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Capítulo veintiuno

Entré en la cocina, puse en una bandeja unas galletitas de jengibre, unos minis donuts en forma de estrellita y arbolitos de navidad. A parte de los dulces lo acompañé con dos tazas de chocolate. Nada más tenerlo todo preparado, me reuní con ella y me senté a su lado. Nos tapé con una manta navideña y puse entre media la bandeja —y bien cerquita sus regalos—,

—¿Y todo esto? —exclamó fascinada—. Qué pasada.

—Un regalito que nos preparó mi amigo Erick —sonreí.

—Está en todo, ¿eh? Menudo amigo tienes —lo alabé—. Me gustaría conocerlo a la vuelta.

—Mientras no te enamores de él, todo bien.

—¿Tan guapo es? —intentó picarme y se le notó a las mil leguas.

—Según las tías, está bueno —sentí unos celitos diminutos, pero celos eran.

—¿Y si, me enamoro de ti? ¿Qué pasa? —me susurró muy cerquita.

—Que me harías el hombre más feliz de la faz de la tierra —le ofrecí su tacita de chocolate, ella la cogió y le dio un sorbo.

—Mmm, qué rico está —musitó.

Le di un sorbo a mi taza y la besé con sabor a chocolate.

—Tu estás mejor, por cierto... —saqué mi teléfono y se lo puse a su alcance—. Apuntame tu número y dame un toque.

—No —me hizo la contra con lo primero y cogió el teléfono. Hizo lo que le dije y muy rápido apuntó mi número en su móvil. Aprovechó también la ocasión para tomarnos selfies y colgarlos en sus diversas redes. Yo debería de hacerme también porque más anticuado no podía ser, ahora que la tenía a ella era la hora de presumir.

—Tengo que confesarte algo —le dije y ella guardó mientras el aparato en el bolso.

—Cuéntame —le dio un mordisco a un donut y me lo acercó a la boca para que le diese otro.

—En realidad...—empecé con miedo porque sabía que podía ser el fin de lo que habíamos empezado—. No soy chófer, soy el multiusos que hace un poco de todo. Tanto como llevar a los clientes a sus habitaciones como reparar un interruptor. Perdóname, no quise mentirte —la cogí de las manos y le supliqué con temor—. Todo lo hice para estar a tu lado y conocerte, Erick está de testigo porque es quien me ayudó —le resumí un poco como fue la cosa.

—Una mentirilla piadosa, siempre se perdona —me sonrió.

La cara se me iluminó y un par de lágrimas rodaron hasta el último poro de mi rostro.

—¡Gracias Dios! Es mejor de lo que me había imaginado —la besé ilusionado—. Eres la mejor.

—Mereces mucho la pena y sé que si lo hiciste era para estar cerca de mí —me besó agarrandome con una mano la barbilla—. Todo lo que se hace por amor, se perdona.

—Muchas gracias, rubita —le di un pico y le acerqué los dos paquetes—. Feliz navidad, pequeña.

—Uy, ¿y eso de dónde salió? —me miró sorprendida mientras lo abría—. Me encanta, ¿cuándo lo conseguiste?

—Uno lo encargué a mi amigo y el otro en un descuido tuyo lo compre —le informé.

—Ay bribón, me entretuviste y no te culpo porque yo hice lo mismo —me dio su bolsita de regalo y la cogí.

—Ves, ya no me siento culpable —le acaricié la naricilla—. Muchas gracias y feliz navidad.

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