Capítulo once
Acto seguido, me peiné y me eché perfume para tener un olor aceptable —después me lavé los dientes con un cepillo de dientes reutilizable—. «No me apetece por nada del mundo tumbarla de la peste y que vaya diciendo Ese multiusos olía a perro muerto. Pobrecilla ella por soportar ese ambientador tan natural y pobrecico yo por quedar delante de la princesa como un cerdo. Hasta Pumba se duchaba más que yo, de eso estaba totalmente seguro». Tras finalizar mi tarea, miré a mi amigo y éste me estaba mirando raruno.
—¿Qué pasa ahora? —le pregunté nervioso.
—¿Ese peinado de cateto? ¿Enserio? —me miró asombrado—. Si parece que te ha lamido la cabeza un choto.
—¿Perdón? —puse mala cara y él se dio cuenta de mi gesto tan desagradable que postulé.
—¿Qué qué pasa? —me revolvió el pelo y me lo dejó con un aire fresco, despreocupado y lo suficientemente juvenil.
Me miré al espejo y ahora en vez de lamerme un choto la cabeza parecía que me acababa de levantar. Vaya pelos, tu.
—¿No te parece raro algún elemento de mi peinado? —moví la cabeza y miré mi estampa en el espejo.
—No —dijo seguro de su respuesta.
—¿Sabes que voy a trabajar, tío? No voy a ninguna fiesta —le recordé.
—¿Y tú te has dado cuenta de algo? —me cuestionó—.¿Qué impresión le quieres dar? ¿La de un cateto o la de un chico apañado? Joder, ¿quieres conquistarla o asustarla? —intentó culparme y un poquillo si lo logró. Lo odio, demasiado.
—La de un chico apañado, naturalmente —aclaré—. Obviamente... —tartamudeé—, quiero conquistarla.
—Pues si quieres conquistarla con ese pelo, ibas por mal camino.
—Qué manera de joder la marrana, tu... tampoco iba tan mal —terminé de azicalarme lo mejor que pude.
—No, si podrías ir peor —se rió.
—Mejor me voy a callar...
—Si, mejor porque sino vas a conseguir que me pire —suspiré nervioso y intentando no hiverventilar.
—Vamos —ví como me revisaba de arriba a abajo y abrió la puerta,
—¿Ya? —le cuestioné.
—Claro, si el princeso tarda más fijo que la princesa se va a buscar a otro córcel —dijo mientras salía.
—No le digas que soy el botones ni el multiusos, por fa —le pedí cuando salí y cerraba la puerta.
—Para ella serás el chófer de su limusina, además no sé turco así que tranquilo que no podré hablar con ella —me volvió a mirar con la bolsa con mi ropa en la mano—. De eso se encarga Zeynep.
—Yo sé un poquito —con las yemas de dos dedos hice ver la cantidad a la que me refería.
—Eso me gustaría verlo a mi —cuando fui a responderle desapareció de mi vista. Seguramente fue a guardar mi ropa y luego se reuniría con nosotros —si es que estábamos, claro—.
Instantes después estaba delante de la bella dama y de Zeynep —no estaba diciendo que Zeynep fuese fea, que no era cierto pero mi atención únicamente la acaparaba ella—. Escuché como le explicaba que iba a ser yo su chófer —todo en un turco tan perfecto que hasta yo mismo me sorprendí de que pillase algo. Milagrosamente mereció la pena la panzada de turco que me metí la noche anterior—. No dije nada, solo le hice un gesto a la muchacha para que me siguiera hasta la entrada —y al parecer, logró comprender mi gesto. Sin hablar ni una palabra de mi turco mezclado con gallego cateto, ya conseguí que me entendiese con solo un gesto. «La cosa no pinta tan mal...».
—Pensaba que no llegaba —se adelantó mi amigo y me dio una llave—. Esta es la llave de la limusina, como buen aparcacoches que eres tienes que conducir el mejor —dijo lo más sereno que pudo y como si la joven turca nos estuviese escuchando —sobretodo para que Zeynep captara nuestro plan e indirecta—.«Vaya tontería».
Erick se acercó a mi —ya sin mi bolsa en la mano— y me susurró en la oreja unas palabras. Qué raro en él.
—Ya puedes empezar con buen pie y darle buena impresión —se alejó un pelín pero era suficiente para poder escucharlo bien—. Haz que merezca la pena lo que estamos haciendo, hermano. A por todas —me animó y yo se lo agradecí con una media sonrisa atacada de los nervios—, tu puedes conseguirlo, eres un campeón solo no eres capaz de reconocerlo.
—Lo intentaré —le guiñé un ojo y miré a Zeynep—. Hasta luego, Zey. Si necesitas algo, llámame.
—No lo llames, va a estar ocupado —le comentó a Zey en voz bajita.
Carraspeé y me estrené con mis primeras palabras en turco —Zey y Erick se quedaron pasmados al ver como hablaba un idioma que no era el mío. Sorprendente.
—Merhaba Bayan, beni takip et, lütfen (Hola señorita, por favor. Sígame) —le dije despacito para que me entendiese.
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