Límites Difusos
Cillian no había dormido bien en días. La sombra de sus propios errores lo seguía como un espectro, y cada intento por justificar su comportamiento parecía desmoronarse bajo el peso de su moralidad. A la mañana siguiente, después de revisar la lista de tutorías del día, borró el nombre de Sofía. "Es lo mejor para ambos," pensó. Sin embargo, esa decisión no alivió su tormento, sino que lo dejó más inquieto.
Horas más tarde, sentado en una cafetería del centro, Cillian miraba la taza de café frío frente a él. Había llamado a Daniel, un viejo amigo que conocía desde la universidad, con la esperanza de encontrar claridad. Daniel llegó, siempre despreocupado, con su bufanda gris desordenada y su eterno aire de sarcasmo.
—¿Por qué tienes esa cara? —preguntó Daniel, tomando asiento.
—Estoy metido en un problema. Uno serio.
Cillian le explicó la situación, omitiendo detalles como los besos o la intensidad de sus sentimientos. Habló de Sofía como si fuera un caso hipotético: una estudiante, una figura que había cruzado los límites de lo que era apropiado.
—¿Crees que sientes algo por ella? —preguntó Daniel con cautela, dejando su taza de café a un lado.
Cillian dudó. "¿Sentir algo por ella?" No era tan simple. Había deseo, por supuesto, pero también estaba la manera en que Sofía desafiaba su compostura, cómo su presencia lo hacía cuestionarse todo lo que creía ser.
—No puedo permitirme sentir nada. Sería... incorrecto. Inmoral.
—¿Y por eso cancelaste la tutoría? —Daniel levantó una ceja.
—No quiero que piense que lo que pasó fue aceptable. Ni quiero que pase otra vez.
Daniel lo miró fijamente por un momento. Luego suspiró.
—Cillian, hay una diferencia entre evitar tus problemas y enfrentarlos. ¿Qué esperas lograr? ¿Que desaparezca por arte de magia?
Las palabras de su amigo quedaron flotando en su mente el resto del día. "¿Evitar o enfrentar?"
Sofía, por su parte, había recibido el correo notificándole la cancelación de su tutoría. Al principio pensó que era un error, pero cuando verificó con otros compañeros y vio que ellos sí tenían sesiones programadas, la frustración se transformó en algo más: una sensación de rechazo personal.
Cuando llegó a clase de ética esa tarde, llevaba consigo una determinación nueva. Cillian estaba frente al aula, su semblante severo y frío, como si fuera una fortaleza inexpugnable. Sin embargo, cuando Sofía entró, él notó inmediatamente su presencia. Su ropa—un conjunto sencillo pero cargado de intención—y su mirada decidida no eran detalles que pudiera ignorar.
Durante la clase, Sofía levantó la mano más veces de lo usual, participando con una confianza que parecía diseñada para provocarlo. Cillian intentó no mirarla directamente, pero era imposible no notar cómo su seguridad irradiaba un magnetismo que atraía incluso a sus compañeros.
Cuando el aula quedó vacía, Sofía se quedó atrás, cruzando los brazos mientras observaba a Cillian guardar sus cosas.
—Cancelaste mi tutoría —dijo, su tono directo y acusador.
—No creo que sea necesario continuar con ellas. Puedes buscar ayuda con otro profesor —respondió sin mirarla, metiendo apresuradamente unos papeles en su maletín.
—¿Eso crees? —Sofía dio un paso hacia él. Su voz era suave, pero sus palabras cortaban como vidrio.
Cillian finalmente levantó la mirada. La manera en que lo miraba lo desarmaba, como si pudiera ver cada grieta en su fachada.
—Estoy haciendo lo correcto —dijo, aunque las palabras sonaban vacías incluso para él.
—¿Lo correcto? —Sofía soltó una risa corta, sarcástica. Se acercó aún más, hasta estar a un paso de él.
—¿Y quién decide qué es lo correcto, Cillian? ¿Tú? ¿Tus reglas? Porque, hasta donde veo, eres tú el que no puede manejar esto.
Cillian retrocedió un paso, intentando recuperar el control de la conversación.
—Sofía, esto no es un juego.
—Nunca dije que lo fuera. Pero tampoco voy a dejar que me hagas sentir como un error.
Esas palabras golpearon a Cillian más de lo que esperaba. Sintió que la habitación se encogía, que el aire se volvía más pesado. Finalmente, bajó la mirada, incapaz de sostener el fuego de los ojos de Sofía.
—Vete —dijo en un susurro. Era una súplica más que una orden.
—No hasta que me mires y admitas que no eres tan fuerte como crees —replicó Sofía, su voz temblando con la intensidad de la emoción contenida.
Cillian apretó los puños, luchando contra sí mismo. Al final, dio un paso atrás, poniendo más distancia entre ellos.
—Por favor, vete —repitió.
Sofía, al ver la batalla interna que libraba, finalmente dio un paso atrás.
—Eres un cobarde, ¿sabes? —dijo antes de girar sobre sus talones y salir del aula.
Cillian se quedó solo, apoyándose contra el escritorio, su mente un torbellino de emociones. Sabía que había perdido algo importante en ese momento, pero no estaba seguro de si era a Sofía... o a si mismo.
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