Capítulo 31: Lo que se ve en la distancia.
Justamente cuando me separé de sus labios, ella me tomó del cuello y procedió a besarme nuevamente. Al soltarme, Nayeon me dijo:
—Siendo sincera, extrañaba sentir tus labios —expresó, dándome un rápido beso—. Desde aquella vez que te besé en tú departamento, esperaba el momento de volver a hacerlo —confesó, mirándome fijamente. Sus ojos denotaban un brillo que pude apreciar aun cuando el sol se estaba ocultando.
—Yo también, Nay. Yo también... —exclamé con total sinceridad.
Nayeon mantuvo su frente apoyada en mi hombro por un instante más antes de separarse lentamente. Su mirada seguía fija en mí, con una mezcla de ternura y vulnerabilidad que pocas veces había visto en ella.
—Siempre supe que eras un poco torpe con las palabras —dijo con una sonrisa suave—. Pero esto... esto fue inesperado. Aunque, si soy honesta, es algo que siempre quise escuchar.
Sus palabras me hicieron sonreír, pero también sentí un nudo en el estómago. Todo este tiempo, había sido un idiota por no ser más claro con mis sentimientos.
—Sé que no es el mejor momento ni lugar para hablar de esto —dije, buscando sus ojos—. Pero no quiero que quede ninguna duda. Tú significas mucho para mí, Nayeon.
Ella desvió la mirada por un momento, como si estuviera procesando mis palabras. Luego, volvió a mirarme, su expresión más seria.
—¿Y qué hay de Jihyo? —preguntó en voz baja—. Ella también te quiere. No puedo evitar sentir que... estoy siendo egoísta al desear esto para nosotros.
Suspiré, sintiendo el peso de la situación. La mención de Jihyo trajo consigo una oleada de culpa.
—No es fácil para mí tampoco —admití—. Jihyo es una persona increíble, y sé que le estoy causando dolor. Pero si hay algo que este infierno me ha enseñado, es que no podemos seguir ignorando lo que sentimos. No sabemos cuánto tiempo nos queda, y no quiero vivir con arrepentimientos.
Nayeon asintió lentamente, aunque la preocupación seguía reflejada en su rostro.
—¿Crees que algún día nos perdonará? —preguntó.
—Jihyo es fuerte. Más de lo que a veces le damos crédito. Pero... será difícil. Todo esto es un caos, y las emociones están a flor de piel. Lo único que podemos hacer es ser honestos con ella.
Nayeon parecía considerar mis palabras. Luego, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿Sabes? Siempre admiré cómo te preocupas por los demás. Incluso cuando estás completamente agotado, siempre piensas en cómo ayudar. Tal vez por eso me enamoré de ti.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. Sentí el calor subir a mis mejillas, y por un momento, me quedé sin palabras.
—Nayeon... —murmuré, tomando suavemente su mano.
Ella entrelazó sus dedos con los míos y me miró con una determinación que no había visto antes.
—Lo único que te pido es que no te alejes de mí, Jae. Pase lo que pase, quiero estar a tu lado. ¿Me lo prometes?
La sinceridad en sus ojos me conmovió profundamente. Asentí, apretando su mano con firmeza.
—Te lo prometo. No importa lo que venga, enfrentaremos esto juntos.
Por un momento, el peso del mundo pareció desaparecer. Allí, en medio de la oscuridad y el peligro constante, encontré un refugio en sus palabras y en su presencia.
Nayeon soltó una risa suave, rompiendo la tensión.
—Bueno, ahora que ya tenemos eso claro, supongo que podemos dejar de lado un poco el drama. Al menos por hoy.
Sonreí, agradecido por su capacidad de aligerar incluso los momentos más difíciles.
—¿Drama? ¿Tú hablando de drama? —bromeé, recibiendo un ligero golpe en el brazo.
—Oye, no empieces —respondió con una mueca divertida—. Ahora que tengo tu atención, más vale que sigas siendo tan dulce conmigo como lo fuiste hoy.
—¿Dulce? ¿Yo? Creo que te estás confundiendo de persona.
Ambos reímos, y por un momento, todo pareció normal, como si el mundo no estuviera cayéndose a pedazos a nuestro alrededor.
—Supongo que, incluso en este caos, hay cosas que valen la pena —murmuró.
Sonreí, disfrutando de ese instante, efímero, pero tan necesario. Las palabras que no podíamos decir se colaban en cada gesto, en cada mirada.
Tras aquel día, pasaron dos semanas. Dos semanas en las que la rutina se volvía cada vez más asfixiante. La monotonía era nuestra constante: despertar en las frías celdas, consumir las escasas raciones que nos daban, cumplir las órdenes del líder y regresar exhaustos. En ese lugar, la esperanza era un lujo inexistente, y cada jornada parecía un recordatorio de nuestra fragilidad.
El amanecer trajo consigo un aire gélido cuando nos ordenaron formar en el patio. El líder apareció con su sonrisa inquietante, flanqueado por su séquito habitual de guardias. Entre ellos, Hyein
Mantenía su postura rígida, con la mirada impenetrable como siempre. Pero esa mañana había algo distinto en el líder: su semblante, por muy controlado que estuviera, dejaba entrever un rastro de inquietud.
—Dividiré a todos en grupos, como de costumbre. Algunos de ustedes seguirán reforzando las barricadas. Otros, los valientes, saldrán en busca de suministros. Y un grupo especial... —hizo una pausa deliberada, sus ojos deteniéndose un instante en Jihyo antes de recorrer al resto—. Realizará una misión de reconocimiento. Necesito ojos en los alrededores. Quiero saber qué se mueve ahí afuera.
Sus palabras me pusieron en alerta. "¿Reconocimiento?" Eso no era solo otra tarea rutinaria. Algo le preocupaba, y aunque no lo decía directamente, estaba claro que quería asegurarse de que el área circundante no escondiera sorpresas desagradables.
—Tú, tú, tú, tú... y tú, Hyein —el líder señaló a Mina, Jihyo, a Hyein, y a mí con su dedo. Miré a Hyein, quien poseía una ligera rigidez en su postura—. Tú también irás con ellos.
Hyein no mostró ninguna reacción. Sus ojos, que parecían ocultar un huracán de emociones bajo su calma exterior, permanecían fijos en el líder. No dijo nada, simplemente asintió.
—Escuchen bien —continuó el líder, deteniéndose frente a mí—. Si encuentran algo fuera de lo común, lo reportan. No quiero héroes. Si ven peligro, retroceden. ¿Entendido?
—Entendido —respondí, aunque sabía que, en un escenario crítico, dependeríamos únicamente de nuestras decisiones.
El líder me sostuvo la mirada por un momento más, como si tratara de medir mi determinación. Luego, continuó caminando entre los formados, dejando en el aire esa sensación de incertidumbre que parecía definir cada aspecto de nuestra existencia.
Después de eso, simplemente nos dispusimos a prepararnos para nuestra misión.
El sol castigaba sin piedad cuando marchamos fuera de la base, colándose entre las ruinas y reflejándose en los escombros metálicos que alfombraban nuestro camino. La sensación de vacío era casi tangible, un silencio que pesaba más que cualquier grito. Cada paso parecía resonar más de lo debido, como si el mundo quisiera recordarnos que estábamos solos.
Hyein iba al frente, su rifle ajustado firmemente contra su pecho. Sus ojos eran dos escáneres incesantes, moviéndose de un lado a otro, buscando cualquier señal de movimiento. Detrás de ella, Mina y Jihyo mantenían una conversación apenas audible, sus voces reducidas a murmullos por la tensión del entorno. Yo cerraba la marcha, el tubo de metal frío en mi mano, más un símbolo de protección que una verdadera arma.
En el bolsillo de mi chaqueta, el mapa y la brújula parecían más pesados de lo normal. No era solo el peso físico, sino la responsabilidad que implicaban. Si nos perdíamos, sería mi culpa. Si encontrábamos algo que no debíamos, también.
Decidí adelantarme y caminar al lado de Hyein. Su semblante era inquebrantable, pero sus ojos, aunque atentos, reflejaban una melancolía oculta.
—¿Cómo sigues? —le pregunté en un tono bajo, respetando la gravedad del lugar.
Ella no desvió la mirada del camino.
—Algo mejor. Pero la sensación no cambia. Al menos... —exclamó, haciendo una pausa, respirando profundamente—. Al menos sé que Yoon no se convirtió en uno de ellos.
Su voz tenía un tono resignado, pero al mismo tiempo, un leve destello de alivio. Asentí, comprendiendo que, en estos días, los pequeños consuelos eran a veces todo lo que teníamos.
—Eso es bueno —hice una breve pausa antes de continuar—. Por cierto, me llamo Jae, Yoo Jae-hoon. Aquel día en el almacén ni mí amiga ni yo nos presentamos como se debe. Lo siento —me disculpé. Ella asintió.
—Ella es Myoui Mina —proseguí, señalándola con un leve movimiento de cabeza hacia atrás—. Y la que va junto a ella es Park Jihyo, mí mejor amiga —señalé a mí antigua compañera de departamento, quien solo asintió y sonrió de forma leve.
—No pasa nada. Yo creí que ya te habías olvidado de mí nombre porque no nos volvimos a ver desde ese día al salir del almacén —mencionó Hyein, revisando la mira de su rifle, el cual era un rifle de francotirador.
Jihyo y Mina, quienes anteriormente se encontraban cohibidas por la presencia de Hyein, se acercaron a nosotros.
—Oye, Hyein —le habló Jihyo—. Te ves muy joven. ¿Qué edad tienes?
La mirada de Hyein se endureció por un momento, pero luego respondió con una franqueza que nos desarmó.
—Hace unos días cumplí dieciocho —respondió con claridad. Los tres nos quedamos confundidos e impactados.
Mina, consternada, se dirigió a Hyein.
—Sé que la pregunta que te haré puede sonar ridícula, pero... ¿Qué hace alguien de tu edad usando un arma?
Y, entonces, Hyein le respondió:
—Lo mismo que todo el mundo: sobrevivir.
Las palabras colgaron en el aire, pesadas y definitivas. Caminamos en silencio después de eso, cada uno atrapado en sus propios pensamientos.
A medida que avanzábamos, el paisaje se tornaba más desolado. Las calles estaban vacías. Los edificios cercanos mostraban las cicatrices de enfrentamientos pasados, de una confrontación, de historias con todo tipo de desenlaces. Todo parecía inusualmente tranquilo.
—Esto no me gusta —susurró Jihyo mientras se detenía frente a una pared perforada por balas. Sus ojos escudriñaban las ventanas vacías y las puertas entreabiertas—. Está demasiado... tranquilo.
—Estoy de acuerdo —respondí, apretando el tubo con más fuerza—. Manténganse alerta.
El trayecto se volvió más tenso.
Mientras seguíamos avanzando, Jihyo se colocó a mi lado. Su paso era constante, pero su mirada permanecía fija en el suelo. Algo en su expresión me indicó que estaba pensando en algo que quería decir desde hace rato.
—Jae —dijo al fin, en un tono bajo que casi se perdió en el eco de nuestros pasos—. ¿Podemos hablar?
Asentí, sin apartar la vista de nuestro entorno. Era difícil bajar la guardia en un lugar como este.
—¿Qué ocurre? —pregunté, manteniendo mi tono casual.
Ella suspiró, y después de unos segundos, finalmente levantó la vista para mirarme.
—Sé que no es el mejor momento para esto, pero... últimamente te he sentido... distante. Bueno, más de lo normal.
La forma en que lo dijo me dejó helado. Quise responder de inmediato, pero las palabras se atoraron en mi garganta.
—No es que... —comencé a decir, pero ella alzó una mano para detenerme.
—Déjame terminar —interrumpió, aunque su voz no tenía enojo, solo tristeza—. Sé que algo cambió. No soy tonta, Jae. Tú y Nayeon... Algo pasó, ¿Verdad?
El peso de su pregunta hizo que mis pasos flaquearan por un momento. Era increíble cómo podía leerme tan bien, incluso en un entorno como este.
—Jihyo, yo...
—No tienes que explicarlo —me interrumpió nuevamente, su voz temblando ligeramente—. Solo... quiero saber si esto significa que todo lo que teníamos, nuestra amistad, también cambió. Porque no creo soportar perderte de esa manera.
El dolor en su voz me atravesó como un cuchillo. Me detuve y la miré directamente, dejando por un instante el peligro del entorno en un segundo plano.
—Jihyo, nunca voy a dejar que eso pase —dije con firmeza—. Lo que tenemos... siempre será importante para mí.
Ella asintió lentamente, procesando mis palabras. Por un momento, pensé que iba a decir algo más, pero en lugar de eso, simplemente volvió a mirar al frente.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, Jae —murmuró, con una mezcla de tristeza y resignación en su voz—. Porque si no, va a doler más de lo que crees.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire mientras ella aceleraba el paso, uniéndose a Mina unos metros adelante. Me quedé atrás, sintiendo cómo el peso de nuestras emociones se mezclaba con el del caos que nos rodeaba.
Había algo profundamente devastador en cómo ella manejaba todo aquello. No hubo gritos, no hubo reproches, solo una aceptación silenciosa que me hizo sentir aún más culpable. ¿Cómo podía saber si estaba haciendo lo correcto?
Finalmente, tras unas cuantas horas, llegamos a las faldas de un edificio que se erguía como un coloso entre las ruinas. Su silueta era imponente. Era el más alto de todos, y según Hyein, nuestro mejor punto de observación.
—Es aquí, el Northeast Asia Trade Tower —dijo Hyein, rompiendo el silencio.
Jihyo, Mina y yo intercambiamos miradas cargadas de incertidumbre. Sabíamos que subir a ese edificio era peligroso, pero también sabíamos que desde la cima podríamos obtener una vista clara de los alrededores, y tal vez descubrir algún punto de interés.
La entrada principal estaba abierta, como si invitara a cualquiera a entrar. Eso, más que tranquilizarnos, nos puso en alerta. Las puertas de cristal estaban agrietadas, y en el interior reinaba un silencio pesado, interrumpido solo por el eco de nuestras pisadas al cruzar el umbral.
—Desde aquí podremos ver la ciudad entera —volvió a hablar Hyein con cautela.
Observé la estructura y luego a mis compañeros. Sabíamos que entrar ahí era un riesgo.
—Bien —dije, tomando aire—. Vamos...
El vestíbulo era amplio, con techos altos y restos de una época más próspera: una fuente seca en el centro, escritorios abandonados, papeles esparcidos por el suelo y un ascensor con las puertas abiertas, oxidado y fuera de servicio.
—¿Subiremos por las escaleras? —preguntó Mina, mirando hacia una puerta con un letrero apenas legible que decía "Emergencia".
—No hay otra opción —respondí, encendiendo una linterna que había tomado antes de salir de la base. El edificio estaba oscuro, y la luz natural no llegaba muy lejos.
Hyein tomó la delantera, con su rifle en alto, mientras nosotros la seguíamos en fila india. Las escaleras eran estrechas y parecían interminables. Cada paso resonaba en el silencio, como si estuviera llamando a cualquier cosa que pudiera acechar en los pisos superiores.
—¿Cuántos pisos son? —preguntó Jihyo, respirando con dificultad después de varios tramos.
—Sesenta y ocho —respondió Hyein sin detenerse.
—¿Sesenta y ocho? ¿En serio? —se quejó Mina, pero siguió subiendo.
El aire se volvía más pesado conforme ascendíamos. Había algo extraño, una sensación que no podía describir pero que me mantenía en vilo. Entonces, al llegar al décimo piso, Hyein levantó una mano para detenernos.
—¿Escucharon eso? —susurró, volviendo la vista hacia las escaleras que habíamos dejado atrás.
Nos quedamos en silencio, conteniendo la respiración. Un ruido leve, casi imperceptible, provenía de abajo. Un golpeteo rítmico, como si algo estuviera subiendo tras nosotros.
—¿Qué hacemos? —preguntó Jihyo, su voz apenas un susurro.
—Seguimos subiendo —dijo Hyein con firmeza—. Sea lo que sea, no podemos enfrentarlo aquí.
Retomamos el ascenso, esta vez con más prisa. El golpeteo continuaba, acercándose lentamente, como si nos estuviera siguiendo a propósito. Mi corazón latía con fuerza, y cada paso parecía una eternidad.
Al llegar al piso veinte, decidimos detenernos un momento para recuperar el aliento. Nos refugiamos en una oficina abandonada, cuyos ventanales daban una vista parcial de la ciudad. Desde ahí, podíamos ver las calles desiertas y los edificios derruidos que rodeaban la torre.
—Esto no tiene sentido —murmuró Mina, mirando hacia afuera—. ¿Por qué todo está tan... muerto?
—Algo está mal —dijo Jihyo, cruzándose de brazos—. No creo que sea coincidencia que nos enviaran aquí.
Antes de que pudiéramos responder, el golpeteo se detuvo. Nos quedamos inmóviles, escuchando, esperando que algo más ocurriera. Pero lo único que nos rodeaba era un silencio inquietante.
—Sigamos —ordenó Hyein, su voz más tensa de lo habitual.
El resto del ascenso fue una mezcla de tensión y agotamiento. Cada piso que dejábamos atrás parecía un logro, pero también una invitación a lo desconocido. Finalmente, después de lo que parecieron horas, llegamos al piso sesenta y ocho.
Las puertas hacia la azotea estaban cerradas con llave, pero Hyein las forzó con el extremo de su rifle, y Mina ayudó con su machete. Cuando finalmente las abrimos, nos recibió una brisa fría y la vista más desoladora que había visto en mi vida.
Desde la cima del edificio, el mundo se extendía como un campo de ruinas. Incheon era una ciudad fantasma, con columnas de humo que se elevaban en la distancia y un horizonte que parecía arder bajo el último rayo de sol.
—¿Qué buscamos exactamente? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
—Algo fuera de lo común —respondió Hyein, escaneando el área con su mira telescópica.
Mientras tanto, Jihyo y Mina inspeccionaban los alrededores. Yo me acerqué al borde y miré hacia abajo. La altura era vertiginosa, y por un momento, me sentí como si el vacío me llamara.
Fue entonces cuando Jihyo habló, su voz cargada de preocupación:
—Allá. En esa dirección... ¿Esos son infectados?
Miré hacia donde señalaba y vi una horda moviéndose lentamente entre las calles. Pero no era su número lo que me inquietaba, sino algo más: estaban organizados, como si alguien o algo los estuviera guiando.
Hyein ajustó la mira de su rifle y observó con más detalle.
—Esto no es normal —dijo, con su tono lleno de alarma—. Tenemos que volver y reportar esto. Ahora.
Algo estaba cambiando allá afuera, y no era para bien.
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