I. Calma y tempestad.
El eco en la habitación era angustiante, incómodo. No me gustaba estar a oscuras, pero encender la luz haría que no tuviera otra opción que mirar el panorama. No quería hacer eso.
No quería nada que ver con ese departamento en ese momento, no quería siquiera estar cerca del edificio, o estar en la ciudad, o en el país de ser posible, tal vez en este mundo. En resumidas cuentas, no quería existir.
Si mi cuerpo y mi alma pudieran simplemente desaparecer por un par de horas o días, todo sería genial.
Sólo desvanecerme un tiempo, y que al regresar las memorias no existieran. Que los días en los que mi esencia faltara simplemente fueran ignorados, como días de aburrimiento insólito.
Pero era la vida real, no una novela de fantasía donde los protagonistas pueden convertirse en lo que quieran mediante sus poderes.
Dando un ruidoso suspiro que se oyó más de lo planeado por lo vacío que se encontraba el lugar, acomodé mi capucha y salí del departamento.
Sí, desaparecer era imposible, pero ignorar aunque sea por una noche lo que había ocurrido no lo era. Afortunadamente tenía amigos que no iban a negarme la estadía y no preguntarían la razón por la que estaba allí. Se habían acostumbrado a no hacerlo.
Mientras recorría las calles de la ciudad en la vieja motocicleta, no pude evitar recordar.
— ¿Puedes sentir la adrenalina? —Le pregunté, rió— ¿Puedes sentir la adrenalina? —repetí, contestó con una risita típica de sí.
—Por favor, detén el tiempo —rogó haciéndome reír también.
Habíamos recorrido las mismas calles a la misma hora una gran cantidad de veces, con gritos de júbilo acompañándonos y las luces de los faros observando la forma en la que sus manos se aferraban a mi cintura y sus piernas apretaban mis caderas con fuerza cuando íbamos a gran velocidad.
Aún así, recordar así no era una opción.
No después de lo que había pasado.
Y no, no es como si recordara nuestra relación con odio y resentimiento, pero tampoco había sido el toque del cielo, y no habíamos sido una buena pareja. No "la pareja perfecta", joder, esas patrañas no existen. No habíamos sido una pareja lo suficientemente sana.
O por lo menos eso pensé en ese momento.
Cuando estacioné en frente de la casa a la que había acudido me levanté de la moto y toqué el timbre. No haría un escándalo sonando la bocina a reventar, debía respetar, por el amor al cielo.
Me quité el casco al momento en el que el moreno abrió la puerta, unos cinco minutos después de estacionar. Andrew me había visto por las cámaras de seguridad, de no ser así aún estaría en la calle.
—Pasa —habló—, siéntate en el mueble, iré a llevar la moto al garaje —asentí con la cabeza obedeciéndole.
Drew sabía que cuando llegaba a altas horas de la noche era porque algo me había pasado. Había adoptado la costumbre desde que era adolescente y mi casa vivía sumida en gritos a toda hora.
Esperé unos cuantos minutos en la sala, observando al pequeño gato color gris dormir en el sillón color vino. Su nombre era Pegg y había sido el único sobreviviente de un ataque de un desgraciado que le molestaban los chillidos de animales recién nacidos. Drew los habías rescatado a él y sus hermanos, pero sólo Pegg logró sobrevivir.
— ¿Quieres algo de tomar? —inquirió, negué con la cabeza— ¿Siquiera has comido algo en el día?
—Desayuné y almorcé bien hoy —entorné los ojos—, me has inculcado el comer bien a fuerza de mensajes estresantes a todas horas. No se me ha olvidado.
—Ha sido por tu bien, Ax, lo sabes. Vuelve a quejarte y te voy a reventar un plato de cerámica en la frente —amenazó.
—No estoy quejándome —le contesté recostándome en el espaldar—, es sólo que no debes preocuparte por eso. Por ese lado todo bien.
Drew se había acercado a mí en primer año de secundaria, él en cambio estaba en su primer año de preparatoria. Me había acercado a su grupo por razones incorrectas, y rápidamente me sacó de allí. Había sido ese amigo que se preocupaba por mí en muchos aspectos aunque siempre me había dicho que era cabeza dura y que me negaba a recibir ayuda. Yo no lo negaba.
— ¿Por qué has venido hoy tan tarde? ¿Qué te he dicho sobre andar por ahí dando vueltas a tales horas? Si te ocurre algo cómo piensas que te ayude y vaya en tu auxilio si no sé ni dónde estás.
—Tú hacías esto mismo a mi edad —contesté.
—Yo no tenía un Drew que se preocupara por mí, idiota —exclamó con un reproche—. Vas a quedarte, ¿no? Di que no y te pateo.
—Voy a quedarme, no amenaces —pedí—. ¿Hiciste de cenar?
—Hay pan en la cocina, prepara tú.
— ¿Y si mejor preparas tú mientras te cuento lo que me trajo hasta aquí? —un pequeño chantaje no le hace mal a nadie.
—Maldición, Ax, esta es la quinta vez que haces que haga esto en el año —bufó levantándose del sofá, yo fui tras él.
No iba a preparar la gran cosa, sólo tostadas con mantequilla.
—Entonces, ¿qué tal todo con Layne? —preguntó untando el pan con las manos. Suspiré.
—Layne es un dolor de cabeza, te lo juro —bufé—, sinceramente no sé qué demonios le pasa últimamente. Es más, creo que acabó todo entre nosotros hoy.
— ¿Me dirás por qué?
—Sinceramente no me apetece hacerlo, es algo que no he asimilado. Ni siquiera hemos hablado desde ¿hace tres... cuatro días? No lo sé. La última vez que nos vimos peleamos, se fue a casa de su madre, y juro que intenté contactarle varias veces sin respuesta alguna. Salí esta mañana a hacer unos trámites de la universidad, y cuando volví hace ¿una hora? El estúpido departamento estaba más que vacío.
— ¿Cómo vacío? ¿No había nada?
—No sé. Simplemente entré y el eco era irritante, no me animé siquiera a encender la luz, con el eco sabía todo. Vine directo hacia acá, no le he ni llamado.
— ¿Te molesta?
—Me hace sentir... joder, es extraño. No me molesta, o por lo menos no es la emoción que más está burbujeando. Creo que lo que más siento es decepción, no esperaba eso. Sé que no estaba feliz, pero no sabía que iba a desamueblar nuestro departamento. Andrew, las bases de nuestra relación están allí, es nuestro hogar, hemos convivido allí por dos años, y que sólo saque todo de ahí de golpe es como una declaración de guerra. Termíname si quieres, pero avísame si vas a dejar el apartamento sin muebles, por el amor al cielo.
—Llámale —me dijo—. No es algo que debe tomarse a la ligera y tú lo sabes bien. Si, no se comunicó contigo, pero hazlo tú entonces. Haz las cosas bien. Sé tú quien tiene la iniciativa de arreglar las cosas.
—No volveré a estar en una relación con Layne, no sé qué insinúas.
—No me refiero a arreglar las cosas como pareja, sino como personas. Tienen que hablar para explicarse lo que pasó, por qué hizo las cosas, para no quedar con rencores que a la larga van a afectarles. Recuerda que las historias jamás tienen un solo punto de vista, Ax.
— ¿Estás de su lado o del mío?
—No empieces intentando hacer preguntas que no vienen al caso y que no van a serte de ayuda, Ax. No te digo que lo hagas ahora, hazlo cuando te sientas bien. Porque hablarle irrespetuosamente a consecuencia de la molestia no les va a servir —aconsejó, sirviendo las tostadas sobre una servilleta.
—Siento que tal vez no quiere hablarme más —murmuré.
—Eso sólo es de su conocimiento, Axie —me respondió—, pero ten por seguro que todo mejorará pronto, ¿bien? Te conozco desde hace años, no hay nada que no puedas superar.
Asentí, aunque dudé.
Porque Layne era alguien lo suficientemente especial como para no querer perderle jamás. Porque Layne me había ayudado a salir de malos ratos.
Porque Layne y yo éramos un dúo.
Porque Layne me amaba, me ayudaba a ser mejor persona y viceversa.
Y no podía superar algo así.
Porque en las noches en que me sentía al borde del colapso, sólo buscaba sus brazos y me sentía bien.
Porque era mi calma y también mi tempestad.
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