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Capítulo doce

Por suerte ella asintió y empezó a dar unos pasos hacía adelante —después de despedirse de ellos, claro estaba—. Cuando llegué a la entrada, cortésmente le abrí la puerta y ella salió —de reojo miré atrás y vi como cuchicheaban Zey y Erick. Nada bueno, de nada bueno están estos dos hablando—. A continuación, salí yo y cuando fui a cerrar la puerta de la entrada, la muchacha se giró y me dijo unas palabras que me hicieron sentir como un completo estúpido.

—Merhaba, pero... puedes hablarme en español —sonrió con esos dientes tan blancos como la nieve—. Lo entiendo y sé hablarlo.

Mis mejillas se sonrojaron y miré descaradamente a mis queridos amigos. ¿Cómo no me avisaron de qué sabía hablar español? ¿Osea, qué perdí el tiempo para nada? Bufé y ellos se rieron. Juro que los mato.

—Qué alivio —suspiré—, no es que... no sepa hablar turco pero me es más sencillo el español —me excusé lleno de coloretes y un poco avergonzado.

—No pasa nada —cerré la puerta para que no vieran más el espectáculo, junto al gran ridículo que hacía.

Le hice un gesto con la mano —y no le dije nada más por miedo a volver a quedar mal— y la conduje hasta la limusina. Le abrí la puerta y una vez dentro, entré yo y la arranqué.

—¿Dónde desea ir, señorita?

—Antes de ir a comer, me gustaría ir a algún centro comercial que esté cerca —se acomodó en su asiento y se abrochó el cinturón, como lo hice yo también—. ¿Hay cerca alguno?

—Si, está el centro comercial Gran Vía —empecé a salir del aparcamiento con lentitud y mirando a todas direcciones. Solo me faltaba pegarle un chete a la limusina extra larga que me habían cedido para conducir. Y más, estando en presencia de ella. Menudo espectáculo daría, primero meto la pata con el idioma y ahora rasguño el cochazo. Planazo.

—Llévame allí, me gustaría hacer unas compras antes de comer —me ordenó y yo como no, la obedecí.

Salí a la carretera y me tomé el atrevimiento —aunque ella era quien me lo había pedido— de llevarla hasta allí.

—¿Puedo pedirte un favor? —me preguntó.

—Dígame —le dije con respeto.

—Tutéame, no me gusta que me hablen de usted —me exigió.

—Pero, no debo —quise girarme pero no era lo debido, no podía permitir que me pegase un topetazo el primer día en la que tenía a cargo. Ya me estaba imaginando los titulares, «El viguese mentiroso de pacotilla que se hacía pasar por chofer. Estrella a la señorita Arslan en su primer día de tour en Vigo»—.

—Te lo exijo, no soy de esas chicas estiradas que le gusten que le bailen el agua así que si vas a ser mi chofer estos días, acata mis órdenes —me comunicó firme—. Trátame como si fuera tu amiga de toda la vida, por favor.

—Pero si se enteran, me matan —le respondí confundido.

—Si lo hacen, les diré que yo te lo exigí —la miré por el retrovisor y era extraordinariamente maravilloso lo bien que los tenía puestos mi carita de ángel. Esa era mi rapaza[1].

—Está bien —asentí.

Después de un rato largo conduciendo y de obedecerla —la verdad no fue tan largo, pero tenía que exagerarlo un pelín—, hice un par de glorietas y me adentré en alguna calle que otra hasta llegar. Cuando estaba en el parking, estacioné la limusina en el lugar más amplio que vi —como si aquí viniesen muchas limusinas, ja—. A continuación, bajé del coche. Dubitativo le abrí la puerta —después de cerrar la mía con sumamente cuidado para no hacerle ningún rasguño— y le ofrecí la mano para que saliera. Ella la aceptó y salió como si hubiese pisado este suelo toda su vida.

—Nazly, ¿tu eres? —soltó mi mano para extenderla y ofrecérmela de nuevo de forma amistosa.

—Jake —le di un cálido beso en su mano cautamente, aunque no estuve seguro si debía o no de haberlo hecho.

—Encantada, Jake —sonrió—. Un placer conocerte.

—El gusto es mío, señorita —me aguanté las ganas de decirle que su nombre era digno de una princesa real de Vigo, Asturias o de dónde fuese pero, por miedo no lo hice. No hubiese sido apropiado el primer día y más sin conocerla.

—La cosa progresa adecuadamente, ¿vamos?

—Si, claro —cerré la puerta y siguientemente, la limusina quedó bajo llave.

Los dos nos dirigimos hacia el interior, cogimos las escaleras mecánicas —después de que ella estudiara el mapa del centro disponible de un cartel— y la sorpresa vino después cuando la chiquilla entró a Zara, Strardivarius y Bershka, seguido de Paco Martínez. Como buen caballero que era, le arrebaté las bolsas y me ofrecí a llevárselas hasta el hotel.

—Y yo que la hacía comprando ropa en Massimo Dutti, Sfera y Intimissimi —me susurré a mi mismo pero con la mala suerte que Nazlí me escuchó.

—Al contrario, me gusta más la moda de otras tiendas —Mierda, de nuevo quedé en ridículo. Vamos muy bien, señor Jake—. ¿Y a ti, qué tiendas te gustan?

Espera, espera, espera. ¿Se estaba interesando en mis gustos? ¿La hija del señor ese de nombre raro?

—Yo soy más de Jack&Jones, Zara y Pull&Bear —le respondí para no parecer un tonto delante de ella. Aunque seguramente, mi respuesta le importaba tres pimientos y lo hizo para quedar bien.

—La ropa de hombre de Zara también está chula —me dedicó una sonrisa—. ¿Podemos ir a Belros?

Me preguntó como si yo tuviese que decidir a dónde ir, si al fin y al cabo yo era un simple mandado.

—Si, está muy chula —asentí sonriente—. Usted manda, yo solo soy un simple mandado.

—Ya puedes ir rectificando lo que acabas de decir o no te hablo en los días en los que esté aquí, mira que no me importa comunicarme por señas —dijo divertida y haciendo gestos—. Hice un curso hace años, así que para mi no hay problema ninguno. «Que no iba a saber ella».

—Perdón —me di cuenta y decidí rectificar mi error—, tu mandas.

Aplaudió como una niña pequeña y yo morí de amor. «Guarro, no babees, pensé culpándome».

—Y... ¿Belros dónde se encuentra? —se interesó con los ojos brillantes.

—Acompáñame —la llevé hasta dónde se encontraba la tienda y entré detrás de ella. La jovencita con cuerpo perfecto comía chucherías. No podía adorarla más, aunque la realidad era que no la conocía ni de un día completo.


[1]* Muchacha en gallego.

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