Confusión.
Al día siguiente, Sofía llegó a clase con la mente aún agitada por lo sucedido en la tutoría. Aunque había intentado ignorar el malestar que la visita a la casa de Cillian había causado en ella, no podía dejar de pensar en su forma de hablar, en su mirada que parecía perforarla cada vez que se cruzaban. ¿Qué me pasa? se preguntó mientras tomaba asiento en el aula, forzando una sonrisa cuando vio a sus amigas.
—¿Cómo te fue? —preguntó una de ellas, levantando una ceja, sabiendo que Sofía nunca era muy entusiasta con los profesores.
Sofía dudó un momento antes de responder, tratando de sonar indiferente.
—Bien, supongo. Solo fue una clase más. —Mentira.
Las amigas intercambiaron miradas, pero Sofía evitó el contacto visual. La verdad era que no sabía qué pensar. Por un lado, había sido una tutoría más en la que Cillian simplemente había hecho su trabajo. Pero por otro, su presencia había dejado una huella que no lograba borrar. No es nada, se repetía a sí misma. Es solo un profesor. Y este curso... es solo una maldita clase de ética.
A medida que avanzaba el día, su mente seguía atrapada en los recuerdos de aquella conversación. Las palabras de Cillian se repetían en su cabeza: "La autocrítica es fundamental..." La tensión que había sentido cuando sus ojos se habían cruzado, la forma en que su voz profunda parecía penetrar en ella, como si sus palabras tuvieran un poder inusitado para desconcertarla.
Era como si él supiera algo que ella aún no entendía, algo que ella intentaba desesperadamente ignorar.
Después de la clase, Sofía decidió quedarse unos minutos más en la universidad para pensar. Se sentó en una banca del patio, mirando a los estudiantes pasar sin realmente verlos. Todo parecía tan lejano en ese momento, como si ella estuviera atrapada en su propia burbuja de confusión.
¿Por qué me afecta tanto?
De repente, el sonido de unos pasos le hizo levantar la mirada. Cillian estaba parado a unos metros de ella, como si lo hubiera estado observando desde hace tiempo sin que ella lo notara.
—Sofía —dijo él, su tono tranquilo pero firme—, te he estado esperando.
Ella se sorprendió, aunque no lo demostraba. ¿Cómo sabía que ella iba a estar allí? ¿Por qué le estaba buscando?
—¿Profesor? —respondió, sin poder evitar que su voz sonara más tensa de lo que esperaba.
Cillian se acercó un poco, pero no demasiado.
—He estado reflexionando sobre nuestra última conversación —dijo, sin entrar en detalles aún—. Quería saber si has pensado más sobre lo que hablamos.
Sofía sintió que la conversación se ponía incómoda otra vez. No quería ser vulnerable frente a él, no quería admitir que su presencia aún la perturbaba.
—No estoy segura de qué se refiere —dijo rápidamente, levantándose para alejarse.
Pero Cillian la detuvo con una frase que, una vez más, la hizo dudar:
—La ética es más que un tema de clase, Sofía. Es sobre ti misma, tus decisiones y el porqué de lo que haces. Si no entiendes eso, no importa cuánto estudies, siempre estarás atrapada en las mismas preguntas.
Sofía se quedó en silencio, la mirada perdida en el horizonte. ¿Por qué tiene que hablarme de esta manera? No lo entendía.
—Entiendo lo que está diciendo, pero... no me gusta que me trate como si fuera una experta en algo que no soy. —Sofía finalmente soltó, su tono más fuerte, intentando recobrar algo de control.
Cillian la miró por un largo momento, su expresión neutral, casi evaluativa. Luego, hizo un leve gesto con la mano.
—Quizás. Pero todos tenemos que enfrentarnos a nuestra propia verdad alguna vez, Sofía. La diferencia está en cómo reaccionamos ante ella. —Y antes de que Sofía pudiera replicar, añadió—: Piensa en eso.
Sin decir más, se dio la vuelta y caminó hacia el edificio, dejándola con la cabeza llena de preguntas.
Sofía pasó el resto de la tarde en un estado de incomodidad casi palpable. Cada vez que su mente regresaba a lo que había sucedido con Cillian, una sensación extraña se instalaba en su pecho. Por un lado, quería rechazarlo todo; su manera de hablar, su forma de mirarla, la manera en que se sentía tan observada. Pero por otro, no podía evitar preguntarse si realmente lo que decía tenía algo de verdad. No puede ser se repetía. Es solo un profesor. Estoy exagerando. Es solo ética.
A medida que pasaron los días, la tensión entre ellos parecía aumentar. En la siguiente clase, Sofía se sentó lejos de él, evitando a toda costa cualquier tipo de interacción directa. Se concentró en tomar notas y escuchar las explicaciones de Cillian, pero aún así, su presencia era como una sombra que se cernía sobre ella.
Después de la clase, Cillian la llamó una vez más. Esta vez, Sofía no intentó huir de inmediato. Sabía que lo había estado evitando, y de alguna manera, sentía que no podía seguir ignorando lo que estaba sucediendo entre ellos.
—Sofía —su voz profunda y calmada la alcanzó mientras ella salía del salón. Aunque su tono no era más que profesional, había algo en la manera en que la llamaba que la hacía sentir expuesta, vulnerable.
Se giró lentamente, sin querer admitir cuán nerviosa se había puesto al escuchar su nombre.
—¿Profesor? —respondió, con una sonrisa forzada.
Cillian la observó un momento, como si estuviera decidiendo algo en su mente antes de hablar.
—Sé que no hemos tenido la oportunidad de hablar más sobre la tutoría —comenzó, su voz tranquila pero firme—. Quiero que sepas que lo que hago no es solo para que aprendas para el examen. La ética es algo que se vive, no solo se estudia. Si realmente quieres entenderlo, debes cuestionar más allá de lo que te enseñan en los libros.
Sofía lo miró fijamente, sin saber si sentir frustración o curiosidad. ¿Por qué me sigue diciendo esto? pensó. ¿Qué pretende con toda esta filosofía?
—Lo sé, profesor —respondió con algo de impaciencia, tratando de no dejar que su voz traicionara su incomodidad—. Pero ya entendí lo que está diciendo. No soy tonta. No necesito que me lo repita.
Cillian la observó por un largo momento, como si estuviera buscando algo más en su expresión. Luego, al parecer, llegó a una conclusión.
—Está bien, Sofía. Solo quería que lo supieras. La ética no es un juego. Y es más difícil de lo que parece. Si algún día quieres hablar más de esto, sabes dónde encontrarme.
Sofía se quedó allí, quieta, mirando cómo él se alejaba. Algo en sus palabras la dejó pensativa. ¿Realmente creía que ella no entendía lo que estaba pasando? ¿O simplemente no había manera de que él pudiera dejar de desafiarla?
Cuando llegó a su casa, la sensación de incomodidad no desapareció. Se sentó en su cama, sin poder concentrarse en nada. Había algo en la forma en que Cillian hablaba, en la calma con la que siempre se comportaba, que la descolocaba por completo. No me voy a dejar atrapar por este juego, pensó una vez más. Pero, por alguna razón, sus palabras seguían dando vueltas en su cabeza.
Esa misma noche, Sofía se dio cuenta de algo: No era solo que no quería reconocerlo, era que me molestaba que él tuviera razón. La idea de cuestionarse a sí misma, de ver sus decisiones desde un ángulo más crítico, la había dejado inquieta. No porque no estuviera dispuesta a aprender, sino porque había algo en Cillian que, sin quererlo, la hacía replantearse muchas cosas sobre sí misma.
Al día siguiente, llegó al aula temprano, esperando evitar cualquier conversación que pudiera surgir. Sin embargo, justo cuando se sentó en su lugar, vio que Cillian se acercaba. Su mirada se encontró con la de ella y, por un momento, todo lo que había pensado sobre mantenerse firme pareció desvanecerse.
—¿Te he hecho pensar mucho, Sofía? —preguntó con una ligera sonrisa, que Sofía no pudo evitar notar.
Era la primera vez que le dirigía una sonrisa que no se sentía tan fría, tan distante. Y, a pesar de que Sofía intentaba ignorarlo, algo en su interior se removió. No podía negar que había algo intrigante en él.
Sofía desvió la mirada rápidamente, tratando de mantener su compostura.
—No, profesor. Solo... no estoy acostumbrada a que alguien me cuestione tanto.
Cillian la observó por un instante, sus ojos fijos en ella, evaluándola como si estuviera observando un experimento. Luego, su voz cambió, suavizándose un poco.
—Quizás eso es lo que necesitas. Cuestionar, no solo a los demás, sino a ti misma. Es el único camino para realmente entender lo que hacemos, por qué lo hacemos y cómo podemos ser mejores.
Sofía sintió un nudo en el estómago. ¿Por qué me está diciendo esto? Pero, por otro lado, no podía negar que sus palabras, aunque desconcertantes, la estaban tocando de una manera que no esperaba.
—Está bien —dijo, casi como un susurro, sin querer mostrar más de lo que sentía. Pero Cillian ya había comenzado a alejarse, dejándola con más preguntas que respuestas.
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