo? —preguntó ella, su sonrisa siendo más un reto que una simple cortesía.
—Sí... —respondió Cillian, tragando saliva.
Sofía hizo una pausa, observando cómo su cuerpo reaccionaba ante la cercanía. Luego, con una sonrisa que no alcanzaba a ser completamente inocente, dijo:
—¿Entonces qué tal si hablamos un rato, profesor? Parece que has estado ocupado toda la semana.
Cillian se quedó quieto, completamente atrapado en la escena, en la proximidad de ella. Algo dentro de él gritaba que se alejara, que no se dejara llevar por la presión del momento. Pero no lo hizo. Algo más profundo lo mantenía allí, como si la tensión entre ellos fuera más fuerte que cualquier razón que pudiera tener para detenerse.
Sofía continuó acercándose, ahora tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. El roce de su piel sobre su brazo lo hizo temblar ligeramente. Ella observó cómo su respiración se volvía más acelerada y sonrió con satisfacción.
—¿No me vas a decir nada, profesor? —preguntó suavemente. La provocación en sus palabras lo hizo vacilar.
Finalmente, Cillian no pudo más. Su mano instintivamente se levantó, tocando el costado de su rostro. Sofía cerró los ojos al sentir su contacto, y en ese instante, el mundo que los rodeaba desapareció.
Fue un impulso, casi involuntario. Cillian, incapaz de resistir la atracción que sentía, la atrajo hacia él y la besó. Fue un beso feroz, urgente, como si toda la tensión de semanas se liberara de golpe.
El roce de sus labios fue cálido, y Sofía no tardó en responder. Sus manos se enredaron en su cuello, acercándolo más a ella. Cillian, por su parte, aferró su cuerpo contra el suyo, sintiendo la suavidad de su piel y el latido acelerado de su corazón.
La pasión en ese beso no era suave ni romántica; era impulsiva, como si ambos estuvieran buscando liberar algo dentro de sí mismos. Sofía, sin dudarlo, rodeó el cuello de Cillian con sus brazos, sintiendo el contacto más cercano entre sus cuerpos. El roce de su falda contra la pierna de Cillian intensificó aún más el calor que ambos sentían.
En ese instante, Cillian se dio cuenta de que no podía seguir luchando contra lo que sentía. Estaba arrastrado por una corriente de deseos que no podía negar. Pero, al mismo tiempo, algo dentro de él gritaba en silencio, pidiéndole que se detuviera, que volviera a la realidad.
Ambos se separaron de golpe, respirando pesadamente. El ambiente estaba cargado de tensión, pero ninguna palabra fue dicha. Sofía lo miraba fijamente, con una sonrisa pequeña y juguetona, como si supiera exactamente lo que había provocado.
Cillian, sin palabras, dio un paso atrás, limpiándose los labios y mirando hacia el suelo, consciente de lo que acababa de suceder.
—Esto... no puede seguir así —murmuró, casi para sí mismo, mientras intentaba recomponerse.
Sofía, sin embargo, no pareció tan afectada. Ella se enderezó, sonriendo con una seguridad que lo hacía sentir aún más desorientado.
—¿Y quién dijo que no puede seguir así? —respondió con calma.
Cillian la miró, con los ojos entrecerrados, consciente de que este beso no solo había sido un punto sin retorno, sino también el inicio de un nuevo juego en el que ya no estaba seguro de quién estaba en control.
El beso había dejado a ambos en un estado de confusión y deseo no resuelto. Cillian se separó de Sofía de inmediato, su respiración entrecortada, el corazón latiendo a mil por hora, y la mente inundada de pensamientos contradictorios. ¿Qué había hecho? ¿Por qué no podía simplemente alejarse de ella como había intentado en los últimos días?
Con un gruñido bajo, Cillian la empujó suavemente, pero con firmeza, dentro de su oficina. Cerró la puerta detrás de ellos y apoyó su espalda contra ella, como si el simple hecho de bloquear el paso fuera suficiente para calmar la tormenta dentro de él. Su pecho se agitaba con cada respiración mientras sus ojos no dejaban de mirarla.
Sofía estaba allí, frente a él, sin arrepentimiento, como si nada en el mundo pudiera sacarla de ese lugar. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y deseo. Sabía lo que había provocado, y no pensaba retractarse.
—¿Qué demonios estamos haciendo? —Cillian comenzó, su voz baja, llena de frustración contenida—. No podemos... no podemos tener esto, Sofía. Lo sabes.
Sofía frunció el ceño, sus labios ligeramente curvados en una sonrisa traviesa. Ella no decía nada, pero su mirada era clara: sabía exactamente lo que él quería decir, pero también sabía que su deseo no era algo que pudiera ignorarse con facilidad.
Cillian dio un paso hacia ella, su mente completamente en blanco. La atracción era palpable, la tensión entre ellos demasiado fuerte como para negarla. Pero lo que le estaba pidiendo a su propio cuerpo y mente era casi imposible.
—Esto no puede pasar. —Su voz se quebró levemente. Lo decía en voz alta, pero incluso él sabía que no estaba convencido. No podía... No quería perder su trabajo, no quería arruinar todo por una sola vez de debilidad.
Se pasó una mano por el rostro, con desesperación. Él lo quería, lo deseaba con todo su ser, pero el temor a las consecuencias lo mantenía prisionero.
—No quiero perderlo todo por una estupidez —murmuró, su tono bajo, casi derrotado.
Sofía se acercó lentamente, desafiando cada palabra que él decía con la seguridad de su caminar. Su presencia era como una fuerza incontrolable que lo empujaba más cerca de una rendición que no estaba dispuesto a aceptar.
—No es una estupidez, Cillian. —Dijo con suavidad, tomando su rostro entre sus manos. Su voz era calmada, casi tranquilizadora, como si supiera exactamente cómo jugar con su mente. —Es lo que quieres, y lo sé.
Cillian intentó apartarse de su toque, pero algo en su cuerpo se lo impedía. Sus manos se movieron instintivamente, tocando sus caderas, sintiendo la suavidad de la tela de su falda, el calor de su cuerpo cerca del suyo. El deseo volvía a tomar el control, y no podía pensar con claridad.
—¡Basta! —exclamó, levantando la mano en un intento de detenerse, pero sus dedos se posaron en su mejilla, tocándola involuntariamente.
Sofía lo miró fijamente a los ojos, un destello de entendimiento y desafío en su mirada. Ella no se echó atrás, no se apartó de él. Solo lo miró con esa mezcla de deseo y sabiduría de que ambos estaban al borde de algo que no podían controlar.
—No te mientas, Cillian —susurró suavemente, sus labios casi tocando los de él—. Ya no puedes escapar de esto.
Fue entonces cuando, sin pensarlo más, Sofía lo calló con un beso.
No fue un beso suave ni dulce. Fue urgente, casi desesperado. Sofía lo atrajo hacia ella, apoderándose de sus labios con una fuerza que dejó a Cillian sin aliento. El contacto de su boca sobre la suya, el roce de sus cuerpos, hicieron que todo lo demás desapareciera en ese momento. El miedo, la moralidad, las consecuencias... Todo eso se desvaneció por un instante, quedando solo el deseo, la necesidad.
Cillian no podía apartarse, aunque sabía que debía. Pero su cuerpo ya había decidido lo contrario. Respondió al beso con la misma intensidad, sus manos recorriendo su cuerpo, tocando su piel con una urgencia que no podía controlar. Todo lo que había intentado evitar en los últimos días se desbordó en ese único momento.
Sofía no le dio tiempo para pensar. Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban pesadamente, como si hubieran corrido una maratón. Cillian se quedó mirándola fijamente, sin saber qué hacer, cómo proceder. El conflicto interno lo devoraba, pero Sofía lo miró con una sonrisa pequeña, segura de sí misma.
—¿Te arrepientes? —preguntó con tranquilidad, casi como si fuera un juego para ella.
Cillian tragó saliva, su mente confundida. ¿Cómo podía arrepentirse de algo que lo había consumido por completo? Pero al mismo tiempo, sabía que ese beso no era solo un juego para él. Era más. Mucho más.
—Esto... no es algo que pueda simplemente ignorar, Sofía —respondió, su voz tensa, aún lleno de frustración.
Sofía se acercó un poco más, poniendo sus manos sobre su pecho, desafiándolo con la mirada.
—Entonces no lo ignores —dijo con una sonrisa desafiante—. Haz lo que realmente quieres, Cillian.
Cillian no pudo dejar de mirarla. Sus pensamientos eran un caos total, el conflicto entre lo que debía hacer y lo que deseaba hacer chocando con cada respiración. Sofía, por otro lado, parecía completamente tranquila, como si supiera exactamente lo que hacía, como si hubiera calculado cada uno de sus movimientos y sus palabras.
La habitación estaba silenciosa, pero la tensión en el aire era palpable. Cada segundo que pasaba sin que Cillian dijera algo más, hacía que Sofía se sintiera más segura de su victoria, pero no de una manera triunfal, sino casi como si estuviera esperando una respuesta que ambos sabían que tenía que llegar.
—¿Lo ves? —dijo Sofía, casi en un susurro, como si hablara consigo misma más que con él—. Ya no puedes resistirlo, ¿verdad?
Cillian cerró los ojos, su mente luchando por encontrar una salida. Sabía que lo que había pasado no era algo que pudiera simplemente dejar atrás. Estaba atrapado, y más que atrapado, estaba en una guerra interna que no parecía tener solución.
—No debería estar haciendo esto —dijo finalmente, su voz temblando con la frustración y el deseo que sentía.
Sofía lo observó con una sonrisa que no era de burla, sino de comprensión. Se acercó a él de nuevo, dejando que sus cuerpos se rozaran ligeramente, sintiendo el calor de su cercanía.
—Pero lo estás haciendo, Cillian —murmuró—. Y te guste o no, esto es más de lo que pensabas que sería.
Cillian no pudo evitarlo. La tentación era más fuerte que él, más fuerte que su moralidad, más fuerte que su miedo a perder todo lo que había logrado. En un arranque de impulso, tomó a Sofía por los brazos, atrayéndola hacia él una vez más. Esta vez, sin pensarlo, la besó con la misma urgencia con la que había respondido antes, pero esta vez no hubo dudas. Ya no había dudas.
Sofía le correspondió inmediatamente, sus manos viajando por su cuello, aferrándose a él mientras sus cuerpos se presionaban aún más cerca. El beso era más apasionado, más desesperado, como si ninguno de los dos quisiera separarse. La distancia que había existido entre ellos se había desvanecido, y solo quedaba el calor, la conexión física, el deseo sin límites.
Cillian, incapaz de detenerse, se apartó brevemente para mirarla a los ojos, buscando alguna señal de que esto no era un error. Pero los ojos de Sofía no eran de arrepentimiento ni de duda. Eran de desafío, de satisfacción, de saber que estaba ganando, aunque en el fondo también compartiera su misma lucha interna.
—Esto no va a acabar bien —dijo Cillian, su voz un susurro bajo, como si intentara advertirle de lo que venía, aunque no estaba seguro de querer evitarlo.
Sofía no le dio tiempo para más. Le dedicó una sonrisa llena de complicidad y lo besó nuevamente, más suave esta vez, como si lo estuviera calmando, como si le estuviera diciendo que no había vuelta atrás. Que no podía seguir luchando contra algo que ya estaba fuera de su control.
Después de unos segundos, Sofía se separó ligeramente, su respiración agitada, pero con una sonrisa en su rostro. Le acarició la mejilla suavemente, como si estuviera disfrutando de la victoria.
—No puedes seguir haciéndote el duro, Cillian —dijo, su tono bajo y desafiante—. Ya estás dentro, no hay forma de salir.
Cillian la miró, su mente todavía tratando de comprender lo que había sucedido. Se sentía agotado, como si todo el peso de sus decisiones pasadas hubiera caído sobre él de golpe. Sabía que lo que acababa de hacer no solo era una violación de sus propios principios, sino que había cruzado una línea que no podía deshacer.
—¿Y qué vamos a hacer ahora? —preguntó, su voz un susurro grave.
Sofía lo miró fijamente a los ojos, una chispa de diversión brillando en su mirada.
—Lo que tú quieras, Cillian. Pero no te engañes. No tienes el control aquí.
Cillian tragó saliva, sus manos temblando ligeramente. Sabía que no había vuelta atrás, pero no podía evitar sentirse atrapado en una red que él mismo había creado. No quería admitirlo, pero Sofía tenía razón: ya no podía controlar lo que pasaba entre ellos.
—Esto no está bien —murmuró, más para sí mismo que para ella.
Sofía le sonrió, tomando su mano y guiándola hacia su rostro.
—Quizá no esté bien, pero es lo que realmente quieres, ¿verdad? —dijo suavemente, casi como si estuviera desenredando la verdad más profunda que él mismo trataba de ocultar.
Cillian la miró, sintiendo la punzada de su propia verdad golpeándole con fuerza. Ya no sabía qué hacer. Sofía había dejado claro que su moralidad no tenía poder sobre lo que estaba sucediendo. Y tal vez, por primera vez en su vida, Cillian se dio cuenta de que no podía esconderse más de lo que realmente deseaba.
—Y si no puedo controlarlo... —susurró, su voz llena de una mezcla de miedo y deseo.
—Entonces, déjate llevar —respondió Sofía, antes de besarlo de nuevo, esta vez con una suavidad que, sin embargo, no disminuía el fuego entre ellos.
Cillian tenia su respiración algo entrecortada después de finalizado el beso. Su corazón latía fuerte, y una parte de él quería alejarse de todo, retroceder y seguir con la razón, con la línea que había trazado en su vida. Pero otra parte de él, más profunda y oscura, deseaba rendirse.
La menor se apartó lentamente, sus ojos fijos en él, pero con una intensidad diferente, como si ya hubiera puesto en claro lo que deseaba. Se dio la vuelta y caminó hacia el escritorio de Cillian, tomándose su tiempo. Cillian la observó en silencio, luchando contra la necesidad de hablar, de poner límites.
Finalmente, Sofia lo miró sobre el hombro, sus labios curvándose en una sonrisa tranquila pero llena de misterio.
—¿Sabes qué? —dijo ella, su tono bajo, casi susurrante. —Sé cómo calmarte.
Cillian frunció el ceño, sin comprender del todo. Se levantó de su silla, moviéndose hacia ella de manera instintiva, aunque su mente luchaba por detenerlo.
—Esto no es algo que se pueda calmar, Sofia—respondió, su voz más baja de lo habitual, teñida de frustración. —Esto... lo que siento... no es algo que pueda ignorar, pero... no puedo permitir que esto sea real.
La menor se acercó a él con una mirada que no podía ser más directa, desafiante, pero también algo vulnerable.
—No tienes que permitir nada. —Sus palabras eran como un reto, una promesa silenciosa. —A veces la vida se trata de no pensar tanto. No siempre tiene que ser lógico.
Cillian la observó fijamente, su respiración más pesada a medida que la distancia entre ellos se reducía. Él había querido mantener la calma, había querido ser el que estuviera en control, pero en ese momento, todo lo que podía pensar era en lo cerca que estaba de ella, en lo imposible que era negarlo. Y por fin, con un suspiro, se dejó llevar.
La menor dio un paso hacia él y lo empujó hacia su silla. Se puso de rodillas frente a él, mirándolo de arriba a abajo con una intensidad que lo desarmaba.
—Voy a calmarte. —Dijo con voz firme, pero tranquila. Sus manos tocaban suavemente su pantalón, y la sensación hizo que Cillian se tensara ligeramente, aunque no quería admitirlo.
Por un momento, la tensión y el deseo era palpable, como si todo el aire entre ellos estuviera cargado de algo que ambos sabían, pero que no se atrevían a nombrar.
Cillian no pudo evitar tragar saliva, su corazón latiendo con fuerza mientras la menor lo miraba, un misterio en sus ojos. Él quería detenerlo, quería negarlo, pero una parte de él... no quería hacerlo.
La menor con una calma desconcertante, mantuvo su mirada fija en Cillian mientras sus dedos rozaban suavemente la tela de su pantalón. Cada movimiento suyo estaba cargado de una intención que ambos sabían, aunque no la dijeran en voz alta.
Cillian, inmóvil en su silla, sentía que su mente y su cuerpo estaban en guerra. No podía negar lo que sentía, ni tampoco podía ignorar el miedo que se había apoderado de él al estar tan cerca de ella, con tan poco espacio entre sus cuerpos. El hecho de que la menor estuviera tan decidida y confiada lo desbordaba, y, aunque quería mantener su distancia, su corazón no lo dejaba hacerlo.
—Sofi... —murmuró con voz rasposa, como si tratara de poner orden a sus pensamientos. Pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. No sabía si quería alejarla o acercarla más.
Ella, en su silencio, no le respondió de inmediato. Sus manos viajaron al cierre de su pantalón y empezó a abrirlo. Cillian cerró los ojos por un momento, luchando contra el calor que se apoderaba de su cuerpo.
—No tienes que hacer esto... —dijo él, pero su voz sonaba más como una súplica que como una advertencia.
La menor levantó la cabeza para mirarlo con una sonrisa en los labios, un destello de desafío en su mirada. Sus dedos empezaron a masajear la erección que se empezaba a formar en los pantalones de Cillian, hasta que se decidió por liberar su miembro con ayuda de su mano derecha.
—No te preocupes, Cillian. —Susurró, sus ojos desafiantes, brillando con una luz que no podía ignorar. Mientras que empezaba a masajear en una dirección de arriba hacia abajo el miembro del contrario.
El mayor en un estado éxtasis absoluto, solo se vio capaz de sujetar el cabello de Sofia con sus manos. Su cuerpo ardía en calor, sus piernas temblaban del placer que se le estaba siendo provocado.
Sofia miraba el rostro de Cillian, tenia una expresión indescriptible pero hermosa, sus mejillas estaban rojas y se mordía el labio inferior con tal de no soltar algún ruido, Por algunos segundos la menor podía sentir como el agarre de la mano de Cillian en su cabello se intensificaba y sus piernas temblaban de manera incontrolable.
El aire en la oficina de Cillian estaba denso, cargado de tensión y deseo. Sofia se encontraba aun agachada frente a el, pero ahora haciendo uso de su boca, con su lengua girando en círculos en el glande del miembro del mayor.
Cillian se sentía incapaz de controlarse. Cada movimiento de Sofia le provocaba una reacción en su cuerpo que no podía detener. El deseo era palpable, y su voluntad, cada vez más débil.
Pero justo cuando todo estaba a punto de desbordarse y llegar a su punto de placer máximo, la puerta de su oficina se abrió sin previo aviso.
—¡Cillian! —La voz resonó en la habitación, y al escucharla, Cillian se tensó al instante, su cuerpo echándose hacia atrás, apartándose de la menor y acomodándose mejor su pantalón.
Era su jefe, un hombre alto, con una expresión seria, que entró con una carpeta en mano y una sonrisa que parecía satisfecho. Con un aire de celebración, avanzó hacia Cillian sin percatarse del desajuste que acababa de interrumpir.
—¡Enhorabuena! He estado revisando tus informes y no tengo más que elogios para ti. Este proyecto es un éxito rotundo, y eso te lo debo a ti, Cillian. —El jefe le lanzó una mirada de aprobación, sin sospechar nada.
Cillian, al escuchar las palabras de su jefe, intentó centrarse, pero sus pensamientos aún estaban dispersos. El problema no era solo que su jefe hubiera interrumpido un momento ya de por sí tenso, sino que Sofia, consciente de la situación, se movió rápidamente de su lugar para esconderse bajo el escritorio de Cillian.
Con agilidad y sin hacer ruido, Sofia continuó dándole sexo oral a Cillian, esta vez siendo mas intensa, disfrutando la adrenalina. Mientras que el mayor intentaba ser invisible para su jefe, su respiración se hizo más profunda.
Cillian, al ver la disposición de la pelinegra por continuar aquel acto, sintió un golpe de adrenalina, su corazón latiendo más fuerte. No podía permitir que su jefe descubriera lo que estaba ocurriendo. Tenía que actuar rápido.
—Gracias, gracias... —respondió Cillian, forzando una sonrisa nerviosa, su cuerpo tenso mientras su jefe seguía hablándole.
El jefe seguía felicitándolo por su trabajo, ajeno completamente a lo que estaba pasando bajo el escritorio de su empleado. Cillian trataba de mantener la compostura, asintiendo a las palabras de su jefe, pero su mente solo pensaba en la menor, allí, oculta bajo su escritorio, con su miembro en su boca y su lengua recorriéndolo dejándolo llena de saliva .
—Bueno, solo quería asegurarme de que todo estuviera bien, Cillian, que sigas en esta línea. Si necesitas algo más, no dudes en pedírmelo. —El jefe continuaba hablando con tono amigable, pero Cillian sentía que sus palabras se deslizaban por sus oídos sin captar su atención.
Finalmente, el jefe, notando la incomodidad en el aire, hizo una pausa y miró fijamente a Cillian.
—¿Todo bien, Cillian? Te veo... algo distraído. —el tono de su jefe se tornó más inquisitivo, sin entender del todo lo que ocurría.
Cillian, sintiendo que se le escapaba el control, solo pudo sonreír con nerviosismo, intentando desviar la atención.
—Sí, todo bien. Solo mucho trabajo, ya sabes... —respondió rápidamente, sin querer que su jefe se quedara mucho tiempo más.
Finalmente, el jefe, al ver que Cillian estaba algo tenso, asintió.
—Bueno, no te robo más tiempo. ¡Sigue con el excelente trabajo, Cillian! —dijo mientras comenzaba a alejarse de la mesa. Cillian suspiró con alivio, viendo cómo su jefe salía de la oficina.
Cuando la puerta se cerró, Cillian dejo salir un conjunto de quejidos, sus piernas temblaban y sus ojos se ponían blancos del placer por unos segundos. No sabía si sentirse aliviado o frustrado por cómo había salido la situación. Pero en ese momento, se centró en el hecho de que Sofia todavía estaba allí, bajo su escritorio. La menor al darse cuenta que ya estaban solos decidió intensificar el nivel, utilizando su boca y mano a la vez.
El mayor se degustaba con los sonidos provenientes de la boca de la menor, la saliva en todo su miembro hacia un sonido pegajoso y hipnotizante. Una vez que sintió que no podía mas y estaba por correrse, tomó el cabello de la menor y la hecho para atrás. Pero la pelinegra mas astuta, tomó la mano de Cillian con su mano izquierda que aun estaba libre y se abalanzó sobre el miembro del mayor, quedando llena de su semen.
Cillian hecho su silla para atrás para tener un vistazo de que había pasado ahí abajo, cuando vio la imagen de la menor llena de sus fluidos, sintió su corazón acelerarse a mas no poder.
—¿Te sientes mejor? —preguntó la menor con su tono suave, pero con una pequeña sonrisa de satisfacción en sus labios.
Cillian la miró, tratando de calmar su respiración aún agitada. Pero no podía negar lo que sentía en ese momento. Algo dentro de él se había agitado, y ya no sabía cómo manejarlo. Ahora mas que nunca deseaba estar con la menor.
—Sí, mejor. Aunque... esto no fue correcto. —dijo Cillian, sin poder evitar que su voz sonara más vulnerable de lo que quería. Sabía que la situación estaba siendo más difícil de lo que pensaba, pero la atracción que sentía por ella era innegable.
La menor lo miró sin apartar la mirada, acercándose lentamente a su escritorio. Su sonrisa, siempre desafiante, nunca desapareció.
—¿Por qué no? —preguntó suavemente, sabiendo muy bien lo que estaba provocando.
Cillian suspiró, sintiendo la presión sobre su pecho. Sus pensamientos estaban mezclados, su cuerpo aún reaccionando ante la proximidad de la menor.
—Porque no quiero que nos descubran y perderlo todo... —murmuró, mirando al suelo por un momento. Luego levantó la cabeza para encontrarse con sus ojos. —No puedo arriesgar mi carrera, mi estabilidad.
La tensión en el aire aún no desaparecía. Cillian estaba sentado aun en su escritorio, sus manos ligeramente temblorosas le entregaron una caja de pañuelos a la menor para que pudiera limpiar su rostro.
Una vez limpia, la menor se dirigió a la puerta de la oficina, pero se detuvo y se volvió hacia él, su rostro serio, pero con un destello de dulzura en los ojos.
—¿Sabes? —su voz suave rompió el silencio—. No puedo dejar de pensar en lo que siento por ti.
Cillian no dijo nada al principio, observando cada movimiento de la menor, su respiración ligera, su mirada fija en él. El aire entre los dos se volvió denso. Sofía avanzó un paso, quedándose justo frente a él, tan cerca que casi podía sentir su calor.
—No tienes idea de lo que siento, pero... —Sofía se mordió el labio inferior, sonriendo suavemente—. Si no te decides a hablar como debes, en un mes me habré olvidado de ti.
El mayor sintió un nudo en el estómago, y un sudor frío recorrió su espalda al oírla tan decidida, como si tuviera ya resuelta su partida. Pero, a pesar de la tormenta de pensamientos que nublaba su mente, finalmente la miró, directo a los ojos.
—No... —Cillian cerró los ojos un momento, luchando con su moral y sus deseos, pero no pudo negarlo más—. No puedo negar que me gustas. Y sé que no debería, que todo esto está mal... pero no puedo evitarlo.
Sofía lo observó, su mirada más intensa que nunca, pero esta vez no hubo burla en ella, solo una mezcla de satisfacción y ternura. Se acercó más, hasta que casi susurró:
—Entonces, no te olvides de mí, Cillian.
Cillian tragó saliva, sin saber qué hacer. La tensión creció, pero justo antes de que pudiera responder, la menor, con una sonrisa traviesa, se alejó un paso hacia la puerta.
—Nos vemos pronto —dijo, sin esperar una respuesta, y al salir, la puerta se cerró tras ella.
Cillian se quedo inmóvil, sintiendo el peso de sus propias palabras y de lo que acababa de admitir. La batalla interna en su mente seguía, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que quizás si tenia el derecho de enamorarse de alguien.
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