Capítulo dieciséis
Una vez allí, aparqué y salimos del vehículo extralargo. Nos acercamos al primer chiringuito al que nos cruzamos —más bien era un pequeño local—. Este se nombraba Alium taperia. Al cabo de un rato nos sentamos en la playa sobre la arena y con la ayuda de la bolsa de la comida creamos un pequeño mantel. Seguidamente, empezamos a degustar nuestro manjar.
—Quién me iba a decir a mi que iría a cenar en la playa y contigo —comentó ella comiéndose la última tapa de tortilla española que quedaba.
—Seguramente a estas horas estarías comiendo foie de pato, ¿no? —me burlé—. Yo tampoco me imaginé que iba a cenar con una chica tan guapa.
—O magret —dio otra opción—. No cambio estas tapas por eso ni loca —se ruborizó y estaba encantadora.
—Yo prefiero estas croquetiñas, esta ensañadiña, este pulpiño a la galleguiña...
—Y estas tiras de Pollo Rebozadas con Salsa Barbacoa y Alioli de Mango, Costillas de Cerdo con Miel y Mostaza, Patatas con Salsa Brava y Alioli de Ajo Negro —enumeró.
—Una pasada, fast food a tope —musité.
—Delicioso —me sacó la lengua.
Al terminar de cenar, lo tiramos todo en una papelera y nos volvimos a sentar. Estuvimos un buen rato sentados, ella se apoyó en mi hombre y yo la rodeé por la cintura.
—Me da tanta paz, estar frente al mar evadiendo los problemas y encima junto a ti.
La estreché contra mí, apoyó su cuerpo y rostro junto a mi torso y la achuché.
—No quiero que te vayas el veintiséis, tu también me haces olvidar mi realidad.
—¿Me prometes que mañana hablaremos de todo un poco? —su expresión cambió a una de tristeza—. Debo irme, si fuese por mi. Me quedaría aquí a pasar todas las fiestas.
—Qué mierda... —me entristecí—. Lo prometo —me separé lentamente de ella y ella me observó—. Vamos, te quiero enseñar cual es mi lugar favorito.
Le ofrecí mi mano y se levantó con el bolso a cuestas.
—¿Dónde es?
—Ahora lo verás —antes de irse tenía que enseñarselo. Ella iba a ser la primera chica con la que compartía algo personal, algo muy importante para mi aunque estuviese en mi lugar de trabajo.
Media hora después nos encontrábamos en el interior del hotel y estábamos subiendo a su habitación. Mientras ella dejaba las cosas yo vigilaba que nadie me pillase con estas pintas y mucho menos, teniendo trato con una de las clientas más prestigiosas. Si hubiese otro dueño, estaría despedido a la primera. En un corto plazo, se reunió conmigo y le vendé los ojos.
—Al final no me has llevado a tu lugar favorito —protestó.
—Ahora lo verás.
—Ah, qué...¿está aquí? —intentó curiosear.
No respondí. La llevé al jardín —por una puerta secreta que solo conocían los empleados— que estaba iluminado con luces de navidad, además lo adornaban muchas guirnaldas y adornos diminutos de navidad acompañado de musiquita característica de estas fechas. Con cuidado, puse una manta navideña sobre el césped y la ayudé a sentarse junto a mi —después de taparnos con una manta y de poner entre medias un mini tronco de navidad—.
—Jo quiero quitarme esto, ¿no puedo aún?
En ese instante dieron las doce de la noche y me deshice de la cinta roja. Nada más ver lo que nos rodeaba se emocionó y me miró.
—Feliz navidad, Nazlí —me deshice de las lágrimas que derramaban sus mejillas. Antes de hacer nada más, nos echó una foto con el paisaje de fondo y el tronquito de navidad presente.
—Feliz navidad, Jake —le acerqué el tronco de navidad y le di con la ayuda de una cucharita le di trozitos del postre navideño.
Ella repitió la misma acción conmigo. Al rato, me fui a levantar para llevar el plato a la cocina y ella hizo un movimiento que hizo que nos chocasemos. Nuestras frentes impactaron y en vez de quejarnos, nos reímos a carcajadas.
—Perdón, ¿estás bien? —me preocupé.
—Estupendamente —me sonrió.
—Voy a dejar esto y vuelvo —tiró de mí y puso el plato a un lado. Sin planearlo se escurrió y caímos tumbados, uno encima del otro.
Los nervios se apoderaron de mí y los de ella también, me acarició la comisura y yo me limité a clavar mis ojos en los de ella.
—No te vayas —rodeó mi cintura y nuestros labios quedaron a escasos centímetros. Hasta podía notar su cálido aliento sobre mi.
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