Capítulo 4: "La flor de las consecuencias"
Era la primera vez en meses que estaba parado frente a la puerta de la casa de mis viejos. Tomé aire, lo solté como si eso fuera a ayudar, y golpeé un par de veces.
La puerta se abrió, y una cabecita con dos colitas y una sonrisa gigante apareció frente a mí —¡Tío Rodri! —chilló Anto.
—Anto, che. Mirá lo grande que estás —le dije, dándole los cinco antes de cruzar el umbral—. ¿Cómo andás, enana?
—¡Bien! —contestó con esa energía inagotable que solo tienen los chicos, yo cerré la puerta atrás mío—. Mi mamá dijo que este año vamos a Disneyland para Navidad.
Fruncí el ceño, fingiendo que no le creía —Mmm, no sé. No te creo mucho.
Ella puso cara de indignación justo cuando escuché pasos provenientes desde la cocina. Mi hermana Carolina apareció con el bebé en brazos, mirándome como si no pudiera creer que estaba ahí.
Podía tener un tanto de razón al reaccionar de aquella forma al verme. Llevaba mucho tiempo sin atender eventos familiares, principalmente porque no se me apetecía aparecerme con Jazmín sabiendo que la mala vibra se desbordaba por parte de todos. A nadie le agradaba y eso había quedado claro cuando se conocieron.
Éramos una familia numerosa. Yo era el menor de tres hermanos que ya estaban casados y con hijos. Carolina era la mayor, con treinta y tres años, y junto a su esposo Guillermo, tenían a las gemelas Fiorella y Antonella, y a Agustín, su bebé de unos tantos meses. Les seguía Alan, el del medio, con veintinueve y casado con María, tenían a su hijo Tomás, insoportable como él mismo.
—¿Rodri? —me llamó desde el pasillo—. Pensé que estabas muy ocupado para venir.
—Me hice un tiempo —respondí, encogiéndome de hombros antes de abrazarla y dejar un beso en la frente del bebé—. Feliz cumple, por cierto. Te debo el regalo.
—¿Con toda la plata que tenés y todavía debés regalos? —se rió, burlona.
—Dejame en paz, estoy sobreviviendo.
—¿Y tu novia? —la voz de Alan, mi hermano resonó desde el comedor antes de que Caro pudiera contestar—. Tomi, preguntale a tu tío dónde dejó a su novia.
Caro rodó los ojos, pero me hizo un gesto para que pasara.
—Tío, ¿dónde está tu novia? —preguntó Tomi, el mayor de mis sobrinos, con una sonrisa de oreja a oreja y chocolate por toda la cara.
—¿Qué novia? —dije, haciéndome el desentendido mientras caminaba hacia el living.
—¿Al final terminaron? —saltó mi vieja desde el sillón.
—Hola, vieja. Yo también te extrañé un montón, gracias por preguntar —contesté, y fui a abrazarla.
Ella me devolvió el abrazo, pero no perdió la oportunidad de tirar su comentario —Vos sabés que sos mi bebé, pero esa chica nunca me gustó.
—Parece que a mí tampoco —solté una risa forzada.
La figura de mi viejo apareció detrás de Alan y Tomás, justo cuando entraba con la torta en las manos —¿Es cierto que volvió el hijo famoso?
—Hola, papá —respondí, acomodándome al lado de mi vieja en el sillón.
Y así de fácil, todo volvió a sentirse como antes, con el ruido de la televisión de fondo, y el olor a torta casera hecha por mi mamá.
Apoyé mi cabeza en su hombro, y ella empezó a acariciar mi cabello.
—¿Qué pasó con la chilena? —preguntó esta vez mi cuñado, Fiorella lo seguía con facturas en su mano.
—¡Tío Rodri! —la oí, corriendo hacia mi—. ¿Sabías que para Navidad nos llevarán a Disneyland?
—Y algo así escuché —dije, sentándola al medio mío y de su abuela—. Ya no hay chilena —le respondí a mi cuñado, desinteresado.
Rosa Roja
Etapa 4: Pasión. Un período de emociones fuertes, tanto positivas, como negativas, donde la relación puede ser muy intensa.
"We know it's true. I don't need to hear your point of view" – All For Nothing de Eddie Benjamin.
No entendía por qué Jazmín insistía tanto en conocer a mis padres. Bueno, en realidad sí, llevábamos un año de relación, y a pesar de que ya vivíamos juntos hace un par de meses, ni se me había ocurrido presentarla oficialmente. Mi excusa era simple, no encontraba un espacio en mi apretada agenda para organizar una reunión familiar. Y sí, debería haberlo hecho antes, pero bueno, ya estábamos ahí, celebrando nuestro primer aniversario en la casa de mis padres, con toda la familia.
—Me van a odiar —susurró ella, pegándose un poco más a mí.
—Tranqui. Ellos aman a todo el mundo —mentí, porque sabía que no era verdad. Mi familia podía amar, pero también podía ser despiadada si algo no les cerraba.
La solté al entrar al comedor y me adelanté para saludar a mi hermana y a mis viejos. Jazmín me siguió un paso atrás, nerviosa, pero intentando copiar mis movimientos.
—Ella es Jazmín, mi novia —dije, señalándola como si no estuviera obvio que era mi novia.
Mi vieja fue la primera en reaccionar. Se levantó del asiento con una sonrisa amplia, pero demasiado medida, como si estuviera evaluándola.
—Así que esta es la famosa Jazmín —dijo antes de abrazarla—. Yo soy Silvina, y este es Sergio.
—Mucho gusto —contestó Jazmín con voz suave.
—Tomá asiento, ya estamos a punto de comer —intervino mi viejo, siempre práctico, mientras ponía los últimos platos sobre la mesa.
—Las gemelas ya están dormidas, pero seguro que les hubiera encantado conocerte —dijo Caro, sonriendo y acariciándose la barriga de embarazada—. Mi marido y Alan están trabajando en la casa que estamos construyendo.
Jazmín solo asintió, como si tratara de adaptarse a la situación. Nos sentamos uno al lado del otro, y aunque ella creía que aparentaba calma, no dejaba de jugar con el mantel.
—Espero te guste la milanesa con puré. Es mi especialidad —dijo mi vieja.
—Solo lo he probado en restaurantes, la verdad. Seguro es mil veces más rico —respondió Jazmín con una sonrisa amable, probando un poco del puré.
—Y contanos, Jazmín, ¿qué hacés de tu vida? —preguntó mi viejo.
Jazmín dejó el tenedor a un lado antes de contestar —Soy cantante. De hecho, estoy en proceso de creación de mi primer álbum —hizo una pausa— ¿Y usted a qué se dedica?
—¿Rodrigo no te lo ha dicho? —preguntó mi viejo, lanzándome una mirada como si acabara de traicionar a la familia.
Negué con la cabeza mientras partía un pedazo de milanesa.
—Es un crítico muy renombrado en el ballet, y ahora también es director del instituto del Teatro Colón —respondí antes de meterme el pedazo en la boca.
—¿En serio? —preguntó Jazmín, asombrada con mi respuesta.
Mi viejo asintió, siempre disfrutando el protagonismo.
—Si querés, podés acompañarme al recital de fin de semestre de otras academias. He tratado de convencer a Rodrigo, pero según él, siempre está ocupado.
—Me encantaría, seguramente podremos ir —dijo Jazmín, entusiasmada.
—¿Y por qué te viniste a vivir a Argentina? —preguntó mi vieja.
Yo amo a mi madre, no puedo decir lo contrario. Pero como todas las señoras de cincuenta años, en ocasiones debería evitar decir todo lo que pasa por su cabeza.
—Porque tuve problemas con la disquera, y acá sí puedo grabar —respondió Jazmín, no sin antes titubear.
Ella solo asintió, pero su mirada decía algo distinto.
—¿Y viven juntos? —interrumpió Caro desde su lado de la mesa, sin perderse nada.
—Sí, hace unos meses —respondió Jazmín, más tranquila esta vez.
El interrogatorio me estaba poniendo nervioso. Hace mucho tiempo que no pasaba por algo así, cuando era más chico, presentar a novias era fácil, porque no era tan serio como ahora.
—Mirá vos, qué coincidencia que justo tuviste problemas con la disquera y te viniste a vivir acá —soltó mi viejo, mirándola con ese gesto entre curioso y desconfiado que reservaba para situaciones que no le cerraban del todo.
Jazmín sonrió, pero no dijo nada. Yo, mientras tanto, bajé la mirada al plato y corté un nuevo pedazo de milanesa. A esas alturas, ya estaba fría.
"No quiero más
de lo que alguna vez llegamos a soñar
eso se quedó en mi mente
por tu horrible ser"
—Estuvo horrible —dijo, tirándose al sillón, cansada y cubriéndose el rostro con ambas de sus manos.
—Vos fuiste la que me insistió en que querías conocerlos —la culpé, suspirando tras cerrar la puerta atrás mío.
—No pensé que me iban a odiar literalmente —añadió, sin dejar de ocultarse tras sus manos. Parecía como si ni siquiera me hubiera escuchado.
"Tal vez fue la vida quien manchó tu corazón
ojalá algún día esté mejor, pero me hiciste mal
jugaste conmigo y por tu felicidad
acepté ser el perdedor de un juego de a tres
yo fui el muñeco vudú
que vos lograste lastimar"
Para ella, era la audiencia que escuchaba sus constantes monólogos. Cuando la conocí, me parecía hasta tierno lo que hacía, con tan solo tener el privilegio de escucharla de cerca. Gran parte de nuestra relación la pasamos a distancia, a través de mensajes y llamadas, y estar junto a ella, tenerla a mi lado, era una de las mejores cosas que me podían haber pasado.
Pero ahora, que estábamos todos los días, todo el día juntos, no pensaba lo mismo. Me agotaba, y no porque no me gustara escucharla, sino porque no me dejaba hablar. ¿Qué tan difícil podía ser darse el tiempo de entender lo que estaba tratando de comunicarle?
"A ese fuego interno le tiraste agua sin pensarlo
te importó un carajo el sentimiento
que tuvimos alguna vez"
No tenía de idea de cómo me convencía a mí mismo de que lo que estaba haciendo valía la pena.
Aún así, seguía intentándolo. No caía en que me había equivocado con ella, lo negaba rotundamente. No podía, no quería. No podía pensar que lo que había visto en ella, lo que me había enamorado, fuera eso. Tenía que encontrar lo que tanto me había atrapado en esas vacaciones en Pucón. Algo en mí aún se aferraba a la idea de que todo tenía solución, aunque me costaba cada vez más encontrarlo.
"No quiero charlarlo
ya te di chances de arreglar tus mambos
yo seré imperfecto pero vos sos mala
y nunca estuve dentro de tu corazón"
¿El amor realmente cegaba?
—No te odiaron —insistí, sirviéndome un vaso de agua.
Quería que la conversación tomara otro rumbo, uno que no nos llevara a este punto incómodo. Pero, sabía que no sería así.
—Piensan que me aprovecho de ti, y ni siquiera me defendiste —me atacó, observando fijamente cada paso que daba hacia la pieza que compartíamos.
Sus ojos no dejaban de seguirme, con una mezcla de acusación y frustración que se clavaba en cada palabra.
Aquí íbamos otra vez.
—¿Y qué podía decir? ¿Qué sí ayudás económicamente? No es así y no iba a mentir —contesté, quitándome la remera, y acostándome en la cama.
"Y sí, tus ojos cafés alumbraron ese día gris
pero el tiempo te hizo ser
eso que alguna vez juraste destruir
tu boca no era mala, pero tus palabras sí"
No estaba seguro de qué me dolía más: que me atacara de esa forma o que, en el fondo, no pudiera dejar de pensar que, tal vez, tenía algo de razón.
Estaba agotado, solo quería quedarme callado y dormir, pero sabía que ambas cosas se veían lejanas en ese instante. La tensión me pesaba en el pecho, un nudo en el estómago que me impedía relajarme y probablemente esta discusión se repetiría miles de veces cuando intentara dormir, y me amanecería, otra vez.
"Y no sé muy bien qué pasó con el amor
que decíamos tener
que fingíamos tener
no quiero más"
—¿Qué estai' queriendo decir? —preguntó, apoyándose en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Su voz sonaba como si ya tuviera la respuesta y solo esperara que la confirmara.
—Es verdad, Jazmín, pero yo no tengo problema con eso —me encogí de hombros, intentando hacer mi voz más firme, pero mi cuerpo ya estaba cansado de las peleas, de los malentendidos, de todo lo que no podíamos resolver.
—¿Tú también pensai' que me aprovecho de ti?
—No pongás palabras que no he dicho en mi boca, Jazmín.
"No quiero más
de lo que alguna vez llegamos a soñar
eso se quedó en mi mente
por tu horrible ser"
—Ya lo dijiste todo —añadió, otra vez más, sin tener presente lo que realmente quise decir.
Las palabras se deslizaban por sus labios con facilidad, como si ya no importara lo que intentara explicarle. Como si todo estuviera dicho, aunque no se hubiera dicho nada realmente.
"Tal vez fue la vida quien manchó tu corazón
ojalá algún día esté mejor, pero me hiciste mal
jugaste conmigo y por tu felicidad
acepté ser el perdedor de un juego de a tres
yo fui el muñeco vudú
que vos lograste lastimar"
Ni siquiera se esforzaba en entenderme, y eso, de a poco, se iba acumulando. Yo ni siquiera lo notaba, pero pasaba. Las pequeñas incomodidades, las discusiones que se repetían, las cosas no resueltas que dejábamos atrás, se transformaban en una carga que no lograba quitarme de encima. El vaso se llenaría, hasta que alguna vez, se desparramaría.
Y yo no sabía cómo evitarlo. No sabía si quería evitarlo.
Pero, por más que lo intentaba, el desgaste no me dejaba ver las cosas con claridad. Quizás me había acostumbrado demasiado a esta lucha silenciosa. Quizás ella también.
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