Capítulo 6: Natsukashii
«El amor es la muerte de la paz mental»
The Death Of Peace Of Mind — Bad Omens
Era una mañana soleada, cubierta por el inmenso manto azul del cielo y unas pocas nubes que se arrastraban lentamente a través del firmamento. Casi no había viento que moviera los árboles, pero el clima era agradable y Colette había insistido en salir a recoger flores.
Este no era el tipo de actividad que alguien como Orochi disfrutara, pero desde el incidente de la última vez —cuando apenas la conoció—, había preferido mantener un ojo sobre ella y así evitar otro posible altercado. Todavía le costaba entenderlo, pero era inevitable la forma en la que su pecho se oprimía de solo pensar en dejar a aquella chiquilla deambulando sola en un mundo tan podrido y cruel como en el que les tocó vivir.
Bajo los cálidos rayos del sol, la pequeña Colette no podía evitar saltar y reír mientras recorría el inmenso campo, recogiendo algunas flores silvestres entre sus manos. Las flores que, como siempre, no importaban tanto como ver a Colette tan viva, sonriendo y brillando con luz propia. No le gustaba la idea de que algo malo pudiera ocurrirle, pero tampoco deseaba que su presencia la incomodara. De ese modo, Orochi optó por mantener una distancia prudente —varios metros alejado—, apoyado contra el tronco grueso de un árbol bajo la sombra, disfrutando en silencio la paz que aquella niña era capaz de otorgarle a su caótica y turbulenta vida.
Era como un respiro después de estar tanto tiempo bajo la misma agua picada.
Ella se levantó del suelo y se giró un momento, con una flor atrapada entre los dedos. Lo buscó con la mirada y, al divisarlo, Colette esbozó una ancha sonrisa de dientes zigzagueantes.
Al instante, su corazón se llenó de una extraña calidez que rara vez había disfrutado en su existencia.
—Esta se parece a ti, ¿ves? —le comentó la niña cuando se acercó a entregarle la flor.
Orochi la tomó por el tallo con escepticismo y la alzó a la altura de su pecho, girando los pétalos marchitos de aquella flor morada. Interesante comparación... pensó.
—¿Crees que estoy muerto? —inquirió finalmente hacia ella.
—Solo cuando haces esa expresión de hoja seca —encogió los hombros. Orochi puso los ojos en blanco y la reacción inexpresiva que le regaló después le dió totalmente la razón. Colette se rió, sus ojos violáceos brillaron como el sol sobre la hierba —. Estuvo tanto tiempo en la sombra que se aisló de las otras flores y su propia amargura la mató.
—Yo no soy amargado —se defendió el demonio.
—Como un limón.
Arrugó las cejas. —Pequeña insulsa.
—Amargado.
Orochi gruñó en voz baja. Aunque intentó molestarse con ella, el sentimiento simplemente no nació, no podía. Jun'ha soltó un siseo cerca de su oído, como si se estuviera burlando de su creciente vulnerabilidad por aquella niña albina.
Colette soltó una última risa antes de alejarse y continuar con su tarea de recoger algunas flores bonitas, sin darse cuenta de que esos simples gestos se volverían un tesoro entrañable dentro de las memorias del morocho.
La alarma saltó con su habitual estrépito, pero Edgar no reaccionó inmediatamente. Con un suspiro, abrió los ojos, sintiendo cómo la nostalgia se colaba por las rendijas de su consciencia, ese pesar que siempre lo seguía al despertar, como una sombra de la cual no podía deshacerse fácilmente.
No lo había hecho hace cuatro siglos atrás, claramente no lo haría ahora.
Su celular continuó sonando, y con él, la realidad regresó lentamente. Edgar se dió vuelta en el colchón y estiró el brazo, apagando el incesante sonido de aquel aparato. Se frotó los ojos y, al hallarse despierto en su totalidad, su vista se enfocó en las manchas húmedas del techo que todavía no había quitado.
Se levantó de la cama.
Ese día en particular decidió no desayunar. Se vistió con la ropa del trabajo, se arregló el cabello y salió cerrando la puerta con llave.
Al salir, el aire fresco de aquella mañana lo recibió como un sacudida, pero su mente no dejaba de girar sobre el mismo recuerdo una y otra vez. El sol, las flores y la sonrisa de Colette seguían tan intactos como en aquel día. Tanto tiempo desde aquel entonces... y su mente aún disfrutaba de torturarlo con los detalles más mínimos. Un suspiro escapó de sus labios, comenzando su recorrido al trabajo. Su interior se llenó de aquella mezcla de felicidad y nostalgia que siempre lo perseguía tras cada recuerdo de su amada.
Edgar caminaba por las calles a paso lento, su mente aún atrapada en el recuerdo antes de la interrupción de aquella alarma. El sonido de sus zapatos resonaba contra el pavimento, pero era como si los ecos de esos pasos se perdieran en el aire, absorbidos por sus pensamientos. El bullicio de la ciudad seguía su curso habitual, pero para él todo parecía quedar en segundo plano. El sol ya comenzaba a elevarse por el horizonte, bañando las aceras con una luz dorada. El cielo azul, las pocas nubes pintadas en lo alto y el suave aroma a lavanda de la florería no hicieron otra cosa mas que traer de vuelta aquel recuerdo para el morocho.
La amargura lo obligó a bajar la vista.
Mientras avanzaba, las fachadas de las tiendas y las calles familiares lo rodearon, pero era incapaz de concentrarse en ellas. En su mente, veía el campo donde había estado junto a ella, el mismo campo que ahora parecía un lugar lejano y ajeno. Recordaba el murmullo del viento, la suavidad de su risa, la manera en que Colette se había agachado para recoger las flores, su voz clara y alegre preguntándole cuál era su favorita. Era un instante tan puro, tan lleno de paz, que le dolía saber que ya no era posible recrearlo.
Una pareja tomada de la mano pasó junto a él por la acera. Al principio no le dió importancia, luego se imaginó a él mismo junto a Colette, y finalmente a Colette, solo que ella ahora era acompañada por... Spike.
Edgar hizo una mueca y sus puños se apretaron de la impotencia. No era sano para él pensar en eso, pero era casi inevitable imaginar a Colette junto al insulso enano pelirrojo. Lo odiaba. Lo odiaba como a pocos antes que él. Odiaba la forma en la que Colette lo miraba, la forma en que sus ojos brillaban, porque era así como alguna vez lo miró a él. Odiaba la forma en la que hablaba de él, como si no existiera otro ser humano más interesante en el planeta. Se sentía enfermo y se odiaba por eso, por no saber controlarse adecuadamente.
Las luces danzantes de las patrullas y el bullicio de la multitud arrancaron a Edgar de sus pensamientos. En otras circunstancias hubiera seguido de largo, pero un sutil aroma en el aire le hizo arrugar el ceño. No era un olor común. Algo en él despertó su curiosidad.
Acercándose lentamente, Edgar se hizo espacio entre las personas que murmuraban sobre lo ocurrido. Desde su nueva posición, sus ojos observaron el perímetro impuesto por la policía, la ambulancia estacionada contra la acera frente a un viejo edificio y los periodistas. Su oído captó la conversación entre dos oficiales y fue inevitable no escuchar lo que decían.
—¿Qué tenemos?
El oficial soltó un suspiro antes de empezar.
—La escena del crimen es un desastre... una mujer de limpieza encontró el cadáver, todavía no está identificado pero se estipula que es una mujer entre los dieciocho y veinte años. No parece haber un arma homicida; la chica tenía una contusión en la cabeza cuando la encontraron.
—¿Se cayó?
—La empujaron, y con demasiada fuerza al parecer. Estamos conteniendo a la gente en lo que Homicidios termina de hacerse cargo.
El traqueteo de unas rueditas sobre los escalones hizo a Edgar voltear la vista. Saliendo de la entrada del hotel, un grupo de paramédicos bajaron con el cadáver de la chica envuelto en una lona negra sobre la camilla.
Sin alarmar demasiado a los policías, se deslizó cerca de la ambulancia, observando con mayor detenimiento cuando los paramédicos subieron la camilla a la parte trasera de la ambulancia. Edgar arrugó la nariz después de que el vehículo se alejara de la escena. Sus serpientes sisearon, inquietas. Esto no se trataba solamente de un crimen común.
El cadáver tenía un sutil rastro de magia impregnado. Y eso lo cambiaba todo.
El sonido del tráfico lo había acompañado en todo el camino, pero Edgar apenas lo había registrado. Su cuerpo lo guió a la tienda como si fuera un reflejo condicionado. Su mente seguía atrapada en la imagen de aquella lona negra y el leve rastro de magia que había olfateado en el aire.
Un demonio. La idea se asentó en su mente con un peso incómodo.
Un demonio mató a esa chica.
Su mandíbula se tensó. Miles de asesinatos ocurrían al año en todo el mundo, pero aquello de alguna forma no era solamente un crimen. Era un riesgo. Si los humanos comenzaban a notar patrones, si alguien con suficiente conocimiento lograba enterarse de lo que había detrás...
Cuando finalmente cruzó la puerta, el tintineo de la campanilla lo arrancó de sus pensamientos, aunque no lo suficiente como para sacudirse la sensación de inquietud que lo carcomía. Edgar pasó en silencio hasta los casilleros y se colocó el chaleco del trabajo, cruzando junto a su compañera antes de sacar los carteles comerciales e iniciar el día.
Su mente seguía atrapada en la misma escena frente al edificio.
El oficial había mencionado que el servicio de limpieza la había encontrado, lo cual podría indicar que el crimen se cometió antes de eso. ¿Pero cuántos días habrán tenido que pasar hasta que limpieza abrió la puerta? ¿Habrá ocurrido esa misma madrugada o noches antes?
Era un alivio que poca gente esté enterada del asunto por el momento, pero estaba bastante claro que los periodistas no tardarían en sacar la noticia. Tal vez tenía un par de horas antes de que el homicidio se lanzara en los canales del informativo.
Jun'ha siseó cerca de su oído y Edgar arrugó el ceño. La chica había muerto por una contusión en la cabeza. Según el policía, la contusión fue producto de un golpe y no por el uso de algún objeto, lo que explica que no exista un arma homicida como tal.
No podía dejar de darle vueltas a lo mismo.
—Luces bastante callado —mencionó Colette desde el mostrador, apoyando la cabeza en su palma.
—Nadie piensa sobre un asesinato en voz alta —murmuró en respuesta.
—¿Qué?
Edgar sacudió la cabeza.
—No es nada, olvídalo.
Colette encogió los hombros y el día continuó.
Esta vez Edgar no trató de acercarse o llamar su atención. Tampoco cruzaron muchas palabras durante el día y a Colette eso no pareció importarle demasiado, aunque sí lo volteaba a ver de vez en cuando. Edgar se sentía demasiado distraído para prestarle atención a otra cosa.
—Voy a estar reorganizando el dinero, ¿podrías ir limpiando los estantes mientras tanto? —le pidió la albina.
Edgar se desconectó y asintió.
—Si... ahora me encargo.
Edgar sacó alguna de la mercancía del estante y comenzó a pasarle un trapo, quitando las motas de polvo de la superficie.
A su alrededor, el sonido de la caja registradora y los billetes se mezclaba con el murmullo apagado de los clientes ocasionales que entraban y salían de la tienda. El aroma artificial de los ambientadores de vainilla le resultaba más denso de lo normal, como si tratara de enmascarar un olor inexistente. Las luces fluorescentes de los refrigeradores zumbaban con una vibración baja y constante, casi como un eco de la presión en su cabeza.
Su mente volvió una vez más a la escena del crimen. A la joven muerta y el sutil rastro de magia.
Una contusión en la cabeza...
¿Habrá sido una herida expuesta o un golpe interno?
¿Qué dirán los periodistas durante el reportaje?
El roce del plástico de los empaques bajo sus dedos se sintió extraño, como si apenas estuviera registrando que estaba en el trabajo y no en otro sitio.
—Edgar.
La voz de Colette lo trajo de vuelta. Parpadeó y se dio cuenta de que llevaba un buen rato limpiando el mismo lugar.
—Te llamé como tres veces —dijo ella, arqueando una ceja.
Edgar entrecerró los ojos un segundo. Sacudió la cabeza, recomponiendo su expresión antes de responder:
—Lo siento —murmuró, dejando el trapo a un lado. Sus manos estaban más frías de lo normal.
—¿Te pasa algo?
—No. Solo... —vaciló, buscando alguna excusa. Optó por un simple —no dormí bien, es todo.
Colette lo observó por un instante más, pero no insistió. Edgar suspiró. Aún faltaban un par de horas para que su turno terminara, así que intentó mantenerse ocupado.
Cuando salió del trabajo, el aire frío de la tarde lo recibió con un escalofrío. Se ajustó la chaqueta y caminó de vuelta a su apartamento, pero la sensación de incomodidad no lo abandonó en todo el trayecto.
Al llegar, se quitó la chaqueta y recalentó un plato en el microondas. No tenía hambre, pero tal vez algo de comida y televisión ayudaría a distraerlo hasta caer la noche.
Edgar se recostó en su cama, pero el sueño nunca llegó.
El constante tic-tac del reloj en la pared marcaba los segundos con una monotonía insoportable. Afuera, las luces de la ciudad parpadeaban a través de las cortinas, tiñendo el techo con sombras difusas y colores. Cerró los ojos, pero en su mente solo veía la lona negra deslizándose dentro de la ambulancia.
Su mandíbula se tensó. ¿Quién había sido? ¿Un demonio sin control? ¿Un idiota que pensaba que podía hacer lo que quisiera sin consecuencias?
¿Este habrá sido su primer asesinato, o ya tenía varios en la lista?
¿Cuánto es realmente lo que sabe la policía hasta ahora? ¿Habrá algún sospechoso?
Si sigue así, va a ponernos en la mira.
Edgar sabía que no podría dormir en paz con tantas preguntas.
Su pulso latía con molestia. Que el asunto estuviera en las noticias tampoco lo ayudaba a tranquilizarse. Si la policía lo atrapaba...
Tal vez no era asunto suyo, pero... si nadie más se encargaba, las cosas solo podían empeorar. Y tampoco podía simplemente ignorarlo, no con ese rastro de magia aún flotando en su mente.
Con un suspiro pesado, se incorporó y se puso los zapatos. Cuando salió al frío de la madrugada, la brisa nocturna le pareció más revitalizante que cualquier hora en la cama.
Un alrededor de las 2400 palabras.
Cómo? Espera. ¿Yo trayendo 3 capítulos en un mes? Omaga...
Qué puedo decir, la imaginación está fuerte esta época del año (? Pero me alegra traer algunos capítulos, siento que al fin se vienen las cosas chidas de la novela. Al menos algunas de ellas.
Me voy a esforzar para que todo este asunto del crimen y el presunto asesino salga lo mejor posible. 6 temporadas completas de Lucifer y algunos capítulos de CSI y Hawai 5-0 tienen que rendir sus frutos, asiq me veo con una base algo sólida para comenzar esto 🤨🤝🤝
De igual forma tengo muchas ideas para los próximos capítulos y estoy algo emocionada la vdd.
Sin más preámbulo llegan las *redoble de tambor*
Curiosidades del capítulo:
1- Natsukashii es un término japonés y significa «nostalgia feliz». Es ese instante en el que la memoria de repente te transporta a un bello recuerdo lleno de dulzura.
2- Al principio no tenía una canción clara para este capítulo, pero entre mis capturas de pantalla encontré este pedazo de Bad Omens y me gustó tanto que decidí añadirlo.
3- No sé cómo se refieren en cada país, pero acá el término "agua picada" se refiere al agua sucia o marrón que hay en las playas producto del movimiento de la arena en el fondo.
(No es tanto una curiosidad, pero bue).
4- No sé si conocen ese meme o headcannon recurrente donde uno pregunta por qué tan callado y el responde «Nadie piensa un asesinato en voz alta»?? Bueno, digamos que yo ví la oportunidad de añadirlo y la tomé.
Y ya, creo que eso sería todo.
Una vez más espero les haya gustado el capítulo de hoy y nos estaremos viendo más adelante.
(Tal vez mi entusiasmo de actualizar esta novela se deba a la minúscula probabilidad de que mi peor es nada esté leyendo esto —le pasé el piloto hace unas semanas porq tenía curiosidad de lo que escribía y le gustó—).
Un saludo enorme —Kirishi365
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