Capítulo 5: A vow in ashes
Edgar se apoyó contra el mostrador después de un largo rato reponiendo productos en las góndolas. No estaba cansado en lo absoluto, pero el trabajo, con cada día que pasaba, solo se volvía más y más rutinario y opaco. La única razón por la que seguía en aquel estúpido lugar, trabajando como un ser vivo miserable, era la presencia deslumbrante de Colette.
Su tan amada Colette.
Y, por supuesto, ella lo ignoraba.
Se inclinó más contra la madera lisa del mostrador y levantó la vista, tratando de entender la devoción de la chica por aquel aparato electrónico. Y vio, sin sorprenderse demasiado, la cantidad saturada de mensajes que Colette tecleaba una y otra vez en el chat abierto de su celular. Cada uno igual de ignorado que el anterior, dejando un vacío amargo en la chica hasta que una monosilaba, una respuesta tan corta y seca, creaba aquella sonrisa radiante que Edgar se había resignado a apreciar de lejos.
Apretó la mandíbula, y las palabras salieron solas cuando escupió la pregunta, ya resuelta, con desprecio:
-¿Hablando con Spike?
Pero Colette no notó su veneno. Las serpientes sisearon.
-¡¡SI!! Estamos charlando -Colette se inclinó sobre la silla y estiró el celular contra su rostro con efusiva brusquedad, tan cerca que Edgar tuvo que inclinarse hacia atrás para enfocar las letras. Ella arrastró el dedo por la pantalla para mostrarle los mensajes (mayormente suyos) en el chat -. ¡Es la conversación más larga que hemos tenido! ¿No es genial?
Edgar no necesitaba leer los mensajes para saber que Colette estaba teniendo una conversación casi unilateral con el chico, pero se tragó las ganas de echárselo en cara. En cambio, asintió lentamente, murmurando un «uh-jum» desde su garganta.
Algo dentro de él no deseó borrarle la sonrisa.
No podría hacerlo. No si aquella hermosa curva en sus labios le recordaba las sonrisas que Colette le dedicaba a él tantos siglos atrás, como si el gesto hubiera reencarnado con ella.
Se veía realmente alegre, y él jamás tendría el corazón para arrebatarle eso, incluso si los celos lo quemaban por dentro.
Apretó los dedos contra el borde del mostrador tras su espalda, un impulso nervioso que le atravesó las manos. Miraba el brillo del celular de Colette, iluminando su rostro con una luz que hacía resaltar cada rasgo delicado de su expresión. Su piel blanca, en específico, parecía una fina capa de porcelana que temió pudiera romperse. La rabia ardía en su pecho, burbujeando como una caldera hirviendo, pero estaba tan acostumbrado a contenerla que su expresión jamás se crispó.
La tienda estaba tan vacía como el nulo interés de Colette en él, y Edgar deseó la llegada de algún cliente si con eso lograba hacer que la chica dejara de prestarle tanta atención al celular. Pero nadie entró por la puerta.
Cuando llegó por primera vez a la tienda juró que, de no enamorarla, Edgar sería feliz siendo su amigo. Y vaya error de pensamiento, tan inocente -o iluso-, pero los celos estaban ahí y lo consumían.
Odiaba a Spike, odiaba ser un simple extraño y, más aún, odiaba la forma en que Colette solo le prestaba atención a ese sonso enano pelirrojo. En la forma en que brillaba al hablar con Spike o sobre él, como si toda la luz de la sala se hubiera concentrado en la pantalla del celular, dejando a Edgar a un lado, en las penumbras.
Su mirada se desplazó involuntariamente hacia la ventana, como si el acto fuera una válvula de escape de algún tipo. A través de la vitrina de la tienda, el mundo exterior le parecía un lugar aún más distante que el que se encontraba dentro de esas malditas paredes. La gente iba y venía por la acera sumida en sus propios mundos, ajenos al tormento del demonio.
El rostro de Colette volvió a entrar en su campo de visión. Finalmente, ella dejó el celular sobre el mostrador. Edgar sintió que era su oportunidad para hablar con ella. Incluso había pensando todo un escenario para mantener viva la conversación por los próximos dos minutos y medio, pero su plan murió cuando el teléfono de la tienda sonó y Colette se apresuró a contestar.
-Tienda de regalos del Starr Park, ¿en qué... oh -contestó rápidamente. Colette parpadeó y Edgar frunció el ceño con curiosidad -. Pues todo está en orden... ajám, si -le tiró un largo vistazo y sus ojos parecieron pedirle que no se fuera mientras lo evaluaba. Edgar se despegó lentamente del mostrador, pero no se movió un solo centímetro de su lado -. Está aquí junto al mostrador, ¿por qué?
Su cerebro empezó a maquinar mientras escuchaba distraídamente hablar a Colette por teléfono.
¿Con quién diablos hablaba tanto por el teléfono de la tienda? ¿Un cliente? ¿Y por qué lo mencionaba a él?
-Si, señor -Colette hizo un saludo militar rígido, con la voz seria y la expresión centrada en algún punto. Luego colgó y volvió a sonreír ampliamente.
Edgar arrugó la frente. Picor en las manos y el siseo de Jun'ha en su oído.
-¿Quién era? -la pregunta sonó casual, casi curiosa. A decir verdad, la rabia lo estaba ahogando por dentro.
-Griff -contestó con simpleza -. Dijo que nos necesita atrás porque va a llegar el camión de mercadería. Así que toca cerrar por un rato.
Ah. Parpadeó.
De acuerdo, Edgar puede respirar otra vez.
Ambos caminaron a la bodega trasera de la tienda después de que Colette le diera vuelta al pequeño cartel de la entrada. Alrededor de diez minutos después de levantar la puerta metálica, un camión grande arribó junto a ellos.
El hombre les hizo firmar los papeles para confirmar la entrega y, después de dejar las cajas en el suelo junto a la bodega, se subió al camión y partió.
Colette miró el montón de cajas en el suelo y suspiró. Hizo el amago de tomar una, pero Edgar la detuvo rápidamente.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó confundida.
-Está bien, yo me encargo -dijo Edgar con seguridad.
Colette torció el labio y lo miró con duda nuevamente.
-¿Seguro?
-Las cajas lucen pesadas, yo me encargo -repitió -. No me perdonaría si llegaras a lastimarte.
Colette encogió los hombros. La apariencia actual de Edgar lo hacía lucir como alguien delgado o poco ejercitado, por lo que debería serle difícil levantar algunas cajas también. Sin mencionar que Colette estuvo un tiempo siendo la única trabajadora de la tienda, por lo que no sería la primera vez que le tocaba entrar cajas.
Sin embargo, optó por no decir nada al respecto y aceptó la idea de no tener que sudar haciendo esfuerzo.
-Gracias, supongo.
Una vez Colette desapareció de su vista y se cercionó que no hubiera nadie merodiando, tomó la caja más grande y pesada y la levantó con una mano, como si la misma no fuera nada más que un simple pedazo de cartón vacío. Luego agarró otra con la mano sobrante y fue llevando la mercancía a la bodega. Incluso sus serpientes le ayudaron a través de la bufanda tomando otras cajas para hacer menos viajes de ida y vuelta.
En uno de sus viajes, Edgar dejó una de las cajas en el suelo y Colette se asomó con un cutter y una laptop bajo el brazo.
-Supongo que si no voy a llevar cajas, al menos puedo entretenerme contando los productos que llegaron -comentó Colette de forma casual.
Edgar asintió, estando de acuerdo.
No era un hombre servicial ni mucho menos, pero la idea de que Colette tenga que hacer esfuerzos grandes en el trabajo no le había parecido algo apropiado para una mujer. No para ella, alguien tan delicada y hermosa. Sin embargo, contar productos parecía sencillo y no requería de fuerza física, así que lo aceptó.
Colette tomó asiento en una mesa apartada y dejó la laptop a un lado con el programa abierto para contar y cercionarse que estuviera todo.
Parecía saber exactamente lo que hacía, así que Edgar no tuvo problema en dejarla sola. Al menos ya no le estaba prestando atención a su aparato electrónico.
El pensamiento le hizo sentirse mejor.
Edgar se limpió el sudor de la frente. El tiempo había pasado volando en el trabajo, y el sol ya se estaba ocultando entre los edificios más altos de Seattle, dando paso a las luces artificiales de las farolas que comenzaban a encenderse sobre el pavimento.
Solo quedaban las últimas cajas por acomodar cuando un grito agudo rompió la quietud de la bodega.
El sonido le heló la sangre.
Un escalofrío le recorrió la columna, tensando cada músculo de su cuerpo. Sin pensarlo dos veces, dejó caer las cajas en sus manos, los productos rodando en la acera sin importancia. Sus piernas actuaron por instinto, corriendo hacia el interior de la bodega con el corazón tamborileando con fuerza descontrolada en su pecho.
-¡¿Colette?! -gritó con los latidos del corazón taladrando sus oídos y la voz quebrada por la angustia -. ¡Colette, ¿dónde estás?!
Su mente se nubló. Cada rincón de su ser llenándose de un único pensamiento.
No, no, no...
Otra vez no, por favor.
Porque no podía perderla, no ahora que finalmente la había encontrado y mucho menos así, repitiendo la misma historia de antes.
El aire se volvió pesado y Edgar sintió que respiraba plomo en vez de oxígeno. Las serpientes siseaban bajo la apariencia de la bufanda, aferrándose alrededor de su cuello como si compartieran su miedo, su pánico.
El sudor le bajaba por las sienes, y las manos le temblaban cuando dobló una esquina en los pasillos, conteniendo el aire en sus pulmones. Sus ojos buscaron frenéticamente cualquier señal de su amada.
-¡¡AHHH!! ¡No puede ser, no puede ser! -la voz de Colette, aguda y vibrante, se elevó con una mezcla de incredulidad y emoción -. ¡¡Son llaveros de los Bad Randoms!!
Edgar se detuvo en seco.
Por un momento, el mundo pareció congelarse y volver a su curso como si nada hubiera ocurrido nunca. Las paredes dejaron de girar a su alrededor. Su pecho, que hasta entonces había subido y bajado con espasmos dolorosos, comenzó a desacelerar.
Ahí estaba ella, sentada sobre sus rodillas junto a una caja abierta, con las mejillas encendidas por la emoción, sosteniendo los llaveros en sus manos como si hubiera encontrado un tesoro. Su sonrisa iluminaba el lugar de la misma forma en que siempre lo había hecho, y por un segundo, Edgar se dedicó a verla.
El alivio le cayó como una ola.
Su garganta se deshizo del nudo opresivo. El temblor en sus manos cesó y Ren, la serpiente rosa de su lado izquierdo, siseó con gusto.
Colette estaba bien, a salvo.
Bien... ella estaba bien.
No había nada que temer.
Colette volteó a verlo, notando su estado.
-¿Estás bien? Parece que corriste una maratón completa -bromeó soltando una risa ligera.
Edgar se relamió los labios, tratando de poner en orden su mente desbordada. Tragó saliva y asintió lentamente, permitiendo que su pecho finalmente se calmara.
-Si... si, solo pensé -pensé que llegaba demasiado tarde otra vez. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, transformadas en una mentira más sencilla -, pensé que habrías tropezado.
Colette arqueó una ceja entre divertida y desconcertada, arrastrando la vista hasta los llaveros en sus manos.
-Pues no, estoy bien -contestó.
Edgar no dijo nada. Simplemente la observó, permitiendo que el alivio terminara de acentarse en su cuerpo. Estaba agotado tanto física como mentalmente, pues su cuerpo requería consumir mucha energía y control para mantener aquella forma durante tantas horas seguidas.
Se dejó caer contra el estante metálico, cerrando los ojos un momento. Tomó aire.
Edgar dejó escapar un resoplido, burlándose internamente de sí mismo.
Colette estaba bien. De todas formas, ¿qué podría pasarle ahora? La única amenaza real que caminó sobre la tierra murió hacia cuatrocientos años.
Debía dejar de imaginarse cosas.
Caminó lentamente por el pasillo de la enorme mansión, sus pasos repiqueteando sobre la madera vieja y desgastada por los años. El corredor se alzaba con columnas de mármol blanco y cortinas gruesas de un color vino en cada ventanal, cayendo pesadamente hasta acariciar el suelo con la punta dorada de la tela.
Entre cada ventanal había un cuadro pintado al óleo. El más grande y vistoso de todos, aquel que estaba justo en medio del pasillo, retrataba una foto familiar: el padre, de pie con la postura recta, descansando una mano sobre el hombro de su esposa; la mujer, sentada en una silla con el cabello recogido en un moño y un vestido largo y sedoso; y la pequeña niña, tan rubia como su padre e igual de arreglada y hermosa como su madre.
No se detuvo sino hasta el final del pasillo, y su más allegado sirviente se apresuró a abrir la puerta para ella.
Caminó hasta la chimenea y tomó asiento sobre un mullido sillón de terciopelo. Las brazas crepitaban suavemente sobre la madera encendida, la luz del fuego creando sombras que danzaban sobre las paredes de madera.
El rifle descansaba sobre sus piernas, su peso tan familiar como el de una vieja culpa. Había sido su compañero durante tanto tiempo que ya no sabía si lo sostenía o si él la sostenía a ella. Sacó un paño blanco y comenzó a limpiar el cañón, acariciando cada tramo del arma con extrema delicadeza.
De fondo, la música etérea del primer acto de Parsifal flotaba en el aire desde el gramófono, envolviendo la estancia en una atmósfera tranquila y melancólica.
-Amfortas... Die wunde... -murmuró la letra entre susurros.
Parsifal, su ópera favorita.
El misticismo del primer acto cargado de una melodía casi religiosa. Parsifal, un héroe que representa la pureza y la compasión. Una obra perfecta que retrata la lucha entre el bien y el mal, centrada en la búsqueda del Santo Grial y la superación del pecado y la tentación.
Con cada nota, limpiaba. Con cada golpe de cuerda, borraba. Pero la mancha oscura en su alma... esa no se iría fácilmente, no hasta hacer desaparecer a todos los demonios.
Tiró el pañuelo a las llamas, lamentándose en silencio por la buena tela desperdiciada gracias a las manchas rojas que lo adornaban. Se levantó en silencio tras el tercer acto, colocando cuidadosamente el rifle impecable sobre la chimenea y dedicando un minuto a admirar la pared.
Detrás del rifle, una bandera ondeaba lentamente con la brisa que se filtraba por los ventanales. El rojo profundo de la tela parecía absorber la luz del fuego, como si se alimentara de la misma llama de la chimenea. En el centro, un círculo desgarrado marcaba los cuatro puntos cardinales.
Dentro del círculo, una antorcha encendida, representando las llamas de Uriel. Unas alas rojo carmesí se extendían a cada lado.
La bandera no era solo un símbolo. Era una promesa.
No dormimos. Recogemos las vidas de los demonios.
Llevamos cuchillos. Encontramos a quienes vienen del Infierno y les quitamos la vida.
Confiamos en nuestros hermanos. Juntos, eliminamos a todos los demás.
No tenemos miedo a perder nuestra vida, pues Dios es quien nos protege y resguarda.
Su luz sagrada no guía, suya es nuestra voluntad.
Cantando en silencio el juramento de los Cazadores de Demonios, permitió que la luz del sol acariciara su piel, disfrutando aquel momento de devoción. Su mirada se perdió en los pliegues, y se dejó empapar por el poder y el valor de sus antecesores y aquellos hombres y mujeres que dieron sus vidas al enfrentarse por primera vez al terror que representaban los demonios.
El estandarte había presenciado generaciones de Cazadores antes que ella, y mientras ondeara, la guerra continuaría.
En ese momento juró que, mientras sus pulmones contengan oxígeno y su corazón lata, ningún demonio sería capaz de causar daño otra vez.
2610 palabras.
Primero que nada, no escucho ópera xD
Nah. Primero que nada, qué rápido salió la actualización comparado a la otras. Segundo, no saben el chingo de cosas que se me fueron ocurriendo estos días para la novela (volví a actualizar las advertencias y el género principal de la novela, por si quieren husmear de nuevo).
Resumiendo: me terminé de ver Arcane y la serie de Lucifer, y la inspiración en ambas obras me ayudó a moldear mucho esta novela.
De parte de Arcane es la escala de grises que maneja cada personaje, no solo el blanco y negro entre un héroe y un villano. Por el otro Luficer me inspiró en el tema entre ángeles y demonios, pero eso ya lo iremos viendo más adelante.
Tengo tanto para contarles, pero me voy a guardar algunas cosas para cuando la novela esté más avanzada.
Por ahora, veamos los DATOS CURIOSOS del capítulo en cuestión.
1- al final del capítulo 2 y 3, Barley le recuerda a Edgar que esta Colette no es la misma mujer que amaba hacia siglos, y que tiene que empezar a verla por cómo es ahora. Sin embargo, si se fijan, inconscientemente Edgar sigue idealizando a su Colette a través de su reencarnación.
2- la ópera que "suena de fondo" es titulada «Parsifal» escrita por el compositor alemán Richard Wagner en enero de 1882, dando su primera presentación el 26 de julio del mismo año.
(Otro dato: hasta hace menos de dos horas no sabía de su existencia).
3- el juramento de los Cazadores está fuertemente inspirado y sacado del juramento que hace el viejo sabroso (Valhein) en su lore.
Aunque gran parte del juramento lo dejé tal cual, edité un poco el final para darle ese aire religioso.
(La vdd es que me veo incapaz de crear un juramento o algo similar por mi cuenta).
4- la bandera sobre la chimenea tiene un lore tremendo detrás, y aunque no voy a mencionar nada por ahora, espero que al llegar su momento puedan disfrutar el capítulo cuando hable sobre ella y su historia.
5- cuando arranqué a planear esta novela, por ahí hace uno o dos años atrás, la escena final con la chimenea y el rifle fue de las primeras que tuve para presentar al personaje.
Por cierto, quién corno es la mujer que acaba de aparecer al final del capítulo??
Leo sus teorías!!
Y nada, espero hayan disfrutado de la lectura y nos estaremos leyendo tan pronto como mi cerebro exprimido sea capaz de redactar otro capítulo.
Un saludo enorme!! -Kirishi365
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