Extra I. El comienzo de una historia de amor.
Ax
Cuando lo conocí en aquella celebración, no sabía que iba a terminar así. Joder, ni siquiera me agradó, se me hizo demasiado dulce, demasiado amable y conversador para ser real.
—Se te van a congelar los dientes de tanta risa —le farfullé en un momento, él se limitó a regalarme una sonrisa de boca cerrada y se enfrascó en una conversación con otras personas.
Se me hizo extraño que a pesar de la mordacidad y la burla en mis palabras él no se inmutó, sus ojos demostraban aún amabilidad y ternura, nada de disgusto u ofensa.
Entonces supe que no lo iba a intimidar aunque siempre le estuviera lanzando comentarios sarcásticos y desagradables.
—Es impresionante la tensión sexual que hay entre ustedes —acuchillé a Drew con la mirada al oírlo decir eso, idiota—. Todos actuaremos como sorprendidos cuando por fin anuncien que se gustan, ¿vale?
Me reí, Layne en definitiva no me gustaba. Y no porque no fuera lindo (él jodidamente lo era, con esas pecas adornando su cuerpo, su cabello lacio color naranja, los finos labios y aquellos ojos verdes que parecían un bosque húmedo), más bien porque su actitud se me hacía extraña, muy buena para ser verdad.
En mi adolescencia solía ser ligeramente así, amable, dulce y sonriente, pero hay sucesos que te obligan a cambiar ¿Acaso él vivía la típica vida de cuentos de hadas? Si era así, no tenía que recalcárnoslos a todos. En especial a mí.
Fue una vez al estar en una reunión de cumpleaños la primera vez que hablamos en serio, y no fue porque de verdad quisimos hacerlo, más bien era culpa del juego en el que nos habíamos metido: siete minutos en el paraíso.
—El primero en correrse pierde —bromeó un chico mientras Layne y yo entrabamos al baño. Debía soportarlo durante ese tiempo.
—No me agradas —espeté, sonrió, ¿por qué coño lo hacía tanto?— ¿Ves? Por eso no me agradas, ¿tienes que estar siempre mostrando tus perfectos dientes y lanzando tu aura de príncipe perfecto?
—Tampoco es como que deba responder con mordacidad ante todo como tú. No sabes por lo que he pasado para poder actuar así o por qué lo hago —se apoyó en el espejo—. Juzgar a las personas está mal.
"No sabes por lo que he pasado para poder actuar así o por qué lo hago", al principio me parecieron exageraciones de un niño de bonita vida. Luego, me di cuenta de que era yo quien había sido un falta de respeto.
—Perdón —susurré—. He estado comportándome como un hijo de puta contigo sin alguna razón que valga la pena.
—Está bien —otra vez esa pequeña sonrisita—. Lo pasado pisado.
—Uhum.
Después de eso, no le respondí mal. Tampoco era como si todo lo que le decía era empalagoso y dulce, pero no era a la defensiva. Por lo menos no todo el tiempo.
Incluso me reí unas cuantas veces de sus chistes.
—Mis compañeros de clase me están invitando a una fiesta —habló mientras estábamos reunidos a media tarde comiendo pizza, éramos como cinco personas—. ¿Vienen conmigo?
—Nah, tengo cosas que hacer —se excusó Drew.
Poco a poco, los otros dos se negaron a la petición del pelirrojo. Sus ojos mostraban una ligera desilusión por el rechazo. Entonces me sentí mal.
—Yo voy —acepté—. Únicamente porque tengo mucho tiempo sin ir a una fiesta.
Mentí. Dos días atrás había ido a una.
Pasé por él como a las diez en la motocicleta, agradecía el haber comprado dos cascos de una vez, así no andaríamos desprotegidos a medianoche. Cuando al fin llegamos, pude reparar en su atuendo.
—No sabía que era una fiesta de gente oscura y emo, no pareces de ese estilo —bromeé. La verdad es que lucía muy bien.
Usaba unas medias de red negras con unos botines altos del mismo color, un short de jean azul y alguna especie de croptop azabache, con una chaqueta de mezclilla del color del short.
—No sabes nada de estilos —me contestó mientras me bajaba de la moto luego de aparcarla.
Me sentía extraño ahora por mi vestimenta, que constaba de un pantalón blanco, una camisa de cuello alto manga larga gris y un chaleco negro, además de zapatos deportivos.
—De haber sabido me pongo un pantalón negro y no me pongo la camisa —él se rió—. No es broma, ¿no estoy fuera de lugar?
—Estás bien así, simplemente nos vestimos como queremos.
Me di cuenta de esto último cuando vi a la gente al entrar. La mezcla de colores, estilos y combinaciones se me hizo impactante. Era diferente, lindo, mágico.
La música tampoco era rompe tímpanos, estaba en un volumen normal donde podías mantener una conversación amena sin alzar la voz como desquiciado.
Disfruté, lo hice mucho bailando con amigos y amigas de Layne, riéndome de la ebriedad de otros y manteniendo una charla con el pelirrojo sobre otras cosas.
Cosas que cambiaron a otro tono cuando nos dijeron que habían encontrado a una pareja enrollándose en el patio. Entonces hablamos sobre muchas cosas de ese tipo, que mencionarlas alargaría mucho este relato.
—En este grupo, todos hemos sentido atracción sexual por alguno en algún momento —sentenció una chica llamada Brady, de cabello fucsia potente—, ¿o no es así? Dios, cuando Ax llegó todos ustedes lo miraron como a una presa —exageró, haciéndome reír ligeramente.
Layne rodeó mis hombros con su brazo izquierdo, atrayéndome. Ambos estábamos parados frente al grupo
—Cuidado con el chico, ya Jaspee le ha puesto el ojo encima —siguió Brady—, ¿ya les han dicho que la tensión entre ustedes se puede cortar con una hebra de pasta? Créanlo.
Después de unas cuantas palabras nos sentamos con la chica del pelo fucsia en medio, hasta que tuve ganas de ir al baño. Bien, las cosas que hace el alcohol. Al volver, una mancha yacía en el lugar donde estaba sentado, y según la explicación de los demás alguien había derramado una botella de sabrá-Dios-qué allí. Genial.
Estaba condenado a permanecer parado. O eso creí.
—Siéntate en mis piernas — ¿había oído bien a Layne? Creo que no. Pareció darse cuenta de mi rostro, porque prosiguió—, no lo hagas si no quieres, pero no hay más sillas, y el suelo no parece muy cómodo.
Lo que me estaba ofreciendo era una locura, debí haberlo sabido. Pero joder, no quería estar como un idiota de pie frente a mis acompañantes de charla.
Así que me senté sobre sus muslos, y para los demás pareció lo más normal del mundo. ¿Acaso Layne montaba a cualquiera en su regazo? Ignórese el doble sentido de eso.
Y no sé cuándo ni por qué pasé de estar de espaldas a él a estar de frente. Y no sé cómo no había notado las motitas grises en sus ojos. O las brillantes pecas sobre el puente de su nariz. O los mechones dorados que se camuflaban en su cabello color naranja. La ligera sombra de ojos violeta en sus párpados. Que sus cejas y pestañas eran ligeramente más oscuras que su pelo.
O que cada vez que uno de los dos hacía un pequeño movimiento se sentía bien. Como estar apenas un nanosegundo en el cielo y que al bajar, trataras de hacer lo posible para volver a subir.
—Se ven muy a gusto —se rió Clan, un moreno de ojos cuales aguas profundas—, quién diría que se trataban como perros con rabia.
—Es porque la cercanía elimina los malos tratos —le contestó Brady—. Ahora que son amigos, deberían besarse para reforzar la amistad —bromeó.
—No, Ax no llega a ese grado de confianza —las palabras del pelirrojo sonaron con un poco de reproche.
— ¿Y tú cómo sabes? —discutí.
—Porque no te agrado, ni te atraigo, ni te gusto —ahora sí, el reproche era denso, espeso—. Y no digas que no es así, porque lo recalcabas siempre.
—Si no me agradaras ni me atrajeras —ni me gustaras, quise decir—no estaría haciendo nada de esto —hablé, refiriéndome a acompañarlo a la fiesta y sentarme en sus piernas. También al movimiento que hice con discreción sobre su entrepierna—. Supongo que es a ti a quien no te agrado.
—Si no me agradaras, ni me atrajeras —susurró en mi oído— no haría esto —tomó mi cintura y me atrajo más a sí, rozando mi pantalón con su short y haciéndome ahogar un gemido. Mierda.
Las personas de nuestro grupo habían desaparecido. ¿Dónde se habían metido? Aunque no estuvieran, la casa seguía estando llena de personas que podían ver cómo me moría por otro roce.
Quería irme a casa. Irme a casa con Layne. Continuar con la exquisita fricción que la tela de nuestras prendas se encargaba de incrementar.
Sus manos seguían en mi cintura, y yo tenía que resistir los impulsos de moverme sobre él.
—Deberíamos ir a un lugar más privado, ¿no crees? —murmuró. Su aliento caliente golpeó mi cuello erizándome la piel, logre asentir a duras penas antes de que nos levantáramos.
Caminamos junto al otro hasta la motocicleta, donde me senté recién la encendí. A la mierda lo de dejar que se calentara. El que estaba caliente era yo.
—Guíame a donde quieras —habló subiéndose detrás de mí, aprisionando mis caderas con sus piernas y agarrándose de la parrilla. Al fin, alguien que sabía andar en moto.
El camino al departamento fue una tortura para mí al tenerlo detrás, intentando hacer movimientos que desearía fueran en otro momento.
Guardé la moto en el estacionamiento, ambos subimos por el ascensor en un silencio incómodo, pues queríamos (o por lo menos yo quería) que acabara rápido y pasar a la acción.
Acción que se desencadenó recién la puerta del departamento se cerró, cuando atrapó mis labios empujándome contra la puerta.
Corresponder nunca había sido tan fácil, cuando su mano derecha estaba tras mi cuello y la izquierda en mi cintura. Las mías estaban en su pecho, apretando la chaqueta.
Ahogué un gemido cuando sus labios besaron mi cuello, él se quejó.
—No te reprimas, me gusta ese sonido.
Volvió a besar, y esta vez no me callé.
Y aunque la sensación de sus labios humedecidos tocando puntos débiles en mi cuello era fantástica, no era eso a lo que habíamos venido.
—Para —pedí, lo hizo en seguida.
— ¿Estás bien? ¿Te hice daño? Ax —inquirió tomando mi rostro, su rostro expresaba preocupación pura, negué— ¿Qué ocurre?
—Estoy bien, estoy bien —sonreí tratando de transmitirle calma—. Sígueme —lo guié hasta el sillón, se sentó extrañado, haciendo una mueca de confusión.
Confusión que desapareció cuando me senté en su regazo luego de quitarme el chaleco. Entonces, se quitó la chaqueta.
Fue mi turno de besar su cuello al mismo tiempo en que empecé con el vaivén de mis caderas, vaivén al que se unió posando las manos en mi cintura para acelerar el ritmo. Volví a unir nuestros labios, esta vez necesitados.
Siempre fui fan de la fricción, de los roces, eran mi mayor punto débil porque me hacían querer más y podía hacerlo yo mismo sin rogar para recibir placer.
Hice amague de quitarme la camisa, él pareció entenderme pues me ayudó a hacerlo, lanzándola cuando estuvo fuera de mi cuerpo.
Entonces pareció ver el paraíso al tener mi pecho desnudo frente a él.
Layne
Era tan jodidamente hermoso.
Su piel estaba cubierta de lunares que destacaban imponentemente en ella. Su rostro enrojecido y su cabello castaño despeinado le daban un toque extra de hermosura.
Aproveché para besar su clavícula, lamiendo, chupando, los jadeos de placer por su parte sonaban como la obra maestra del sonido, eran los más hermosos que había oído en mi vida.
Él se mantenía moviendo su pelvis contra la mía, era electrizante la forma en la que sus movimientos me encendían. Tan delicioso, que hasta el día de hoy no encuentro con qué compararlo pues no hay nada que iguale esa sensación.
Cuando mi croptop estuvo desaparecido de nuestra vista, él se encargó de acelerar los movimientos, al punto en que retener los gemidos era imposible.
La vista nublada, la presión en el vientre, el calor recorriendo cada parte de mi cuerpo, el momento específico, la cúspide del placer antes de descender de golpe. Lo conocía.
Sentí el líquido espeso salir de mí manchándome el short casi al mismo tiempo en el que él se dejó caer en mi hombro, jadeando irremediablemente.
Yo no era la excepción, con la respiración errática y el corazón latiendo descomunalmente posé mi mano izquierda en su espalda.
—Esa es la prueba de que sí me agradas, sí me atraes, y sí me gustas —habló, sacándome una risita.
—Me encantó esa prueba, ¿no te apetece otra?
(...)
Creí que su nombre sería Axel, Alexander o algo por el estilo, me enteré de que era Axenneth cuando él y Drew discutían sobre algo.
A mí me parecía lo más hermoso del mundo, no había oído jamás un nombre así de divino, exótico, no era nada y al mismo tiempo era todo, al saber que su nombre no lo tenía nadie más.
— ¿Quién se llama así? —se quejó, esa era su excusa, que nadie tenía ese nombre anormal y extraño.
Un nombre común no te quitaría lo especial que eres. Viene contigo, diferente, hermoso, inigualable.
No era como si fuéramos grandes amigos ahora, pero era mejor, hablábamos por mensajes de vez en cuando e incluso era invitado a pasar tardes con él en su departamento en las que simplemente veíamos películas al azar.
No estaba del todo seguro si era parte de su círculo cercano o simplemente me quería alrededor luego de lo que ocurrió tras esa fiesta, me gustaba oírlo reírse de escenas cómicas o verlo rodar los ojos en las escenas que eran ridículamente exageradas.
¿Era así como alguien se hacía parte de sus amigos? Porque yo no me quejaba, pero me asustaba ligeramente por lo que estaba empezando a sentir. Él me gustaba, aunque no sabía muchas cosas de él, aunque a veces me acuchillaba con la mirada, aunque a veces me lanzaba comentarios sarcásticos. Porque parecía retener una sonrisa cuando yo llegaba, o por cómo se despedía poniendo su mano alrededor de mi muñeca o por las pequeñas expresiones de asombro que hacía, que eran realmente tiernas a mi parecer.
Cuando hablábamos, casi nunca era sobre nosotros, más bien lo era sobre nuestro grupo de amigos, sobre la universidad, sobre películas, libros o alguna otra cosa. Jamás sobre nosotros luego de la fiesta.
Después de lo que pasó, de mantenernos recostados sobre el otro por un largo rato, me preguntó si quería irme, no como si estuviera corriéndome, más bien como si quisiera que respondiera sinceramente.
— ¿Quieres irte? —susurró, lo oí con claridad pues estaba apoyado en mi hombro aún.
—No, ¿quieres que me vaya? —contesté.
—No —y fue un entero sentimiento de calidez.
Dormimos en su habitación, él en su cama y yo en un colchón inflable que tenía para cuando su hermano menor venía de visita. Se acostó primero mientras yo me duchaba, cuando volví apagué la luz antes de dejarme caer en el colchón, él soltó un pequeño quejido.
— ¿Qué pasa? ¿Querías seguir con la luz encendida? —pregunté, rogando por un no. Las luces encendidas me recordaban a cuando mi padre o mis tías me obligaban a dejarla encendida para poder observar si hacía algo mal.
—Yo... No, tranquilo, no pasa nada. Buenas noches.
De verdad creí que no pasaría nada hasta que se levantó como media hora después y no volvió. Creí que le incomodaba dormir con alguien alrededor. Después de todo, no lo conocía lo suficiente.
A la mañana siguiente me fui, y días después me escribió preguntándome si quería comer pizza con él y Drew.
Nos habríamos mantenido así para siempre, si no fuera porque me estaba cansando de verlo y no poder tocarlo de la forma en la que quería, y no, no me refería a algo sexual (no completamente, por lo menos), simplemente quería acariciar esos cortos rulos castaños con toda la lentitud del mundo como si este se fuera a acabar. Pellizcar sus mejillas cuando se volvían ligeramente rojas, trazar líneas abstractas en sus brazos y pasar mi pulgar por sus clavículas. Joder, sus clavículas, las veía cuando se ponía camisas de tirantes o de hombros descubiertos, estaban cubiertas por finas capas de lunares que serían pecas si no fueran tan oscuras. Era tan lindo, con esa piel clara que no llegaba a la palidez y sus labios finos color salmón, los ojos castaños vibrantes y la pequeña nariz que arrugaba de vez en cuando. Espesas cejas y pestañas, del color de su pelo. Todo en Ax era magnífico.
Como decía, una tarde mientras estábamos en su departamento oyendo música, me atreví a decir algo que rondaba en mi cabeza desde hace varias semanas.
—Ax —hablé, estábamos sentados en el suelo jugando algún juego de memoria que consiguió por ahí.
—Dime.
— ¿Te gusto?
Ax
Sí.
Fue mi primer pensamiento, pero no podía escupirlo, no podía decirlo así como así, como él lo había preguntado.
Parecería desesperado, tal vez como lo que había querido que preguntara desde que lo invité a casa luego de lo que pasó.
Porque no era tan valiente como para decírselo a la cara luego de haber hecho lo que hicimos, y preguntarle si quería irse con un "por favor, di que no" impregnado en cada sílaba. No después de haber querido acostarme junto a él cuando la luz se apagó, escondiéndome en su cuello para no ver la oscuridad de la habitación.
Yo no era de los que seguía llamando a la persona, no era de los que les que miraban con cariño luego de acostarnos, o rozarnos, o lo que sea, yo simplemente les dejaba ir. Y definitivamente no me sentaba en el suelo a jugar un juego de memoria que compré porque me recordó a él o ella.
Creí estar perdido ahora que quería simplemente recibir calor de su pecho, apoyando mi mejilla en su hombro y susurrando ligeramente o durmiendo enfurruñado a él.
— ¿Qué te hace pensar eso? —pregunté, porque quería que él respondiera primero, porque no quería sentirme vulnerable.
No podía sentirme así de nuevo, no podía volver a querer calor ajeno, no después de eso, no después de él...
—No lo sé, no estoy esperando una extensa respuesta, sólo un sí o un no —encogió los hombros.
— ¿Te decepcionaría una respuesta incorrecta?
—Indudablemente.
— ¿Qué si es un tal vez?
—Es significativamente mejor que un no.
—Entonces, responderé con tal vez —murmuré.
Seguimos en silencio, jugando, enmarañados en nuestras mentes y las palabras que brotaron anteriormente. Hasta que le hablé.
—Layne.
—Dime.
— ¿Te gusto?
—Más de lo que me ha gustado alguien en la vida.
(...)
Salimos por como dos meses, hasta que su hermana cumplió años. Entonces temí.
—No puedes llevar con tu madre a alguien con quien no tienes algo oficial, ¿sabes? Eso va en contra de cualquier reglamento.
— ¿Entonces tiene que ser oficial para que vayas? Vale, Ax, ¿serías mi novio?
Esta vez no fue tal vez, fue sí.
No fue mala la cosa cuando conocí a su madre y su hermana Emely, ellas estaban encantadas con que Layne llevara a alguien por fin. No se separaron de mí hasta que los amigos de Emely llegaron.
Al verlos a los tres juntos, pude conectar pocos rasgos con Layne y su madre, ninguno con Emely. Había sido horriblemente malo en biología con todas las leyes de Mendel en noveno grado.
La madre de Layne tenía el cabello rubio cenizo y los ojos grises con verde alrededor, también tenía abundantes pecas, su hijo había sacado el verde y las pecas nada más. Emely era de piel bronceada y cabellos rizados (como, realmente rizados), tenía el cabello fino color negro azabache, y unos grandes ojos castaños que tomaban toda tu atención porque eran deslumbrantes gracias a su mirada cálida, a diferencia de Layne, tenía labios gruesos. Estaba en su cumpleaños número doce.
—Ella no se parece a ti —le dije cuando estaba yéndome, aunque rogó que me quedara, aún no me sentía lo suficientemente listo para quedarme en su casa. Casa de su madre.
—Ella es adoptada, conseguimos su custodia cuando tenía nueve —respondió, asentí con la cabeza sorprendido—. Fue un total revuelo, pero ella es feliz aquí, se ve bien. No bien del tipo común y normal, como bien luego de vivir algo que no estaba bien y superarlo, ella aún está en ello. Fue devastador verla cuando recién la conocimos, pero ahora es radiante.
—Es una buena niña, como... No es como las usuales de doce que quieren creerse lo mejor del mundo, las compañeras de clase de mi hermano lo son.
—Ella sólo... No quiere ser mayor ni agrandarse, el psicólogo dice que es normal luego de todo lo que pasó. Lo que nos extraña es que se lleva con gente mayor. Su grupo son chicos y chicas de noveno grado, y ella está recién en séptimo.
—Yo era así —me reí—. Drew es tres años mayor, era de su grupo hasta que se graduaron. Pasé tres años deseando que las clases acabaran para reunirme con ellos en algún lugar.
— ¿Crees que Emely sea así? —sonaba algo preocupado, por lo que tomé sus manos sonriéndole de lado.
—Ella es mil veces más tierna de lo que yo era, encontrará buenos amigos que estén con ella hasta el final del bachillerato. Y si no, esperar a que se acabe el día no es tan malo —él se rió, su risa era la más dulce que había oído, me calmaba, me hacía sentir como si todo estaría bien, que no importaba lo demás.
Aunque sea por un pequeño momento.
Layne
Se me estaba haciendo costumbre ir a su casa a media tarde, me parecía genial tenerlo para mí unas cuantas horas, hacer cualquier actividad, estudiar juntos o simplemente poder besarnos sin restricciones.
Usualmente eran solo besos, que se sentían como el cielo mismo. Mayormente era cuando estábamos sentados uno al lado del otro.
Pero un día lo visité, y abrió la puerta sólo en bóxers color rojo.
Y fue como si el mundo simplemente no existiera.
Fueron ese cabello mojado, esa piel ligeramente fría por la ducha, las lechosas piernas y el torso lleno de lunares los que me hicieron caer en bajada por la colina de su cuerpo.
No había boletos de regreso.
Y si lo hubiese, los rompería todos.
-
— ¿Estás bien? —preguntó, asentí con la cabeza recostado a un lado de él, mi cabeza estaba al lado de su costado derecho, y él estaba haciendo pequeños círculos en mi brazo.
—Todo bien —hablé, entonces él asintió—. Realmente, todo bien.
Esa vez, me quedé en su casa. Y estuvimos muy cansados como para apagar la luz.
(...)
Pasó rápido, lo suficiente como para que mis vecinos fueran a buscarme y mamá tuviera que despedirlos diciendo que ahora vivía con mi novio.
Estaba más cerca de mi universidad ahora, pero extrañaba a mis chicas. Aún cuando las visitábamos varias veces a la semana.
Drew simplemente enloqueció cuando nos vio viviendo juntos.
Pero nos acostumbramos a nosotros, aún cuando él se quejaba de que yo era un desordenado y yo de que era un caramelo de sábila y ajo.
Incluso, la mudanza pasó antes del primer "te quiero", que salió de mis labios cuando estaba casi dormido sobre mí. Él sonrió ligeramente, murmurando un "y yo a ti".
Al mes y medio de vivir juntos, ya teníamos una rutina: alguno preparaba el desayuno mientras el otro ordenaba ligeramente la casa, íbamos a la universidad, almorzábamos acá unos días, otros no, a veces volvíamos y el otro estaba en casa, otras no, eso estaba bien para ambos.
Descansaba pacíficamente un sábado por la mañana, cuando oí un escándalo en la sala. Me alarmé, poniéndome un suéter color gris y pantuflas salí de la habitación.
Fue un desastre con lo que me encontré, y deseé haberme vestido mejor para la ocasión.
Esa, esa era la madre de Ax.
Vale, estaba asustado. Había conocido a su hermana mayor un día que fuimos a visitarla, se llamaba Delany. También a su prima, Luan, a sus mellizos (que eran lo más adorable de este mundo, e incluso habían empezado a llamarme "Titi Layne") una vez que fuimos al cine. Había hablado por Skype con su hermano menor, Rev (quien tenía facciones muy parecidas a las de Ax, pero más aniñadas) un día en el que Ax no contestó.
Pero su madre era un caso distinto, yo lo sabía, por lo que él me contaba.
— ¡Con lo que me vengo a encontrar! Un chico viviendo en tu casa, paseándose con tu ropa. Parece que todo el mundo sabía a excepción de mí. He criado a unos ocultadores mentirosos —soltaba palabras cargadas de veneno para mi novio y su hermano, que estaba ya en los brazos de Ax.
Cuando caminó hacia mí, sentí que el mundo se me caería a pedazos. Mierda.
—Un gusto, Jiddah Norman de Winterfelt —extendió su mano, yo la estreché.
—El gusto es mío, Layne Hollan-McGonnet. Aunque, prefiero el segundo apellido, es el de mi madre.
—Lo usaré, cielo. Siempre les pido a mis maleducados hijos que usen mi apellido, y ellos sólo se presentan con "Winterfelt". Son unos desagradecidos...
Ax me contó eso, que siempre hallaba una razón para quejarse de ellos, me pidió que sólo la ignorara. Y eso hice, ignoré ese tema hasta que ella se fue alrededor de las siete de la noche, quejándose de que Ax debería amueblar otra habitación aquí.
Mi novio rogó que dejara a Rev quedarse con nosotros. Ella sólo se negó, halándolo de su brazo.
No pude apartar la mirada de los ojos desilusionados y tristes de Ax cuando su hermano se fue cerrando la puerta tras de sí, por lo que lo abracé apretándolo contra mí.
—Ella siempre hace eso —murmuró—, no tanto por mí, por él. Siento que se regodea de vernos sufrir por no poder sacarlo de ahí.
—Pronto podrán, ya verás.
—Tiene apenas trece, Layne, serán cinco años más de él sintiéndose atrapado allí. Siento que nos odia por dejarlo sólo, pero cuando nos ve sólo se le ilumina el rostro y no puede salir de nuestros brazos. Aún cuando mamá lo regaña porque esa no es actitud de chicos.
—Tonterías, los chicos pueden actuar como sea —refuté, él asintió con la cabeza.
—Lo sé, ella no lo entiende.
—Lo sacaremos de ahí, Axie.
—Lo sé. Espero que sea pronto.
(...)
Ax
La forma en la que él ataba su cabello en una coleta alta siempre me pareció muy perfecta para ser real. Naranja brillante y liso, sus pecas resaltaban más en la piel dorada, el verde de sus ojos parecía avivarse, y sus labios rosados se veían muy provocativos.
Había llegado de una reunión con su otro grupo de amigos (los de la fiesta), por lo que estaba usando un overol negro de short con una camisa manga larga color púrpura. Medias a rayas con los colores mencionados anteriormente estaban desde sus pies cubiertos por botas negras hasta sus rodillas.
Cuando lo veía así, me parecía irreal. Que fuera tan libre de mostrar su cuerpo sin restricciones (interiores o exteriores) me encantaba, pues era lo que yo no: seguro de sí.
Recién cerró la puerta, lo besé. Con admiración, deseo.
Yo jamás me vestiría así, porque no se me vería bien me dije mientras desabrochaba los botones del overol que unían las cintas por encima de sus hombros.
Y me sentí ligeramente mal, pues él lucía como un modelo recién llegado de alguna sesión de fotos para una prestigiosa revista, y yo sólo era un idiota que estaba usando una camisa vieja.
Una parte de mí quería soltarlo y hacerme bolita en mi cama porque jamás me vería así de bien, así de mágico, así de libre.
Pero otra parte sólo quería besarlo y probar todo de él, admirar lo divino que se vería sólo en ropa interior con esas medias altas y una coleta desordenada.
—Afuera todo menos las medias —gruñí entre dientes, él rió de lado antes de quitarse el overol y la camisa, quedando en ropa interior.
—Adiós a la camisa, mi lindo Ax —habló, y temblé antes de quitármela.
Jamás nuestros cuerpos serían idénticos. Y eso era algo que me jodía. No ser tan bueno para él.
No había sido tan bueno para Terrence, ¿por qué para Layne sí lo sería?
Pero él me besó, pegando nuestros pechos y alzándome por la cintura, hasta quedar con mis piernas enrolladas alrededor de su cadera.
Y caminamos hasta la habitación, me dejó caer en la cama, y empezó todo.
Los besos, roces, toques, chupones. Pero había algo en mí que no estaba completamente bien. Que pensaba no merecer estar ahí con alguien tan atento, seguro, querido.
¿Qué tenía yo? Temores, piel delgada demasiado clara, cicatrices externas e internas. Nada bueno que ofrecer.
—Ax, ¿qué ocurrió? Estás llorando.
Y cuando sus caricias pararon, definitivamente empecé a llorar.
Se había dado cuenta de que no tenía nada bueno que darle a cambio de sus atenciones, sólo besos torpes. Sólo preocupaciones.
Lo había perdido, se había ido definitivamente y yo tenía toda la culpa por ser malo en todo.
Estaba sólo.
—Mírame —pidió. Su voz sonaba dulce, calmada, cuando lo hice, tenía una sudadera celeste en sus manos—. Déjame ponértela, cielo. Está bien, estoy aquí.
Dejé que me la pusiera, desapareció un momento y se puso una camisa color lavanda. Sólo colores calmados, nada que fuera fuerte.
Se sentó a mi lado, yo seguía hipando aún cuando acabé llorando en su regazo escondido en su cuello.
—No te vayas, por favor no te vayas —rogué, él afianzó su abrazo, dejó un beso en mi cabello.
—No lo haré. Tengo a mi vida aquí, porque mi vida eres tú.
Layne
Fue de un momento a otro, en pocos segundos ya estaba llorando.
¿Había sido mi culpa? ¿Hice algo que no debí? ¿Debía haber dicho algo?
Cuando me levanté de encima de él para buscar algo que ponerle, empezó a llorar más fuerte. Se sintió como si mi corazón fuera apretado con las mayores fuerzas.
Acariciaba su espalda con suavidad. Y no pasaba mucho tiempo sin besarle el cabello.
Sentirlo sacudiéndose en sollozos me destruía, porque no sabía qué había ocurrido.
Intenté pensar que estaba aliviando su dolor manteniéndolo abrazado, pero por como lloraba me hacía sentir que no. De igual manera, no iba a soltarlo.
—Y-yo, lo s-siento —hipó—. Lo arruiné, lo arruino todo. Perdón, perdón. No soy bueno, no lo soy. Perdóname, por favor —rogó.
—Ax, amor, no hay nada por lo que disculparse, ¿vale? Está bien, no tienes que estar dispuesto siempre, cielo, no te disculpes, lo entiendo. No arruinaste nada, ángel, está bien, estamos bien. No eres bueno, porque eres el mejor, ¿sí? El mejor del mundo —besé su cabello nuevamente.
—No, tú no lo entiendes. No soy bueno para ti, no soy bueno para nadie. No tengo nada bueno que ofrecer, que ofrecerte a ti. Me odio, me odio tanto. Soy culpable de todo lo que me ocurrió, y merezco lo que estoy sintiendo, pero tú eres tan magnífico que no te merezco a ti.
—No. Sólo... No —me negué. Él no podía odiarse, no con todo lo hermoso que él era en todos los sentidos ¿Qué había ocurrido para que pensara así sobre él mismo? —. Mírame —se negó—. Mírame, Axenneth —pedí otra vez. Él me miró entonces, su rostro entero estaba hinchado y enrojecido—. Tienes todo para ofrecerme, estabilidad, amor, besos, caricias, apoyo, respeto, lealtad. Tienes todo lo que quiero, lo que necesito, todo y más. Y lo tengo yo, porque te tengo a ti.
>>Y no sé que haya ocurrido para que pienses así, pero te aseguro que las cosas no son cómo las estás viendo. Me mereces porque te merezco, porque merecemos amor puro sin maldad, y lo tenemos, cielo. Porque te amo, y eres hermoso, hermoso, hermoso, lo más hermoso que he tenido y he visto —puse mis manos en su rostro, y sequé las lágrimas gruesas que caían—. Te amo, Axenneth. Te amo.
—Te amo —me volvió abrazar, entonces yo también estaba llorando.
Estuvimos rato así, escondidos en el otro, llorando como pequeñines, repitiéndonos los "te amo" que a mí me calmaban poco a poco. Cuando el llanto se disipó y sólo quedaron las respiraciones irregulares y los hipidos, nos acostamos en la cama.
Él se acostó sobre mi pecho, yo acaricié su espalda.
—Yo... Quiero contarte lo que pasó... Para que entiendas... Esto —habló atropelladamente, yo asentí.
—Si estás listo y te encuentras cómodo, hazlo, cielo. Sabes que voy a oírte.
—Bien... Lo haré.
>>A los catorce años, mi vida era un desastre. Mi padre había muerto, mi madre ya había empezado lo que sea que tiene contra nosotros —comenzó—. Un chico se cambió de turno, Terrence, ahora estaba en la mañana, yo estaba en noveno, él en décimo primero. Llamé su atención, y era lo mejor para mí, que alguien mayor me viera. Él coqueteaba mucho conmigo, era parte del grupo de amigos de Drew, él me dijo que me alejara, pero no obedecí. Tuvimos... Un noviazgo por como un año, y hubo sexo, hubo besos, salidas, muchas cosas. Pero a veces yo no estaba cómodo, ¿sabes? Tenía que comportarme a la altura con sus otros amigos porque si no era un "niño inmaduro". Yo no quería eso.
— ¿Él abusó de ti, Ax? —pregunté, él negó.
—No... No sexualmente. Eran más como palabras hirientes, diciendo que era feo cuando hacía ciertos movimientos o poses o usaba ciertas palabras. Hubo veces... Veces donde me abofeteó —sollozó, lo apreté contra mi pecho, dejándolo llorar, ¿qué más podía hacer? Odiaba no poder calmar su dolor— Nos... Nos tomamos fotos, ya sabes, en eso. Muchas personas las vieron luego... Luego de que yo le dijera que no quería seguir. Estaba enamorado, Layne. Y vuelto mierda porque él me recordaba que no tenía nada lindo en mí, que era un niño inmaduro. Le dijo a todo el colegio las cosas que hacía y cómo, que gemía "como perrita en celo" y un montón de mierdas que no saldrán de mi cabeza jamás. El directivo escolar no hizo nada.
La sangre se sentía hirviendo, y yo quería matar a ese imbécil con mis propios puños. Quería que sufriera, que se rompiera tanto como lo estaba Ax, que ardiera, que gritara de dolor, que se quebrara en llanto como lo hizo mi chico.
Deseé que él nunca lo hubiese llamado "mi chico" como lo hago yo.
—Mi madre me llamó de las peores maneras —siguió contándome—. Viví cerca de medio año con Luan por eso, mi tía no quería dejarme ir con mamá jamás. Lo único que pudo hacer fue llevarme al psicólogo en el que no avancé porque no hablé.
>>Terminé teniendo ataques de pánico en los baños del colegio, sin comer nada y con el trauma de no poder dormir con la luz apagada porque las cosas siempre pasaban así. Si yo simplemente no hubiese dejado que él me consumiera —volvió a romperse, besé su sien al sentirlo estremecerse—, no estaría así. Sería bueno para ti.
Lo dejé llorar, mostrar sus cicatrices hacia mí, lo dejé soltar, y cuando sentí que estaba ligeramente más sereno, me separé luego de besar su frente.
—Voy a intentar algo, ¿sí? Confía en mí —deseé que él nunca le hubiese dicho eso.
Asintió, entonces acaricié su cabello, enrollando los rulos alrededor de mis dedos.
—Cabello y ojos de chocolate, espesos, dulces. Como todo lo que necesitas luego de un largo día —hablé en su oído—. Nariz pequeña —deposité un beso en ella—, la más linda del mundo. Rostro y torso lleno de estrellas que descansan en tu piel pues es incluso mejor que todo el universo —entonces, empecé a besar su rostro, y luego su torso—. Clavículas, no tengo metáforas para ellas, pero las amo —entonces, besé el lado derecho y luego el izquierdo por encima del suéter—. Brazos colmados de constelaciones —murmuré besando cada parte de ellos, hasta llegar a sus manos—. Manos de consuelo, tan suaves y serenas, las que tanto amo cuando tengo frío y pueden calentarme —las besé—. Cintura pequeña, ajustada a mis manos, como si fuera hecha para que la sostuviera mientras te beso —y lo hice, lo besé castamente mientras tenía su cintura—. Caderas del cielo —bajé mis manos, acariciándolas—. Y tus piernas, joder, son mis favoritas —acaricié y besé sus muslos con suavidad, haciéndolo reír.
Cuando acabé con sus extremidades, volví a su cabeza.
—Y esos labios salmones, tan suaves, con sabor a frambuesa. Ax, yo moriría mil y un veces sólo para besar tus labios. Y juro que puedo morir ahora —entonces lo besé.
Sin apuros, ni gruñidos, ni pícaras sonrisas. Sólo lo besé, demostrándole que lo malo había pasado, que me tenía y no iba a perderme.
Me tumbé a su lado, y él se acurrucó a mi costado con suavidad, enredando sus piernas con las mías y envolviéndome con sus brazos.
—Vuelve a buscar ayuda, amor —murmuré besando su frente—. Así estarás bien para ti, y podrás vivir sin miedos, ni temores. Y yo estaré contigo, apoyándote y tirándome contigo cuando caigas porque serás lo suficientemente fuerte y valiente como para levantarte por ti solo.
—Lo haré, lo haré por ti.
—No, no lo hagas por mí. Hazlo por ti, para que puedas amarte, quererte, valorarte como lo mereces. Porque el chico más valiente, precioso, dulce, cariñoso y magnífico debe amarse aún más de lo que su novio lo hace. Y su novio lo hace mucho.
— ¿Hablas de ti o de mí? —se burló, yo me reí
—De ambos, creo —contesté.
—Iré a terapia —murmuró—. Para quererme y quererte como se debe, amarte fervientemente, amarte mucho.
—Antes de amarme con fervor, cielo, quiero que me ames sanamente, quiero que me ames bien.
—Entonces nos amaremos bien.
-
adivinen quien volvió de entre los muertos, exacto, ash lynx no.
así que, cuando terminé esta historia me dije: okay, ya que mis protas no tienen un género definido, ¿por qué no explicar el antes y el después de una forma peculiar? por eso, les quiero presentar esta idea, serán cuatro relatos, cada uno con ax y layne como protagonistas de distintos géneros (bah, no me sé explicar), solo diré que acá son chicos, en el próximo serán chicas, y así.
besos en la c0la <<33
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