Bajo la tormenta
Era un jueves por la tarde, había una tormenta que no había dado tregua desde el inicio de la mañana. Los truenos retumbaban a lo lejos, y la lluvia golpeaba con furia las ventanas del salón donde el evento académico de ética estaba por concluir. Cillian, desde su lugar como moderador, trataba de enfocarse en el cierre de la mesa redonda, pero su mente divagaba, buscando sin querer una figura específica entre los estudiantes.
Sofía había llegado tarde, como siempre, irrumpiendo con su inconfundible presencia. Sus botas resonaron sobre el piso de madera, y su silueta enmarcada por la tenue iluminación del salón captó las miradas de más de uno. Llevaba un conjunto oscuro que parecía gritar rebeldía: una falda corta con tiras cruzadas, medias de malla y una chaqueta de cuero ajustada. Su cabello estaba suelto, caía en ondas desordenadas, y su delineado intenso le daba ese aire desafiante que Cillian no podía ignorar, aunque quisiera.
Se sentó al fondo, deslizándose en su silla con desinterés, pero su mera presencia llenó el espacio. Cillian intentó no mirarla, enfocarse en los panelistas, en las preguntas del público, pero cada movimiento suyo —la manera en que se pasaba el cabello detrás de la oreja o jugaba con su bolígrafo— lo desestabilizaba.
Cuando el evento terminó, los estudiantes comenzaron a salir apresurados, buscando escapar de la tormenta. Sofía se quedó rezagada, apoyándose en el marco de la puerta principal mientras la lluvia caía en torrentes. Su mirada estaba fija en el diluvio frente a ella, como si estuviera considerando correr bajo el agua.
Cillian la vio desde el lobby. Suspiró profundamente, sintiendo cómo su conciencia le advertía que no debía involucrarse más de lo necesario, pero sus pies ya estaban caminando hacia ella antes de que pudiera detenerse.
—¿Planeas esperar hasta que pase la tormenta o necesitas un aventón? —preguntó, con su tono usualmente seco.
Sofía giró lentamente, mirándolo con una media sonrisa que parecía desafiarlo.
—¿Me está ofreciendo ayuda, profesor? Eso no suena muy profesional.
Él apretó los labios, tratando de mantener su semblante serio.
—Sube al auto antes de que cambie de opinión.
Ella soltó una pequeña risa y lo siguió.
El sonido de la lluvia llenaba el silencio en el coche. Cillian mantenía ambas manos firmes en el volante, sus ojos fijos en la carretera mientras Sofía jugaba con la radio, cambiando de estación en estación.
—Si tocas algo que no sea jazz, te bajas aquí mismo —advirtió él sin apartar la vista del parabrisas.
—¡Jazz! Claro que tú escucharías jazz —respondió, rodando los ojos con una sonrisa.
—Es música para pensar. Algo que deberías intentar más seguido.
Ella lo miró con falsa indignación.
—¿Siempre tienes que ser tan condescendiente?
Él no respondió. En cambio, hizo un leve giro para tomar una calle secundaria, buscando una ruta alternativa para evitar el tráfico. Sofía lo observó de reojo. Había algo en su postura, en la tensión en su mandíbula, que la intrigaba.
—¿Por qué eres así conmigo? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.
Cillian frunció el ceño, aunque no apartó la vista del camino.
—¿Así cómo?
—Frío, distante... como si odiaras cada segundo que tienes que hablarme.
Su pregunta lo tomó desprevenido. El silencio que siguió fue casi incómodo. Finalmente, él murmuró:
—No odio hablarte, Sofía. Ese es el problema.
Ella se quedó en silencio, procesando sus palabras. Había algo en su tono, una vulnerabilidad que nunca había escuchado.
Cuando llegaron a un punto donde el tráfico era imposible, Cillian estacionó frente a una pequeña cafetería iluminada tenuemente.
—Entremos. Esto tomará tiempo.
El lugar estaba casi vacío, salvo por un par de clientes y el barista detrás del mostrador. Sofía se quitó su chaqueta mojada al entrar, revelando una camiseta ajustada que hacía que Cillian desviara la mirada rápidamente.
Pidieron café, y él eligió una mesa en un rincón, lejos de los demás. El ambiente era cálido, pero la tensión entre ellos era palpable. Sofía tamborileaba los dedos sobre la mesa, observándolo con atención.
—¿Siempre eres tan contenido? —preguntó, rompiendo el hielo.
—No lo entiendes —respondió él, su voz baja pero firme.
—Entonces explícamelo.
Cillian dejó la taza en la mesa con un suspiro.
—Es complicado.
—Todo lo haces complicado. —Sofía se inclinó ligeramente hacia él, sus ojos buscando los suyos.
—¿Te molesto tanto?
Él sostuvo su mirada, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
—No me molestas. Ese es el problema.
Ella se quedó en silencio, sorprendida. La tormenta rugía afuera, pero dentro de la cafetería, todo estaba quieto. Finalmente, Sofía sonrió, una sonrisa pequeña pero cargada de significado.
—Entonces, ¿qué soy para ti?
Cillian apretó los labios.
—No hagas esto, Sofía.
—No lo estoy haciendo yo. Tú lo estás haciendo.
La tensión era insoportable. Antes de que alguno pudiera decir algo más, un apagón repentino dejó la cafetería en penumbras. El barista encendió una linterna que proyectó sombras largas y oscilantes en las paredes. La luz tenue caía sobre Sofía, acentuando los ángulos de su rostro y la intensidad de su mirada.
—Sabes que estoy aquí porque tú lo permites —dijo ella, casi en un susurro.
Cillian no respondió. Sus manos estaban sobre la mesa, y Sofía las miró antes de alzar la vista hacia él nuevamente.
—Si tanto te molesta mi presencia, ¿por qué sigues buscándome?
Sus palabras eran como un golpe directo a su conflicto interno. Cillian cerró los ojos por un momento, intentando calmar el torbellino en su mente.
—Porque hay cosas que uno no puede evitar.
La penumbra en la cafetería parecía acentuar todo: el sonido de la lluvia contra las ventanas, las respiraciones contenidas, las palabras no dichas entre ellos. Sofía no desvió la mirada ni un segundo, como si estuviera esperando una respuesta que sabía que él no quería dar.
Cillian apartó las manos de la mesa, como si estuviera poniendo distancia, pero ella lo notó. Sus ojos bajaron al gesto y volvieron a los de él con una mezcla de curiosidad y desafío.
—Siempre te escondes detrás de tus principios, ¿verdad? —dijo ella, apoyándose contra el respaldo de su silla.
—No es esconderme —respondió él, con un tono contenido pero firme—. Es tener control.
—Control... —repitió Sofía, con una sonrisa ladeada que parecía más peligrosa que divertida—. Es curioso. Todo en ti grita lo contrario.
Cillian frunció el ceño, incómodo.
—¿Qué quieres decir?
Sofía se inclinó hacia adelante, sus dedos jugando con el borde de su taza.
—Dices que tienes control, pero cada vez que estamos cerca, parece que estás a punto de perderlo. Es como si estuvieras caminando sobre una cuerda floja. ¿Cuánto tiempo crees que puedes mantenerte en equilibrio?
La pregunta lo golpeó como un dardo. La intensidad de su mirada lo desarmaba, y por un instante, casi pudo sentir cómo el hilo delgado de su autocontrol se tensaba peligrosamente.
—No sabes de lo que hablas —replicó, intentando recuperar el control de la conversación.
—Claro que lo sé. —Sofía dejó la taza en la mesa y cruzó los brazos, apoyándose ligeramente sobre la superficie. Su postura era relajada, pero su tono era incisivo—. Lo sé porque yo también estoy en esa cuerda floja, Cillian.
Él abrió la boca para responder, pero no pudo encontrar las palabras. La confesión de Sofía lo tomó desprevenido, como si de repente ambos estuvieran enfrentando algo que había estado latente desde hacía semanas.
—Sofía... esto no es un juego.
Ella sonrió, pero había algo vulnerable en su expresión.
—¿Y quién dijo que lo es?
La tormenta rugió afuera, pero dentro de la cafetería, el silencio era ensordecedor. La luz de la linterna oscilaba, proyectando sombras inquietas en las paredes. Cillian apoyó los codos sobre la mesa y frotó su rostro con las manos, intentando recomponerse.
—No puedo hacerlo. No puedo permitir que esto... lo que sea que esté pasando... se descontrole.
Sofía lo observó, su expresión pasando de desafiante a casi compasiva.
—¿Por qué tienes tanto miedo?
Él levantó la vista, sus ojos encontrando los de ella.
—Porque si pierdo el control contigo, no hay vuelta atrás.
La intensidad de sus palabras dejó a Sofía sin respuesta por un momento. Era la primera vez que lo escuchaba admitir algo tan abiertamente, y aunque la confesión estaba cargada de tensión, también había una honestidad que la desarmó.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó ella en voz baja.
Cillian se quedó mirándola, como si estuviera debatiéndose internamente entre dar un paso adelante o retroceder. Finalmente, negó con la cabeza y se levantó de la silla.
—Te llevo a casa.
Sofía lo siguió con la mirada, sin moverse.
—Eso no responde a mi pregunta.
Él se detuvo, con las manos en los bolsillos y la cabeza ligeramente agachada.
—No tengo una respuesta, Sofía. No todavía.
El camino de regreso fue un contraste absoluto con la ida. La música seguía sonando bajo en la radio, pero ninguno de los dos habló. La tensión en el aire era casi palpable, como una cuerda tirante que amenazaba con romperse.
Cuando llegaron al edificio de Sofía, Cillian estacionó frente a la entrada y apagó el motor. La lluvia seguía cayendo, aunque más suavemente ahora.
—Gracias por el café y por traerme —dijo ella finalmente, rompiendo el silencio.
—No hay de qué —respondió él, sin mirarla directamente.
Sofía desabrochó el cinturón, pero no se movió para salir. En cambio, giró hacia él, sus ojos buscando los suyos en la penumbra del auto.
—Cillian...
Él volteó lentamente, y por un momento, se encontraron en una especie de burbuja donde el tiempo parecía detenerse. La lluvia formaba pequeñas corrientes en el cristal del auto, y las luces de la calle iluminaban apenas sus rostros.
—No sigas —dijo él, su voz baja pero cargada de emoción.
—¿Por qué no? —preguntó Sofía, con una mezcla de desafío y ternura en su tono.
Él no respondió. Sus manos se aferraron al volante como si fuera lo único que lo mantenía anclado a su resolución. Pero Sofía, como siempre, no se detuvo. Se inclinó ligeramente hacia él, lo suficiente para que él pudiera oler el suave perfume que llevaba.
—No puedes fingir que no está pasando, Cillian. Y yo tampoco.
Él cerró los ojos, intentando controlar la ola de emociones que lo invadía. Cuando finalmente los abrió, la miró con una mezcla de frustración y anhelo.
—Buenas noches, Sofía.
Ella lo miró por unos segundos más, como si estuviera decidiendo si insistir o no. Finalmente, asintió con una pequeña sonrisa.
—Buenas noches, profesor.
Sofía abrió la puerta y salió bajo la lluvia. Antes de entrar al edificio, se giró una última vez hacia el auto. Cillian seguía allí, inmóvil, con las manos firmes en el volante y la mirada perdida en el parabrisas.
Cuando ella desapareció en el interior del edificio, Cillian dejó escapar un suspiro profundo, apoyando la frente contra el volante.
—¿Qué demonios estás haciendo?
La tormenta seguía rugiendo afuera, pero dentro de él, el verdadero caos apenas comenzaba.
Cillian condujo hacia su departamento, pero cada kilómetro que avanzaba se sentía más lejos de cualquier resolución. Las palabras de Sofía, su mirada desafiante mezclada con una honestidad desarmante, lo perseguían como un eco interminable.
Al llegar, dejó caer las llaves sobre la mesita del recibidor y se quitó el abrigo empapado. Su departamento estaba en completo silencio, pero su mente estaba lejos de encontrar paz. Encendió una lámpara junto al sofá, creando un tenue resplandor en la sala.
Se dejó caer sobre el sofá, con las manos frotando su rostro mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Pero la sensación de los últimos momentos en el auto, la intensidad de los ojos de Sofía, su proximidad... todo seguía presente, como si todavía pudiera sentir su perfume en el aire.
—¿Qué estoy haciendo? —se preguntó en voz baja, casi como un reproche.
El teléfono vibró en su bolsillo. Con un suspiro, lo sacó, esperando un correo o una notificación irrelevante. Pero no. Era un mensaje directo de Instagram. Sofía.
"¿Llegaste bien?"
Cillian se quedó mirando la pantalla, sus dedos suspendidos sobre el teclado. ¿Qué debía responder? ¿Debía responder? Cada interacción con ella parecía un paso más hacia un abismo del que no estaba seguro de poder salir. Pero antes de que pudiera decidir, otro mensaje llegó.
"No puedo dejar de pensar en lo que dijiste. ¿Es verdad que tienes miedo de perder el control?"
Sus dedos apretaron el teléfono con más fuerza. Sofía no solo lo confrontaba en persona; también lo hacía a través de las palabras, a través de la distancia. Era incesante, y eso lo desconcertaba tanto como lo atraía.
Se levantó y caminó hacia la ventana, observando cómo la lluvia seguía cayendo, aunque ahora con menos fuerza. Respiró hondo antes de escribir:
"No deberíamos hablar de esto, Sofía."
En menos de un minuto, llegó su respuesta.
"¿Por qué no? Creo que ya es demasiado tarde para fingir que no pasa nada."
Cillian dejó caer el teléfono sobre la mesa, como si alejarlo físicamente pudiera disipar el calor que sentía subir por su cuello. Pero no era tan fácil. Nada con Sofía parecía ser fácil.
Nota autora.
AMOOOOOOOO los capítulos así de fuertes, que todo este en tremenda tensión.
Aunque me esta dando pena lo mucho que esta sufriendo Cillian, lol.
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