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Capítulo veinte

Cerré la puerta y bajé corriendo hasta donde se encontraba mi amigo. Le agradecí con nuestro clásico choca esos cinco y entré al cuarto. A toda mecha me duché y en menos de lo que cantaba un gallo estaba delante de la limusina esperándola todo elegante y con el regalo guardado.

—Te debo tropecientas, gracias hermano.

—Consígueme una turca amiga de Nazlí y ya te perdono la deuda —dijo picaron.

—Trato hecho, esta noche intentaré que durmamos en mi casa así que cubreme las espaldas —le supliqué.

—Cuenta con ello —miró como aparecía Nazlí y se acercaba a nosotros—, te dejo con ella —se despidió de los dos y se fue.

—¿Dónde me vas a llamar? —me miró—, que guapo estás.

—Tu también —me aguanté las ganas de besarla para que nadie nos pillase. Me limité a abrirle la puerta y una vez dentro los dos.

Al terminar de desayunar en Albertti Caffé, recorrimos algunos sitios como Porta do sol, el monte de o castro, dos parroquias y la calle de príncipe —aquí se nos hizo medio día y antes de visitar un par de tiendas, nos pedimos un menú navideño cada uno para celebrar este día tan especial— y el puente de Rande. Por la tarde, la llevé a conocer las Islas Cíes y la llevé hacer las rutas más importantes que había en ese lugar —parte de estas las recorrimos en bicis alquiladas aunque no fuesen las mías—Ruta faro monte, Faro de porta y Alto do príncipe. Desde cada uno de estos lugares podíamos contemplar como la ciudad estaba decorada de luces, adornos navideños y abetos majestuosos.

Se hicieron las nueve de la noche y cogimos asiento en Restaurante de Rodas, el que estaba situado junto al muelle de atraque en una antigua fábrica de salazón. Contaba con una amplia terraza con vistas al Lago Cíes y a la playa de Rodas. Rodeados de villancicos y a la vera de un gran árbol de navidad cenamos tranquilamente. Unas horas después —antes de coger el barco que nos llevaba a Vigo— fuimos a un mirador y nos hicimos muchas fotos, justo al lado había un hombre con una arpa en la mano y una cestita en el suelo. Se decía la leyenda que quien le daba una monedita le tocaba una canción.

—Espera —le dije a Nazlí acercándome a este hombre, le di una monedita y volví a ella para cogerla de la mano.

El hombre tocó la canción de Carlos Rivera, te esperaba y yo me arranqué mirándola a los ojos.

—Te pedí con mi fuerza al universo. Te escribí en un par de versos que mandé volando al cielo. Te pedí —la cogí por la cintura y hice que me rodease el cuello—. Te soñé y te amé sin conocerte. Mis abrazos te llamaban a un ladito de la cama. Te soñé .Presentí cada día tu mirada, tu llegada. Me rendí ante el brillo de tu alma. Sí, soy aquel que desde siempre te esperaba. Puedo admitir que, aunque fuera una locura, no dudaba. Sí, en mi corazón tu espacio yo guardaba. Y ahora que estás aquí veo el amor convertido en ti.

Nazlí se emocionó y me soltó para secarse las lágrimas de los ojos. Sin pedirle permiso le aparté las manos de su cara y la miré fijamente cuando decidí volver a cantarle de nuevo.

—Te encontré, al final de la escalera, en la guerra de mi vida. Tú habías sido mi bandera. Y te encontré —nos besamos con los ojos llenos de lágrimas y nos abrazamos—. Prométeme que volverás y que nunca más nos separaremos.

—Volveré y para quedarme —me abrazó con fuerza—. Mañana iré pero juro que en nochevieja regreso para estar contigo y con todo arreglado.

—No me lo has prometido —añadí.

—Te lo prometo, ahora prometeme que me esperarás y la opinión que tienes sobre mi. No cambiará —me miró ilusionada.

—Lo prometo —me cogió por el cuello y capturó sus labios con los míos . Ella vio un puesto de regalos y se acercó tirando de mi. Pidió que hicieran dos pulseras de recuerdo y dos portafotos con una de nuestras fotos que nos hicimos, esto último lo hizo cuando fui a comprar una botellita de agua. Yo no podía ser menos y le compré una túnica grabada con su nombre y el nombre de las islas.

Un rato después, nos subimos en el barco y en menos de un santiamén estábamos ya pisando tierra. Nos adentramos en la limusina y fuimos hacía mi calle, aparqué la limusina y saqué todo lo que compré.

—¿Dónde estamos? —me preguntó.

—En mi edificio —le ayudé a bajar y vi que llevaba con ella una bolsa.

La cogí de la mano, subimos por el ascensor y entramos a mi piso —por último, cerré con llave y encendí las luces.

—Qué bonito es —vi como lo contemplaba cada detalle.

Mis ojos se abrieron como platos por cómo estaba todo decorado. Navideño, con un árbol de navidad con adornos y con miles de velas alrededor. Esto tenía que ser obra de Erick si o sí, sin que se diera cuenta Nazlí le agradecí a mi amigo por mensaje lo que hizo por mi y a partir de ahí me olvidé de todo.

—No es muy grande, pero es suficiente para vivir agusto —encendí la chimenea y dejé las cosas cerquita—. ¿Te apetece beber algo?

—Decide tu —me dio a elegir—. Pues a mi me gusta —señaló la foto de mi amigo y su chica—. ¿Él es tu compañero de piso y su chica?

—Si —estiré una manta cerquita de la chimenea y le hice un gesto de que ahora volvía—. Ellos son, como me alegra pequeña. Ponte cómoda, no tardo.

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