Lujuria
Era martes por la tarde, y Sofía ya se dirigía hacia la casa de Cillian, como había acordado el papel. Estaba acostumbrada a la rutina de las tutorías, pero algo en el aire hoy era diferente. Había una extraña calma que la invadía mientras caminaba hacia su destino. Sabía que la tensión entre ella y él estaba alcanzando niveles peligrosos, pero en lugar de sentirse incómoda, algo dentro de ella despertaba con cada paso.
Al llegar, tocó la puerta y Cillian abrió casi inmediatamente, como si hubiera estado esperando ese momento. En su rostro se podía ver la lucha interna, como si intentara mantener su profesionalismo, pero la mirada que le lanzó cuando la vio entrar le decía todo lo contrario.
Sofía entró sin decir una palabra, caminando con paso firme y una actitud desafiante. Su falda corta, sus piernas perfectas expuestas por la abertura de la prenda, y un escote que, aunque no tan pronunciado, no pasaba desapercibido. Cada paso era calculado, como si ella supiera el impacto que causaba.
Cillian tragó saliva al verla. La imagen de Sofía, con esa mezcla de inocencia y desafío, lo desarmaba por completo. Intentó desviar la mirada, pero no podía. Ella se acercó a su escritorio y se sentó con una calma que a él le pareció deliberada.
—Comencemos con la clase —dijo él, intentando mantener un tono profesional, pero su voz se percibía algo tensa.
Sofía no dijo nada, simplemente lo miró, esperando su próximo movimiento. El silencio entre ellos era pesado, cargado de una atracción que ninguno de los dos podía ignorar.
Cillian comenzó a hablar sobre el tema de la ética, pero sus palabras no parecían llegar a Sofía. Ella estaba demasiado concentrada en su presencia, en la forma en que sus hombros se tensaban y su respiración se volvía un poco más agitada cada vez que ella lo miraba. Cada palabra que él decía, ella respondía con una leve inclinación de cabeza, pero sus ojos nunca abandonaban los suyos.
—Sofía, ¿estás prestando atención? —preguntó él, sin poder evitar la franqueza en su voz. Estaba empezando a perder la paciencia, pero también la compostura.
Ella sonrió con un aire de desafío y no respondió de inmediato. Se recostó en su silla, mirando a Cillian desde abajo, su cuerpo ligeramente inclinado hacia él, sin decir palabra, solo dejándole saber que su presencia lo estaba afectando.
—¿Por qué no me dices lo que piensas, Sofía? —preguntó Cillian, su tono ya no tan profesional, sino más... inquieto.
Sofía se levantó de su asiento con calma, caminando hacia él sin perder su mirada desafiante. Cillian se sintió nervioso, y por un momento, perdió la compostura al ver cómo ella se acercaba, su falda moviéndose con cada paso.
—¿Qué quieres que te diga, profesor? —dijo ella suavemente, casi en un susurro. La cercanía entre ellos era tan palpable que podía sentir cómo su respiración se entrelazaba.
De repente, Sofía se detuvo frente a él, a unos pocos centímetros de distancia, lo suficiente como para que Cillian pudiera sentir el calor de su cuerpo, la fragancia de su perfume envolviéndolo. Fue entonces cuando un impulso incontrolable lo recorrió, empujó suavemente a Sofía contra el escritorio con un movimiento firme, pero sin lastimarla.
Sofía se apoyó en la mesa, pero no se apartó. Sus ojos brillaban con algo más que desafío, con algo que Cillian ya no podía ignorar. La tensión entre ellos era insoportable, y, por un momento, ambos se quedaron en silencio, mirando al otro como si estuvieran esperando una señal.
Cillian, con el corazón latiendo rápido, posó su mano en su pierna, tocando la piel suave de Sofía que, bajo el contacto, parecía responder al roce. La conexión entre ellos era tan intensa que casi podía saborear la electricidad en el aire. Pero él no quería ceder.
—Esto... no está bien, Sofía —dijo con voz quebrada, tratando de alejar la culpa que lo invadía.
Sofía no retrocedió. Al contrario, sonrió, su mirada se volvió más penetrante, y sus labios se separaron ligeramente.
—¿Qué no está bien? —susurró, desafiante.
Pero no hubo un beso. La escena permaneció ahí, suspendida en el tiempo. Cillian, luchando contra lo que sentía, se apartó lentamente. Sofía, sin decir una palabra, se enderezó, y volvió a sentarse en su escritorio, aunque su actitud ya no era la misma. La tensión seguía flotando en el aire, sin resolverse.
Cillian se quedó de pie, su cuerpo tenso, la mente hecha un caos. Sabía que esta atracción no iba a desaparecer fácilmente. Sin embargo, estaba más consciente que nunca de que esa situación no podía continuar, aunque su corazón y su cuerpo le decían lo contrario.
La tensión entre Cillian y Sofía era palpable, el aire denso, cargado de deseos y sentimientos reprimidos. La tutoría continuó por unos minutos más, pero la mente de Cillian apenas podía concentrarse en las palabras que estaba diciendo. Los ojos de Sofía no dejaban de provocarlo, su actitud y su estilo desbordaban confianza, y él sentía cómo se le escapaba el control. Cada segundo parecía una eternidad.
Finalmente, decidió terminar la tutoría de manera abrupta.
—Eso es todo por hoy, Sofía. —dijo Cillian con voz más áspera de lo habitual, tratando de recuperar algo de compostura.
Sofía se levantó de su asiento, con esa sonrisa segura en su rostro, como si supiera exactamente lo que estaba provocando. Cillian la observó mientras caminaba hacia la puerta, sus caderas moviéndose con cada paso. La imagen de Sofía, en su falda tan corta, con esa mirada desafiante, hizo que Cillian sintiera su cuerpo caliente, casi fuera de control.
Él la siguió hasta la puerta, un paso atrás, pero sus ojos no dejaban de recorrerla. Al llegar al umbral, Sofía se detuvo y se giró hacia él.
—¿Tan rápido me quieres fuera de aquí, profesor? —dijo Sofía con un tono que mezclaba burla y deseo.
Cillian tragó saliva, sus pensamientos nublados. Él estaba parado en el umbral, la puerta a medio cerrar, con sus dedos rozando el marco. No podía seguir así. No podía dejar que se fuera tan fácilmente.
—No, no es eso… —dijo él, pero sus palabras fueron débiles, vacías. El deseo lo estaba consumiendo, y no pudo evitar dar un paso más cerca de ella.
Sofía lo miró desde su posición, su rostro cercano al suyo. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Estaban demasiado cerca, sus respiraciones entrelazadas, y ella, con esa sonrisa desafiante, no hacía más que intensificar la situación.
De repente, Sofía levantó su mano y comenzó a jugar con la corbata de Cillian, deslizándola entre sus dedos de forma juguetona. La imagen era demasiado para él. Cillian cerró los ojos por un momento, tratando de mantener la compostura. Pero no pudo más. Sus manos, movidas por un impulso irracional, tomaron el rostro de Sofía y la atrajeron hacia él.
El beso fue inmediato, violento, como si ambos hubieran esperado ese momento todo el tiempo. Cillian la besó con desesperación, sus labios presionando los de ella con tal fuerza que Sofía soltó un suspiro de sorpresa. La corbata de Cillian cayó al suelo cuando él la empujó de nuevo hacia dentro de la casa, sin poder separarse de sus labios. El deseo, la atracción, todo estalló en ese beso, como si el mundo entero desapareciera a su alrededor.
Sofía, aunque sorprendida, correspondió al beso con la misma intensidad, sus manos recorriendo la camisa de Cillian mientras lo acercaba más a ella. El calor entre ellos aumentaba, y Cillian sintió cómo sus impulsos tomaban el control. No importaba lo que sucediera después, no importaba lo que dijera su conciencia. En ese momento, solo existían ellos dos, el uno para el otro.
Finalmente, Cillian se separó ligeramente, pero sin apartarse por completo. Sus respiraciones entrecortadas llenaban el espacio.
—Sofía... —susurró él, casi sin aliento.
Ella, con una sonrisa satisfecha, lo miró de nuevo, como si lo desafiara una vez más.
—Creo que no somos tan diferentes después de todo, ¿verdad, profesor? —dijo ella, su tono juguetón, pero con una carga de complicidad que dejó claro que ambos sabían lo que acababa de suceder.
Cillian no respondió, aún en shock por lo que acababa de hacer. Todo lo que había logrado controlar, todo lo que había intentado evitar, se había desmoronado en ese instante. No podía creer lo que acababa de suceder, pero tampoco podía negar lo que sentía.
Sofía no se apartó. De hecho, se acercó aún más a él, con una expresión que decía más de lo que cualquier palabra podría expresar.
Y mientras Cillian la miraba, sintió cómo su autocontrol se evaporaba completamente, sabiendo que ya no había vuelta atrás.
El beso que compartieron había sido solo el comienzo de algo que ni él ni Sofía estaban dispuestos a confrontar completamente. Sin embargo, antes de que pudieran reflexionar más sobre lo ocurrido, la puerta principal se abrió de golpe, y la figura familiar de la ex esposa de Cillian apareció.
—¿Cillian? —su voz cortó el aire, y él palideció al escucharla. La ex esposa, con su actitud decidida, miró alrededor de la casa, y algo en su mirada se detuvo en el suelo, donde descansaba la corbata de Cillian.
Cillian reaccionó rápidamente, mirando a Sofía con desesperación. Sin pensar, la empujó suavemente hacia un pequeño armario en el living, con aberturas que dejaban ver el entorno sin ser detectado. Sofía, atónita pero comprendiendo la situación, se acomodó rápidamente dentro del armario, sus manos temblorosas al intentar controlar su respiración.
—¡¿Qué haces aquí?! —exclamó Cillian, con una mezcla de molestia y nerviosismo, mientras se apresuraba a levantarse y tratar de recuperar la compostura.
Su ex esposa lo miró con desdén, y la tensión en el aire era palpable. —Vine porque quería pasar a saludarte , ¿y qué es esto? —preguntó, señalando la corbata.
—No es lo que piensas. No hay nadie aquí —respondió Cillian, intentando calmarse, pero sintiendo el peso de la situación.
—¿De verdad crees que soy tan estúpida? —replicó ella, cruzando los brazos. Su mirada se volvía cada vez más sospechosa.
Cillian suspiró, viendo cómo la conversación comenzaba a escalar. —Si hubiera alguien, no sería nada malo. Estamos divorciados, ¿recuerdas? No te hagas preguntas innecesarias —respondió, con algo de irritación.
La ex esposa levantó una ceja. —Tienes razón, estamos divorciados. Pero hay maneras y maneras de manejar las cosas, Cillian. Y no tienes por qué esconder nada. Además solo han pasado dos años, ¿tan facil de superar soy?
Las palabras de ella calaron hondo en Cillian. La discusión continuó, pero él ya no estaba seguro de cómo seguir defendiéndose, sintiéndose atrapado entre su pasado y lo que acababa de suceder con Sofía. Finalmente, la ex esposa se dio la vuelta, frustrada y ofendida, y salió sin dar oportunidad a más palabras.
Cillian dejó escapar un suspiro de alivio, pero se sentó con el rostro marcado por la tensión. Su mirada se desvió hacia el armario donde Sofía permaneció oculta, la incertidumbre creciendo en su interior.
Sofía, al salir del armario, lo encontró visiblemente agotado. Los dos se miraron en silencio, antes de que él se disculpara.
—Lo siento mucho por lo que acabas de ver. No era mi intención... —murmuró, sintiéndose avergonzado.
Sofía asintió, su rostro tenso pero comprendiendo la situación. —No pasa nada —respondió ella con voz suave, pero con una leve sonrisa que denotaba que aún no estaba completamente segura de qué hacer con todo lo sucedido. Sin decir más, se giró y se dirigió hacia la puerta. Cillian, aún atrapado en sus pensamientos, observó cómo se alejaba, consciente de que la complicación que había nacido entre ellos recién comenzaba.
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