V
Sus ojos se abren de a poco.
Ella está recostada y a su alrededor puede notar que hay todo tipo de flores, también nota que está bajo un frondoso árbol.
Lo último que recuerda es a su cuerpo tiritando del frío bajo la lluvia y caer inconsciente en algún momento. Y eso raro, porque ahora se encuentra en un extenso campo de flores.
Extrañada, se levanta. No siente ningún tipo de dolor físico, tampoco siente las ganas de llorar, ni algún pensamiento deprimente invadir su mente.
En definitiva, algo extraño ocurría.
Observa su alrededor, hay una inmensa llanura que la rodea, hay flores por todos lados, así también árboles. Admira el cielo, hay nubes blancas y una intensa luz solar.
El día es bonito.
Y...ella se siente contenta, por alguna razón que desconoce.
—Mi amor... —susurra tenuemente una voz.
Mira por todas partes, no sabe de dónde proviene y por qué la llama de ese modo.
Se repite por una segunda vez, por una tercera y una cuarta. Cada vez más fuerte y cercano.
De la nada y como si fuera fantasía, aparece una figura frente a su ser. Unos brillitos se desprenden de su cuerpo una vez se termina de revelar frente a ella.
La de oscuros cabellos siente en sus joyas lágrimas querer descender. Pero no de sufrimiento, sino de felicidad.
Su amada está allí, frente a ella.
La felicidad se desborda de su ser así como las lágrimas de sus ojos.
Corre hacia ella con inmensa euforia y, después de tanto tiempo, siente la calidez de sus brazos.
—Te extrañé, mi amor. Y Perdón. Lamento muchísimo haber desconfiado de ti y haberte gritado, me arrepiento.
—Yo también te extrañé, mi amor —una sonrisa se asoma por sus labios—. Y no debes lamentarte de nada, eso es pasado.
Se distancia un poco de la menor para poder verla a los ojos, ese brillo tan especial sigue alojado en sus oscuros orbes.
—Desde este momento, tú y yo viviremos en este paraíso, por el resto de la eternidad.
—¿Por el resto de la eternidad?
La mayor no hace más que asentir, y entonces ella no puede seguir resistiendo toda su alegría y estampa sus finos labios contra los ajenos.
Saben a miel, tal y como los recuerda.
—Entonces eso significa que...¿estamos muertas?
—Sí, pero eso no interesa.
Ambas féminas se sonríen mutuamente, y luego, se toman de las manos, entrelazando sus dedos.
Comienzan a caminar sin un rumbo fijo, entre medio de las flores y árboles, las aves y mariposas. Sabiendo que, tienen la eternidad entera para poder amarse. Y eso es lo único que importa ahora.
END.
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