16; Un rey no se pertenece a sí mismo.
No puedo decirte lo que realmente es, solo puedo decirte cómo se siente. Y ahora mismo hay un cuchillo de acero en mi tráquea. No puedo respirar, pero sigo luchando mientras puedo luchar. ¿Solo vas a quedarte ahí y verme arder? Bueno, está bien, porque me gusta la forma en que duele. ¿Solo vas a quedarte ahí y escucharme llorar? Bueno, está bien, porque me encanta la forma en que mientes. ¿Alguna vez amaste tanto a alguien que apenas puedes respirar cuando estás con él?
LOVE THE WAY YOU LIE, EMINEM AND RIHANNA.
21 de diciembre de 2022, Corea del sur.
Querido nadie;
El amor que siento por usted es tan inmenso que parece desbordarse de mi pecho. No hay justificación para mi conducta, inmadura y carente de la dignidad que merece. Quisiera convencerme de que lo acontecido fue solo un arrebato, algo efímero, pero desde que volví a sentir la calidez de sus labios sobre los míos, toda la seguridad que creía tener en mi autocontrol se desmoronó.
Lo observo y mis manos tiemblan; mi pecho se agita como si volviera a ser un adolescente atrapado en la incertidumbre de sus emociones. Me invade un nerviosismo incontrolable que soy incapaz de contener. Usted es plenamente consciente de su poder, de cómo, con una facilidad desarmante, puede desmoronar las murallas que tanto me esforcé en construir.
Hoy, mientras escribo estas líneas, mi mano me recuerda el incidente reciente. Seguramente mi médico exigirá explicaciones que no seré capaz de ofrecer. ¿Cómo podría decirle que fue un príncipe inglés, cegado por los celos, quien intentó herirme con mi propia katana y que, en un acto desesperado, la detuve con la mano desnuda? Sería un relato difícil de creer, pero, sin duda, verídico.
Las emociones me avasallan. Sonrío al escribir porque no puedo evitar recordar el roce de sus labios, el intercambio de alientos, la proximidad que acortó cualquier distancia entre nosotros. Jamás imaginé que dos besos en una misma noche fueran posibles, ni siquiera en mis más descabelladas fantasías. Ahora, mi cuerpo tiembla al evocarlos, y los músculos de mi rostro duelen por una felicidad absurda que no sé cómo manejar. Me siento un completo idiota, pero un idiota feliz.
Sin embargo, detrás de ese brillo que pude percibir en sus ojos, también vi algo que me destrozó: su dolor, su sufrimiento, reflejado en cada detalle de su semblante. Los ojos ligeramente hinchados, las pupilas dilatadas... signos inequívocos de un reciente llanto que no supe cómo enfrentar. Solo seguí mis instintos, como siempre lo he hecho cada vez que estamos juntos, desde nuestra juventud hasta ahora.
Hubiera sido capaz de prender fuego al mundo entero para encontrar al culpable de su estado, pero la ironía cruel es que ese culpable soy yo. Lo estoy lastimando, y lo sé mejor que nadie. Pero usted insiste, y yo cedo ante su voluntad, porque soy débil y porque nunca podría triunfar en una batalla contra mis sentimientos por usted.
Querido nadie, cuánto desearía que las circunstancias fueran distintas. Pero ambos sabemos que nuestra realidad es compleja, y que hay demasiado en juego. Nuestra posición, nuestras responsabilidades, el peso de haber nacido en una cuna de oro... todo conspira en nuestra contra.
Lamento profundamente no poder ofrecerle más.
Con todo mi afecto y la promesa de que mis sentimientos hacia usted serán inquebrantables hasta el final de mis días,
MYG.
P.D.D: Pronto ocurrirán dos eventos que no podrían ser más contrastantes: el funeral oficial de mi padre y la decoración navideña que realizamos cada año en honor a mi hermano Geumjae, quien siempre fue el mayor entusiasta de la Navidad. No sé cómo sentirme al respecto ni qué esperar. Habrá innumerables ojos puestos en mí, y la culpa me pesará al contemplarlo, soñando con su perdón, con ser aceptado nuevamente, y con olvidar que alguna vez fui el heredero al trono real.
Taehyung cerró la puerta de su habitación con un gesto vacilante, permitiendo que su cuerpo se desplomara con pesadez sobre la cama. La riqueza que definía cada rincón de aquel aposento, diseñado meticulosamente para un príncipe, le resultaba sofocante, como si las paredes mismas le recordaran constantemente el peso de las expectativas que recaían sobre sus hombros. Con manos temblorosas, buscó su teléfono y, sin detenerse demasiado a reflexionar, comenzó a escribir un mensaje claro:
“Jimin, necesito que vengas. Ahora.”
El mensaje fue breve, pero cargado de una desesperación evidente. Sin lugar a dudas, Jimin entendería su significado.
Casi de inmediato, unos golpes discretos se escucharon en la puerta, seguidos del suave clic de la cerradura al girar. Jimin entró con paso decidido y aseguró la puerta tras de sí. No hubo necesidad de palabras; Taehyung se levantó de un salto y corrió hacia él, refugiándose en sus brazos como un niño perdido. Un sollozo desgarrador brotó de su pecho, tan intenso que a Jimin se le encogió el corazón.
—Estoy aquí... —murmuró Jimin con suavidad, rodeándolo con un abrazo firme. Una mano se posó en la nuca del príncipe, mientras la otra se deslizó sobre su espalda, sujetándolo como si fuera el único ancla que evitaba su colapso total.
Taehyung lloró con abandono, sin preocuparse por contenerse. Permitió que cada sollozo acumulado durante días, tal vez semanas, fluyera sin reservas. Jimin, por su parte, permaneció en silencio, siendo ese refugio sólido y seguro que su amigo tanto necesitaba. De vez en cuando, susurraba palabras de consuelo, aunque sabía que ninguna frase sería suficiente para aliviar ese sufrimiento.
El tiempo pareció detenerse mientras permanecían así. Más de una hora transcurrió entre el llanto incesante de Taehyung y el leve balanceo de Jimin, quien sincronizaba su respiración con los sollozos del príncipe hasta que estos comenzaron a menguar. Finalmente, el silencio se adueñó de la habitación, interrumpido únicamente por los jadeos entrecortados de Taehyung, quien seguía aferrándose a la camisa de Jimin como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento.
Cuando por fin logró separarse un poco, Taehyung se secó las lágrimas con la manga de su suéter y, con los ojos aún enrojecidos, miró a Jimin. Una pequeña y temblorosa sonrisa se dibujó en sus labios, frágil pero sincera.
— ¿Por qué estás tan sudado? —preguntó Taehyung, su voz ronca pero impregnada de una curiosidad genuina.
Jimin abrió los ojos con sorpresa y tragó saliva, desconcertado por la pregunta.
— ¿Eh? Ah... —vaciló por un instante, antes de aclararse la garganta—. Estaba... ejercitándome.
Taehyung lo observó con escepticismo, ladeando la cabeza en un gesto que delataba sus dudas.
— ¿Ejercitas a estas horas? Son casi las dos de la mañana.
—Sí. —Jimin se encogió de hombros, adoptando un aire fingidamente casual—. No importa. ¿Qué ocurrió contigo?
La expresión de Taehyung cambió al instante. Su mirada se nubló, y sus labios se fruncieron mientras intentaba contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Bajó la vista al suelo, sus hombros hundiéndose como si el peso de su propia angustia lo aplastara.
—Todo esto es inútil.
Jimin frunció el ceño, inclinándose ligeramente hacia él.
— ¿A qué te refieres con eso?
El príncipe tardó en responder, llenando el aire con un pesado silencio antes de murmurar:
—Me refiero a la absurda idea de intentar algo con Yoongi. Su matrimonio está prácticamente decidido, Jimin. No hay nada que pueda hacer, a menos que quiera enfrentarme a un país entero y a mi propia familia.
Jimin permaneció callado, dejando que las palabras calaran profundamente. Finalmente, su voz sonó suave, pero cargada de una firmeza contenida:
— ¿Su Majestad se comprometió con la heredera de Shinhwa?
Taehyung asintió lentamente.
—Aún no, pero lo hará pronto. Lo sé. Sólo está asegurándose de que ella sea adecuada como reina. ¿Sabes? No le importa nada más que eso. Nunca le ha importado otra cosa que esa maldita Corona y su deber hacia ella.
—Es una responsabilidad comprensible, y tú lo sabes.
Taehyung soltó una risa amarga, carente de humor, y negó con la cabeza.
—Lo sé —repitió, su voz quebrada—. Lo peor de todo es que lo sé.
El silencio cayó entre ambos, pesado e implacable. Jimin observó cómo las lágrimas volvían a resbalar por el rostro de Taehyung, esta vez más silenciosas, casi resignadas. El príncipe se abrazó las rodillas, fijando la mirada en un punto invisible de la pared.
—Lo perdí para siempre.
—Taehyungie... —susurró Jimin con ternura, sintiendo un nudo formarse en su garganta.
—Lo perdí, Jimin —repitió Taehyung, apenas en un murmullo—. Me duele amarlo tanto, cuando para todos esto es un pecado imperdonable. Se olvidan de que somos solo dos jóvenes enamorados. Me duele quedarme de brazos cruzados mientras el hombre al que amo se casa con otra persona.
Su voz se quebró por completo, y cubrió su rostro con las manos mientras nuevas lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Desearía... —susurró entre temblores—. Desearía ser ella, para que él pudiera amarme sin remordimientos, para que ambos pudiéramos hacerlo.
Jimin lo observó con el corazón encogido, incapaz de encontrar palabras que aliviaran ese inmenso dolor. El amor de Taehyung era tan puro como imposible, y el peso de esa realidad lo estaba destruyendo.
Sin decir nada, Jimin se inclinó hacia él y lo envolvió en un abrazo. En ese momento, las jerarquías, las obligaciones y los títulos se desvanecieron. Solo quedaban dos jóvenes: uno roto por el peso de un amor prohibido y el otro intentando ser un refugio ante tanto dolor.
La atmósfera en la habitación era densa, cargada de emociones que habían dejado a ambos exhaustos. Taehyung, con los ojos aún hinchados y el corazón pesando como una losa, se giró hacia Jimin, quien dormía profundamente en el sillón cercano. La serenidad en el rostro de su amigo contrastaba de manera desgarradora con el caos que seguía agitándose en su interior. Sabía que no podría encontrar el descanso; había demasiados pensamientos, demasiados sentimientos reprimidos que lo mantenían en un estado perpetuo de inquietud. Con un suspiro pesado, se puso de pie, se colocó una chaqueta ligera y salió de la habitación con pasos silenciosos.
El castillo estaba envuelto en una calma casi sobrenatural. Los largos pasillos apenas eran iluminados por la tenue luz de las antorchas, que proyectaban sombras danzantes sobre las paredes de piedra. Había algo etéreo en el ambiente, como si el lugar respirara los secretos y las historias de siglos pasados. Taehyung caminó sin rumbo fijo, dejándose guiar por la majestuosidad de la arquitectura que parecía susurrarle fragmentos de un tiempo olvidado.
No tardó en darse cuenta de que había llegado a una sección del castillo que le resultaba completamente desconocida. Las paredes estaban adornadas con retratos de monarcas antiguos, cuyos rostros serios y solemnes lo observaban con una mirada que parecía juzgar su presencia. Sin embargo, en lugar de retroceder, continuó avanzando, cautivado por el misterio que envolvía aquel lugar.
Finalmente, llegó a un espacio que evocaba la solemnidad de un museo. Las vitrinas de cristal albergaban reliquias antiguas: coronas, cetros, piezas de joyería y armas. Al final de la sala, una puerta de madera tallada se alzaba, imponente y cargada de un aire casi ceremonial. Taehyung se acercó con cautela, dudó por un instante y, finalmente, empujó la puerta, que cedió con un crujido leve.
Lo que encontró al otro lado lo dejó sin aliento. La sala era más pequeña, pero igual de impresionante. En este lugar, los objetos parecían más personales, como si hubieran sido destinados a preservar la esencia de una dinastía. Entre los artefactos que decoraban la habitación, una katana descansaba sobre un pedestal, iluminada por un foco suave que acentuaba su esplendor. Taehyung la reconoció al instante: era la misma que había visto en manos de Yoongi durante una sesión de práctica con Hoseok.
Intrigado, se acercó con pasos silenciosos y extendió la mano para tomar el arma. El peso era mayor de lo que esperaba, transmitiéndole una sensación de respeto casi reverencial. Sus dedos recorrieron el mango, notando las inscripciones doradas que lo adornaban. Había un nombre grabado, ligeramente desgastado por el tiempo: Yoongi. Más abajo, una inscripción en oro brillante captó su atención:
—“De la sangre real y del aliento del dragón, nace la majestuosidad que forja nuestra nación.”
Taehyung murmuró las palabras para sí mismo, fascinado por su significado. Estaba tan absorto en los detalles de la katana que no percibió el leve sonido de la puerta al abrirse ni los pasos que se acercaban con cautela desde el umbral.
— ¿Por qué está tocando mis pertenencias?— La voz de Yoongi resonó en la habitación con una calma tensa, controlada, pero impregnada de autoridad.
Taehyung se giró de manera abrupta, sosteniendo la katana con ambas manos, la hoja reluciendo bajo la tenue luz. Aunque la distancia entre ambos era considerable, la expresión de Taehyung permanecía tan impasible que resultaba imposible discernir sus intenciones. Sin embargo, el siguiente movimiento de Taehyung fue claro: levantó la katana, apuntando directamente al cuello de Yoongi. Este, lejos de mostrar cualquier signo de miedo, mantuvo su postura rígida y una mirada fija, desafiando sin palabras la amenaza.
— ¿Qué está haciendo aquí? ¿Acaso su reciente enamoramiento le ha provocado insomnio?— La voz de Taehyung, aunque fría, tembló imperceptiblemente al final, delatando el torbellino de emociones que lo consumía.
Yoongi suspiró, llevando la mirada hacia el techo, como si buscara en las alturas una pizca de paciencia que le permitiera lidiar con la situación. Al volver a mirar a Taehyung, su expresión había cambiado. Había una chispa juguetona en su mirada, un destello de entendimiento que indicaba que había comprendido la raíz de la ira del príncipe.
—Está celoso, Su Alteza Real — murmuró, dando un paso hacia adelante justo cuando Taehyung, en un impulso, bajó ligeramente la katana. Sin embargo, este, con reflejos rápidos, redirigió el filo de la espada hacia el abdomen de Yoongi, deteniéndolo en seco.
—Apártese— ordenó Taehyung, su voz impregnada de frustración. Su mano temblaba ligeramente, delatada por la tensión, pero sus ojos seguían fijados en los de Yoongi con una intensidad desconcertante.
Yoongi observó la situación con una calma desconcertante, como si estuviera ante un espectáculo que, aunque tenso, le ofrecía cierta diversión. La ligera sonrisa que dibujó en sus labios parecía sugerir que disfrutaba de la ira de Taehyung, como si, en el fondo, le brindara algún tipo de satisfacción. Finalmente, alzó las manos en un gesto de rendición, como si todo lo que ocurría fuera parte de un juego que no le preocupaba en absoluto.
—No interrumpiré ninguna acción que tenga planeada— dijo con un tono tranquilo, incluso desafiante, como si la amenaza fuera solo una broma en la que ambos participaban sin querer.
Taehyung, con la mandíbula tensa, chasqueó la lengua y apretó más la hoja de la katana contra el abdomen de Yoongi, aumentando la presión.
—No sea payaso, Su Majestad— escupió, el desdén claro en su voz.
—Detesto a los payasos— respondió Yoongi, moviendo ligeramente la cabeza, como si el comentario fuera un desdén casual. Su tono serio fue suficiente para que Taehyung lo mirara con una mezcla de sorpresa y confusión. Pero luego, al ver el brillo de diversión en los ojos de Yoongi, comprendió que este no tomaba nada de aquello con la gravedad que la situación requería.
El rey, sin apartar la mirada, dio un paso hacia adelante, acercándose peligrosamente a Taehyung. Este, instintivamente, retrocedió, haciendo que la katana volviera a apuntar hacia el cuello de Yoongi. Sin embargo, el rey permaneció impasible, como si el peligro no fuera más que una extensión de la confrontación verbal.
—Suelte eso.
—No lo haré —respondió Taehyung, negando con un ligero movimiento de la cabeza. Había un desafío evidente en su postura, pero también una vulnerabilidad palpable en su mirada, como si sostener esa katana fuera la única forma en que sentía que podía mantener el control sobre la tormenta de emociones que lo abrumaban.
Ambos se miraron en silencio, el aire denso con la tensión de sus pensamientos no expresados, de los recuerdos que flotaban entre ellos, llenando cada rincón de la habitación.
Yoongi exhaló un suspiro profundo, cargado de emociones contenidas y frustración. Sus ojos se encontraron con los de Taehyung, y en ese breve instante, el mundo pareció detenerse. Un fuego sutil pero inquebrantable encendió la chispa entre ambos, una corriente invisible que los unía, pero que también los mantenía a la espera, desbordando las fronteras de la cautela. Algo se rompió en el aire, algo irreversible, como si los hilos de la razón se hubieran deshecho en un solo parpadeo.
Con una precisión casi calculada, Yoongi alzó la mano hacia la katana. Su palma cerró alrededor de la hoja, sujetándola con tal fuerza que la presión hizo que una línea roja comenzara a emerger de su piel, una marca leve pero suficiente para recordar la audacia de su gesto. Un roce fugaz de la hoja contra su carne, un recordatorio de que la peligrosidad de su acto aún podía pasar factura, ue seguramente demandaría explicaciones más tarde a su médico.
En un giro decidido y casi imperceptible, Yoongi liberó la espada del agarre de Taehyung, elevándola con firmeza en el aire. Avanzó, recortando la distancia entre ellos hasta que sólo quedó un pequeño espacio, un abismo cargado de tensión que palpitaba en cada respiración. Sujetó el mango de la katana con autoridad, su figura ahora completamente definida, desbordando presencia.
—Ahora el ridículo payaso es usted —murmuró Taehyung, su voz baja pero cargada de un sarcasmo que intentaba ocultar la profundidad de su emoción.
Antes de que Yoongi pudiera responder, sintió la calidez de las manos de Taehyung en su rostro. Sus dedos lo atraparon con firmeza, un toque inesperado pero no indeseado. El siguiente movimiento fue tan abrupto como una tormenta que se desata de repente: Taehyung lo besó. Fue un impacto, un relámpago que iluminó la oscuridad de la habitación. Un beso que se desbordó como un río, arrollando toda lógica, todo pensamiento racional.
Por un fugaz momento, Yoongi titubeó. La sorpresa lo envolvió, pero la necesidad que lo había estado consumiendo durante tanto tiempo emergió, reclamando la posesión de aquel instante. Su respuesta fue inmediata: sus labios encontraron los de Taehyung con una intensidad cargada de una autoridad inconfundible, la misma que dominaba cada rincón de su ser. Su brazo libre se deslizó alrededor de Taehyung, atrayéndolo hacia sí con una fuerza que hablaba más de un deseo incontrolable que de una simple necesidad. Como si en ese instante quisiera sellar su marca en él, como si el tiempo que habían perdido estuviera a su alcance para recuperarlo en un solo acto.
Taehyung, atrapado entre la sorpresa y una emoción que parecía devorarlo por dentro, respondió al beso con la misma pasión, como si también buscara reclamar algo que no podía explicarse. Pero aquello no era una caricia suave. Era un choque de voluntades, una batalla silenciosa por el control. Los susurros del aire y los ecos de sus alientos se entrelazaban con la tensión de un enfrentamiento sin palabras. Cada roce, cada pulsación, parecía cargar el momento de una electricidad palpable.
Yoongi, como un hombre que reclama lo que le pertenece, profundizó el beso, sumergiéndose en él con una intensidad que no había dejado espacio para nada más. Como si cada segundo estuviera pesando sobre él, cada suspiro fuera un reclamo para recuperar lo perdido. Taehyung no pudo evitar compararlo con el último beso que compartieron. Había algo diferente, algo más salvaje y urgente en la manera en que Yoongi lo tomaba, como si la necesidad de este momento fuera lo único real entre ellos.
Sin embargo, la realidad irrumpió en la forma de un golpe seco en la puerta. El sonido cortó el aire como un cuchillo afilado, interrumpiendo el torbellino de emociones y deseos que había invadido la habitación.
—Su Majestad —La voz inconfundible de Hoseok resonó al otro lado de la puerta.
Ambos se separaron con rapidez, el aire aún cargado de la intensidad del momento. El jadeo de sus respiraciones entrecortadas llenó el silencio que quedó tras su abrupta separación. Yoongi, de forma automática, se llevó una mano a los labios, como si intentara borrar cualquier rastro de debilidad, de vulnerabilidad que pudiera delatar la magnitud de lo ocurrido. Su gesto, aunque instintivo, estaba cargado de una autodefinición que no quería permitir que fuera cuestionada.
La katana cayó al suelo con un sonido metálico que pareció sellar la quietud que siguió a su separación. El silencio reinó por un momento, mientras ambos se recomponían, sin saber bien qué hacer.
Taehyung se volvió hacia la puerta, encontrándose con la imponente figura de Hoseok y la mirada penetrante de Jimin. Mientras Hoseok mantenía una expresión seria y profesional, Jimin, con los brazos cruzados, observaba la escena con una mezcla de sorpresa y advertencia, como si evaluara si debía intervenir.
— ¿Qué... qué necesitan, señor Jung? —preguntó Yoongi, con la voz aún marcada por un leve temblor, intentando recuperar la compostura.
Hoseok negó con un gesto breve, mientras Jimin tomaba la palabra, dirigiéndose a Taehyung con una mirada que no dejaba lugar a malentendidos:
—Príncipe Magnus, me preocupó su ausencia —declaró, con un tono que combinaba preocupación genuina y una sutil reprimenda.
El sonrojo en el rostro de Taehyung fue inmediato y evidente, extendiéndose desde sus mejillas hasta su cuello, delatando la sorpresa y el desconcierto. Consciente de que no podía añadir nada más a la conversación, hizo una reverencia rápida y formal.
—Que descanse, su Majestad —murmuró, evitando hacer contacto visual con Yoongi antes de abandonar la sala con pasos apresurados. El silencio que quedó tras su partida era palpable, cargado de palabras no dichas, de emociones contenidas que solo se podrían descifrar en la privacidad de sus pensamientos.
Yoongi lo observó salir, sus ojos fijos en la figura de Taehyung hasta que este desapareció tras la puerta. La sensación de vacío que había quedado tras el beso no disminuía, un vacío que ninguna acción posterior podría llenar. Su mano palpitaba por el contacto con la katana, pero lo que realmente sentía era esa ausencia que él mismo había provocado.
Jimin y Hoseok intercambiaron una mirada rápida antes de que Jimin girara hacia Yoongi, su expresión dejando claro que habría preguntas más adelante, pero que por el momento era preferible no abordarlas. Sin embargo, en ese instante, Yoongi no podía pensar en nada más que en Taehyung: el calor de sus labios, la intensidad del beso y la inevitabilidad de lo que acababa de ocurrir.
Su pecho aún subía y bajaba con dificultad, como si cada respiración estuviera impregnada de la intensidad del momento. Pero antes de que pudiera sumirse completamente en sus pensamientos, un golpe seco en la frente lo sacó de su ensoñación.
— ¡Casi lo arruinas todo! —la voz de Hoseok resonó con firmeza, aunque no pudo disimular el deje de exasperación que teñía sus palabras.
Yoongi lo miró con una mezcla de irritación y desconcierto, frotándose la frente, donde el golpe había dejado una punzada de dolor.
—No planeé que esto sucediera —replicó, su tono más agudo de lo que había pretendido, y sintió cómo la incomodidad comenzaba a asentarse en su interior.
Hoseok cruzó los brazos, su postura tan severa como la de un tutor reprimiendo a un alumno imprudente.
—Afortunadamente, fui yo, junto con el señor Park, quienes los encontramos en este lugar. ¿Qué habría sucedido si otro hubiera sido el que entrara y descubriera tu enamoramiento hacia Taehyung?
La palabra “enamoramiento” cayó como un peso sobre Yoongi, golpeándolo con una fuerza inusitada, como si Hoseok hubiera verbalizado aquello que él mismo se negaba a admitir frente a cualquier otra persona que no fuera él mismo, o la pluma con la que redactaba sus pensamientos más íntimos. Frunció el ceño, incómodo, y respondió en voz baja, casi en un susurro:
—Sería un escándalo, lo sé. Larguémonos de aquí.
Ambos comenzaron a caminar hacia la salida, sus pasos resonando con un eco uniforme en el vasto y desierto pasillo. Yoongi mantenía la mirada fija hacia adelante, haciendo todo lo posible por ocultar el torbellino de pensamientos que lo acosaban.
—Mañana acompáñame a la florería —dijo de repente, interrumpiendo el silencio con una frase que parecía fuera de lugar con respecto a la conversación previa.
Hoseok levantó una ceja, sorprendido por el cambio de tema, pero no desaprovechó la oportunidad de añadir un toque de sarcasmo a la situación:
—De todos modos, en mi contrato se estipula que debo velar por la seguridad de tu trasero en todo momento. ¿Qué planeas?
Yoongi detuvo sus pasos, girándose parcialmente hacia él, aunque sin mirarlo directamente.
—Necesito un ramo pequeño de flores para el funeral de mi padre —explicó, con una seriedad que contrastaba con la ligereza del comentario anterior—. Además, enviaré una cesta a YooJung mañana temprano.
Hoseok inclinó ligeramente la cabeza, observando a Yoongi con una mezcla de curiosidad y una leve sombra de escepticismo.
— ¿A YooJung? ¿Entonces es cierto que planeas algo serio con ella?
Yoongi dejó escapar un suspiro tenue, pasando una mano por su cabello en un intento de disipar la tensión que aún persistía en su interior.
—Es solo un detalle, iluso —respondió con una sonrisa, intentando ocultar la incomodidad que sentía.
Hoseok, siempre rápido en su respuesta, no tardó en lanzar una réplica con tono burlón:
—Ah, solo fue un beso en un momento de descontrol, iluso.
Yoongi lo miró con una expresión que combinaba irritación y agotamiento, como si la discusión ya le pareciera una carga innecesaria.
—No deseo tratar ese asunto en este momento —respondió, la firmeza de su voz dejando claro que no continuaría en ese terreno.
—Evasor —sentenció Hoseok, no perdiendo oportunidad de provocarlo.
Yoongi se detuvo de golpe, girándose hacia él con una mirada intensa y autoritaria.
—Muéstrame respeto —dijo, su tono grave—. Además, no fui yo el único que halagó los atributos de un hombre extranjero.
Hoseok dejó escapar una breve carcajada, ladeando la cabeza con una sonrisa juguetona que no intentaba disimular su diversión.
—Muy bien, estamos a mano. Aunque, no solo halagué los atributos de un hombre extranjero, sino que también fui lo suficientemente atrevido como para ordenar que me montara, y esta noche, tuve que interrumpir todo por culpa de dos necios: un príncipe británico y un rey coreano que se desean más de lo que están dispuestos a admitir. Es cómico, pero es parte del oficio. ¿Te gustaría escuchar más detalles sobre cómo lo tuve de rodillas mientras...?
Yoongi frunció el rostro con evidente horror, levantando una mano en señal de interrupción como si deseara evitar que la conversación continuara.
— ¡Hoseok, basta! Santo Dios. Por pura curiosidad preguntaría, pero prefiero evitarme un trauma innecesario, así que no, gracias —respondió rápidamente, casi aliviado por cortar el tema.
Hoseok dio un paso atrás, haciendo una reverencia exagerada que rozaba el sarcasmo.
—En ese caso, buenas noches, Su Majestad —dijo, con un tono que intentaba imitar la formalidad, aunque claramente reflejaba su carácter juguetón.
Yoongi lo observó por un instante, entrecerrando los ojos con una mezcla de irritación y resignación, antes de girarse y continuar su camino. Al llegar a sus aposentos, el peso de sus pensamientos lo sumió en un silencio abrumador. Cerró la puerta con suavidad, recargándose brevemente en ella para tomarse un respiro, permitiendo que el momento de calma lo envolviera.
Sus pasos lo condujeron hacia el escritorio, donde una carta a medio escribir aguardaba, junto con una pluma y un tintero abierto. Sin embargo, no tenía ánimos para continuar con su tarea. En su mente, la imagen de Taehyung persistía, vívida y tangible, como si el instante en que sus labios se habían encontrado estuviera aún presente.
Con un gesto automático, observó la palma de su mano, donde la marca de la katana seguía fresca. Un corte delgado pero profundo, que había ignorado en el calor del momento, comenzaba a arder ahora con intensidad. Suspiró profundamente y caminó hacia un pequeño gabinete en el rincón de la habitación. Extrajo un botiquín y se sentó al borde de la cama, comenzando a limpiar la herida con movimientos meticulosos y cuidadosos.
Cada punzada de dolor físico parecía diminuta en comparación con el tumulto emocional que lo atormentaba. «¿Qué significaba ese beso? ¿Era momento de preocuparse por su propio autocontrol?» La pregunta resonaba en su mente con insistencia, como si esperara una respuesta inmediata que no podía ofrecerse.
El recuerdo lo invadió con una claridad perturbadora. La forma en que Taehyung lo había mirado, con una mezcla de desafío y vulnerabilidad, y luego el beso... intenso, inesperado, pero dolorosamente necesario. «Le correspondí con demasiada facilidad», se reprochó a sí mismo mientras envolvía su mano herida en una venda improvisada.
Un suave golpeteo en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Adelante —dijo Yoongi, enderezándose al instante y adoptando una postura que buscaba reflejar la dignidad que sentía se desvanecía con cada respiración.
Jimin cruzó el umbral con pasos lentos, cargados de una mezcla de solemnidad y cautela. Sus ojos, aunque atentos, no dejaban entrever más que la preocupación y la tensión que arrastraba consigo.
—Pensé que desearía un informe sobre la situación —comentó Jimin, cerrando la puerta con delicadeza y avanzando con pasos mesurados, sus palabras impregnadas de una pesadez que Yoongi no necesitaba preguntar para entender.
—No era necesario, pero adelante —respondió Yoongi con tono cortante, manteniendo una distancia intencionada, mientras se acomodaba sobre el borde del sofá. Su semblante, aunque rígido, no lograba ocultar el cansancio profundo que lo embargaba, ni el peso de sus propios pensamientos.
—Taehyung se ha retirado a sus aposentos. Está inquieto, pero no ha hablado con nadie más que conmigo. Se limitó a pedir que no lo molestaran por el resto de la noche —explicó Jimin, su voz cargada con una gravedad que Yoongi sintió penetrar hasta lo más profundo de su ser.
Yoongi asintió lentamente, dejando escapar un suspiro que parecía arrastrar consigo una tormenta de pensamientos acumulados. Sus dedos se dirigieron a su rostro, frotándose las sienes con gesto fatigado, antes de desordenar su cabello en un acto reflejo de frustración, murmurando con voz baja:
— ¿Dijo algo sobre lo ocurrido?
—No directamente —respondió Jimin, pero su tono se tornó más grave, como si un reproche latente comenzara a brotar de entre sus palabras—. Pero su estado es un reflejo claro de lo que le ocurre. Está devastado, Su Majestad. Y no sé si me corresponde juzgar lo que vi, pero... además de ser el guardaespaldas del príncipe, también soy su mejor amigo. Y como tal, me resulta exasperante esta situación.
Yoongi alzó la mirada, su expresión endureciéndose de inmediato.
—No necesito un sermón, señor Park. Lo sé —respondió con frialdad, un destello de incomodidad cruzando su mirada.
— ¡Escuche, usted no...! —comenzó Jimin, pero Yoongi no le permitió continuar.
— ¡Señor Park! —interrumpió, su tono tajante y autoritario, los ojos brillando con una advertencia clara.
Jimin no retrocedió ni por un segundo. Su postura se mantuvo firme, y la intensidad de su voz adquirió una determinación que no podría haberse ignorado.
— ¡Déjeme terminar! Usted no tiene idea de la magnitud de los problemas que está provocando. Taehyung mucho menos, porque es tan... necio. Ha soñado con estos momentos desde que tenía quince años. Sé que usted y él no tienen la culpa de formar parte de la realeza ni de vivir en países diferentes. Pero sí tienen la culpa de las decisiones que toman, y las decisiones que ha estado tomando últimamente con respecto a mi mejor amigo son nefastas, dolorosas e irracionales.
Yoongi bajó la mirada por un instante, el peso de sus propios pensamientos envolviéndolo. Sus palabras salieron como un susurro, casi inaudibles, pero cargadas de un dolor tangible.
—No planeé esto.
—Entonces sabe muy bien que esto no puede continuar —replicó Jimin con un tono más bajo, pero igual de firme—. No sólo por usted, sino por él. Porque usted se conoce y se controla, disfraza sus emociones de una manera que Taehyung nunca ha podido. Y por eso, le ruego que haga lo que es mejor para todos. Aléjese de Taehyung. Termine con esto, y hágalo de raíz. No lo lastime más. Ha tenido suficiente.
Yoongi permaneció en silencio por un largo momento, la tensión palpable en el aire. Finalmente, su voz salió apagada, apenas un susurro quebrado.
—Las emociones rara vez siguen un plan, señor Park.
—Pero usted será oficialmente el rey de esta nación muy pronto. Las emociones no pueden dictar sus acciones, Su Majestad. Estoy seguro de que lo comprende perfectamente —respondió Jimin, inclinando ligeramente la cabeza en una mezcla de respeto y desafío, antes de girarse y salir, dejando a Yoongi una vez más sumido en la quietud de la soledad.
El rey permaneció inmóvil por unos segundos, la habitación oscura absorbiendo el peso de sus pensamientos. Luego, impulsado por un deseo incontrolable, se levantó. Sin esfuerzo, sus pasos lo condujeron hacia el gran salón donde se encontraba el trono, como si la misma sala lo llamara hacia su destino inevitable.
El silencio en el salón del trono era profundo, opresivo. Las paredes altas y el techo ornamentado parecían haberse convertido en testigos mudos de los pensamientos que torturaban a Yoongi. El trono, magnífico en su imponente presencia, parecía mirarlo con una exigencia silenciosa, demandando su rendición, su aceptación de lo que se venía, como si fuera un espectador indiferente de la lucha interna que se libraba en su corazón.
Lo observó por unos minutos que fueron eternos. Sonrió después, reflexionando lo siguiente: el trono no era solo un mueble. Era un símbolo. Representaba siglos de historia, sacrificios de generaciones enteras, la estabilidad de un pueblo que miraba hacia él con fe ciega. Lo había aprendido desde niño, en lecciones interminables que repetían como un mantra el significado del deber, del sacrificio personal por el bien colectivo, de la necesidad de ser la piedra angular de una nación.
Deteniéndose frente al trono, Yoongi sintió su garganta cerrarse. Era hermoso y aterrador al mismo tiempo. La madera tallada con símbolos ancestrales parecía vibrar bajo la tenue luz, como si cargara consigo el peso de todas las decisiones, justas e injustas, tomadas por quienes lo habían ocupado antes que él. El cojín rojo, que debería prometer comodidad, parecía más bien un lecho de espinas para alguien que ya había perdido tanto.
—Papá... —murmuró desolado—. Estoy aterrado.
Subió los escalones con pasos pesados, como si cada uno fuera una condena. Cuando finalmente tomó asiento, apoyó los codos sobre los reposabrazos y dejó caer su rostro en sus manos. Cerró los ojos, pero en su oscuridad interior solo podía ver un rostro: el de Taehyung.
— ¿Por qué no puedo dejar de sentirme atrapado? —murmuró, como si buscara una respuesta en las paredes vacías del salón—. Solo quiero... Quiero estar con él, lejos de aquí.
Había amado a Taehyung con la intensidad con la que se ama lo prohibido, lo inalcanzable. Cada instante juntos en su adolescencia había sido como caminar al filo de un abismo, cada caricia un acto de desafío contra todo lo que les habían enseñado a los dos. Pero ese amor estaba marcado por la culpa. Porque, aunque su corazón le decía que Taehyung era su destino, su razón —esa voz inquebrantable moldeada por años de adoctrinamiento— le gritaba que aquello era imposible.
“El rey no es un hombre, es una institución”, le habían dicho desde niño. “El rey no tiene derecho a amar como cualquier otro. El rey no se pertenece a sí mismo.”
Cada vez que recordaba esas palabras, sentía cómo se le apretaba el pecho. Su vida había sido diseñada para cumplir con un guión escrito mucho antes de su nacimiento. Heredar la corona. Gobernar con sabiduría. Casarse con una mujer adecuada. Tener hijos que perpetuaran la dinastía. Ser un símbolo de estabilidad, aunque eso significara vivir en una infelicidad perpetua.
Y lo peor de todo era que había llegado a creerlo.
Había internalizado esas creencias hasta el punto de que ahora, sentado en ese trono, se sentía parte del mobiliario del palacio, un engranaje más en la maquinaria monárquica.
Pero entonces estaba su corazón, con aquella rebeldía que conservó de su adolescencia, que no dejaba de gritarle que las cosas podían ser diferentes. ¿Por qué no podían construir una historia juntos, él y Taehyung? Los tiempos habían cambiado; ya no estaban en una era donde las críticas sociales podían destruir un reinado. La gente hablaba, sí, pero también olvidaba. La credibilidad podía tambalearse, pero no necesariamente desaparecer.
La idea de renunciar a Taehyung por completo era como arrancarse una parte de sí mismo, pero ¿cómo podía justificar mantenerlo en su vida cuando sabía que el precio sería la destrucción emocional del hombre que amaba? Jimin tenía razón: Taehyung ya había sufrido demasiado, y todo porque Yoongi no era capaz de elegir un camino claro.
Era una guerra constante entre la razón y el corazón. Y, como siempre, la razón ganaba.
—No es personal —Se dijo una vez más, como si esas palabras pudieran aliviar el dolor—. Es por el bien de todos.
Sin embargo, no podía dejar de preguntarse si ese “bien” incluía también su propia ruina. Porque sabía que seguir el camino trazado para él significaba condenarse a una vida de insatisfacción, rodeado de deberes, protocolos y una familia construida por conveniencia. YooJung era perfecta para el papel de reina; se parecía tanto a Taehyung que a veces dolía mirarla. Pero no era él.
Llevó una mano al reposabrazos y lo apretó con fuerza. El trono parecía ejercer una presión insoportable sobre él. Era como si quisiera hundirlo, moldearlo, destruir cualquier atisbo de humanidad que quedara en su interior.
¿Valía la pena todo esto?
Levantó la mirada, observando el salón vacío, y de repente se sintió más solo que nunca. El eco de sus propios pensamientos era lo único que lo acompañaba. Estaba a punto de coronarse rey, y sin embargo, sentía que no tenía nada.
Entonces recordó aquella noche en que había perdido el control. Los objetos rotos, el desorden, el dolor físico y emocional que lo había llevado al desmayo. Esa era la verdadera cara del hombre que iba a ocupar ese trono: un alma dividida, incapaz de reconciliar lo que quería con lo que debía.
Se levantó lentamente, dejando que su mirada se perdiera en el horizonte. Si tan solo pudiera escuchar a su corazón por una vez. Si tan solo pudiera ser egoísta, aunque fuera por un momento.
Pero no lo hizo.
Porque, al final, Yoongi no era un hombre cualquiera. Era un rey. Y un rey no se permite soñar.
¡De regreso por acá! Desde el 22 de octubre que no he actualizado, perdóneme.
Lo que fue escribir la escena de la katana entre Yoongi y Taehyung con The Wall de Chase Atlantic sonando de fondo. Era, literalmente, ella:
Los capítulos son largos (un poco más de 6000 palabras) porque también estarán publicados en un proyecto que tengo en mente hace tiempo y estoy puliendo, y para ello necesito que los capítulos se extiendan a 20/25 páginas cada uno.
ALEX.
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