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❥. CAPÍTULO V

Golpeó levemente el escritorio con sus manos una y otra vez, estaba incómodo, impaciente. Increíblemente se había pasado todo el día pensando en Hyunjin y en lo que haría después del trabajo. No había podido concentrarse un sólo segundo, y eso era prácticamente como jugar con su empleo, se estaba saliendo de control, se estaba frustrando por inseguridades y desconfianzas.

Suspiró, llevando su cabeza hacia el espaldar de la silla y mirando el techo de la oficina.

—Tengo que considerar un divorcio porque los próximos años lo siguiente que veré será un psicólogo —susurró irónicamente, girando suavemente su silla.

No bromeaba, esa situación era demasiado complicada y, a pesar de que ponía todo de su parte Hyunjin no lo hacía. Era cansado tener siempre que perdonar los errores, como desde un principio, por eso pasaba por tantos problemas en su matrimonio.

Miró su reloj donde me indicaba la hora, eran las tres con treinta minutos de la tarde, Hyunjin salía a las cuatro y yo justo a las cinco, obviamente no saldría a esa hora, le era necesario averiguar qué era lo que exactamente iba a hacer o a dónde iba a ir después del trabajo.

Eras consiente que, si se quedaba hasta las cinco, sentado en una silla metida en la oficina de un tercer piso era totalmente imposible.

De un tirón agarró su celular y comenzó a marcar el número de Chan, él era como su salvación en todo, siempre tenía las mejores palabras, los mejores consejos, aunque Jeongin nunca le hiciera caso.

Colgó la llamada antes de timbrar por primera vez, lo cierto era que ya había metido en muchos problemas a su amigo por la misma situación, incluso su amistad con Hyunjin ya no existía, pues, cada vez que veía algo extraño Chan se lo decía y él comenzó a tenerle mala voluntad, fue así como su amistad se fue desmoronando poco a poco y yo era una de las razones por la cual hoy ni siquiera se miraban.

Apagó el ordenador y después de tomar su bolso se dispuso a salir, procurando no pasarle por el lado a Yugyeom y que le robaría dos horas más de su tiempo.

—¿Ya te vas, Jeongin? —le preguntó Sana, la secretaria asignada en su área.

—Sí, tengo algunas diligencias que hacer y ya no tengo nada que hacer aquí —comentó, dejando una razón justificada por la cual salía hora y media antes de su horario.

Obviamente esa fue la mejor opción decir que iba a averiguar si su esposo estaba con otra mujer.

Le sonrió a la chica después de terminar de escribir y salí del edificio. Lo cierto era que no había terminado el trabajo, no había hecho nada, su cabeza no estaba para pensar en otra cosa más que en aquel imbécil que pretendía jugar su corazón, y sabía que, si no lo enfrentaba de una vez.

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Estacionó su auto una esquina antes de llegar al edificio donde vivía Félix, al mismo que había entrado como máximo dos veces. Es que en realidad, su cuñado y Jeongin eran incompatibles, para el menor Félix era la caja de fósforos y él era el galón de gasolina.

Suspiró al encontrarse parado frente al edificio, donde para entrar debía ser atendido por el intercomunicador, pero el auto de Hyunjin no se encontraba por ninguna parte, así que era más que imposible llegar a la casa sin que antes Félix le preguntara la razón de porqué estaba allí.

Miró su reloj una vez más y se percató de la hora, aún no eran las cuatro, pero sabía que Hyunjin no tardaba en llegar, y si lo encontraba parado en la entrada del edificio, Jeongin era el único que iba a perder.

—¿Va a entrar? —preguntó amablemente a una señora que se paró delante de la puerta y buscó en su bolso lo que parecía ser la llave de abrir, y lo miró, asintiendo segundos después.

Sonrió, mirando por un segundo al guardia, quien no mostró ninguna sospecha de su presencia.

Después de que la mujer abriera, el menor siguió los pasos, adentrándome al edificio y caminando hacia las escaleras, donde comenzó a subirlas con rumbo a su destino, sintiéndose más nervioso cada vez, pues sabía que Hyunjin no estaba allí, pero no sabía si Jennie lo estaba.

No todos los días era común llegar a una casa donde no era el más bienvenido y esperar a su esposo para preguntarle por qué acudía a la casa de su hermano para verse con su exnovia.

El miedo lo invadía al verse parado frente a la puerta, aun temblando levantó su brazo, llamando al timbre de inmediato.

No obstante, la puerta se abrió y la sonrisa que su cuñado traía en su rostro se desvaneció por completo al verlo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó extrañado, sin siquiera saludarlo.

—Hola, Félix —saludó con total calma, mirándolo a la cara, pero muriéndome por mirar más allá de la entrada y ver quiénes estaban adentro. —Estoy buscando a Hyunjin.

—Hyunjin no está aquí —se apresuró a decir, y un pequeño silencio los arropó, en el que aprovechó para desviar su vista de su rostro y mirar más adentro, sin importarle que se diera cuenta.

—¿Me dejas pasar? —preguntó.

Félix frunció el ceño.

—Me preguntaste por mi hermano, te dijo que no está aquí, ¿El motivo por el cual quieres entrar es...?

Ignorando lo que me estaba diciendo, alcanzó a ver una silueta, era una mujer, y caminaba en dirección a la puerta, donde obviamente nos encontrábamos nosotras.

—¿Pasa algo, Lix? —ella preguntó. Era de estatura media, rubia, ojos duros y cabello oscuro hacia atrás, muy atractiva realmente.

—Nada —respondió, mirándola con recelo. —Él ya se va.

Observó a la mujer que lo miró detenidamente, y por un segundo se sintió incómodo.

—¿Quién es usted? —ella preguntó a la defensiva.

—Soy Jeongin, cuñado de Félix, mucho gusto —saludé, tendiéndole la mano, la que por supuesto no atendió.

De tal palo tal astilla.

—¿Qué estás haciendo aquí, Jeongin?

La fuerte y ronca voz proveniente del pasillo lo puso nervioso automáticamente, no por la manera de hablar, sino porque claramente era la persona que estaba buscando.

—Ha venido a buscarte —espetó Félix y Jeongin aclaró su garganta, enfrentándolo después.

Había terminado su recorrido y en ese instante se encontraba parado frente suyo, su hermano y quien quiera que fuese la mujer que se encontraba con él. Hyunjin lo miró fijamente, y fue en ese momento que notó la rabia que se acumulaba en sus ojos.

—¿Dónde está Seungmin? —preguntó con interés, mirando hacia el pasillo donde se suponía que tenía que cruzar su hermano, pero nada.

Él miró a los dos espectadores, algo que imitó segundos después, y allí se encontraba Félix con ese rostro victorioso, como si una guerra hubiese ganado.

—Si te ibas a ver con Félix, ¿Por qué me dijiste que sería con Seungmin?

—¿Es que acaso él tiene que pedirte permiso cuando a ver con sus hermanos? —intervino Félix.

Jeongin lo ignoró y miró nuevamente a Hyunjin, esperando por lo que tenía que responder, aunque su rostro no se veía con buena apariencia.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó calmado, con su voz saliendo más ronca de lo normal.

—Creí que te verías con Seungmin —respondió.

El lugar no era el más indicado para tener una conversación, y mucho menos con el público que tenían. A parte, me estaba comenzando a arrepentir de lo que había hecho; es decir, no tenía nada que reclamarle, ni siquiera sabía si Seungmin llegaría al apartamento o si ya estaba adentro.

—En ningún momento te dije que venía donde Félix, ¿Cómo lo has sabido? —preguntó.

—¿Podemos entrar? —sugirió Félix, abriendo paso en la puerta. —Les recuerdo que están en el pasillo del edificio donde yo vivo.

Sin decir nada y pasando por su lado ignorándolo completamente, Hyunjin entró a la casa, gesto que imitó segundos después.

El salón estaba completamente vacío, no estaba Seungmin, tampoco Jennie, no había nadie, y comenzaba a darse cuenta de que no había sido buena idea aparecerse por allí.

—¿Por qué no me dijiste que ibas a venir donde Félix? —le preguntó en un susurro, luego de acercarse a él.

Félix y su acompañante afortunadamente los habían dejado solos, y tenía la suficiente libertad de expresarme.

—¿Había necesidad dé? —preguntó, frunciendo a penas el ceño.

—Me dijiste que te verías con Seungmin, no con Félix, me volviste a engañar, Hyunjin —reclamó, con voz triste y decepcionada.

Él se llevó las manos a la cabeza y miró hacia el techo.

—No tienes idea de nada, en lo único que siempre piensas es en acomodar las cosas a tu manera, o dime, ¿Qué tiene de malo venir a la casa de mi hermano?

—Nada, es por eso por lo que no entiendo por qué tienes que ocultármelo —contraatacó, sintiendo como mi furia comenzaba a despertar. —Esta mañana te pregunté sobre tus planes porque vi el mensaje que ella te puso, y te pareció más fácil decirle que te verías con Seungmin, dime, ¿Cómo no dudar?, y encima que ella escribía que "te iban" a esperar, no que te iba a esperar —especifiqué, demostrándole con eso que sabía todo. Él volvió a mirarse, ahora con sus ojos entrecerrados, y mis nervios se hicieron presente.

—Claro que me iban a esperar —respondió calmado, acercándose a mí lentamente. —¡Él y su novia! Pero como para ti es más interesante pensar que Jennie era quien me iba a esperar pues felicidades, cree lo que quieras.

Comenzó a caminar nuevamente hacia la puerta, dispuesto a marcharse y le siguió los pasos, obviamente teníamos que aclarar el problema.

—Yo no te he mencionado a Jennie en ningún momento para que la metas en esto —comentó, mirándolo caminar por el pasillo mientras intentaba acercarse.

Rió con sarcasmo.

—No hay que ser muy inteligente para adivinar que eso es lo único que has pensado todo el día.

—Hyunjin, tenemos que hablar —expuse, encontrándonos ya afuera del edificio.

—Ya estamos hablando, y en vista de que somos incompatibles esto es completamente absurdo.

—No puedes culparme por dudar —protesté. —El único que ha hecho de esta relación un hueco de desconfianza has sido tú, lo único que quiero es entenderte.

—No, Jeongin —respondió, girándose a verlo antes de entrar a su auto. —Lo único que quieres es mandar en mi vida, y no me casé contigo para que esto pasara, no quiero vivir así.

—Espera, no te vayas —pidió suplicante, abrazándolo fuertemente evitando que entrara al auto, y sintió unos fuertes deseos de llorar cuando sus manos arrancaron sus brazos de su cuerpo y se metió al auto sin prestarle atención.

Parado en el estacionamiento de un edificio, vio pasar por sus ojos lo que más temía, él se estaba yendo de su vida y no podía hacer nada para detenerlo, porque, aunque era difícil de creer, todo resultó ser su culpa.

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