Capítulo catorce
Sonreí como un palurdo y me acerqué mi plato después de que ella hiciera lo mismo.
—Qué buena pinta, joder —musitó ella y enseguida cogió su mega hamburguesa y le dio un buen mordisco. «El mismo que tiene ella, mierda, no pienses como Erick».
Cogí aire y la contemplé. A continuación cogí una porción de mi pizza y me la metí en la boca —con la ayuda del cuchillo y del tenedor para no ser vulgar delante de ella—. Cuando empecé a comer de esa manera, noté como levantó la vista hacía mi.
—¿No te comes la pizza con las manos? —me preguntó y me miró el plato—. Bua, eso también tiene muy buena pinta. «Princesa glotona, modo on. ¿Enserio, dónde puede meter todo eso si está super delgadita?».
—No jodas, déjate de mariconadas y cómetela con las manos —me incitó a que comiera de esa forma pero yo ciertamente era que estaba muy dubitativo ya que no sabía que camino coger—. ¿Qué sería una hamburguesa sino te la comes con las manos? ¿No sería lo mismo, verdad?
—No, no sería lo mismo pero es que... —dejé caer casi a punto de ponerme como un tomate.
—Déjate de tonterías y come agusto —de nuevo me animó a que lo hiciera—. No porque yo esté aquí, no tienes que ser tu mismo.
Estiré el brazo para capturar una de sus manos y le regalé un dulce beso en ella.
—Si lo soy —esta chica me daba la confianza que jamás me había dado—. ¿Sabes? Me recuerdas a Erick, eres igual de testaruda que él y con las ideas fijas.
Nazlí entrelazó nuestros dedos y me miró fijamente.
—Me lo tomaré como un cumplido —sonrió.
Poco a poco y sin ganas, deshicimos la unión de nuestras manos para centrarnos en lo que estábamos haciendo hasta hace muy poco tiempo. Cogí otra porción de pizza con la mano y me la comí saboreando hasta el último rincón .
—Mm —me relamí por dentro—. Qué manjar, ¿quieres coger un cachito?.
—¿Puedo? —me preguntó Nazlí.
—Claro —le acerqué mi plato con cuidado para no derramar las bebidas.
Nazlí cogió una porción y se la llevó a su plato, posteriormente alargó su brazo para depositar un cuarto de su hamburguesa.
—Oye, no hacía falta —intenté evitarlo pero no me dejó.
—No repliques, estas a mis ordenes así que aceptas lo que yo te diga —me recordó.
No me quedé conforme con eso, de corazón quería compartir mi pizza con ella y no le iba a permitir que me lo rechazase. Así que le di tres porciones de pizza —para ser preciso se las dejé en su plato— y ella me miró.
—No es justo —se cruzó de brazos.
—Si lo es —repliqué firme.
—Solo las acepto con una condición... —Se hizo la interesante.
—¿Cuál?
—Permíteme hacer algo.
Antes de que dijese nada se levantó y empezó a arrastrar su silla —y también su plato, bebida y su cubierto. Mas su bolso —para así ponerse a mi lado. La miré sorprendido y me fijé en el poco espacio que nos separaba.
—Así mucho mejor —cogió el trozo que me había dado de hamburguesa y me lo acercó a los labios—. Ahh, abre la boquita que viene un avioncito.
Imitó el juego que tanto le gustaba a los niños pequeños y el mismo que se acababa de convertir en mi favorito de ahora en adelante. Me reí como un crío y la imité.
—Ahh —abrí la boca y ella me hizo capturar un trozo de hamburguesa. Esto era una escena típica de una película romántica. Repetí el proceso hasta comerme todo lo que me daba.
—Qué rica —me limpié la boca con una servilleta Pero tu más.
Sin titubear, cogí las porciones de pizza de la misma forma como ella me lo había dado a mi. Nazlí enganchaba los trozitos con los dientes de forma divertida. Esto produjo que mi mente me traicionara. Moriría por besarla ahora mismo. Entre una cosa y otra nos terminamos dando el resto que nos quedaba en la mesa.
—Bieeen —aplaudió mientras alargaba la palabra—. Terminamos.
—¿Quieres comer postre?
—No, ¿a ti te apetece algo? —noté interés en su pregunta.
—Si —sonreí. Aunque me apetecía achucharla y besarla tomé la decisión que debía de contenerme por mi bien.
—¿El qué?
Me incliné de tal forma que llegaba estupendamente a su rostro. A continuación, Le di un beso dulce en la mejilla y luego en la comisura. Los dos nos ruborizamos y en ese momento una mujer pasaba por nuestro lado.
—Que bonito es el amor cuando se es joven, ¡sed felices! —vimos como se marchó la mujer, no la conocía de nada y si ya me decía eso. Me caía de puta madre. Ojalá algún día.
Nazli me sonrió y me dio un beso en el moflete. Aproveché que se levantó para ir al aseo para pedir la cuenta —mientras me apoderé de su bolso y todas sus compras— lo hice con tanta velocidad para que no se interpusiera que en cero coma estaba esperándola en la puerta. Un rato después , ella apareció y se juntó conmigo.
—Voy a pagar —me cogió el bolso y cuando se iba a girar, la detuve.
—La cuenta está pagada.
—¿Cómo? Yo no fui a pagar... ¿No Se te habrá ocurrido pagar?
—Te invito yo, así que a callar —salí del establecimiento con ella pisándome los talones.
Al llegar a la limusina, la abrí y metí todas las bolsas. Tras terminar la vi con un billete en la mano pero se lo ignoré y le abrí la puerta. Una vez estaba dentro, me metí en el coche y arranqué.
—Cógelo, por favor —me insistió acercándome el billete por detrás.
—Invita mi bolsillo, no se hable más —sonreí triunfal.
La tarde la invertimos en visitar los museos más majestuosos de Vigo —contaba con la suerte de tener entradas para los tres museos y dobles. Tuve una suerte tremenda con que me las cediera mi compañero de piso antes de irse. Al parecer, le habían tocado en una quiniela y ni a él ni a su novia le gustaba el arte así que decidió regalármelas a mi con fecha abierta—: Casa des artes, Quiñones de León y Museo do mar. Al salir del último museo, acababan de dar ya las ocho de la noche y caí en que dentro de nada tendría que llevarla a la cena pero, espera. ¿A qué hora era?
—Nazlí —mencioné su nombre mientras caminábamos en busca de la limusina.
Ella me miró sin dejar de andar.
—¿Si?
—¿A qué hora tienes que estar en la cena? —le pregunté mientras andaba a su mismo compás.
—A las nueve y media.
Llegamos a la limusina y nada más entrar —y ponernos el cinturón de seguridad— ella me dio una dirección
—Vamos un poco justos, ¿no? —me dio por reírme para aliviar la situación y que no entrase en pánico.
—Nada, solo tengo que coger una carpeta y cambiarme de ropa —dijo tan tranquila.
—Bueno, si tienes que cambiarte de ropa... —dejé la frase a medias y me eché a reír.
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