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Capítulo diez

El ascensor se cerró tras ella y os puedo asegurar que no era lo que más nos llamó la atención. Una chica con el cabello dorado perfectamente ondulado, una cara digna de una exposición de arte y un cuerpo precioso que detallaba cada punto de sus curvas. Desconocía a la misteriosa chica ya que jamás la había visto antes, y mucho menos sabía de quién se trataba. Seguro era una huésped más porque no era nada extravagante, iba vestida con ropa de diario —chaqueta de punto roja, una camiseta de tirantes blanca y unas botas marrones— y no tenía aires de superioridad. Estaba totalmente seguro que ella, no era. En el fondo suspiré esperanzado porque en mi interior habitaba el deseo que no fuese la chica que me dijo Erick. Zeynep, Erick y yo nos miramos fugazmente y volvimos a ella.

Empezó a deslizar las escaleras como una princesa y al percatarse que la mirábamos nos sonrió. Era increíble la forma en la que bajaba, ¿cómo podía transmitir tres sentimientos como lo eran la elegancia, la dulzura y esa sonrisa que me acababa de matar? «Te encontré al final de la escalera, en la guerra de mi vida tú habías sido mi bandera. Te encontré» «Era tan perfecta, que era demasiado para mi».

Una lágrima discreta se deslizó por mi mejilla sin avisar y un vuelco en el corazón noté con una gran oleada de emociones. Era ella, si. Tenía que ser ella la chica con la que había soñado la noche anterior. Si esto se trataba de un sueño, no quería despertarme jamás. Mi boca se entreabrió del asombro y no fui ni capaz de articular ningún ruido ni ninguna palabra. Mis ojos se quedraron fijos en ella y cuando nos dimos cuenta se acercó a la mesa alargada de recepción y se dirigió a Zeynep. Éstas hablaron tan calmadas y con el tono de voz tan bajito que ni Erick ni yo fuimos capaces de descifrar todo aquello que decían.

—Llegó —me sacó de mi nube el jefazo.

Dirigí mis pupilas hacia él.

—¿Quién?

—Es ella —volvió a soltar algo que yo no lograba de entender.

Mis sentidos se dirigieron confundidos a Zeynep —la que ahora mismo había clavado la mirada en mí— y pronunció los apellidos que me había dicho la noche anterior Erick.

—No... no me jodas —tragué saliva y empecé a ponerme nervioso—. ¿He... escuchado bien? Esto... Me refiero a lo que acaba de decir... Zeynep.

—Has escuchado lo mismo que yo —señaló con un gesto de cabeza a Nazlí—. Ella es, así que tu decides si me haces caso o no.

—Ella... no, no puede ser Nazlí —me dije a mi mismo para convencerme y no caer en picado.

—¿Por qué no? ¿No te gusta? —me miró incrédulo y sin entenderme muy bien.

—¡Joder! Yo me la imaginaba... más —tragué saliva y me quedé con la frase a medias.

—¿Más qué? ¿tío, quieres espabilar ? —me dio un golpe en el hombro—. Corre a cambiarte, ya el café no te da tiempo.

—Pero no tengo nada más decente que esto —le hice mirarme de arriba a abajo. Llevaba unas fachas que daban pena.

—Adelantate al servicio, yo te llevaré un traje o algo —salió disparado hacia su despacho y yo me fui pitando al aseo de servicio que hasta ducha tenía para los empleados. ¿Era una indirecta para llamarnos guarros? ¡Guarros vosotros!

Una vez allí, cerré la puerta y me quité la camiseta, Me olí las alitas y de verdad apestaba a sudor. «Joder, huelo a choto. Ni la cabrita del monte echa tanto humo como yo». Súbitamentete, apareció Erick con un traje, unos zapatos, un peine y perfume.

—Ponte esto —me dio la ropa y me la puse tan rápido que no me di cuenta de que la camisa me la había puesto del revés.

—¡Pero tío, qué carallo has hecho! —me miró como si fuese un extraterrestre.

—¿Qué pasa? —lo miré con los ojos en blanco.

—¿Pero has visto qué fachas me llevas? —cogió desde abajo la camisa que no se paró a desabrochar los botones de la camisa.

Me miré el torso y vi que efectivamente tenía razón. Llevaba unas pintas horribles, si no tenía suficiente con las fachas de antes solo me faltaba ponerme los gallumbos en la cabeza ahora con tanta prisa.

—Con delicadeza, macho —me quejé.

—No hay tiempo de quejas, tienes mucha prisa —me colocó la camisa bien y me la ató velozmente.

—Sé vestirme solo, ¿eh? —repliqué dándole un empujón—. Deja de vestirme como si fuera un niño.

—Pues no lo parece —negó con la cabeza—. Mas bien pareces un niño recién salido de la pubertad.

Le quité la prenda inferior, me deshice del pantalón que llevaba puesto y me puse el pantalón del traje.

—Eres detestable —me metí con él—. Ni a ducharme tuve tiempo.

—Este detestable te está ayudando a que delante de ella parezcas alguien decente, que lo sepas —cogió mi ropa y me dio una palmada en la espalda.

—Ahora la chaqueta —me la tendió y me la puse. Enarqué una ceja cuando vi que puso también a mi alcance una corbata a juego—. Eh, no... eso no que da mucho calor —dije mientras me ponía la chaqueta.

—Ya claro, sobre todo ahora en invierno, manda huevos —al ver que yo no la cogí y que me negué a hacerlo me la enroscó en el cuello hasta ponérmela bien. Por último me puse los zapatos y él recogió todo lo que me había quitado para ponerlo en una bolsa. Me alcanzó el resto de las cosas y yo me puse delante del espejo.

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