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— 𝓭𝓾𝓼𝓽 𝓲𝓷 𝓽𝓱𝓮 𝔀𝓲𝓷𝓭 —

            𝕬driel abrió los ojos. Miró a su alrededor esperando ver algo, un cambio, lo que fuese, pero tan solo encontró su casa tan vacía como estaba antes de hacer esa estupidez.

Duncan, por el contrario, parecía notar algo distinto.

Era difícil notarlo, pues el "milagro" que ángel y demonio obraron con la casa, la insonorizó. La tormenta no podía oírse, tan solo escucharon a la bestia de fango porque la tenían, literalmente, encima de la casa hasta que se fue. Sin embargo, ahí estaba. Duncan percibió un agujero en el ruido. Se levantó, se aproximó lentamente a una ventana y corrió las cortinas, subió las persianas y... Un rayo de luz atravesó el cristal e iluminó la oscura casa.

—Adriel —dijo —, mira.

La niña se acercó a su lado, observando maravillada la luz y la calma que se colaban en la casa. Se miraron realmente sorprendidos —ella más que él.

—Ha funcionado...

—Sí —Duncan se giró a ella, sonriente —, lo has conseguido, Adriel.

Ella lo miró tan anonadado que no le dio tiempo a medir la sonrisa de Duncan ni a verlo abalanzarse sobre ella con los brazos abiertos.

— ¡Lo has hecho!

Duncan la abrazaba con tanto ahínco que parecía estar dándola todos los abrazos que siempre quiso darla pero por miedo a recibir una patada o un mordisco, no hizo —si alguien le hubiese preguntado, solo diría que estaba muy feliz de haberse salvado.

Cuando aquel extraño momento terminó, Adriel pensó que era el momento de liberar a Anathema y Newton. Abrieron la trampilla y la pareja salió dando grandes bocanadas de aire. Los niños se apartaron para dejaros salir, esperando a que les felicitasen por lo que habían hecho, o más bien, les regañasen.

—Maldita sea, Adriel —gruñó Anathema —, ¿por qué no puedes hacer lo que se te dice?

—Adriel lo ha conseguido, señorita Device —dijo Duncan como buen groupie que era —. Ha conseguido parar la tormenta de Hesper.

— ¿Cómo dices?

—Sí. Adriel ha detenido la tormenta esa que salía de Hesper.

—Adriel, creí que te había quedado claro que no debías entrometerte, ¡tenías que dejar a Crowley y Aziraphale hacer esto!

— ¡Pero si no he hecho nada! Solo lo he llamado, no sabía si quiera si eso iba a funcionar.

—Pero ha funcionado —animó Duncan.

—Tiene razón —comentó Newton —, al menos, se ha calmado el problema.

— ¿Y qué sabréis vosotros del problema? Aquí están pasando cosas muy graves, horribles si cabe decir.

Y justo en ese momento, llamados por la palabra 'horribles', aparecieron Crowley y Aziraphale, con Hesper en brazos, entrando a trompicones.

— ¡Hesper! —exclamó la niña corriendo a ver el estado de su hermano.

Aziraphale lo dejó tumbado sobre el sofá del salón y le pidió angustiado a Anathema que lo examinara. Crowley impidió el paso a Adriel que tuvo que resignarse a mirarlo de lejos.

Anathema se acercó rápidamente con la intención primera de clamar al angustiado padre que no podía parar de explicarle algo que ni si quiera entendía. Ella lo apartó un poco y examinó el cuerpo entero del niño, cada una de las miles de marcas que habían salido por su piel.

—Aziraphale...

—Por Dios. Anathema. Te lo pido por favor. Haz algo. Usa magia para quitárselas.

— ¡¿Qué?! Aziraphale, ¡yo no puedo hacer algo así! Quizás uno de tus milagros funcione...

— ¿Crees que no lo he intentado?

Anathema lo miró con pesadumbre antes de volver a centrarse en las marcas. No había dos iguales. Todas seguían la misma estructura, compartían una raíz, pero eran diferentes, cada una con un significado distinto, interminable. Si tuviera que ponerse a descifrar las marcas una por una, antes de empezar, los ángeles y los demonios se les habrían hechado encima.

—Hay que sacarlo de aquí —dijo ella, acercándose al ángel —, llevarlo a un lugar seguro.

—Este es el último lugar seguro, Anathema —contestó desesperado.

—No —miró al niño un segundo antes de responder —. Podéis venir a Tadfield. Adam os esconderá, y con mi ayuda, aseguraremos el lugar.

— ¿Pretendes que desaparezcamos del pueblo así sin más?

— ¡Algo hay que hacer! Si nos quedamos aquí, los ángeles y los demonios vendrán a por él, y de regalo, se llevarán a Adriel también.

Aziraphale cayó pensando en lo dicho. Miró a Crowley un segundo y rápidamente se fue con él a otra parte a hablar, mientras Newton y Duncan sujetaban a Adriel.

Ya a solas y compartiendo una mirada de desolación en busca de una solución fácil, se pusieron a tratar el tema.

— ¿Qué hacemos ahora?

—Ya sabíamos que esto nos explotaría en la cara.

—Pero no estábamos preparados...

—Zira —lo llamó acercándose —, no hace falta que te diga que sois lo más importante para mí, ¿verdad? Tú y los niños. No dejaré que os pongan una mano encima. Venga el cielo que venga. O el infierno...

—Lo sé... Confío en ti. Pero no quiero que te hagan daño por esto. Crowley, sinceramente, creo que deberíamos irnos de aquí...

— ¿En serio? —Aziraphale lo miró con cara larga —Vale... Sí. Vale —Crowley le dio la espalda y comenzó a caminar hacia las escaleras, pero el ángel lo detuvo en seco, agarrándolo del brazo y girándolo de nuevo hacia él —. ¿Qué?

—Deberíamos irnos... Solo Hesper y yo.

Crowley de quedó quieto, mirándolo confuso y como si no hubiera entendido ni una sola palabra, como si no supiera de qué hablaba. Tardó unos segundos más en describir el rostro de Aziraphale y las palabras que escondían sus ojos tristes, entonces, el demonio empezó a comprender lo que decía.

— ¿Cómo? —El notable nudo de su garganta le impidió pronunciar la palabra completa —No...

—Crowley...

—No. No. No.

—Crowley, escucha...

— ¡No os vais a ir vosotros dos solos a ninguna parte!

—Crowley, tenemos que alejar a Hesper de aquí, ¿es que no lo entiendes?

— ¡Claro que lo entiendo! Lo que no entiendo es por qué no estamos ya todos en el coche, desapareciendo de este pueblucho.

—No podemos hacer eso, Crowley...

— ¡¿Y por qué no?!

—Pues... Porque no es seguro.

—Ah, no es seguro. ¿Y está bien separar a los gemelos? ¿Estás dispuesto a eso? ¿Eh?

— ¡Precisamente...! —Aziraphale calló un segundo para bajar el tono —Precisamente eso es lo peligroso, Crowley. Adriel y Hesper, son dos seres inestables, con una capacidad de poder muy superior a cualquier cosa que haya visto antes. Hemos roto lo que mantenía a Hesper a salvo, ¡ahora es un peligro! Para mí, para ti, para Adriel y para él mismo. Mantenerlos juntos solo los expondrá más...

—Venga ya, Aziraphale, algo podremos hacer...

—Es la única manera. ¿O quieres que Adriel acabe igual?

Crowley no respondió a esa pregunta. Miró para otro lado, con los brazos en jarras y dándole vueltas, desesperado por encontrar una solución a ese problema sin romper su ya rota familia.

—Crowley. Hesper ya no está a salvo en ningún lugar. Mantener cerca de él a Adriel la pondría en peligro, ¡o peor! La rompería a ella también.

—Solo son unos críos...

—Eso es lo que hemos querido ver, Crowley, a un par de niños a los que querer, que nos quieren, que se quieren. Niños normales... Pero tú y yo sabemos que no lo son. Que eso que vemos solo es el cascarón y lo que hay dentro... —Aziraphale prefirió no seguir —Lo único que yo quiero es que el cascarón no se rompa, Crowley. Y estando juntos, solo haremos que los dos se abran. No quiero ver a Adriel de la misma forma que Hesper, no quiero verlos convertidos en monstruos...

—No son monstruos...

—No, no lo son... —Aziraphale se alejó de Crowley lentamente y con pesadumbre. Se detuvo un momento y se giró a él —Son algo mucho peor.

Y sin decirse nada más, Aziraphale se retiró para preparar las cosas y marcharse de allí lo antes posible. Crowley en cambio, trató de mantener la calma, guardar las apariencias y tragarse todo el dolor que le estaba causando este ultimátum.

Caía la noche y el miedo por que ángeles o demonios asaltaran la pequeña casa a las afueras del pequeño pueblo inglésinglés, seguía estando tan presente como durante los primeros minutos. Duncan estaba pegado a la ventana, vigilando que el ser de fango no volviese, ni la tormenta, ni lo que había en el cementerio, mientras Adriel se abrazaba a un cojín tumbada en la cama de su hermano. Crowley les había encerrado ahí mientras él y los otros adultos hablaban de temas que no quiso contar a los niños, pero Adriel sabía que se trataba de qué iban a hacer con Hesper.

—Oye, Adriel —llamó Duncan —, me parece que todo está muy tranquilo, ¿por qué no nos dejan salir?

—No sé.

Duncan se giró a mirarla extrañado por sus escuetas palabras.

— ¿Y qué le pasaba a Hesper en la piel? Tenía los brazos llenos de marcas muy raras. ¿Tú también las tienes?

Adriel negó con la cabeza. Duncan la miró con tristeza, sintiendo de nuevo esa culpabilidad que le perseguía.

—Sé que ya te lo he dicho, pero... —El niño se sentó en la cama de Hesper, con las piernas cruzadas, pero Adriel no se movió —Lo siento. Lo siento mucho.

Adriel lo miró desde el sitio y la misma posición fetal en la que trataba de consolarse a sí misma para no llorar.

—Deja ya de disculparse, Dipper. Eres un pesado, siempre igual...

—Aún así, te pido perdón, y te pediré perdón siempre, hasta que me perdones, hasta que Hesper y tus tíos me perdonen y hasta que...

Adriel se levantó por fin solo para taparle la boca con la mano y evitar que siguiera hablando.

—No esperes a que nosotros de perdonemos, Dipper. Perdónate tú mismo, y con eso será suficiente.

Duncan no dijo más. Adriel le destapó la boca y volvió a tumbarse en la cama abrazando su cojín. El niño la observó en silencio durante un momento y como no había movimiento alguno en el exterior ni en los pasillos, Duncan se permitió relajarse.

—Oye, Adriel.

— ¿Qué quieres ahora?

— ¿Puedo...? ¿Puedo tumbarme aquí?

Ella no dijo nada al principio por no decirle lo que pensaba. Eso era mejor que no lo supiera. Tragándose sus propias palabras resopló:

—Haz lo que quieras. Pero no incordies.

Duncan se apresuró en tumbarse a su lado, un poco temeroso de cruzarse con una mirada reacia de Adriel, de esas tan agresivas que tanto miedo le daban...

Pues de esas no encontró. Lo único que alcanzó a ver de primeras —porque rápidamente desvió la mirada como actor reflejo costumbrista, pero equivocado esta vez —, fue una mirada rota. Así que volvió a mirar para confirmar lo rota que estaba Adriel en ese momento; no recordaba habrá visto así antes. Claro que, ¿en qué situación estaban? Hesper estaba inconsciente y el cuerpo lleno de extrañas marcas que seguro tenían un significado. No los dejaban verlo, pero sobretodo, a ella no la dejaban acercarse a su hermano, y eso era algo inconcebible; los gemelos nunca se habían separado. Y luego estaba el incómodo silencio y vacío en las miradas de Aziraphale y Crowley, extraño en este hogar que parecía haber perdido todo lo que le hacía llamarse hogar.

Duncan no era tonto. Duncan era despistado, solo eso. Pero prestaba atención a las cosas, aunque luego se le olvidasen la mitad. Algo estaba sucediendl abajo, algo malo, para Adriel sobretodo, pero malo en términos generales. Algo que no les iba a gustar nada.

Y estaba en lo cierto. Mientras Anathema y Newton preparaban el coche para partir hacia Tadfield, justo después de colgar el teléfono tras hablar con Adam, Crowley estaba sentado frente a Hesper —que seguía inconsciente —, esperando a que Aziraphale bajase con las maletas, repasando mentalmente qué es lo que iba a decir, en un esfuerzo inútil de hacerlo cambiar de parecer.

Al contrario que Duncan, Crowley sí que era tonto. Al menos, en muchas cosas. Era inteligente, claro que sí, pero era tonto. No quería entender las cosas, la urgencia de la situación. No quería admitir que separar a Adriel y Hesper era la única manera de mantenerlos a salvo. Tampoco entendía por completo su situación, aunque, ¿quién lo hacía? Esos niños eran seres excepcionales, únicos e inexistentes hasta la fecha de su nacimiento, el cual seguía siendo un misterio.

Pero lo entendía a su manera: digamos que Hesper y Adriel son ordenadores que comparten información y parte de su disco duro interno. El uno depende del otro hasta niveles incomprensibles. Ahora bien, ambos ordenadores están protegidos por un cortafuegos muy potente, muchos antivirus que ni un hacker podría superar —probablemente se rendiría antes de evitar o desactivarlos todos —. Sin embargo, el ordenador que sería Hesper, ha entrado en un proceso de autodestrucción, o algo así, y el ordenador que sería Adriel ha logrado salvarlos —a Hesper y a sí misma —, a costa de desactivar todas las protecciones que tenía su gemelo. Ahora los virus pueden entrar y llegar hasta ella, e incluso, su sistema operativo podría identificar al ordenador Hesper como un gran virus que destruir.

Y así es como el demonio lo veía —nunca confesaría por qué aprendió a usar la informática en condiciones, ese secreto se iría con él a la tumba —, pero era infinitamente más complejo que eso.

Los pasos de Aziraphale bajando las escaleras lo despegaron del sitio, y se levantó veloz como una exhalación.

—Pues ya está todo. Solo falta hablar con Adriel y...

— ¿Y si no hiciera falta?

—Crowley, ya lo hemos hablado. Es peligroso. Para los dos.

— ¿Cómo crees que va a responder Adriel? No va a aceptarlo así como si nada. Podría incluso pasar algo peor de lo que hemos visto.

—No seas exagerado.

—No lo soy. Ese es el problema, ángel. Sabes tan bien como yo que Adriel no es una bestia precisamente mansa. Y esto no va a aceptarlo. ¿De verdad te vas a arriesgar?

Aziraphale lo miró desde la distancia sin cambiar el rostro. Estaba dolido, por todo, y Crowley no hacía más que complicarlo todo, haciéndolo más y más duro.

— ¿Crees que me gusta esta opción? Sabes perfectamente que no. Si pudiera quedarme, lo haría. Yo... Solo quiero estar contigo. Y con los niños. Y que estén juntos. Quiero verlos crecer mientras tú y yo... No sé hacemos de padres cada vez más hartos de la pubertad. Y quiero verlos ir al baile. Quiero ver a Duncan llevar a Adriel a ese baile, si es que ella no le muerde por invitarla, y quiero tener que reñirlos por ocupar la casa cada vez que no estemos. Y quiero ver a Hesper graduarse. Quiero verlos tan reales como los hemos visto Crowley. Y quiero verte a ti, cada día, cada noche.

—Pues hazlo —se acercó a él —. Ya te lo dije una vez, ángel. No hay un ellos, solo un nosotros, nuestro bando. Vámonos a Alfa Centauri...

—Ya lo hicimos, querido, y al final acabamos igual que al principio, porque tú lo dijiste. Se suponía que esto era Alfa Centauri.

Crowley gruñó.

—Venga, hombre. Tiene que haber algo...

Aziraphale se arrimó a él, logrando que no dijese nada más, y con el alma dolida, le dio un beso antes de despedirse.

—Adiós, Crowley.

—Vamos... Ángel...

—Será mejor que avises a Adriel antes de... Irnos.

—Por favor...

Aziraphale prefirió no escuchar nada más o al final se arrepentiría. Cogió a Hesper en brazos y lo llevó hasta el exterior para meterlo en el coche.

Al oír cerrarse la puerta del Dick Turpin, Adriel se levantó ágil de la cama. Duncan la siguió a ciegas, pero ambos sabían qué iban a ver a través de la ventana. Fue cuestión de segundos lo que tardaron en bajar y reunirse con con Crowley en el umbral de la puerta del jardín.

— ¡Hesper! —Gritó la niña, echando a correr, pero siendo detenida por el propio Duncan — ¡Aziraphale!

El ángel, que estaba a punto de entrar en el coche sin despedirse de ella, finalmente cedió y se acercó lentamente y temeroso de las consecuencias de esos actos. Arrodillado a su lado, la cogió de las manos y la miró directamente a los ojos.

—Pequeña...

— ¿Qué estáis haciendo? ¿A dónde os vais?

—A un lugar seguro. Hesper tiene que recuperarse...

— ¿Y por qué no puede hacerlo aquí? —Estaba tensa, muy nerviosa.

—Cielo, Hesper no está bien... Y lo mejor será... Lo mejor será que estéis alejados un tiempo.

— ¿Es por lo del cementerio? ¡Prometo no volver a ir!

—No, cariño, no es por eso...

—Son los malos, ¿a que sí? —preguntó Duncan, alicaído.

—Sí... Verás, ahora Hesper está desprotegido, y estar aquí solo empeorará las cosas, tanto para él como para ti.

— ¡Es que no lo entiendo!

Aziraphale acarició su suave cabello rubio.

—Lo harás cuando seas mayor.

Besó su frente y rápidamente se levantó y regresó al coche. Duncan soltó a Adriel y, junto a Crowley, los tres vieron con tristeza y su parte de culpabilidad, el coche marcharse de allí. Adriel rompió a llorar unos minutos más tarde y esto fue algo que le causó gran impresión a Duncan, tanto, que se puso a llorar en silencio. Crowley agarró la mano de la niña y ésta hizo lo propio con la del demonio. Pero no se miraron, seguían con los ojos clavados en la carretera, esperando volver a ver el coche de Pulsifer, y viendo a Aziraphale y Hesper salir y volver con ellos. A su hogar, a su Alfa Centauri...








Pero pasarían muchos años antes de volver a verse...
















































Fin de la Primera Parte.

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