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Capítulo siete

Eran las diez y media de la mañana y aún seguía en mi segundo hogar, el hotel. Nunca imaginé lo duro que sería cubrir a Oscar durante unas horas. Me dirigí a la entrada del hotel y justo me encontraba delante de la recepción para preguntarle a Zeynep si había algo más que hacer —como por ejemplo, algún imprevisto— antes de marcharme. En ese instante, apareció Erick.

—Eh, ¿qué estás haciendo aún aquí? —me miró perplejo—. Te imaginaba ya en tu casa.

—Y yo tío, se han complicado un poco las cosas y ya ves —hice una mueca—. Me acerqué un momento a preguntarle a Zeynep si había algo más para irme ya a casa.

Zeynep era la chica encargada de la recepción del hotel. Tras despachar a un cliente, la joven dirigió su mirada hacia nosotros.

—Hola, señor Erick y Jake —nos sonrió amablemente.

—Hola Zeynep, Erick porfavor —le recordó mi amigo, ya había perdido hasta la cuenta de cuantas veces la había corregido ya.

—Pero usted es el... jefe —insistió avergonzada.

—No me gustan las formalidades, ya deberías de saberlo —cogió un poco aire—. Así que, llámame por mi nombre y tutéame. Esto si que es una orden —noté como Erick le guiñó el ojo y esto provocó que ella se ruborizara. «¡Carallo! ¿Este tío como lo hace?».

—¿Cómo estáis? ¿En qué os puedo ayudar? —nos preguntó cordialmente guardando toda la información que le había dicho Erick.

—Bien, ¿y tú? —le contesté—. Vine a preguntarte si podía irme ya o si queda algo pendiente aún.

—Bien, gracias —me sonrió sin coloretes en sus mejillas. Lo dicho, yo no causaba ni siquiera que se le erizara ni un pelo del brazo, o de cualquier parte, a ninguna mujer—. Puedes irte, ya está todo hecho hoy.

—Gracias Zeynep, feliz navidad —le deseé de corazón mientras el coqueto de Erick nos miraba.

—Feliz navidad —me deseó ella también. Lo que no se imaginaba era que mientras ella lo iba a pasar con su familia, yo había decidido pasarla más solo que la una.

Ambos miramos a Erick, sorprendentemente no intervino en nuestra conversación y eso que las preguntas formuladas iban también con él. De repente, clavó su mirada en nosotros.

—¡Ay, perdón! —se disculpó. «¡Oye, qué cortés él! No quiso interrumpirnos. Raro, raro»—. También estoy bien, gracias —le agradeció a Zeynep—. Por cierto, quiero preguntarte algo antes de irme.

—Dígame... dime —noté como corrigió la palabra ante la mueca que hizo el jefazo. Al menos esta vez no se ruborizó y como no, ahora me había tocado a mi ser el espectador.

—¿Ha venido ya la señorita Arslan Ozsut? —ese nombre hizo saltar todas mis alarmas y les dediqué todos mis sentidos a escuchar atentamente la conversación.

—Sí —le respondió mirando la ficha y volviendo la vista de nuevo a él—. En estos momentos está en su habitación.

—Perfecto, no escatimeis en nada. Ya sabéis.. una visita así no la tenemos todos los días —comentó orgulloso por recibir semejante visita y se le notaba que estaba dispuesto a que no le faltase de nada—. La suite principal, ¿cierto? ¿Fueron a por ella?

—Entendido —le dedicó una amplia sonrisa—, así será. Si, fue el chófer del hotel que se le asignó. Él era el encargado de recogerla ya que le pusimos a su disposición una limusina exclusivamente para ella —se quedó callada de sopetón—. Hay un problema pequeñin —acompañó su respuesta con un diminuto gesto, el cual hizo con sus dedos.

—Dime —se interesó él.

—Estamos sin guía turístico —se encogió de hombros—. Tenía contratado uno durante el día que la llevaría hasta la reunión —otra pausa—, pero avisó hace diez minutos que no vendría. Así que estamos en problemas —dijo confundida—. No contamos con nadie, el resto está de vacaciones y justo hoy todas las agencias me han negado uno. En cierta parte es normal, ya que hoy es nochebuena —argumentó ella un poco cohibida. «Y justo era la noche en la que yo no tenía nada que hacer».

—¡Maldita sea! Es un impresentable, nos la ha jugado dos veces seguidas y ya esto no se va a volver a repetir como me llamo Erick —dijo cabreado—. A mi no me vuelve a dejar en ridículo —añadió elevando la voz furioso mientras que yo era incapaz de decir ni una sola palabra. «Y con razón, yo no se lo hubiese permitido ni una segunda vez».

—Lo siento... es culpa mía —respondió apenada.

—No Zey, no tienes ninguna culpa.Sólo hazme un favor —inició con perseverancia—. Llama a la oficina central y que te hagan llegar su carta de despido con su respectivo finiquito.

—Ahora mismo —acató sus órdenes. Descolgó el teléfono y empezó a marcar el número con mucha concentración.

El jefazo clavó la mirada en mi y a mi casi se me caen los calzoncillos, qué digo.. ¡casi se me cae un moñigo, qué peste!.

—Y tu, ¿no dices nada? —me miró expectante.

—Cualquiera dice nada... déjate —sonrió un poco vacilante—. No quiero ser el siguiente en desfilar —me reí. Por lo visto, mi comentario produjo que él se riera también.

—No digas tonterías, anda —sonrió maliciosamente—. Por cierto, ¿ahora qué haces?

—Irme a mi casa —justo pronunciaba la última palabra y ya iba notando cuales eran sus intenciones—. Ah no, estoy muy cansado por el madrugón. Así que esta vez no cuentes conmigo —fingí que los ojos se me cerraban del sueño y bostecé—. No pienso hacer nada de eso.

—Pero si no tienes nada mejor que hacer y menos esta noche —replicó y abrí los ojos de par en par. «Cómo disfrutaba el muy cabrito, grrrr».

Lamentablemente, antes de mi aclaración él se percató del cansancio que arrastraba y reflejaba en mi cara.

—Antes de que repliques, ¿se puede saber porque tienes esa expresión en tu cara? —preguntó—. Ayer no es que nos fuéramos muy tarde... ¿algo que contar?

«¿Por qué carallo tenía que ser transparente? ¿Por qué éste tío era capaz de descifrar cosas en mi? Definitivamente, es el amigo que más me conoce y no quiero...».

Y ahora sí, me dejó sin palabras.

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