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¿Amor? ¿Qué es amar? Desde en un punto de vista científico, se trata de una serie de cambios en nuestro organismo y la segregación de algunas sustancias químicas en nuestro cerebro. Desde un punto de vista más poético, es la razón de ser, el amar es el centro de la vida, lo que mueve a todo ser humano o bicho que pueble el planeta. El amor puede ser más instintivo o más enrevesado, pero es amor al fin y al cabo. Lo que siente una madre con sus hijos, lo que sienten dos seres al verse y sentir atracción. Amar es una compleja de red de situaciones, palabras y gestos que se repiten en miles de personas.
Hesper entendía qué era amar. No lo sentía psicológicamente, no procesaba el sentimiento de amar. Pero lo comprendía.
Fue la mañana de su decimoséptimo cumpleaños, sentado a la mesa de aquel restaurante al que Aziraphale gustaba de ir, cuando pensativo, supo que estaba enamorado. Así que miró a su padre, y lo comentó:
—Mi cuerpo me habla —fue lo primero que dijo, y por ello se ganó la mirada más extraña que Aziraphale podía ofrecer —, y por lo que observo, mi hipótesis es que está experimentado los efectos del amor.
— ¿Cómo dices?
—Estoy experimentando un enamoramiento, ese es mi diagnóstico.
—Ah. Qué interesante. ¿Y de quién te has enamorado?
—Es evidente que el objeto de mi deseo es Wesley.
Aziraphale no fue capaz de evitar toser el sorbo de té que estaba bebiendo. Lo miró sonrojado por la escena y al ver su inalterable presencia, se perturbó.
A veces, Hesper daba miedo.
—Vale. ¿Me estás diciendo que te gusta Wesley?
—Es la hipótesis con más fuerza, sí. Además, no conozco a mucha gente a parte de él, por lo que supongo que no me equivoco.
Aziraphale necesitó de unos minutos para procesar. Wesley era un chico agradable, apuesto, educado y elegante. Era totalmente comprensible que alguien quedara prendado de él. Pero precisamente Hesper no era mucho de quedarse prendado. Lo que menos esperaba era una respuesta como aquella. Eso de ser "objeto de su deseo" era interpretable de muchas maneras, algunas un tanto retorcidas. El ángel, callado, seguía observándolo atónito.
—Creo que él siente lo mismo —sumó el chico —. Pero cree que decirle esto a sus padres podría meterle en serios problemas.
— ¿Y cómo estás tan seguro de que le gustas? No te vayas a confundir, hijo, y metas la pata...
—No creo que me molestase, de lo contrario. Pero estoy bastante seguro de lo que digo. Si sé que estoy enamorado es por los síntomas que presento. Y él parece tenerlos también. Aunque cabe la posibilidad de que no sea yo el objeto de su deseo.
—Por favor, no digas más eso, ¿quieres?
Hesper lo miró confuso. No entendía qué había de molesto en esa expresión. Aziraphale suspiró, dejando su taza de té sobre la mesita. Puso las manos estiradas sobre sus piernas y miró al joven despeinado.
—Supongo que es algo posible, incluso cuando no eres capaz de experimentar emociones.
— ¿Qué quieres decir?
—El amor no es únicamente algo... Mental o visceral. Afecta al cuerpo humano, imagino.
— ¿Te refieres a los cosquilleos?
— ¿Qué...cosquilleos?
—A veces, siento cosquilleos. Por aquí.
Antes de llegar a señalar por completo a la zona en cuestión, Aziraphel retiró la mirada sonrojado.
—No me puedo creer que estemos teniendo esta conversación.
— ¿Qué conversación?
Aziraphale sacudió la cabeza para obligarse a no pensar en los temas que aún no habían tratado, como la famosa Charla que los padres suelen dar a sus hijos cuando son lo suficientemente mayores para comprender de dónde vienen los niños. Y el ángel casi que lo agradecía, de haber sido Crowley, se lo habría soltado como una bofetada en su más tierna infancia, lo que le llevó a pensar en todo esos momentos incómodos en los que Adriel los miraba a él y al demonio como si supiera algo que su hermano desconocía. Solo de imaginarse a Adriel sabiendo esas cosas siendo tan pequeña, se le ponía la carne de gallina.
—Creo que será mejor que tomemos un desvío —dijo sintiendo escalofríos.
— ¿Qué clase de desvío?
—Hijo. ¿Por qué me estás contando esto a mí?
—Quería comprobar qué es lo que le asusta tanto a Wesley como para no contarlo.
—Pero, vamos a ver, ¿cómo estás tan seguro de que vuestra situación sea la misma? ¿Él te ha llegado a decir algo?
—Una vez le pregunté si le gustaban los chicos. Y me dijo que no lo sabía. Pero al poco tiempo observé que su conducta ha ido cambiando, y no, no me ha dicho nada explícitamente, pero todo apunta a que sí. Finalmente de ha aceptado, y por eso está tan cómodo. Menos en su casa, claro. Y ahora que yo te he contado a ti que a mi cuerpo le atraen los hombres, me sitúo en una posición un poco complicada. Sigo sin entender qué le da tanto miedo.
—A ver, Hesper. Creo que no lo entiendes. Evidentemente, no estáis en la misma situación. Porque para mí no es importante que te gusten los hombres o las mujeres, sino que consigas sentir algo por alguien, de hecho. Pero los padres de Wes son muy estrictos y cerrados en ese sentido. ¿Recuerdas cómo nos miraban algunas personas en Castle Combe?
—Lo cierto es que no.
—Oh, vaya... —Aziraphale se quedó mudo. —Pues, a ver, hijo. Hay personas que no admiten ciertos tipos de amor.
Hesper se rascó la barbilla, estudiando las palabras del ángel.
—Y por eso, la gente que experimenta esos otros tipos de amor a veces, de sienten oprimidas, ofendidas y tienen miedo de salir. Pero no debes tenerlo tú, hijo. Debes extender las alas.
—Un momento. ¿Existen más tipos de amor?
Aziraphale lo miraba ya un poco perdido. Ni si quiera él podía averiguar por dónde iría esa conversación. Por eso cogió su taza y volvió a beber.
Esa misma tarde, Wesley apareció como de costumbre en la librería y al verlo aparecer, los sentidos de Aziraphale se dispararon casi tanto como los cosquilleos de Hesper. El chico fue directo al cuarto de su amigo, donde él lo estaba esperando con su normal tranquilidad.
—Hola, Hesper.
—Cierra la puerta.
Wesley lo miró extrañado un momento pero rápidamente obedeció. Se sentó a su lado en la cama justo después.
—Bueno. ¿Qué quieres hacer hoy?
—Wesley. Quiero saber una cosa.
—Tú dirás...
— ¿Cuántos tipos de amor hay?
— ¿Cómo? —Preguntó contrariado.
—Mi padre dice que hay otros tipos de amor. Yo siempre pensé que solo había uno. Es más sencillo pensarlo como una sola cosa y no como una fragmentada en mil cachitos.
Wesley se rió.
—No sé cuántos son, Hesper. Es más. A mí me gusta pensar que el amor es amor, lo demás no importa.
—Entonces, ¿por qué te da miedo decirles a tus padres que te gustan los chicos?
La sonrisa de Wesley desapareció con aquella frase. Nunca nadie había sido tan directo con él en ese tema. Y que precisamente fuera Hesper Logentine... Se le pusieron los pelos de punta y palideció rápidamente. Quería contestarle que estaba equivocado, que no sentía nada hacia los hombres, pero algo dentro de él no le dejaba. Hesper por su parte lo examinaba con la mirada. Su sudor, la pérdida de color en la piel y el brillo en la vista, su cuerpo temblando. No era capaz de entender por qué reaccionaba así.
—Si el amor es amor, ¿por qué hay gente asustada de mostrarlo?
—Tú no lo entiendes...
—Mi padre estuvo con un "hombre", más o menos, y siempre dice que los miraban mal. No le veo sentido.
—Y no lo tiene. Pero así están las cosas...
Hesper lo miró detenidamente. Wesley agachó la cabeza para evitar cruzar la mirada con él. Había venido precisamente para no pensar en eso, para no tener siempre la mosca tras la oreja y el miedo en el corazón porque su padre se enterase. Con Hesper se permitía relajarse porque sabía que algo así no podía tomárselo a mal. ¡Era Hesper! Su padre era gay y no parecía odiarle ni nada por el estilo. Tenía la confianza de que, si algún día descubría que él también lo era, Hesper lo tratase bien y no cambiara nada. Wesley solo quería no cambiaran las cosas. Ahora se encontraba mal por culpa de su mejor amigo. Y odiaba sentir eso.
—No deberías tener miedo.
—Bueno, ¡pues no lo puedo evitar! No te pido que lo entiendas, pero déjalo estar, ¿quieres? —Respondió de mala gana.
Hesper tardó un poco en contestar. Wesley lo creería enfadado si no supiese lo raro es que ese chico procese algún tipo de emoción. Y eso precisamente, era una de las cosas que más le molestaba.
—No puedo dejarlo estar. Ni si quiera yo lo entiendo —hizo una pequeña pausa, quizás porque realmente se estaba metiendo en un terreno desconocido para él y no quería meter la pata —. Pero es una sensación rara... Como cuando mi padre encuentra un libro arrugado —Wesley lo miró extrañado y algo ofendido por la comparación, creyendo que él era el libro arrugado —. No me... No me gusta —Hesper lo miró sin que le temblara la mirada y halló contacto —. No me gusta verte así.
Wesley no supo qué responder a eso.
Simplemente se quedó en blanco.
Pensó que se debía a lo rarito que era. Sí. Tenía que ser eso. En su cabeza, nada más tenía sentido. Desde que lo conoció, Hesper parecía ser incapaz de mostrar emoción alguna. Eso a veces le resultaba divertido, descubrirlo, comprender su forma de ver el mundo. Nunca pensó que pudiera "no gustarle" algo. Mucho menos, si ese algo, tenía que ver con una emoción, con la emoción de otro. Había subestimado su empatía.
—Wesley —lo llamó —, hay algo que tengo que decirte.
Le tembló el cuerpo y se sonrojó inevitablemente. Tenso, metió cuello como una tortuga en su caparazón y miró de reojo a Hesper, fijando los ojos en las manos de él.
—Aunque no sé muy bien cómo hacerlo. Antes lo estaba hablando con mi padre y me ha dicho que no lo diga de la única forma que sé hacer, así que... Quizás debería hacerlo como la gente normal —pensó en su infancia, la poca que recordaba. Sabía cómo se declaraba Newton a Anathema constantemente, cuando estuvieron en su casa, y cómo Adam lo hizo en su momento también con alguien a quien no conseguía recordar. Lo cierto es que lo único que conseguía recordar era lo patosos que eran ambos y el rechazo que sufrió Adam, así que pensó que quizás era mejor hacerlo de otra forma —. No eres malo por sentirte atraído por los hombres. Como dices, el amor es amor. Y no debería importarte lo que tu padre piense de ti. El único dueño de tu vida eres tú. Nadie debería imponerte nunca nada que te siente mal o que te denigre como persona. Porque eres una persona estupenda, tienes muchas cosas buenas que te hacen ser... Brillante. Así que no dejes que te eclipsen por nada, ¿vale?
No estaba seguro de si había captado el mensaje, pero en la ficción que veía y leía Aziraphale, ese tipo de mensajes solían significar que había romance de por medio.
—Hesper —pronunció emocionado —. Eso es lo más bonito, profundo y sincero que te he oído decir nunca. Yo... La verdad es que no sé ni por dónde empezar —agachó la cabeza, incómodo y decaído —. Mi padre está obsesionado en que debo ser un hombre recto y de negocios, que se case con una mujer bonita y tenga hijos fuertes. Pero no puedo darle todo eso. Creo que no quiero darle nada, en realidad. Pero es tan difícil. Vivo con él, es él quien me mantiene, quién me deja vivir. Es así como me hace sentir muchas veces, como si le debiera la vida. Sé que eso no es lo que un padre debería transmitir... Creo que en el fondo te envidio. ¡Tu padre es genial! Y es una de las razones por las que casi no salgo de aquí, porque querría que mi padre fuera así. Y luego...
No pudo decir más. Levantó la mirada y la fijó en Hesper. El corazón le latía tan fuerte que podía sentir su pecho sacudiéndose. Le faltaba el aire. Y temblaba por la cercanía. Su cuerpo hablaba por él, boqueaba como un pez y sus ojos dibujaban los labios de Hesper como si estuvieran calculando el espacio, la velocidad y la posición para estar lo más cómodo posible. Quería hacerlo. Y nunca había estado tan seguro. Con un nudo en la garganta, su deseo tiró de él y cedió por completo a éste. Hesper no se movió esperó a que llegase, quería darle su espacio, su momento, y tampoco tenía ese instinto tan desarrollado como para tomar la delantera. Las frías manos de Wesley se posaron en sus mejillas. Sus narices se rozaron y sintió su aliento contra su boca. Dudó un segundo antes de acoplar los labios sobre los de Hesper y luego apretar, porque se dio cuenta de lo mucho que deseaba y necesitaba ese beso, de lo mucho que había esperado para hacerlo, de las millones de veces que lo besó en sueños y lo agitado que se levantó al amanecer. No quería abrir los ojos, no esta vez, porque temía que si lo hacía, estuviese de nuevo atrapado en casa con su padre, quería seguir besándolo tanto como pudiese...
Pero el cuerpo sobrecalentado de Hesper fue alarmante.
Hesper lo separó de golpe sintiendo como ese calor crecía, y no era ese otro calor que había sentido a veces cuando estaban muy cerca. Era diferente, y las sensaciones que traía, no eran buenas. Confuso, se levantó de la cama, intentando comprender qué le estaba pasando.
Y Wesley lo entendió todo mal.
—Lo siento —respondió angustiado —. Dios, lo siento muchísimo, Hesper. ¡Yo no quería...!
—Silencio —mandó.
Miraba sus manos. ¿Estaba temblando? ¿Sería por el beso?
No.
La respuesta llegó en forma de sensación. Una presencia que se acercaba rápidamente a la puerta de la librería. No... A la puerta no... Estaba ahí, junto a la ventana. O estaría ahí en unos segundos. Alarmado por esa presencia, y alarmado también por sentirse alarmado, cogió a Wesley de la muñeca y lo arrastró hasta el armario empotrado de su cuarto, cerró las puertas y aguardó unos segundos.
—Hesper, ¿qué...?
Le tapó la boca con la palma de su mano y le mandó callar con un gesto. Hesper se arrimó a las rejillas y trató de verlo. Una sombra eclipsó la luz que entraba a la habitación. Se mantuvo ahí unos segundos y luego se deslizó hacia abajo. Ahora sí que iba hacia la puerta, y no venía solo...
—Hesper —llamó aterrorizado Wesley —, ¿estás brillando tú?
El chico se miró el cuerpo. Y un montón de imágenes golpearon su cabeza de pronto. Un bosque, largos caminos y carreras, un cementerio y un monstruo que lo atrapaba y se lo llevaba a un abismo muy profundo. Mucha oscuridad, un gran silencio. Caminaba y caminaba y nada veía. Y de pronto una voz que lo llamaba, que lo despertaba. La voz de... La voz de una niña. De pronto pudo ver y sentir de todo. Su cuerpo muy caliente y miles de marcas dibujadas por todo éste. Dolía mucho, gritaba y después de eso perdió el conocimiento.
Volvió en sí con una sacudida de Wesley y su voz despertándolo de igual forma que aquella niña. Efectivamente, su cuerpo volvía a tener una altísima temperatura y esas marcas dibujaban su cuerpo y brillaban en un azul intenso.
De pronto recuperó el rastro. Esas presencias... Eran ángeles. Los habían encontrado.
—Tenemos que salir de aquí —dijo.
— ¿Por qué? Hesper —saltaron fuera del armario y sin soltar su muñeca, Hesper tiró de Wesley, corriendo en busca del ángel dueño de la librería —, ¡¿qué está pasando?!
— ¡Aziraphale! —Exclamó cuando se lo encontró, también angustiado, había salido en su busca.
—Están aquí —dijo, también los había captado; observó a su hijo.
— ¿Quiénes? ¿Quiénes están aquí?
—Otra vez... ¿Por qué estás brillando otra vez? ¿Qué os ha pasado?
—Tenemos que irnos, Aziraphale, están a punto de entrar.
—Por aquí.
Wesley no dijo nada más al ver que daba igual, porque no lo estaban escuchando. Lo llevaban de un lado a otro, sí, pero parecía como si no lo estuvieran viendo.
Aziraphale los guió por una salida secreta que había hecho la regresar, a sabiendas de que algo así podía llegar a pasar. Salieron de la casa y se escondieron en un callejón para ver como los ángeles interrumpían en su casa y la ponían patas arriba buscándolos.
— ¿Alguien va a explicarme lo que está pasando aquí?
—Aziraphale —llamó Hesper. El ángel lo miró con seriedad.
—Lo hemos intentado, cielo. Pero me temo que no podemos escondernos para siempre.
—No. Aquí al menos ya no.
— ¿Esconderos?
— ¿Y ahora qué hacemos?
Aziraphale suspiró. Nada le dolía más que el pasado. Pesaba mucho y había llegado un punto en el que ese peso le había roto en dos. Este era un ángel herido, agotado y con el corazón roto. Pero nunca había dejado de observar, de vigilar. Así es como sabía que solo quedaba un único lugar seguro en la Tierra.
—Solo podemos ir a un sitio.
— ¿Iros? ¿Os vais a ir?
— ¿De qué hablas?
— ¡Bueno, ya basta! —Exclamó Wesley, por fin, atrayendo su atención. — ¿Vais alguno a explicarme qué es lo que está pasando y a dónde se supone que nos vamos?
Aziraphale cogió aire.
—A casa. Volvemos a casa...
A casa.
A Castle Combe.
A Alfa Centauri...
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