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Capítulo quince

La observé por el retrovisor la cara de póquer que estaba poniendo, seguramente se estaba cagando en toda mi generación.

—¿Perdón? ¿De qué te ríes? —me pegó un golpe en el hombro por detrás y yo ni en mi inmuté. Sabía que mi falta de reacción le daba rabia y eso a mi me encantaba.

—De nada —seguía carcajeándome.

—¿Estás insinuando que tardo mucho? —me daba golpecitos en el hombro y se inclinó un poco para darme más de lleno —pude verificar que se estaba haciendo daño tanto estirar el cinturón y por hacerse la valiente no se quejaba—.

—No, no... que va —sonreí y la miré por el retrovisor.

—Qué sepas que no tardo nada, guapo —se hizo la chulita y se sentó adecuadamente de forma brusca.

—Si tu lo dices... —intenté hacerla rabiar más. «¿Guapo? ¿Me lo ha dicho a mi?». Miré a la carretera por si había algún chico joven pero no, todos eran cuarentones y viejitos.

—Ahora lo comprobaremos —le guiñé el ojo y la muchacha me constaba que me vio.

Mientras estábamos metidos en un tremendo bullicio de coches —era la hora de la salida del trabajo para muchos. A parte, mucha gente estaría ultimando detalles de última hora para la cena de nochebuena. Sin olvidarse de los regalos para la familia y amigos—. Yo como no tenía planes todo eso que me ahorraba. Súbitamente el móvil de ella empezó a sonar y este sonido de mierda provocó que nos exaltásemos los dos.

—Perdón, es mi móvil —empezó a rebuscar por su bolso hasta que lo sacó y respondió. Me mantuve callado mientras transcurría la conversación—. Lo siento —le hice un gesto para que no se preocupase.

—¿Qué? ¿Estás de coña, no? —su rostro se puso del color de una bola de navidad roja, pero esta vez juraría que no era ni de vergüenza ni de cansancio—. ¿Y me avisáis ahora? ¿Pero estáis locos? —dio un golpe al asiento y se removió llena de ira—. ¿Pero sabes dónde estoy? ¡En Vigo, joder! —seguía discutiendo con alguien—, sabéis lo que os digo? Si sabéis contar, no contéis conmigo para la próxima vez.

Colgó el móvil y lo guardó cabreadísima. Y a mi que me dio miedito preguntar por si me usaba saco de boxeo.

—¿Ocurre algo? —la miré de reojo preocupado.

—Esto es increíble , no me lo puedo creer —se tapó la cara con las manos agitada.

—Eh, enserio... ¿pasó algo? —aparqué en un sitio libre el coche para poder atenderla correctamente. Verla así ya me estaba preocupando mucho.

—Oye, dime —me senté de lado sin desabrocharme el cinturón y le aparté las manos que le cubrían el rostro—. Confía en mí , desahógate.

—¿Quieres flipar? —me preguntó atónita.

Avení con la cabeza y apoyé en el asiento mis brazos para escucharla más cómodo.

—Me han cancelado la cena, ahora mismo —cogió aire y me miró a los ojos—. Me hicieron venir, me confirmaron bien temprano para dejarme tirada y encima tienen la cara de cancelar el contrato.

—Menudos hijos de puta —le respondí con rabia. «¿Cómo eran capaces de hacerle eso? Llego a ser yo y se cagaban a la pata bajo, HOMBRE YA»—. ¿No hay una solución o algo?

—La solución es que ahora tengo que quedarme lejos de mi familia y estos días porque no hay ni un puto avión hasta el día veintiséis —le dio un golpe al asiento con furia—. Ni puedo contar con mi avión privado porque lo tiene mi padre, ¡maldita sea mi estampa! Sola, sin conocer a nadie y encerrada en mi habitación. Planazo.

Eso de que no tuviera avión disponible, me alegraban pero no podía decírselo porque sino perdía toda la oportunidad con ella. Fuera la que fuera.

—Tranquila —me armé de valor, tenía enfrente mía una oportunidad cojonuda y no podía desperdiciarle por nada del mundo—. No vas a estar sola.

—¿Qué no voy a estar sola? Sino tengo a nadie aquí —se quejó vencida.

—Me tienes a mi, además esta nochebuena la vas a pasar conmigo y no voy a aceptar un no por respuesta.

—No, no te voy a arruinar tus planes porque me los hayan arruinado a mi —espetó confundida.

—¿Planes? ¿Qué planes?

—Los que tengas, yo que sé con tu novia, tu familia o tus familiares —me contestó.

—Primero, no tengo planes —me tomé el atrevimiento y le acaricié el pelo. No debió de disgustarle cuando no me apartó—, segundo no tengo novia —Nazlí elevó los ojos hasta chocarse con mis pupilas—, tercero y por último. Esta noche la paso por decisión propia, solo en casa.

—¿Pero, y tu familia? ¿No está aquí? ¿Y tus amigos?—se quejó extrañada y no me sorprendió en lo más absoluto.

—Si, pero necesitaba mi espacio —seguí acariciándole el pelo—, y tranquilidad también. Ellos tienen sus planes y eso, aunque me han incluido. No pueden decir nada ante mi decisión

—Eres testarudo, ¿eh? —hizo una mueca—.Pero si me quedo contigo no estarás tranquilo —añadió—. De verdad, no quiero molestar —posó su mano sobre uno de mis hoyuelos—. Puedo pedirme algo de cenar y quedarme en el hotel viendo series o algo. No te preocupes por mi de verdad, mañana temprano tendremos que vernos así que no estaré tanto tiempo sola.

—Nunca molestarías además, soy yo el que quiere pasar estos días que estás contigo —le acaricié su carita de angel.

—¿De verdad? —me miró ilusionada.

—Si tu me dejas, claro —la miré tiernamente.

—Claro que quiero, muchas gracias por lo que estás haciendo por mi.

—Gracias a ti, por aceptar estos días conmigo. No podía tener mejor compañía estos días —le di un ojo en la mejilla—. Eres el milagro de mi navidad.

—Y tu, al parecer el mío —me dio un beso en mi mejilla—. Mi salvador.

—Mi regalo de navidad —me mordí el labio para no abalanzarme sobre ella para besarla—. ¿Dónde te apetece cenar? Conozco un restaurante muy elegante, si quieres vamos. Está como a dos minutos de aquí andando.

—Quiero cenar en la playa —no me propuso, ése comentario vino a mi como una orden.

—¿En serio? ¿En nochebuena? —le pregunté por si me tomaba el pelo.

—Si, quiero que cojamos algo para picar y que lo hagamos, allí —me dijo y yo me quedé a cuadros. Se debió de dar cuenta al instante porque enseguida rectificó—. Cenar, digo.

—Venga, vale —intenté obviar su frase para no ponerme colorado—. ¿Dónde cogemos la cena?

—No sé, vamos a la playa y una vez situados no apañamos con lo que haya allí.

—Pues pongámonos en marcha, ¡a la playina se dijo —me puse bien en mi asiento y ella se volvió a sentar bien en su sitio.

—¿Playina? ¿De dónde sacaste eso? —se rió por la gracia que le hizo—. Es praia, no playina.

—En mi vocabulario es playina y san se acabó —refunfuñé.

—Bueno, bueno —arranqué la limusina y me dirigí hasta La Playa de Samil. Estaba situada en la parroquia de Navia y rodeado de dos chiringuitos playeros. 

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